Literatura Cronopio

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SUELTE EL PRESO

Por Walter E. Pimienta J.*

«Ser carpintero es la manera más segura de no escapar de un machucón.»

Ahora me doy cuenta: Julián, el carpintero del pueblo, es el único carpintero en el lugar (porque sólo hay uno), que mide y corta preciso la madera que usa a fin de que los enseres que hace no pasen por el ridículo y la vergüenza pública de quedar cojos. Sentado en un taburete de cuero y apoyado en una pequeña mesa que él me hiciera, escribo este relato y, ambos, (taburete y mesa), me toca reconocerlo, salen bien librados del compromiso de darle descanso y comodidad a mis huesos.

De Julián se sabe que construye camas de matrimonio garantizadas para el disfrute y el regocijo sexual prolongado pues éstas no traquetean en forma delatadora e imperfecta, pero por ello, hasta hoy, nadie le da las gracias como sí hubo quien, a lo mejor, se las diera al constructor del primer patíbulo: así es la vida… Se conoce también de él que tiene a su crédito la maravillosa devoción de haber fabricado el último  confesionario de la iglesia, algo en lo que sin duda Dios metió las manos, y que no es más que una garita común en la cual las personas, con sólo mirarla, se arrodillan arrepentidas y toman la valiente determinación de confesar cumplidamente sus pecados más horrendos ante la perplejidad del padre Robles oyendo faltas hasta ahora nunca oídas… Sí, porque las culpas, luego de reveladas, como el arco iris, algún día se hacen visibles. Es de contar asimismo que por el prodigio anterior, hasta el cura del pueblo vecino le pidió el mismo favor pero Julián se negó deliberadamente diciéndole: «No es necesario, padre. Ahórrese ese gasto. Puede estar seguro de que con esa mirada de perro rabioso que usted tiene, hace hablar a todos sus feligreses».

Se le conocen algunas obras de misericordia al carpintero del pueblo y algunas infracciones de rebeldía. A Nando, el de la cantina, que por años se ha mantenido parado en una pierna y en una muleta, lo puso a caminar haciéndole una pata de palo del mejor guayacán inmunizado contra el comején y el envejecimiento. Y quiere que se le recuerde su curiosa vida de farándula, no tanto por esto último, sino por haber dotado hace poco a la iglesia de un San Martín de Loba habilitado para bajarlo y subirlo al caballo, al tiempo que con despilfarros de madera, como si jugara, produce y regala a los niños perinolas y marionetas que les incitan a no ir a la escuela.

Son poco comunes las mesas de comedor que Julián construye, éstas tienen siempre espacio suficiente y desocupado para una visita inesperada que diciendo «buenas tardes, ¿cómo están?», llega antes de que se acabe el almuerzo y encuentra, además, quién con gusto le atienda entre tintineos metálicos de cuchillos y cucharas y con un vaso de agua de panela como sobremesa. Resultan de mucha utilidad, por otra parte, los asientos que elabora con arte; a los mismos, en caso extremo, en los velorios se les tumba de lado en el piso y sirven ya no para que el muerto se siente sobre ellos (porque está muerto y no puede), sino para que, metido en su ataúd, sus deudos le acuesten a lo largo apoyado en éstos, permitiendo así una altura tal con relación al suelo en la que cabe perfectamente, debajo del cajón, una ponchera con un bloque de hielo a fin de mantener al difunto sereno y fresco y con la misma cara de desvergonzado con que murió hace dos días.

Y qué decir de las bien trabajadas enjalmas que realiza para los burros garañones de Luis Carlos, con ellas las bestias se ven imponentes, solemnes, amas y dueñas de la caballeriza y como si con sus monturas se volvieran, de repente, más refinadas en sus modales y olvidaran de momento la vulgaridad que les caracteriza y que ante sus hembras pelan con ordinariez y, entonces, como la gente, en lugar de comer hierba toman sopa.

Usa Julián abarcas serenas y metódicas, sombrero de pobre, pantalón gris plomo y camisa blanca de mangas largas abotonada hasta el cuello. Ni flaco ni gordo, ni alto ni bajo, de piel morena y en su rostro se advierte que es carpintero sin necesidad de preguntárselo, pues le da renombre a su oficio con un lápiz que siempre lleva encima de una de sus orejas, cargando en el bolsillo de su camisa un pedazo de papel y un ensamblado metro de madera que le reafirma aún más su título con especialidad en saber hacer ventanas, desde las cuales se sienten más sociables y cordiales los adioses de quienes saludan y pasan y continúan siendo parte del espectáculo de la vida.

