Taller de escritura Mario Escobar Velásquez

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DIARIO

Por Manuela Paniagua Barrientos*

Sábado 10 de julio de 2021

Hace diítas estaba apareciendo la Manuela del pasado y hoy permaneció hasta las 11:00 p.m. Ella se asoma cuando descuido a la Manuela del presente. Tan perdida estaba que cedí la adulación, aun sabiendo de qué está cargada. No quiero tener sexo con Felipe, desde hace mucho mi libido está cada vez más baja. Felipe me molesta mostrándome imágenes desérticas y comparándolas con mi vagina, no es una imagen cercana porque ella sigue mojada. Sin embargo, hay dos hombres con los que fantaseo, corto pero intenso. Imagino que está lloviendo y casualmente estoy cerca de la casa de alguno, estoy emparamada y me topo con «él». Me dice que vayamos a su casa que es cerca. Entramos, me presta una toalla, me seco el vestido por encima, mis pezones están parados, él los ve y… tengo que inventarme otra historia, ya esta es demasiado forzada.

Hoy sucedió algo con uno de ellos: por WhatsApp descubrimos nuestro deseo compartido. Me supe deseada y eso me elevó, si me hubiera propuesto vernos en ese momento, hubiese ido sin dudarlo. Sabía que estaba pasando por un momento hipomaniaco, todo lo podía, todo lo quería, todo lo tenía. Caí fuerte y me sentí tonta por haberle dado espacio a mi ego. ¿Para qué enredar los vínculos? ¿Por qué mi salida sigue siendo el sexo? Grité de una forma extraña y fui a la tienda a tomar soda michelada.

Domingo 11 de julio de 2021

Debía terminar de aprenderme el texto. No es muy difícil pero hay dos momentos en que debo decir las cosas al pie de la letra. Nunca tuve problemas con aprenderme libretos larguísimos, incluso el de mis compañeros, pero últimamente me cuesta más. Mi yo fatalista diría que es la edad, mi yo más sensato tal vez piense que es la soledad. Memorizar textos con otras personas es mucho más sencillo, lo sueltas y los otros revisan si está bien o no. Cuando ensayo sola no hay devoluciones inmediatas.

La partitura de movimientos debe encontrar organicidad. Mi cuerpo está pegado y él es malagradecido.

No me cuadra el final.

Lunes 12 de julio de 2021

Terminé de ver una serie, Love Life, es bella y aunque intenta no ser predecible lo es. Me gusta que en ningún momento pensé en los actores, la historia me conmovió y mantuvo presente. Al terminar, seguí pensando en Derby, la protagonista, y comparé su vida con la mía. Salí perdiendo.

Como no me cuadraba el final inventé tres nuevos para la obra, ninguno es.

Martes 13 de julio de 2021

La canción nueva de JLo me encanta y a las 10 a.m. ya la había bailado diez veces. Me grabo en el celular, le sigue faltando fluidez a mis movimientos.

Me encontré con Julián, hizo que me saliera veinte minutos antes del taller de lectura. Iba a entregarme un palo de agua que hizo el favor de recoger. Fuimos a un lugar que frecuentábamos cuando éramos novios, yo tomé chocolate (estoy dejando el café, este es el tercer día) y él, café. Lo sentí acelerado, me resumió su último mes y me dijo que iba a ser papá. Mi sorpresa fue genuina. Sé que Julián no quiere hijos y además tiene una relación extraña. Soy la primera a la que se lo dice y lo sabe hace mes y medio. Me inquieta su silencio, ¿cómo puede guardar algo tan grande? ¿tendrá miedo a que lo juzguen? Ya está muy viejo, pues, pa’ ponerse en esas cosas. Le dije que ojalá el bebé salga lindo, él dijo que era más importante la salud, lo dudo, sé que él no quiere que saque sus orejas. Lo abracé de lado y le deseé suerte, él respondió distante.

Miércoles 14 de julio de 2021

Lo que me gusta del gimnasio es que tengo que estar tan concentrada haciendo los movimientos para que sean correctos y no sufrir una lesión que me olvido de fantasear. Incluso las mujeres con cuádriceps duros y formados no me turban. Salgo del gimnasio y vuelve la cosa: imagino ser otra porque esta que soy hoy me hastía. Subí la loma lentamente, ¿qué pensará mi cuerpo de mí? ¿Por qué todas estas descargas nuevas, no te parece demasiado Manuela? No, y tampoco suficiente.

