DEL STUDIUM GENERALE DE PALENCIA A LA TRAMA TRAS EL LIBRO DE ALEXANDRE
Por John Jaime Estrada González*
El extenso poema medieval, Libro de Alexandre, comparte con muchas otras producciones de la literatura medieval, no sólo castellana, lagunas en torno a la autoría, composición, datación y fijación del texto. Esto es poco en realidad, si se le añade la impronta de los estudios que lo deconstruyeron, invalidándolo por un tal amaño ideológico. Por consiguiente, una vez desvirtuado, ya no se suele enseñar más en las universidades y a duras penas se le menciona. A pesar de esas consideraciones, sin embargo, lo valoramos porque arroja luces acerca del mundo político y cultural; en particular es un referente castellano para la literatura nobiliaria y de caballería que se desarrolló en la península ibérica y en toda Europa desde principios del siglo XII. En esta columna enfatizaremos la relación que pudo tener con el origen del studium de Palencia.
La estructura del Libro de Alexandre, consta de 10.700 versos, un total de 2.675 estrofas en cuaderna via. Desde esa simple afirmación se empiezan a configurar sus problemas; si por ello se entiende: «estrofas de cuatro versos monorrimos divididos en dos hemistiquios que invariablemente deben poseer siete sílabas». De otra parte, también podría concebirse la cuaderna via de manera más flexible y entroncarla así en lo que se ha denominado el mester de clerecía. A las discusiones métricas se añaden otras de mayor envergadura, tal es el caso de la existencia de dos textos como únicos originales. Por un lado, está el que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid y por el otro, el de la Biblioteca Nacional de París. En resumidas cuentas, las variantes textuales han dejado sin fundamento la posibilidad de fijar el texto. Cualquiera que tenga un ligero estudio de la literatura medieval castellana verá aquí un terreno común que caracteriza las producciones textuales de los siglos XII al XV. En consecuencia, la obra cimera de los estudios castellanos, tanto literarios cuanto filológicos, recayó en el Poema de Mio Cid. Es bien sabido que su posición en la historiografía literaria obedeció a la concepción decimonónica que fijó el canon nacional de la literatura española. Como lugar común, se trató de un trabajo ideológico que definió las literaturas nacionales europeas. Pues bien, en el caso del Libro de Alexandre, pesó más lo europeo que lo nacional en el proceso de elaboración del canon. Así, Alejandro Magno en la poesía medieval participaba de las construcciones literarias que nutrieron culturalmente a las distintas monarquías europeas. Este último enfoque, al menos, nos permite tratar como otro constructo verbal la producción literaria que, de muy buena manera, implementó el ideario de la caballería en aquellos siglos.
Como se puede verificar, los textos de aquella literatura sobreviven en copias comparativamente tardías. Esto se explica por el trabajo de los copistas, quienes para facilitar su legibilidad, los modificaron a las circunstancias nuevas o las necesidades, siempre variantes, de los círculos para los cuales copiaban los textos. Es por ello que las copias originales de que se dispone guardan entre sí diferencias.
Para remediar esta condición, los filólogos han hecho reconstrucciones orientadas a erradicar, por decirlo así, la interferencia de los escribas. Pero con ese procedimiento se dejó de lado la evaluación de los textos, su impacto a través del tiempo en el que estuvieron en uso sin ediciones críticas o al menos, anotadas. Por lo tanto, casi nada sabemos del impacto que tuvieron durante el tiempo en el que fueron leídas, circularon e hicieron parte de los estantes de alguien. Nos estamos refiriendo a la historia de la recepción, el otro lado de la escala cronológica. Atenidos a esto, tenemos que aceptar que las llamadas «corrupciones textuales» también hacen parte de la obra. La mayor dificultad para sopesar esta condición, reside en el carácter técnico que caracteriza hoy en día la edición y circulación de los libros. De una parte está el texto protegido por la ley de derechos; por la otra, quienes hacen la edición electrónica, oprimen teclas y aplican códigos. En tal estado tecnológico, no podrían agregar de su invención ni una coma.
