Editorial 96

Recientemente concluyó la tradicional Fiesta del Libro de Medellín. Esta ocasión ha servido, y creo que sirve cada año, para volver la mirada sobre nuestros escritores. Quienes estuvieron allí pudieron ver la cantidad de pequeñas editoriales que, a pesar de las dificultades de la pandemia, han podido sostenerse y seguir dando a luz la enorme producción literaria e intelectual que tiene nuestro país. ¿Ya habrán nacido los grandes escritores que marcarán la pauta en el presente siglo? ¿Cuál señal celeste podrá avisarnos tal portento? Tal vez están ahí y no sabemos o no queremos verlos.

A veces con los escritores pasa como con los hombres justos, tal como señala la tradición judía que por estos días anda de año nuevo: estos hombres son anónimos pero de ellos depende la subsistencia del mundo. Pues los buenos escritores no es que sean anónimos, sino que pueden ser eventualmente subestimados, que es casi lo mismo. Un caso representativo es el de nuestro muy querido Tomás Carrasquilla, quien tal vez aún no ha sido leído como se debe. Todavía se escucha de vez en cuando en los colegios y en las universidades que el autor de La Marquesa de Yolombó es un escritor «costumbrista», como si Cervantes, o Shakespeare no lo hubieran sido. Hay una ingente cantidad de obras suyas aún desconocidas por el grueso del público, cosa que habla mal de nuestra identidad. Pues si cualquier alemán de puede hablar con propiedad de Goethe o de los hermanos Grimm, no veo por qué cualquier colombiano no debería poder hablar con propiedad de sus escritores.

Sabemos bien de las envidiosas inquinas que contra el «montañero» escritor tenían ciertas élites capitalinas. Pero él, junto con Efe Gómez (a quien no dudaba en admirar por su estilo único, nítido y propio) supo mantenerse en su prosa limpia y exacta, y desde las montañas sacó del pasmo decimonónico la literatura nacional y la trajo a la modernidad. Sea esta una buena ocasión para redescubrir a nuestros grandes escritores y, con ese vagaje encima, valorar a los buenos del presente. Apreciar la literatura no sólo es un dialogar con un escritor, sino con toda una tradición. Si así hiciéremos, llegará el día en que los extranjeros al identificarnos como colombianos dirán: «ah, eres de la tierra de Casrrasquilla y de García Márquez». ¿Por qué no?

Los editores.