Literatura Cronopio

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ROMPECABEZAS

Por Andrea Echeverri Jaramillo*

No entiendo nada. Me acabo de despertar, sin más, de un sueño que no recuerdo. Y no es sólo que no tenga presente ninguna imagen onírica, sino que no logro hacer memoria de cuándo y dónde me dormí, y ahora me levanto en una situación demencial. Todo está oscuro, negrísimo, y silencioso. Bueno, no hay silencio real, a lo lejos oigo ruidos incomprensibles pero constantes. Además, estoy desnudo, pero aun así no siento frío. Mis ojos no se acostumbran a la ausencia de luz, así que es imposible entender el espacio. Voy dando pasos con cuidado de no caerme, mas no encuentro ningún límite, pared, mueble u objeto que me detengan. Tampoco hay un olor reconocible aquí. En suma, no hay estímulo sensorial alguno. Qué cosa tan absurda. Me invade el temor de lo desconocido, por supuesto, y el desconcierto con respecto a las circunstancias, y sin embargo, para mi asombro, no me siento atacado, vulnerado.
Esta paradójica sensación no cambia ni siquiera cuando descubro la cercanía de otro cuerpo. Me tropiezo con él en mi andar a tientas, pero se queda inmóvil, no hay reacción física ni verbal. Así que me agacho para palparlo, y descubro que se trata de una mujer, también desnuda, y parece que aún duerme. Este encuentro me inquieta en otro sentido: me pregunto cuánta gente habrá, por qué estamos acá y qué tenemos en común. Sigo en cuclillas, y empiezo a recorrer el cuerpo femenino en busca de alguna señal, a ver si me es posible identificarlo, saber de quién se trata.

El ruido de fondo no me deja escuchar su respiración, pero siento cómo se mueve su pecho al exhalar. Su pelo largo está enredado y desmadejado en el suelo. Sus facciones no me dicen gran cosa. La frente es algo estrecha; su nariz es recta y poco prominente; sus labios entreabiertos, ligeramente carnosos, y un hilo de saliva se desliza por una comisura.  El cuello parece largo, pero quizá es la posición en que se encuentra, pues lo arquea bastante hacia un lado. Tiene brazos gruesos pero débiles en su descanso, y sus manos son anchas, de uñas más bien cortas. Sus pechos son pequeños, desgonzados por el sueño pero firmes. Aparenta ser un cuerpo bien formado, quizá con algo de grasa de más en la cadera y unas piernas grandes. No puedo palpar su espalda ni sus nalgas, pues sería demasiado arriesgado darle vuelta; por otro lado, la noto bastante plácida durmiendo bocarriba.

Siento el tacto de su piel muy cálido, agradable. Su sueño, tan profundo, parece no permitirle notar mis manos tanteándola, así que continúo más allá de la curiosidad. Mis palmas se abren para abarcarla y se deslizan despacio por toda su superficie. Evito su rostro –una reacción súbita podría ser inconveniente–, prefiero internarme en el envés de su cuello para enseguida perderme entre sus cabellos despeinados, que me invitan a jugar en ondulaciones posibles. Me demoro cuanto puedo, hundo mi rostro en ellos para desentrañar su olor, que me resulta fresco, pero su cuerpo se hace imán y mis dedos descienden otra vez hacia sus hombros.

Por supuesto, el toqueteo de descubrimiento ha obrado en mí. Mis manos se hacen representantes de todo mi deseo. Aprieto sus pezones con la punta del pulgar y el índice, mientras trato de abarcar toda la circularidad del seno con la palma y el resto de los dedos. La mujer se retuerce ligeramente, un movimiento apenas perceptible, pero temo que se despierte, así que aflojo mi gesto, y continúo el recorrido. Tiene las costillas ligeramente marcadas, así que sigo su curso, que me lleva a la cintura. Entonces busco su vientre, ligeramente abultado bajo un ombligo diminuto y apenas marcado. Cuando palpo los primeros vellos púbicos me detengo de repente. La sangre se me agolpa y tiemblo en mi anhelo. Dudo entre saltar el tesoro y descubrir los poros de sus piernas hasta encontrar los pies que no sentí, o repetir los pasos que he dado con la lengua, para demorar la llegada a esa meta que descubro tan próxima, aunque tan arriesgada.