No era así en aquellas épocas; el escriba podía dar cuenta del texto que trabajaba y cuando algo no lo veía claro, lo modificaba o lo adaptaba a las necesidades de su círculo; con lo cual reinstauraba su entorno en la obra que copiaba. En verdad, no copiaban con criterios mecánicos o reproductivos, su trabajo hacía que los textos estuvieran siempre en desarrollo y fueran bien leídos por sus destinatarios que les pagaban.
¿A qué vienen las consideraciones anteriores? Para responder a esta pregunta anotamos lo siguiente:
a) Los textos eran escritos para ser usados y reusados. Literalmente, esto quiere decir que fueron tratados como instrumentos o herramientas, ¿instrumentos de qué? Allí está la pregunta con la que siempre tenemos que forcejear.
b) Los textos eran sólo un modelo para componer sobre ellos, excepto cuando se trataba de los sagrados; los de autores eclesiásticos; obras de la antigüedad o los libros de leyes, ya de manera fijos. Con lo cual las variables textuales de estos se podían imputar a errores inadmisibles de los copistas, mucho más graves en materiales legales.
c) Si cada texto está relacionado con una pluralidad de contextos, las fechas serán cambiantes, con lo cual, ¿por qué privilegiar una fecha sobre otra?
d) Por fin, lo que podemos sacar en claro es que los textos medievales, particularmente los literarios, tuvieron siempre la peculiaridad de estar adaptándose a nuevas circunstancias receptivas, es decir, a los círculos que los leían y en esto los copistas eran siempre complacientes.
Podemos darnos cuenta de que resulta contraproducente reducir los textos a un punto fijo de tiempo y espacio, cuando pueden ofrecer mucho más que eso. Puesto que los escribas continuaron su trabajo de copiarlos en manuscritos nuevos, con ello es tangible comprobar que permanecían útiles o al menos, correspondían a las expectativas de los círculos políticos que les proveían su sustento. Con ello estamos asistiendo siempre a la cuestión de la transmisibilidad de la literatura medieval, lo que implica para nosotros cuestionar qué es lo que entendemos por literatura. Es decir, desde el aquí y ahora nuestros defectos son relevantes; uno de ellas es por ejemplo no caer en la cuenta de que en la Edad Media «el creador no trata de reflejar en sus escritos su individualidad —otro problema distinto es que emerja de ellos— ni busca la singularidad como valor preferente y exclusivo. Las nociones de autoría y originalidad temática de nada sirven ante unos artistas orgullosos de recurrir a obras ajenas para escribir las suyas». (Lacarra, María J., y Cacho, Blecua Juan M. Historia de la literatura española. Vol.1, La edad media. España: Crítica, p. 6.). Nuestro trabajo como estudiosos debe asumir con claridad la manera de ilustrar en las producciones literarias medievales las herencias y las rupturas.
Si pudiéramos utilizar dos palabras para describir aquel proceso de producción textual, serían: adaptación y renovación. De ahí entonces que al leer alguna de estas obras necesariamente estaremos avocados a una mirada parcial, lo cual resulta ineludible. Es por ello que la trayectoria que ha seguido la crítica al Libro de Alexandre es digna de toda una historia. En efecto, se trata de un cúmulo de estudios que van desde quienes la sitúan a comienzos del siglo XI hasta quienes la fechan al final del siglo XV. Los argumentos son múltiples y han constituido una inmensa bibliografía de estudios acerca de la obra. Es valioso que rescatemos una constante, las obras de la literatura medieval siguen ofreciendo las mismas dificultades a lo largo de los siglos. No obstante, poseemos hoy más medios técnicos y científicos como la ecdótica, sin embargo, repetimos, es la concepción de literatura que sostengamos la que sigue siendo obstáculo más que fuente de iluminación para los estudios literarios medievales; la llamada «autosuficiencia del arte es un concepto moderno».
