Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*
Después de casi cuatro años de haberme graduado del doctorado (verano de 2020 en plena oscuridad pandémica), he comenzado a procesar algunas vivencias que experimenté durante mi formación académica e intelectual cuando lo estuve cursando. Además de saludarlos, queridos profesores, quiero compartir con ustedes, algunas ideas que he estado reflexionando en medio de este proceso de asimilación, en aras de fortalecer la educación impartida a los estudiantes. También quería enviarles un saludo afectuoso. Decirles que los extraño mucho y también agradecerles a todos los años de formación que tuve con ustedes. Gracias por sus enseñanzas y sus consejos.
1. Creo que se hace necesario visibilizar la educación que ustedes ofrecen por medio de iniciativas como el Simposio de Estudiantes que organizamos en 2020 y que se pospuso debido a las inclemencias del Covid y que nos vimos conminados a celebrar en 2021 en pleno confinamiento. Estoy convencido de que es esta una manera amena de atraer nuevos estudiantes que pueden llegar desde el extranjero. Creo que fue un verdadero éxito: cincuenta y dos estudiantes se conectaron desde Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia y compartieron sus ponencias sobre crítica literaria, literatura y pedagogía. Sin embargo, hubiera sido pertinente que nuestros profesores hubiesen participado de una manera más activa y comprometida. Agradezco a la Profesora M.S. por ser nuestra guía en el evento. Y también a las profesoras D.H. y M.J.M. —asimismo sé que la actual decana M.M. hace lo que puede mientras intenta despejar tantos cardos en el camino— por acompañarnos con sus reflexiones. En realidad, solo ellas cuatro son un faro de luz en medio de tanta oscuridad, rencillas, luchas, guerras frías intestinas en las que también hay bipolaridades y se presentan multipolaridades colisionadas. Es realmente desconsolador y deprimente todo ese escenario.
2. La enseñanza debe ser una prioridad: Yo siempre he visto como un ejemplo a imitar esas curiosas relaciones personales que se tejieron, por ejemplo, entre Simón Bolívar y Simón Rodríguez, entre Sócrates y Platón, entre Platón y Aristóteles, entre Aristóteles y Alejandro Magno y así, un largo etcétera. Es decir, contemplo con emoción cuando un maestro es luz para un alumno, cuando lo ilumina y lo guía en medio del difícil camino del entendimiento o en nuestro caso, desde la academia. Está muy bien que como docentes sintamos pasión por nuestras investigaciones. Eso es necesario e importante. Sin embargo, también estamos abocados a iluminar a nuestros estudiantes, a transferirles esa pasión por la literatura, la pedagogía y por las humanidades. Al fin y al cabo, nuestra profesión tiene que ver también con construir un mundo mejor. Formando a nuevos estudiantes, estamos procurando que esta vida sea mucho más llevadera. No todo debe centrarse en investigaciones personales y ensayos pesados como bloques de cemento que no pasarán de tres o cuatro lectores bucólicos. Demos la vida por nuestros muchachos, por esos chicos que apenas se están iniciando en este mundo de la academia. Evitemos barreras y no vivamos metidos en fortalezas. Estrechemos lazos de amistad, cooperación y diálogo. Somos humanistas, seamos como hermanos y no seamos como esos pitbulls con sarna que se muestran los colmillos en Amores Perros de Alejandro González Iñárritu, en medio de las peleas barriales organizadas por los protagonistas. Eso no lo podemos olvidar.