Se me pasó por la cabeza cancelar la temporada. La obra es plana y sin clímax. Defiendo el anticlímax pero sé que es algo que al público no emociona, en el taller de ayer alguien dijo algo como: es que eso no tiene elementos de novela, no es como lo que conocemos que es novela y que nos gusta. A la gente le atrae lo conocido. Ensayé en el «escenario»: mi sala. Aproveché que la casa estaba sola. Lo interesante de ensayar es que al hablar no te estás dirigiendo a nadie, algunos dirán que uno se imagina al público, eso es tonto e innecesario. Ensayar sola es hablarme a mí misma. No me veo, pero me siento. Y escucho los matices de mi voz. Estaba haciendo un sonsonete extraño, mañana no puede estar.

PASTORA

Por Luz Amparo Grajales**

A sus 15 años, Pastor del Socorro soñaba con ser bailarín de ballet y usar tutú, pero la pésima coordinación de sus pies talla 44 , y el rechazo de su familia campesina ante sus aspiraciones tan femeninas le impidió hacer realidad su sueño.

Decidió dejar atrás su pequeño pueblo perdido entre las montañas de Antioquia y partir hacia las calles de Medellín, abandonando familia, animales y tierra labrantía. Solo en este desarraigo, pensaba, lograría encontrarse.

Entre el parque Berrío y la Plaza Botero trató de bailar a su ritmo. Se instaló en un inquilinato alrededor del Centro Comercial Villanueva y con el tiempo adoptó el nombre de Gloria Pastora. Se tinturó el cabello de rubio gringo y lo dejó crecer a su antojo, los labios rojo pasión y los aretes gigantes le dieron un aire de mujer de mundo, aunque solo contaba con 16 años.

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Cuando la conocí en mis años de colegiala, vendía aguacates en la esquina de la iglesia de la Veracruz y aún no sabía de sus encantos eróticos. No fue sino hasta que le dio por usar minifaldas que descubrió sus casi 90 centímetros de piernas adolescentes y sus llamativos pies enfundados en zapatos de plataforma, que sintió la llamada del placer y allí en el centro de la religión y del pecado se sumió en un ir y venir en busca del amor.

Desde entonces Pastora se dedicó a pasear por las calles de Medellín con su caminar de modelo y su bolso de Hello Kitty que reflejaba la inocencia de su erotismo y como Afrodita atendía a los clientes con la seguridad de saberse deseada.

Muchos años después, cuando los avatares de la vida me llevaron a establecerme en el barrio la América, volví a ver a Gloria Pastora vendiendo aguacates en el atrio de la iglesia de la Virgen de los Dolores. Cuál no sería mi sorpresa al verla ya vieja, demacrada, pero aún vital y coqueta. Su cabello largo y rubio había sido reemplazado por una sucia peluca corta y de un color negro apagado, sus labios aún rojos ya carecían de pasión y su piel manchada por los estragos del sol agravaba aún más su apariencia otrora hermosa y llamativa.

Cada domingo le compraba los mejores aguacates que se pudieran ver en la América. Glorita, Gloria, Pastora, Pastorcita, apelativos que la ensalzaban y enorgullecían. Nunca, nadie se atrevió a decirle Pastor, aunque su ronca voz la delatara.

Con el tiempo Pastora bajaba cada vez menos desde lo cerros de Belencito Corazón, donde vivía ya en su adultez, hasta que un letrero de defunción en el atrio de la iglesia nos certificó la causa de su ausencia.

Unos decían que tenía sida, otros que cáncer, otros que la habían asesinado por celos, en fin. Nadie sabía qué había causado su muerte, pero en mis recuerdos la veía desfilar por las calles del centro como el Dios hermafrodito, con su escultural belleza fundida en un cuerpo de hombre y una elegancia de mujer.

PUNTO, CADENETA, PUNTO… CONTRA LA PANDEMIA

Por Ricardo A. Carvajal V.***

Mi madre supo desde el primer día que la cuarentena sería larga y dolorosa. Así, que antes de que decretaran el encierro total encargó a mi hermana, quien sería la beneficiaria de su trabajo, 18 tambores de hilo de todos los colores; y se dispuso, armada de paciencia y una aguja de croché, a tejerle un tendido para su cama doble.

