EDUARDO ESCOBAR: «YO CREO QUE EL NADAÍSMO SIGUE VIVO EN MÍ».
Por Miguel Ángel Rojas Cortina*
«Yo vivo en una casa llena de libros, por todas partes, y los estoy viendo todo el día. Estoy estableciendo una comunicación con unos semejantes míos que vivieron hace miles de años, yo sigo conviviendo con ellos a través de sus palabras, de sus pensamientos», dijo vía telefónica Eduardo Escobar. Con esas palabras es posible recrear el entorno de un escritor que transita en un laberinto de papel; buscando, leyendo y escribiendo.
Una maraña en la que se adentró con intriga a los 3 años contemplando la biblioteca de su tío. Un mundo de fantasmas en el que más tarde daría los primeros pasos, leyendo una colección de cuentos de los Hermanos Grimm. Y con los que ahora, a sus 75 años, establece una relación inherente a su ser, como él mismo dice: « yo soy un hombre de libros».
Eduardo Escobar es poeta, escritor de ensayos, cuentos, novelas y columnista en el periódico El Tiempo. Vive solo en una finca en San Francisco, Cundinamarca, donde a veces lo visitan sus cuatro hijos o amigos. A pesar de estar la mayor parte del tiempo solo, debido a su ocupación no siente preocupación, según el mismo: «yo vivo muy bien solo».
Para él un punto importante de su vida fue que de 1958 a 1964 cofundó e hizo parte del Nadaísmo. Aquella inconformidad con la vida, los valores, las tradiciones y la propia literatura colombiana materializada en un movimiento literario que las rechazó.
«ÉRAMOS FELICES Y NOS CIVILIZARON»: GONZALO ARANGO.
A este movimiento entró Eduardo Escobar con 14 años, luego de abandonar sus estudios en el seminario en Yarumal para ser cura. Estudios que había iniciado por dos motivos. Primero, promovido e influenciado por la figura de su tío cura, el dueño de la biblioteca que se dedicaba a contemplar cuando era un bebé y con quien además tenía una estrecha relación, gracias a que pasaban las vacaciones juntos. Cuando Eduardo entró al Nadaísmo la relación se vio debilitada. Su tío dejó de hablarle por considerarlo sacrílego y además porque estimó desaprovechados sus esfuerzos para que Eduardo estudiara en el seminario. Segundo, por una aspiración a la santidad, suscitada por la educación católica que había recibido, y por una búsqueda personal de singularidad y trascendencia que veía en algunos santos, tan enigmáticos y distintos.
Para Eduardo el Nadaísmo no distaba mucho de la santidad: «Los nadaístas en el fondo nos sentíamos como depositarios de otra dimensión de la santidad, por eso nos llamábamos profetas y escribíamos oraciones. Siempre quedamos con la impronta de la educación religiosa», reflexiona.
Escobar se adentró al movimiento de manera inconsciente, según el «yo oí hablar de los nadaístas, que apenas estaban surgiendo en Medellín en ese momento y sentí el impulso de salir a buscarlos». Este encuentro terminó siendo para Eduardo una aventura llena de momentos felices, como las reuniones entre nadaístas en las que compartían sus textos, o cuando tiraron bombas fétidas contra el Congreso de Escritores Católicos, reunidos en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, y de momentos tristes, como las reiteradas estadías en la extinta cárcel La Ladera, en Medellín, que sufrieron varios miembros del grupo, entre ellos Eduardo en una ocasión por comulgar sin confesarse y dejar caer una hostia al piso en la Catedral Metropolitana.
En el corazón de ese inconformismo Escobar comienza a escribir de manera más apasionada y con más responsabilidad. Sin embargo, enfatiza cómo la escritura se había expresado de manera muy inconsciente, muy natural dentro de él desde incluso más niño. «Por ahí mis hermanas encontraron una cosa que le escribí a mi mamá por el Día de las Madres, cuando era un niño de 8 o 9 años», relata Eduardo. Luego, en el seminario, donde a los 10 años escribió su primera novela, influenciada y guiada por sus lecturas de Emilio Salgari sobre mundos fantásticos, llenos de exotismo y aventuras, que hasta el momento está perdida. Y es en el Nadaísmo donde asume la escritura como proyecto y razón de su vida, definiéndola como una actividad «inútil y bella al mismo tiempo».