No sé si hay prisa, cuán denso suele ser su dormir, cómo será su ánimo al despertar, qué actitud tomará, en fin, desconozco por completo quién es la dueña de este cuerpo que me está deparando un placer inusitado en una situación tan extraña. El miedo por estar aquí, las preguntas acerca de qué me puede pasar, a qué se debe esto, se han esfumado en mi excitación, y han cedido su lugar al espanto de que me pueda ver obligado a detenerme ahora. No logro pensar en otra cosa que no sea sentirla, recorrerla, apropiármela, incluso llego a agradecer las circunstancias. Es casi mágico poder tener así a una mujer, literalmente fuera de contexto…

Recuerdo ahora un viejo relato japonés, acerca de un anciano que pagaba por dormir en la misma habitación con una hermosa joven sedada… ¿Estará la mía en iguales circunstancias? ¿A que se debe su sueño tan intenso? ¿Por qué estará ella acá? Y por otro lado… ¿será joven, será bella? El tacto puede engañarme en ese aspecto, sus proporciones podrían ser poco gratas a la vista, su cara es imposible de componer a través de mis manos en una imagen coherente, su piel no es más elástica o áspera de la cuenta como para darme un indicio. Además, falta todo el resto: su voz, y tras ella, sus palabras. Sus gestos, su historia, sus proyectos…
Pero no quiero dispersarme, dejar evaporar esta mágica oportunidad. Reconecto mi mente a mis sensaciones, y advierto que me he desentendido de lo que mis yemas me decían acerca de sus pantorrillas y tobillos; entonces me propongo explayarme en los pies, de corta planta, algo áspera, y forma egipcia, regular. Y mi boca ya no logra reprimirse: se apodera con timidez de su dedo mayor, que choca suavemente contra mi paladar. Tras recorrer la escala, deshago mis pasos con la punta de la lengua, que sube muy despacio por una de sus piernas sin perderse detalle. Beso con suave pasión la curva de sus rodillas y mantengo el ritmo del ascenso. Su muslo es demasiado extenso, y las manos regresan como apoyo. De nuevo eludo toparme con el escondite que más ansío encontrar, pues antes prefiero humedecer su torso con mi aliento, buscar su cuello, bajar por su garganta, perderme entre su busto, descansar mi cabeza en su estómago…
Es imposible reprimirlo más: mis dedos se enredan en los pelos de su monte y se preparan para descubrir la anatomía secreta. Tengo que usar algo de fuerza para entreabrir sus piernas que con pericia guardan la entrada, pero pronto, tras un par de caricias intrépidas, ceden y me ofrecen la vía al infinito. Abro mis sentidos para captar cualquier alteración en su estado, pero no me devuelve nada, ni un gesto de asentimiento ni una negativa, por mínima que sea. Comienzo entonces mi laborioso intento de seducción a tientas. Repaso con suavidad la superficie carnosa, que imagino rozagante, si bien está cerrada aún al goce. Entonces decido inmiscuirme entre los primeros pliegues, la comisura de su otra sonrisa, y empiezo a deshojar la flor que me está haciendo hervir. Traspaso una a una sus puertas, hasta llegar a las profundidades prometidas. Su cueva es cálida y cerrada, pero le hace falta humedad. Intento conseguirla con movimientos, que se van haciendo cada vez más ágiles, más intensos, más profundos, pero noto que hace falta más. Así que intento encenderla con la fiebre de mi lengua…

*  *  *

No entiendo nada. Sé que Mario no está, y además no es su estilo. Así que debo estar teniendo un sueño inusual. Unas manos enormes que me aprisionan, una lengua voraz que me penetra. Y mi pecho levemente húmedo, los senos entumecidos, como si hubiera sido besada hace un instante. No es nada desagradable, lo admito, pero me inquieta no reconocer a quien me toca. Sin embargo, estoy tan cansada, tan aletargada que no logro actuar; ni siquiera abro los ojos, en el fondo porque no quiero despertarme. Mejor me abandono a mi placer, por extraño que sea. Tampoco intento participar, porque podría abrazar un fantasma y destrozar la sensación.
Estas manos me agarran con fuerza por la cadera, mientras el beso profundo despierta mis entrañas. Parece que fuera a meterse todo él (¡¿quién?!) dentro de mí. Siento su nariz desentrañar la maraña de mi pubis, y su barba incipiente me raspa en el nacimiento de los muslos al agitar su boca. Se nota que tiene experiencia en el asunto, o mejor, como fruto de mi imaginación, sabe perfectamente qué debe hacer, cómo y a qué ritmo. Un escalofrío sube de pronto hasta mi cabeza, y mi piel entera se eriza.
Inmoviliza su gesto, supongo que al avistar lo que ha producido en mí. Voy a seguir intentando disimular para no interrumpirlo. Y es que vuelvo a temer la posibilidad de que no esté dormida, pero igual sería todo un sueño que un amante se ocupara de darme toda la dicha sin exigirme nada en absoluto, ni siquiera demostrar el clímax. ¡Los hombres piden tanto! “Haz esto, Date la vuelta, ¿Llegaste?, Dime todo lo que sientes”… a veces resulta tan agotador que consiguen esfumar lo placentero del acto. Lo que pasa es que son tan frágiles, tienen tanto miedo de no dar la talla, de perder ante cualquier comparación, que necesitan ser reafirmados todo el tiempo. O sea que esta ocasión tengo que aprovecharla, y sólo puedo hacerlo si sigo haciéndome la muerta… ¡Auxilio! ¿Será un necrófilo?
A ver, no me voy a ir por las ramas, qué tal que, a pesar de mantener cerrados los ojos, empiece a pensar que tengo que cambiar las cortinas… Por supuesto que no soy frígida, pero es verdad que puedo perder el hilo fácilmente. Claro que con esta dedicación de mi amante soñado es imposible abandonar mi cuerpo; de hecho, siento que empiezo a inundarme… Cómo es de agradable sentir su beso ahí, y presumir que no me exigirá (tácitamente, sobra decir) que le pague con la misma moneda… incluso si me dan ganas de hacerlo odio sentir que me toca.