Cuando le pregunté qué hacía me dijo: estoy tejiendo una Pandemia. Así llamó la que sería una enorme colcha multicolor, desde el día en que se sentó en la mecedora y colocó en el piso su primer tambor de hilo verde que, según dijo, representaba la esperanza. Tomó el extremo del hilo y lo enrolló en el dedo índice izquierdo para comenzar la tarea. A sus 90 años seguía tejiendo con destreza y sabía de pestes y pandemias porque sufrió en carne propia la viruela que mató más de 300 millones de personas el siglo pasado y que por poco la deja ciega. A pesar de haber sido vacunada, la contrajo en forma benigna y sólo le salieron cinco pequeñas donas rellenas de pus en su cuerpo, una de ellas en la córnea. Lo más difícil de la viruela era aguantarse las ganas de rascarse porque en el lugar de la viruela la piquiña era insoportable y lo único que le hacían al paciente era untarle Merthiolate o violeta de genciana. La viruela es milenaria y en América fue considerada por los conquistadores como un castigo divino con el cual aterrorizaron a los indígenas a los que en gran parte diezmaron con la fatal enfermedad.

A medida que mi madre avanzaba en la elaboración del tendido fue recordando las diferentes pandemias que vivió y las que afortunadamente, según ella, fueron superadas gracias a las vacunas que se iban desarrollando. El término vacuna fue adoptado luego de que el médico inglés Edward Jenner aprovechara la viruela que afectaba al ganado vacuno y que era más benigna, para inyectársela a los pacientes que de esta forma quedaban inmunes a la viruela humana. En principio hubo muchas reacciones, sobre todo de tipo religioso, ya que las gentes se oponían a que los humanos fueran inyectados con materia de un animal «inferior». Pero con el paso del tiempo y ante los resultados positivos en materia de inmunización, su fama le fue dando la vuelta al mundo que hoy lo reconoce como el creador de la primera vacuna y padre de la inmunología.

Mi madre también lidió con el tifus que mató a más de 4 millones de personas y que por poco se lleva a su padre, al que cuidó con tanto esmero que logró sacarlo de la crisis a punta de sopa de arroz con pichón de paloma, ya que no recomendaban comer nada sólido por temor a romper los intestinos del enfermo. Después de esto, su prestigio como cuidadora se regó en la familia que le llevaba los enfermos para cuidarlos. Entre puntada y puntada recuerda, burlona, a un cuñado muy escrupuloso que al principio se negaba a tomar los caldos de pichón de paloma que ella le preparaba, pero en cambio se comía el repello de las paredes de la habitación que estaba hecho con una mezcla de barro y cagajón de caballo que él arrancaba desesperado con las uñas porque se estaba muriendo de hambre. Después de unos días aceptó tomarse la sopa y se recuperó rápidamente. Entonces quiso seguir tomándola, pero ya no quedaban palomas en el barrio para llevarle los caprichos.

A pesar de su avanzada edad mi madre sigue siendo un ser completamente autónomo y además muy sana. Vive sola en un apartamento y se niega a aceptar la ayuda de una empleada, de modo que cocina, plancha y en general se encarga de los oficios de la casa. Además, es tan lúcida y tiene tan buena memoria que aún se sabe los teléfonos fijos de familiares y amigos y nos recuerda a los hijos las citas médicas que debemos cumplir, con fecha y hora. Todos disfrutamos aún de los exquisitos platos que prepara con esmero y de su variado menú de postres que comprende cerca de 20 diferentes sabores elaborados con esa extensa variedad de frutas que produce el trópico.

Alternando con los quehaceres, los postres y la mazamorra que prepara cada semana, diariamente durante varias horas se sentó en la mecedora y con delicados y pacientes movimientos de sus manos le fue dando forma y color a Pandemia en un rítmico «punto, cadeneta, punto», que en franjas de 7 centímetros de ancho por 2.30 metros de largo iba llenando y alegrando la habitación. Y con cada puntada que avanzaba en la confección del tendido, sus recuerdos sobre otras pandemias que habían azotado a la humanidad se iban haciendo presentes en su mente. Me contó sobre los estragos producidos y la forma en que se combatían. Además, parecía no estar afectada como todos nosotros por la cuarentena decretada por el Gobierno y que a los dos meses ya nos estaba enloqueciendo. Más bien parecía disfrutar del encierro al tiempo que se burlaba de la paranoia que fue apoderándose del mundo.

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Sentada en su mecedora y haciendo un delicado nudo de un nuevo color, me dice que el sarampión se trataba con infusiones de boñiga. En una bolsita de tela se echaban dos cucharadas de boñiga fresca, se amarraba y se sumergía por unos minutos en leche caliente con azúcar y luego se le daba a beber al enfermo como un té. Además, les daban sopa de arroz con cilantro de sabana. Nadie ha podido demostrar la efectividad de la boñiga, pero mucha gente creía más en ella que en la vacuna. Yo personalmente creo que los niños se aliviaban más rápido por el temor a seguir tomando las infusiones de boñiga. A partir de la década del 60 del siglo pasado se empezó a vacunar a la población infantil a nivel mundial contra el sarampión, logrando bajar el número de muertes anuales de 2.600.000 a tan solo 140.000; y aunque en algunos países ya está totalmente erradicado, aún se siguen presentando casos en los más pobres que son los que aportan el mayor número de víctimas por las bajas tasas de vacunación.