3. Mayor compromiso y responsabilidad de los asesores de tesis: Recuerdos a la Profesora G.P.-A., mi asesora en la disertación doctoral, la evoco y la recuerdo con tantísimos afectos. Aún rememoro cuando le entregué mi tesis con los capítulos que no estaban integrados y que bajo la omisión malintencionada y desdeñando el más elemental trabajo de edición —creo que eso hasta lo sabe el rabioso y antiético director del periódico amarillista en el que trabaja Peter Parker cuando no es Spiderman— no juntó todo el material para que fuese condensado como libro, segmentado por una introducción, unos capítulos y unas conclusiones, como tiene que ser. Entonces envió todo ese mamotreto desordenado al comité evaluador, sin índice y sin brújulas. De repente, para mi sorpresa, ella agendó mi defensa doctoral para un estresante viernes de finales de primavera: de cara al pelotón de fusilamiento, el Profesor I.R. me cuestionó precisamente eso: ¿Por qué se había entregado el manuscrito en esas condiciones? A lo que me tuve que quedar callado mientras la rabia y la indignación me quemaban por dentro. Delante de los demás profesores en sus tribunas y frente a mí como si se tratase del cuervo de Edgar Allan Poe, que mira a su víctima, G.P.-A. solo atinó a decir que ella me lo había señalado y que me lo había advertido: entregarlo así era vergonzoso y que yo en medio de mi cerrazón, había decidido presentarlo de esa manera. Eso no fue cierto. Lo juro por mi alma que en algún momento se integrará con el macro y microcosmos: Ella nunca me consultó y entregó el manuscrito en esas condiciones a sus compañeros docentes. Lloré por dentro en plena defensa doctoral. Estaba indignado. Sin embargo, los capítulos de mi estudio hablaban por sí solos: los había parido con esfuerzo y dedicación; los había concebido con mucho amor, como se gestan unos hijos, y aunque yo nunca denuncié públicamente este bochornoso accionar (por temor a represalias y venganzas) de la docente mexicana, sin manifestarlo, sé que los demás miembros del comité finalmente se dieron cuenta de sus patrañas. Gracias a mi esfuerzo, pude graduarme en el verano de 2020 y ahora estoy en el proyecto fascinante de convertir mi disertación en un libro. Es esta toda una verdadera aventura literaria en la que viajo con mis ancestros por las cimas y simas de las montañas de Antioquia.
4. Incentivos para aquellos estudiantes con buenos o excelentes promedios: Creo que se hace pertinente establecer un sistema de estímulos para aquellos estudiantes que tengan un excelente promedio académico; premios que lleven a considerar que estudiar con disciplina sí vale la pena. Y los premios no tienen que ser cosas costosas: puede ser algo tan sencillo como un reconocimiento público, o algo simbólico que resalte la buena labor del estudiante (como el detalle de un libro, o una novela, un libro de ensayos, un poemario, etc). Eso es importante.
5. Tener un diálogo permanente con los egresados, tanto de maestría como de doctorado. Hacerlos sentir que son parte de esa casa bonita que siempre es la universidad. De pronto, algunos de nosotros, estamos escribiendo una novela o estamos puliendo nuestras disertaciones doctorales para convertirlas en libros. Sería un gesto valioso que los que ya nos graduamos, eventualmente en el futuro pudiéramos presentar nuestros trabajos a los profesores y a los muchachos que están estudiando, en alguno de los auditorios de Arts and Sciences. Serían espacios de mucha retroalimentación y aprendizajes. Después de la Pandemia, ya sabemos que gracias a Zoom y a otras interfaces, ahora no tenemos barreras nacionales.
6. Creación de clases dedicadas única y exclusivamente para la comprensión de la teoría literaria. Por mi parte, mi formación inicial se dio en el periodismo e hice mi vida entre periódicos, editores y rotativas. Nunca escuché hablar de Hayden White, Homi K. Bhabha, Terry Eagleton, etc. Ya que al Programa de Doctorado lo dejaron morir en un desierto calcinante, lo desterraron al olvido y sus osamentas fueron devoradas por los buitres, sería excelente que los muchachos de maestría pudieran recibir uno o dos cursos de fundamentación teórica para poder comprender lo que estos señores teóricos proponen. Un bebé no aprende a caminar desde el momento que nace: da sus primeros pasos meses después de su alumbramiento.
Eso era todo. Con el respeto que merecen, los saludo. En lo que queda de existencia, tengan una vida maravillosa.
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*Juan Manuel Zuluaga Robledo (Medellín, Colombia, 1982) es Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Missouri. Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, Magíster en Ciencia Política de la misma institución. Maestría en Artes y Literatura de la Universidad Estatal de Illinois. Trabajó en periódicos colombianos como El Tiempo y Vivir en El Poblado. Es director de www.revistacronopio.com