Por Memo Ánjel*
«—¿Qué quiere usted? —preguntó Ana.
—Las cartas de su amante –repuso él»
(Lev Tolstoi. Ana Karenina)
LAS BIFURCACIONES
La bifurcación significa la apertura de un compuesto en dos, pero sin perder el elemento que lo sostiene. Una línea recta que se abre en dos como una Y, una vida que asume otra dividiéndose, una situación que enfrenta su contraria y la vive. La bifurcación, que nace de un solo cuerpo y en la base se sostiene bien que mal (supongamos que es un árbol con dos ramas), está representada en el tarot con la carta 6, que son los amantes, los amores al escondido, las pasiones desmesuradas, las vidas secretas (My secret life, cantará Leonard Cohen), la ruptura moral, la doble intimidad, etc. Y esa bifurcación es como la lengua de una serpiente y la serpiente, por tradición occidental, es el pecado, la traición, la discontinuidad, la sospecha continuada y las rabias que aparecen al momento de tratar de dormir. Claro que también es un juego donde el otro pierde sin darse cuenta. O se da cuenta y lo admite porque él también es una bifurcación.
En cuestión de amores, las vidas bifurcadas (bifurcación viene de bifurcus, ahorquillado) han sido una constante. De Roma se cuentan las bifurcaciones entre Claudio y Mesalina, y las del mismo Claudio con sus sirvientas. En el Medioevo, Abelardo ahorquilla su voto de castidad y enloquece con Eloísa hasta que lo castigan cortándole sus órganos de goce. Ya en el Renacimiento, tiempo de pasiones dobles, Giovanni Boccaccio da cuenta en el Decamerón de amores furtivos y divertidos que se oponen a los platónicos propuestos por Dante (Beatrice), Petrarca (Laura) y Torquato Tasso (Eleonora del Este), mujeres éstas que solo permitieron ser cantadas y a distancia. Y en el Barroco y el Rococó, muchas como madame de Pompadour y Juana de Barry se legalizan como amantes en la corte de Francia, agregando que la reina contaba también con su valido. Todo indica que la vida cortesana, y especialmente en la España de los Borbones, tenía bifurcaciones por todas partes y de esto sabían los pajes, los confesores, las mujeres de la cocina, los guardias de palacio, los músicos de la orquesta y hasta Roxane, la mujer amada por Cyrano de Bergerac, que no accedió a nada debido al tamaño de la nariz del pretendiente. Y bueno, Wolfgang Amadeus Mozart, para que las cosas quedaran claras, compuso su ópera don Giovanni, que muchos asistentes vieron y oyeron mirando de reojo y sonriendo. El título completo era Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni, ópera jocosa que, en el drama de José Zorrilla, posterior a la obra de Mozart, propone un ambiente con muertos, diablos, apariciones en las iglesias y castigos. Y esto sí asustó a quienes vieron la presentación en 1844, que incluso rezaron y buscaron arrepentirse mientras seguían el argumento. Ya se sabe, en esto de bifurcaciones, hay muchos demonios que aparecen.
LAS BURGUESÍAS
El siglo XIX, que es el de la industrialización y las grandes casas de mercaderías, el del final de los descubrimientos de tierras y la concreción de las ciencias, es el tiempo de los burgueses. Ellos, con sus innovaciones y capacidad de hacer dinero, con la idea del desarrollo como fin y una vida que, al menos de apariencia, sirva de ejemplo a los demás, fundamentan su mundo en una moral de hierro con los propios y cercanos. El honor de la familia, la claridad en las finanzas y negocios, la confianza en los bancos y la desconfianza en cualquier otra revolución (son el fruto de la ilustración napoleónica), los ha hecho poderosos. Y no tiene escudos de armas, pero sí marcas de comercio, y el espacio de las cortes lo han cambiado por los clubes. En este ambiente, la vida es plácida y conservadora, las bibliotecas caseras hacen parte del mobiliario y los periódicos y revistas son la manera de informarse acerca de lo que pasa. Gustan mucho de las páginas sociales y las políticas. Y, como esta pareciera la norma, no es de extrañar que escritores como Julio Verne describan en sus novelas la geografía, la ciencia de su tiempo, las aventuras y la prospectiva de cohetes y submarinos, convirtiendo lo amoroso en una mera excentricidad. Pasa lo mismo con Honorato de Balzac (aunque al escondido escribe unos cuentos libertinos), que es muy cauto con lo que dice y mejor prefiere lo fantástico (La piel de zapa) y lo que va contra los valores y principios; con Charles Dickens (que es un victoriano convencido) aparece lo que debe hacerse y con Jean Austen los amores son domésticos, sin que falte Edgar Allan Poe narrando lo siniestro, etc. Pero como para que algo exista debe haber un contrario, también aparecen autores que comienzan a explorar el asunto de las pasiones al escondido. Han leído sobre la neurastenia y las intimidades de los burdeles, sobre la defensa de amores entre personas del mismo sexo (Oscar Wilde y su De Profundis, esa carta a su amante lord Alfred Douglas) y, paralelamente, se plantean historias sobre sí mismos, preguntándose si en lugar de ser hombres fueran mujeres, como bien se hizo en Madame Bovary, en la que Gustav Flaubert cuenta la vida de Emma, una mujer enamorada del amor y necesitada del ejercicio de todos los sentidos, y que al final se envenena y muere, pues para no desear hay que morir. Y pasa algo similar con La regenta, la novela de Leopoldo Alas (Clarín), en la que Ana Ozores, producto de un matrimonio aburrido, enamora a su confesor y a la par consigue un amante, lo que provoca, por celos, un escándalo debido a ese adulterio y sacrilegio (los amores con el cura), abundante en acciones ruines y asquerosas por parte de los acusadores. Ensañarse en un pecado ajeno es volverse peor.