Cuenta mi madre que al principio muchas personas se mostraron renuentes a colocarse las vacunas que se fueron creando para combatir los diferentes virus que azotaban a la humanidad y preferían ver morir a sus hijos víctimas de un sarampión o viruela, antes que aceptar vacunarlos. La vacuna del sarampión en lo que va del siglo ha salvado unos 23 millones de vidas y sin embargo todavía existen personas que se niegan a aplicársela a sus niños. Esto mismo ocurre hoy con la vacuna del Covid–19 sobre la cual se ha especulado con toda clase de mitos y mentiras que increíblemente han llevado a muchas personas a rechazarla. El principal mito habla de alteraciones en el ADN de las personas que la reciben. Los científicos explican al respecto que para despertar la respuesta inmunitaria, tradicionalmente las vacunas llevan al organismo el germen atenuado o inactivado para que este genere anticuerpos. Con la vacuna del Covid–19 no se inyecta el virus en el organismo sino que se inyecta ARNm (mensajero) que enseña a nuestras células a producir una proteína que desencadena una respuesta inmunitaria dentro de nuestro organismo que al producir anticuerpos nos protege del virus real. Las vacunas con ARN mensajero les dan instrucciones a nuestras células para que produzcan una porción inocua de lo que se conoce como «proteína Spike», presente en la superficie del virus que causa el Covid-19.

Al iniciar una franja de color rojo, mi madre recuerda los estragos causados por la tuberculosis que aún hoy afecta a unos 10 millones de personas al año, de las cuales 1.500.000 mueren. Mi madre sigue recordando y narrando sin detener sus dedos que con suaves y constantes movimientos continúan dándole forma a la gran colcha. La tuberculosis, continúa, es una enfermedad tan temible que los enfermos prácticamente eran aislados y dejados a su suerte negándoseles cualquier tipo de ayuda por el temor al contagio; y cuando morían, todas sus pertenencias eran rociadas con gasolina y quemadas sin contemplación. En muchos casos se quemaba incluso la vivienda del enfermo y si este vivía en una casa campestre o en una finca, se prohibía consumir los frutos de los árboles de dicha finca o beber la leche que producían las vacas hasta por varios años después de la muerte del enfermo.

Seis meses después de comenzar a tejer, el tendido parecía una gran bandera del orgullo gay, pero no con 8 sino con 18 colores que lo hacían lucir más vistoso aún y además le permitió a mi madre seguir recordando las pandemias que vivió como la de malaria o paludismo que según cuenta, les dio a sus hermanas a pesar de que su madre elaboró toldillos de «Tull» para todas las camas. Entonces vivían cerca a las ladrilleras de Guayabal donde los caballos caminaban por horas en círculos pisoteando el barro y amasándolo para la elaboración de las tejas y ladrillos. El terreno húmedo y pantanoso favorecía la proliferación de zancudos que inundaban literalmente las viviendas transmitiendo el paludismo a sus moradores. Este afecta anualmente unos 200 millones de personas, de las cuales fallecen 500.000. El colombiano Manuel Elkin Patarroyo desarrolló la primera vacuna sintética contra la malaria y aunque en principio su efectividad sólo fue del 50%, en la actualidad se hacen avances para lograr una efectividad del 96%. El paludismo se trataba solamente con pastillas de quinina y abundante líquido para contrarrestar la fiebre alta que afectaba a los pacientes todos los días a la misma hora. Era como la visita del mismo demonio que se metía en el cuerpo y atormentaba al paciente que debía resignarse a soportar el calor y la resequedad hasta que éste decidiera salir de nuevo. Mi abuela para prepararse hervía bastante agua y la envasaba en botellas que colocaba debajo de las sábanas del enfermo cuando este comenzaba a sentir los escalofríos y los temblores previos a la fiebre. Muchos pacientes convulsionaban durante la fiebre y debían ser hospitalizados mientras que otros se recuperaban con los remedios caseros.

Las manos de mi madre se detienen por un momento, levanta la cabeza y cierra los ojos como para descansar un poco y dice: Anteriormente la gente moría muy joven pero gracias principalmente a las vacunas, hoy la gente vive más años, y si no, míreme a mí.