¡Aquí va otra vez! De nuevo aumentó el ritmo, parece que no se cansara nunca, qué delicia, y me vuelve a hacer sentir ondulaciones eléctricas por toda la epidermis. ¿Qué hacer para que no se dé cuenta? El problema es que ya me empiezan a dar unas ganas tremendas de hacerlo subir, de abrirme para él, sentir su respiración en mi cuello, su lengua en la mía… y además, de abrazarlo, palpar su cuerpo, mirarlo. Pero no, la determinación debe ser más fuerte, sigo dejándome hacer, atenta sólo a lo que él me produce, sin demostrar gratitud inmediata. Por otro lado, para uno que se demora en los preliminares, no voy a echarlo a perder, ni más faltaba.
Sus dedos suben y bajan, aprietan mis pezones, agarran mi cintura, apartan mis muslos para hundir su lengua aun más dentro de mí, y a ratos la secundan. Tengo que apretar la mandíbula para no dejarle oír mis sensaciones, que cada vez son más álgidas. Me fascina, me tienta, me hace perder la noción de la realidad. ¿Cuál es? Ahora soy sólo cuerpo, arcilla para el goce, y si continúo siendo tan bien tocada, esclava del deseo. Casi desfallezco, pero creo que esto es apenas el abrebocas pues, aunque sea por mera proyección, ya intuyo su intención de cambiar de instrumento para darme emociones.
En efecto, abandona la guarida de su boca para cederla, mientras sube, a su mano. No me abandona entonces ni un instante. Índice y corazón separan las capas que protegen la vía a mis entrañas, y una cálida espada busca incrustarse en la amañada vaina. Entra despacio, y va llenando el vacío inexorable. Por un instante, ojalá eterno, nos fundimos en una sola materia.

*  *  *

¿Entiendes algo? Mientras se entrelazan esos dos, ¿estás leyendo sus mentes? Míralos, sólo son eso: carne, instinto. ¿Qué pasaría si hicieras la luz nuevamente? ¿Es esta especie la misma de hace un millón de años? ¿Así pensaste que iba a devenir tu creación? Observa, se hacen un ovillo y no se preguntan nada. No saben que esto es la muerte, el eslabón de enlace entre dos vidas. Déjalos que disfruten, ya han sufrido bastante, y les espera un montón de quebrantos, alárgales la providencia. ¿Qué sientes al observarlos?¿Quisieras ser uno de ellos? Das la vida, ¿pero puedes sentir? A la larga, no sé si eres cruel o dadivoso. Los juntas aquí, en este limbo oscuro, para que descubran que son las dos piezas del rompecabezas perfecto, que pueden alcanzar el éxtasis unidos, y luego los sueltas en su mundo, solos, lejanos, anhelantes de encontrarse pero sin saber cómo: ni siquiera se han visto, nada saben el uno del otro, ni siquiera si son reales… Y sin embargo, guardarán la esperanza eternamente. Cuando una pareja de éstas se encuentra, ¿guías tú su camino, o por el contrario les pones más obstáculos? ¿O es algo tan nimio para ti que no le das importancia?

Déjalos conocer la felicidad absoluta, prolonga este momento todo lo que sea posible. No los pierdas de vista, tú, que sí puedes verlos. Quizá lo consigas algún día: hacer parte de ellos, enredarte entre sus cuerpos y comprender la dicha de no ser nadie pero sentirse profundamente amado.

Texto publicado en la Antología Ardores y furores. Editorial Planeta, Bogotá, 2003.
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* Andrea Echeverri Jaramillo es escritora, docente, crítica semióloga y crítica de cine. Comunicadora Social de la Universidad Javeriana de Bogotá. Magister en cine de la Universidad Complutense de Madrid. Graduada en Panico Studio, la escuela de Terry Gilliam en Londres. Fue ganadora de una beca de creación literaria de Colcultura en los noventa; en 2002 obtuvo Mención de Honor en el Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá por Umbrales, novela publicada en 2004 por Arango Editores. Su siguiente proyecto Cien amantes ganó una Beca de Creación del Ministerio de Cultura (2005). Actualmente trabaja en El libro de los amores clandestinos, una antología de cuentos que espera ver pronto la luz. andreacine.wordpress.com

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