Si nos acercamos a ver el extenso poema en su originalidad, nos sale al paso la versión francesa del Alexandreis de Gautier de Châtillon. Algunos críticos más benignos dicen que es la fuente del poema y no una imitación de él como han sostenido otros. También la cuestión del autor sigue en la penumbra. Tal como figura en las dos versiones textuales, la primera de ellas lo atribuye a Gonzalo de Berceo y la de París a Juan Lorenzo de Astorga; puesto que así aparece en la estrofa final de cada texto.
Interesados en la obra castellana, nos damos cuenta de su valor intrínseco como un testimonio de cultura material. En verdad, además de ser la historia del legendario Alejandro Magno, bien conocido por la historiografía escolar, su contenido es un material de consideración que, además de la selección temática, nos remite a la existencia del studium generale de Palencia. Es un poema en el que su autoría parece recaer sobre escolares relacionados con un studium ya que de verdad «conocían la educación que se desarrollaba en otros lugares de la Europa de su tiempo; bien por haber estudiado en ellos o por haber aprendido de maestros de studia europeos que enseñaron o frecuentaron el de Palencia». (Fuente, María J. El Estudio General de Palencia. La primera universidad hispana. Palencia: Cálamo, 2012. P. 201). Así que estamos haciendo referencia a la primera universidad hispana (algunos críticos dicen que fue primero el studium de Salamanca) de la que tenemos noticia.
La trayectoria del studium que llegó a convertirse en studium generale, comparte el comienzo de todos los studia europeos; sus comienzos son difusos y se hunden en las antípodas de lo que es el nacimiento de las instituciones contemporáneas. Esto quiere decir que no hay un acto fundacional y ni siquiera un documento que pueda servir de base para marcar sus inicios. Todos sabemos que la universidad es la herencia medieval por antonomasia y los studia generalia, los comienzos de aquellas. Asimismo, caracterizados por recibir estudiantes de todas partes; contrario al studium que es localista y ceñido a dos o tres materias particulares. Es a partir del siglo XIII que comienza a utilizarse «la denominación studium generale para designar a los centros de estudio a los que llegaban estudiantes de todos los lugares, escolares que solían agruparse en naciones o universitates». (Fuente, o.C., p. 67). He consultado en varias fuentes y parece que en Italia se les llamaba naciones, en Francia se utilizaba más la expresión universitates; lo importante es que ambas hacían referencia a los estudiantes o escolares, como se les suele denominar en el vocabulario de la época.
¿Cómo se originó el studium de Palencia? Para los amantes de la filogénesis, conviene remontarse a las escuelas catedralicias, sus antecesoras en el tiempo; de estas a las escuelas parroquiales, donde las hubo. En el fondo lo que subyace es la trayectoria de la variedad de la experiencia educativa que permea la historia hasta perdernos en lo probable. La educación fue básicamente una actividad a cargo de la iglesia y que donde fue necesario, acogió a quienes se dedicaban a actividades diferentes a las eclesiásticas, en especial, los procesos pedagógicos de lecto-escritura. Es de notar que las comunidades monásticas, dado su carácter de cenobio, tuvieron sus propios centros de formación sólo para sus monjes, aunque también hubo excepciones. Como podemos colegir, desde finales del primer milenio de nuestra era se trazaron dos modelos de escuela: la monástica y la catedralicia. Es de la segunda, en su desarrollo y/o espontáneamente, como suelen afirmar algunos críticos, de la que surgió el studium palentino y llegó a ser universidad desde comienzos del siglo XIII.