Por entre los cánones burgueses, que defienden lo puritano, corren también la envidia y la mezquindad, el asunto del chivo emisario y el ejercicio de las apariencias. Y este es el caso de Effi Briest, la novela de Theodor Fontane, en la que una aventura de Effi se conoce años después de sucedida, pero esto no la libra de la condena y de que todas las normas prusianas la pongan contra la pared y al final la eliminen. A un hombre de honor no se lo traiciona siquiera por un minuto. Y que no se haya sabido y ya sea un pasado lejano, saberlo es como estar presenciando el hecho.
La bifurcación aparece cuando menos se piensa y en los clubes hay cazadores de desvíos. Y esto, entre todos los divertimentos burgueses (que van de los juegos de campo al paseo en caballo), es también una macabra diversión burguesa. Del placer al dolor, del enamorarse al miedo, esto marcó mucho al siglo XIX. Y se narró de manera magistral en Ana Karenina, interpretada por primera vez en el cine por Greta Garbo. Se dice que en los cines se lloró por Ana, aunque también se la maldijo, pues para algunos el adulterio de la mujer ficcionada les pareció peor que la Primera Guerra Mundial, en la que se puso de manifiesto que ganaba el más inhumano.
ANA KARENINA
A Lev Tolstoi, cuando en 1902 era casi un ganador fijo, no le dieron el premio Nobel de literatura porque, según los académicos, odiaba la cultura y se burlaba de ella poniendo por encima la vida rural y colectiva. Y si bien no lo dijeron, se comentó en los corredores, pues le tenían miedo al zar y a su política contra los revoltosos. Prefirieron, entonces, a Theodor Mommsen y sus trabajos sobre Roma. Por esos días el secretario permanente de la Academia Sueca era Carl David af Wirsén, que en los primeros años de los premios evitó que se los dieran a los mejores. Era poeta, crítico literario y envidioso. Tolstoi se mantuvo nominado hasta 1906, pero ahí estaba ahí estaba af Wirsén, del que los críticos dicen que creó un tiempo de decadencia en el otorgamiento del Premio.
En el mundo ruso del siglo XIX abundan los aristócratas (Lev Tolstoi era parte de la nobleza rusa), los generales y generalas, los funcionarios públicos, los judíos urbanos y los mujiks; estos últimos se reproducen y mueren sin que a nadie le importe. En la escala social, están por debajo de los caballos. Pero son precisamente los caballos y la calidad de vida de los campesinos (siervos, mujiks) lo que más interesa a Tolstoi. Él mismo era un noble campesino y su Historia de un caballo y sus cuentos rurales y leyendas explicadas a los niños del campo, a la par que su teoría sobre el uso de las tierras, se mantienen vigentes. Levin, ese personaje de Ana Karenina que prefiere lo rural a la ciudad, es un buen personaje para analizar, pues fue la base de los primeros kibutz que se hicieron en Israel.
Pero en lo tocante al mundo de los adulterios, que por ahí se mueve también en Guerra y Paz, libro en la que narra la batalla de Borodinó (con la que se inicia la caída de Napoleón), su libro magistral es Ana Karenina. Publicada en 1878, la novela narra la vida entre burgueses rusos que viven al estilo inglés: el marido de Ana que es un alto funcionario y cumple poco su contrato matrimonial, pues se interesa más en la política y lo social. Un hermano de ella que se acuesta con la institutriz de sus hijos y la mujer lo descubre (la hermana de Ana), cayendo en la depresión. Y como buena hermana, la buena de Ana va a consolarla a Moscú y allí, después de consejos y salidas, asiste a un baile en el que conoce a Vronski, un oficial del ejército (lo que incluye a una muchacha que se quiere casar con él), pero las cosas son como son y, como Vronski baila bien y sabe adular, el amor–deseo aparece como un caballo desbocado y salta todas las normas. Y Ana rompe las propias y pasa de ser Ana la buena a ser Ana la mala. El marido, Alexei Karénin, se entera, pero no da el divorcio. Es un hombre respetado, calculador y Ana le ha dado un hijo, aunque en el vientre ella también lleva otro de Vronski, fulano que en medio del lio se larga. Total, la tragedia está diseñada y, para salir de ella, aparece el tren y termina con la vida de Ana, la adúltera. Y en medio de todo esto, Levin con sus teorías sobre la vida en el campo y el buen uso de la tierra.
Ana Karenina lo contiene todo: emociones encontradas, pasiones desmesuradas, rigor de las costumbres, mezquindad, negación de otra oportunidad, la necesidad del otro, la vida sana y la desordenada. Y una historia escrita en una prosa hermosa a la que le negaron el Premio Nobel debido a un Carl David af Winsér que premió a sus amigos. Bueno, Lev Tolstoi narró en profundidad lo mezquino, que todavía existe y crece.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.