El premio Nobel de medicina J. Hoffman dice que no vacunar los niños es realmente un crimen. Y agrega que gracias a las vacunas se han logrado salvar 1500 millones de vidas. Con los ojos encharcados mi madre recuerda el hijo de una amiga suya que sigue arrastrando una pierna seca a causa de la Poliomielitis que lo afectó porque su madre no creía en las vacunas. Y es que el movimiento antivacunas a pesar de ser inspirado en «fakenews» se ha convertido en una de las 10 principales amenazas contra la salud mundial según declaró la OMS. Desde el mismo nacimiento de las vacunas, han existido personas que en forma sistemática se han opuesto a su aplicación, pero en los últimos años este movimiento tomó fuerza a raíz de un estudio presentado por el médico británico Andrew Wakefield en el cual se establecía una relación directa entre la aplicación de la vacuna triple vírica y la aparición del autismo. A pesar de que pronto se demostró que su investigación era fraudulenta y que por eso fue expulsado del cuerpo médico británico y le fue retirada la licencia, muchas personas se quedaron con la primera idea que sus fanáticos han seguido regando por el mundo.

Después de dar 4´600.000 puntadas, es decir, 16.545 diarias durante 278 días, mi madre entregó su «pandemia» completamente terminada y aunque cansada, dice que al paso que vamos, la permanencia del virus le dará tiempo para hacer otros cuantos trabajos en croché. Mientras tanto, corrió a vacunarse porque no quiere dejar un tendido empezado.

* * *

La presente columna recoge las creaciones de los estudiantes del «Taller de escritura Mario Escobar Velásquez», ofrecido en el Parque Biblioteca de la Floresta por el escritor Andrés Delgado, quien, según sus palabras:

Dicen que a un taller de escritura se va a aprender a escribir, pero nada más relativo, como decía don Einstein.

En la Biblioteca La Floresta hay un taller que antes de la mal llamada Pandemia se llamó «Amigos creativos» y allí sí que existió un virus, letal, carnicero y mortal. El virus de la lectura y la escritura. Todos los sábados un grupo de devoradores de libros nos reuníamos a las tempranera hora de las ocho de la mañana y, tinto en mano, leímos, criticamos con espada y capa de cocodrilo para no sufrir, y escribíamos lo que creíamos sería un bestseller de nuestras pacíficas e irreverentes vidas. Pero lo más importante no era aprender a escribir sino aprender del otro, conocer de historia, de ortografía, gramática; conceptos que en la vida diaria usamos sin saber si están bien dichos o no. Cosas así se aprenden en un taller de escritura. Pero claro, el que vaya a un taller para ser un gran escritor, allí también encontrará sus musas y saldrá triunfante a editar su libro y después muy orondo recordará el lugar y la hora que hizo de sus «barrabasadas» el éxito literario con que todo escritor sueña.

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* Manuela Paniagua Barrientos. Licenciada en Teatro. Actriz del Teatro el Tablado desde 2010 hasta el 2014, con presentaciones de obras y lecturas dramáticas a nivel local, regional y nacional. Luego de una ruptura con el teatro clásico, decidió explorar la performance con propuestas como «El show debe continuar», «¿Por qué me apego a lo muerto?», y «¿Quieres ver lo que hago en mi casa?» Ganadora de beca de creación estímulos PP, 2020. También experimenta con el teatro underground, con pocos espectadores, en el que trabaja la autoficción, el teatro documental y la intimidad en obras como «Esto es una trampa», «¿Qué pasó? 19-04-2015» y «La vaca», escritas e interpretadas por ella.

** Luz Amparo Grajales. Dicen que nació en Sonsón Antioquia y allí vivió y soñó por sus agrietadas calles hasta la edad de los doce años. Emigró a la gran cuidad de Medellín y allí se graduó de bachiller en poco y en todo, vagando entre hippies, prostitutas y ladrones en el prestigioso y popular colegio del CEFA. Posteriormente le dio por gastar más dinero del «papi», que todo le concedía, y se graduó de Educadora en Preescolar. De allí salió premiada y elevada al santo nombre de «Mamá». Cometió el sacrilegio de casarse y después lo rectificó con una separación exitosa y feliz. Vive en compañía de su hijo. Un día, hace quince años, le dio por contar cuentos; y ahí está entre los abuelos cuenta cuentos de la biblioteca la floresta ejerciendo un voluntariado que alimenta su mente y corazón.

*** Ricardo A. Carvajal V. Nacido en Medellín, estudió Comunicación Social y trabajó en radio y en periódicos barriales. Por problemas políticos debió salir del país y se radicó en Estados Unidos donde trabajó un tiempo como columnista en el periódico «El Hispano», ya desaparecido.
Actualmente está preparando un libro en el que recopila algunas de sus crónicas de vida.

Reseñas enviadas por los autores. N. del e.

 

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