Hacemos esta digresión para contextualizar la aparición de la universidad como una exigencia del orden económico, social y político. En verdad, no se trató de un acto de buena voluntad o un deseo de sabiduría de algún individuo particular, aunque esto coadyuvara, no fue un factor unívoco. No es fácil debatir con un cúmulo de estudiosos que dejan a la espontaneidad o al extraño mecanismo del azar, la formación de las primeras instituciones que concedieron títulos para ejercer una profesión. Aunque suene muy prosaico, somos realistas, desde muy temprano el saber validado por una institución entró en el mercado de la oferta y la demanda. Lo que quiere decir que si las formaciones sociales y políticas exigían hombres formados ad hoc para las crecientes cancillerías, las actividades notariales y las leyes, las universidades los ofrecían para suplir esas necesidades demandadas crecientemente. Es por ello que en Bolonia, París, Oxford y Palencia existían studia generalia mucho antes de que el rey o el Papa de turno lo aprobaran. También podemos tener en cuenta que «las cortes de reyes y nobles, los concejos que comenzaban a florecer en ese tiempo, contrataban a los escolares. Palencia era un semillero de escribanos reales; el estudiante que pasaba por Palencia estaba seguro de poseer las técnicas necesarias para trabajar en una cancillería». (Fuente, o. C., p. 110.)
Así que la producción del Libro de Alexandre parece vinculada a un trabajo del studium generale de Palencia. Pero, ¿cuáles fueron los orígenes de este? Para responderlo debemos referirnos al obispo de Palencia, Tello, señor feudal de la ciudad, quien junto con el cabildo, sostenían una escuela catedralicia de prestigio que con su crecimiento y capacidad de pago a los maestros, llegó a ser studium generale. Su fortaleza inicial estaba en la enseñanza del Trivium (lógica, retórica y dialéctica) pero también se instruía en el Quadrivium (música, geometría, aritmética y astronomía), tal como lo leemos en el Libro de Alexandre: «Se las siete artes todo su argumento / bien se las cualidades de cada elemento / de los signos del sol siquier del fundamento / no-s’ me podría celar quanto ual’ un acento». (Estrofa, 45).
La historia del studium de Palencia, así como las razones de su inanición, se hunden en innumerables conjeturas que van desde las penurias económicas, pues no contaban con el apoyo económico de los reyes; al contrario, estos se quedaban con las tercias que los Papas les suplían; aducían como pretexto la guerra contra los moros. También se considera que el studium palentino no se adaptó a las nuevas demandas de abogados y al no ofrecer estudios de derecho, los estudiantes se fueron a Bolonia o Salamanca. Las conjeturas comportan también reticencias eclesiásticas frente a lo que algunos autores han denominado «la herejía universitaria». Como si fuera poco, los estudiantes siempre han sido literalmente, un problema para cualquier orden establecido, no tanto por su impericia juvenil, cuanto por su disponibilidad continua a explorar, conocer y a agruparse para la diversión y otros fines, también políticos. Este último notable en la Edad Media.
Si existe una expresión, en apariencia «contemporánea», para caracterizar muchas producciones artísticas hoy en el siglo XXI es la de «creación colectiva». Pues bien, no resulta tan moderna si penetramos los pormenores de la composición del Libro de Alexandre. Guardando las debidas proporciones y sabiendo la distancia que invocamos, fue probablemente en aquel studium palentino que se compuso la obra. Tal cual, «el ideal de realeza sapiencial se difundió a través de una de las obras literarias que salen del studium palentino en la década de 1220, el Libro de Alexandre». (Fuente, o.C., p. 82). Con ella se quería realzar la figura del rex scholaris, el rey estudioso, que en la figura de Alejandro Magno, relaciona la sapientia con la fortitudo. En efecto, «Alfonso VIII con la victoria de las Navas de Tolosa y Fernando III con la continuación de la obra conquistadora de su abuelo. No deja de haber un paralelo entre estos monarcas castellanos y Alejandro». (Fuente, o. C., p. 82.). Como podemos leer en el poema, Alejandro comienza con investirse caballero: «Tú da en estas armas, Señor, tu bendición, / que pueda fer con ellas atal defunçion / cualque nunca fue fecha en esta definición, / por que saque a Greçia de tal tribulación». (Estrofa, 122). Con su auto investidura como caballero, no le rinde homenaje a nadie. Tampoco eligió padrino, por lo tanto, sólo Dios estuvo por encima de él. Acontecimiento que jugó un papel ideológico ejemplar, también Alfonso XI de Castilla (siglo XIV) se invistió a sí mismo caballero y fundó la Orden de La Banda.
