EL DESEO Y EL YO TRASCENDENTAL
Por Miguel Alavalcívar*
De Pitágoras aprendimos que el hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos; luego, con Heidegger reconocimiento que el mundo es posible por el choque de dos deseos distintos, y en Demóstenes identificamos que cuando se pierde una batalla hay que saber retirarse, porque solo las derrotas pueden librar una siguiente batalla. Ante esto, ¿radicará la verdad personal en los deseos? Es necesario, como sostenía Kierkegaard, que se deba encontrar una verdad que sea verdad para uno mismo y estacionarla en el alma, aunque sea un acorde y la disonancia una enfermedad, como decía Pitágoras.
Luego de este tejido de ideas, pensadores, y apreciaciones que reflejan un breve pero dilecto concepto de un yo mucho más profundo, es inevitable redescubrir aquel denominador común que desde el periodo cosmológico de la filosofía (entiéndase: periodo presocrático) espetaba nuevas pretensiones como especie. Me gusta derivar siempre en aquella reflexión que bien señala lo siguiente: “la vida es más ancha que la historia”, y es así como el amor a la sabiduría, conceptualización de filosofía que siempre me he resistido a aceptar, es el deseo de conocer la muerte, una eutanatología que experimentan los existencialistas.
La filosofía como espejo personal, al analizar desde aquí los deseos, nos ha enseñado que el optimismo no se toma suficientemente en serio la desesperanza. Recuerdo que al emperador Francisco José se le atribuye haber comentado que mientras en Berlín las cosas eran serias pero desesperadas, en Viena eran desesperadas pero no serias.
La alegría es una de las emociones más banales: uno las asocia con andar correteando en un disfraz con nariz roja, sabiendo que la misma palabra felicidad comparada con el francés bonheur o el griego antiguo eudaemonía tiene connotaciones de bombonera, mientras que contiene un aire bovino. Dudo de que pueda existir una forma profunda de optimismo que enderece el camino a los deseos, tal vez, viéndolo como una forma degenerada, incorregible, e ingenua de esperanza.
Marx escribió alguna vez: “las contradicciones desesperadas de la sociedad en la que vivo, me llenan de esperanza.” ¿Cuál es el ancla que tienen los deseos para simplemente quedar en meras pretensiones? El empiriocriticismo sostiene que no existe otra cosa que las sensaciones; por el contrario, la inmanencia afirma que todo es inmanente a la conciencia, transformando aquel idealismo es un solipsismo, si considera que la conciencia del sujeto cognoscente es lo único que existe.
Tesis más, tesis menos.
Los deseos del hombre lo llevan a realizarse como tal, aduciendo uno de los tipos de movimiento aristotélicos, quizá el trascendental.
—
Desiderata filosófica Cronopio es la nueva columna de Miguel Alavalcívar sobre temas filosóficos y estudios políticos.
______
*Miguel Alavalcívar es Licenciado ecuatoriano en Filosofía y Ciencias Psicosociales; escritor de novela filosófica con tres publicaciones (El mundo contado al revés, Prozac: un libro a cuatro manos, El Trapecista); exponente en la FIL Guayaquil 2011 y embajador cultural del Ecuador en la FIL Guadalajara 2013; miembro de la Casa de la Cultura -Núcleo del Guayas- desde 2012; actualmente Director Académico y COO Partner en Arcis Capacitaciones, Director Académico en Grupo Compás; docente de Filosofía, Teory of Knowledge y Filosofía del Arte en nivel medio IB y superior.