He visto a Julián colocar, en las casas, puertas con clavos triunfantes en viaje recto e incisivos sobre la madera, acoplando, en las mismas, bisagras fieles a su propio vaivén y adapta en ellas cerrojos de confianza que los ladrones respetan hasta cuando el silencio de la herrumbre los acaba y, en tal caso, sale a cambiarlos enseguida pues es de los que dice que, en un aposento sin seguridad son mucho más las cosas que salen que las que entran. Y también le he visto, en la silenciosa eucaristía de su taller y en religiosa comunión con su serrucho y su martillo, sacar de la labrada madera lo que ésta lleva por dentro: sillas sacerdotales, mesas de centro, portones invulnerables, taburetes que alientan la memoria y cunas de todas las jerarquías que ponen a temblar el vientre de las mujeres encinta.

Dije por ahí que a Julián, así como se le conocen algunas obras de caridad, igual se le saben algunos pecados de rebeldía, de intrepidez y terquedad, pues llevado por el ron y las flaquezas del alma, es dado, en ocasiones, a no cumplir con su trabajo y en una ocasión, con la mirada humedecida por una sencilla tristeza, fue puesto preso cuatro días demandado por una de sus clientas. Pero ¡ah problema¡ arrojó esa vez el río un muerto ajeno y el ahogado, sin los honores del llanto, insepulto y sin ataúd, en el pasillo de la alcaldía, mortecina carne miserable se volvía.

—«Suelte al preso porque el muerto ya hiede» —dijo un sabio del pueblo al alcalde y Julián, participando de un dolor que no era suyo, ordenado por Dios, convino en sana conciliación con su demandante, con cuatro tablas hizo de inmediato un cajón que regaló para el muerto y con ello un noble acto de misericordia, y, mandado por la autoridad, una obra de sanidad a cambio de su merecida y siempre necesaria libertad.
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* Walter E. Pimienta J. es escritor costeño, nacido en Juan de Acosta, departamento del Atlántico. Docente, periodista y escritor. Licenciado en Español y Literatura. Ha publicado las siguientes obras: «Añoranzas de mi tiempo», becada por el Fondo de Cultura del Departamento del Atlántico. «Historias de por aquí», publicado por Edición Fama Producciones. En preparación: «Cuentos cortos de lo ni tan común ni tan corriente», «Mis abuelos eran un cuento», «La hora una» y «Fatal, fútbol fatal». Colaborador habitual en el Diario La Libertad y el Diario El Heraldo de la ciudad de Barranquilla. Contacto: walter53pimienta@hotmail.com

6 COMENTARIOS

  1. para leer a walter hay que sentarse en un taburete con un buen tinto en la mano y como los ciegos ,ir tanteanto con la imaginacion los pasos del autor sin tro pesarse con uno mismo,tan real es lo que escribe que me veo reflejado en el preso

  2. Es crucial lo que vive Julián, tanto que uno quisiera ayudarlo a salir de su problema… y qué enseñanza la que nos deja conocer el autor: Las cárceles no tienen sentido cuando todos necesitamos de todos. El hombre nació para hacer concesiones y no la guerra. Hay mucho de humanismo en este cuento, felicito al autor y a Cronopio… alguien siempre nos ayuda cuando vivimos las mayores dificultades…

  3. Buena por esa Cronópio. Con cuentos como este se promueve una nueva literatura. Emerge el cuento como lo que en verdad es, una forma de hacernos pensar. Esta destreza, la de escribir cuentos como el presente indica que de nuestroa escritores se puede esperar más. Yo creía que después de Garcia Márquez la literatura colombiana había sido capada pero veo que no y ustedes son una muestra de ello… Felicitaciones

  4. Es imposible sustraerse de un cometario luego de leer «Suelte el preso», donde el autor juega con la paradoja y como armando un rompecabezas termina uno siendo amigo del personaje y defensor de él. Es una muestra de lo que debe hacer la literatura de ahora, llena de tantas tetas sin paraiso. Sigan por ahí, marcan algo nuevo. La regla de oro es la de pensar en lo que quieren leer sus lectores… felicitaciones.

  5. Se lee a Walter y parece que se estuviera en el cine sin ir…Es de esos escritores que encuentra el tema, ahí a la vuelta de la esquina pero lo narra de una forma tal que nos lleva a cine en prosa.Maravilloso…Felicito a Cronopio… Julián es un personaje sacado del pueblo, de esos pueblos que Rulfo pintó en sus obras. Vale la comparación. Lo de Walter apunta al rescate de ese tipo de literaturas… en hora buena… como dicen los españoles…

  6. vengo leyendo a Walter desde hace rato y cada vez lo veo y lo siento más escritor. Tiene el don de tocar las cosas humanas de una manera tal que pone a uno a pensar. Escribe con la pluma de los que saben agradar y toca leer desde el comienzo sin perdernos una línea de lo que dibuja. Comparto su visión de lo irónico, de lo existencialista. La literatura colombiana necesita de escritores así. En Walter veo resumido a Rulfo, a Cortazar, va camino a cosas grandes.

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