Del Libro de Alexandre se tomó en alta consideración la formación escolar para el ejercicio del monarca perfecto. Como también se cuenta en el poema, Alejandro fue discípulo de Aristóteles. De esta manera, cuando en la configuración del ideario del monarca castellano se incluyó la sapientia, se comenzó a asociar a los reyes con la aparición de los studia. Así ocurrió con el rey castellano más reputado por su sapientia, Alfonso X, «el rey sabio». Es entendible que «las producciones del siglo XIII se caracterizaron por orientarse a enfatizar la política de una monarquía que iba creciendo y en la cual el rey adopta, de modo definitivo, el centro político y jurídico del poder, es decir, la jurisdicción central». (Fuente, o. C., p. 213).
Otro elemento significativo lo encontramos en la llamada poética de la imagen regia, en el caso particular del poema, leemos acerca de la heráldica: «La obra del escudo vos sabré bien contar: / y era debuxada la tierra e la mar, / los regnos e las villas, las aguas de prestar, / cascuno con sus títulos por mejor devisar. // En medio de la tabla estaba un león / que tenié so la grafa a toda Babilón, / cataba contra Darío, semejaba fellón, / ca vermeja e turbia teniá la su visión». (Estrofas 96-97). Es sabido que la heráldica es una especie de marca teológico-política del poder, por eso es importante: «La heráldica, a través de las combinaciones y de la situación de los distintos elementos a lo largo y ancho del escudo, permite, de hecho, un alto grado de intervención en la construcción de su identidad». (Ayala de, Martínez Carlos. Las órdenes militares hispánicas en la edad media: Siglos XII-XV. Madrid: Marcial Pons. 2007. P. 457). Así podemos constatarlo desde las monarquías leonesas y siguiendo con las alfonsíes.
Regresando al tema de las universidades, es de esperarse que dado su quehacer en las cancillerías y la cultura; muy pronto las autoridades políticas vieran en ellas un bastión de creciente alcance y por lo tanto, quisieran hacerse a su control. Así fue, tanto el Papa, como el emperador o el rey, entrarían en los nuevos conflictos surgidos por el ejercicio de la dirección de las universidades; de esto contamos, por fortuna, con abundante documentación. El paso de studium generale a studia generalia, fue el ingreso en «las dinámicas del poder; los movimientos de todo tipo en los que se negocia y se pone en práctica la obtención de privilegios jurídicos, jurisdiccionales, políticos y culturales». (Fuente, o. C., p. 61.).
Una conclusión muy parcial nos lleva a valorar el studium palentino como un centro de difusión de la lengua vernácula. De él tenemos las obras más importantes asociadas por la historiografía literaria, al mester de clerecía: el Libro de Apolonio y el Libro de Alexandre. Productos de quienes se entregaron a enseñar y estudiar en aquel centro y que hoy podemos comenzar a darle nuevas valoraciones dentro de la trayectoria de la literatura medieval castellana.
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* John Jaime Estrada. Nacido en Medellín, Colombia. Graduado en filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Estudios de teología y literatura en la misma universidad. Maestría en literatura en The Graduate Center (CUNY). PhD. en literatura en la misma institución. Actualmente assistant professor de español y literatura en Medgar Evers College y Hunter College (CUNY). Miembro del comité de la revista Hybrido e investigador de filosofía y literatura medieval. Su disertación doctoral abordó el periodo histórico de las relaciones entre el Islam, judaísmo y cristianismo en Castilla durante los siglos XI–XIV. Investigador personal de tales interrelaciones a través de la literatura medieval castellana, en particular en la obra el «Libro de buen amor».