LA SOTANA LAICA
Así comienza su carrera literaria en 1966 con la publicación de su primer libro de poemas La invención de la Uva. Y con el pasar de 53 años desde ese momento hasta la fecha (2020) ha escrito 24 libros además de colaborar con revistas universitarias y culturales en el país.
Tiene una visión crítica frente a sus primeras producciones: le parecen textos flojos, pero en general, de esa primera etapa divisa «un muchachito que aspiraba a mucho». Un «muchachito» que con el paso de los años, dejando de ser el «Nieto» como lo llamaba Gonzalo Arango por ser el menor del grupo, ve su obra en relación con el trabajo anticuario de su padre: «yo comparo mi obra con esas cajas llenas de antigüedades que enviaba mi padre a sus clientes, que eran unos cajones llenos de paja, pero que si uno metía la mano en la paja sacaba a veces pocillos muy bonitos, joyas antiguas y adornos en sí muy atractivos».
Un escritor que todavía no está totalmente satisfecho con lo que ha producido, pero siente que se ha superado con los últimos libros que escribió. Estos son: Cuando Nada Concuerda, que a pesar de no gozar un gran éxito editorial le parece un muy bello libro de ensayos, y Rosas de Damasco, donde el cuento La Grieta lo denomina uno de los más lindos de la literatura colombiana, a pesar de ser suyo.
Producto de marca que la educación religiosa le dejó, Eduardo hace un paralelo de la escritura con el sacerdocio: los dos requieren de una dedicación y disciplina vehemente, además de enfrentar a sus practicantes a la pobreza en algunas ocasiones, para él «tiene mucho que ver con una forma de santidad laica».
VIBRACIONES CON SENTIDO
Oriundo de Envigado, Eduardo Escobar concibe la literatura como una actividad que ennoblece la vida, una forma según él «de darle vida al animal». En este sentido, recalca sobre la diferencia del hombre con los demás seres: el habla. Desde su punto de vista somos un medio del habla para comunicarse con nosotros, eso es lo que nos diferencia, lo que nos hace especiales.
El habla es heredada para el escritor, nos conecta con una lengua materna, aprendida desde que nacemos y reforzada en la enseñanza, que en suma compone una lengua universal donde para él: «todas las palabras de todos los idiomas están signados por unas categorías muy básicas: único-doble, alto-bajo, felicidad-dolor. Todos los hombres signamos más o menos unas mismas categorías, el silencio y la música, unas categorías que son universales, aunque tengan denominaciones muy distintas».
Al preguntarle por las palabras dentro del habla responde por momentos. Primero, las refiere como vibraciones en el aire producidas por impulsos cerebrales. Luego, como balas que penetran el aire, llenas de sentido, dispuestas para dotarnos y dotar a las demás cosas de significados. Finalmente, recomienda leer uno de sus libros de ensayos: Prosas incompletas, donde aborda a fondo el tema.
Respecto a las palabras Eduardo también declara: «yo me dejo arrastrar por mis palabras», lo cual no significa que al ser un vehículo se esté desprovisto, lanzado sin salvavidas al inmenso mar de las palabras, ya que se tiene cierta influencia sobre ellas para permitirles comunicar lo que pretenden sin desbordarse. De dicha relación hace énfasis en cómo el verdadero escritor es aquel que se entrega, se desnuda ante su palabra: «porque uno puede tratar de forzar el habla, de manipularla, pero eso siempre resulta inauténtico», sentencia Eduardo.
UN INCONFORMISMO PATENTE
Por eso es tan importante el Nadaísmo para Escobar, porque aunque como movimiento literario está extinto, puesto que la salida y muerte de su creador, Gonzalo Arango, así como el cierre de la revista Nadaísmo 70 y la pérdida de interés de los medios de comunicación por el movimiento, lo sepultaron. Representa un vacío, un rechazo donde el habla surge a través de un grito.
Un grito desesperado frente la vida, frente a una sociedad enferma que recrimina en puestos de jueces magnánimos cualquier ofensa contra sus valores, pero auspicia el crimen cuando le conviene; ignora al pobre, al desplazado, a la víctima buscando invisibilizarlos, y es indiferente a sí misma mientras solo busca reconocer una parte «buena» de ella.
Un movimiento eterno, como la inconformidad, un malestar al que Eduardo Escobar se autodenomina fiel todavía: «Mis grandes amigos están vinculados al Nadaísmo, aunque están muertos: Amilkar Osorio, Gonzalo Arango, Norman Mejía, el maestro Fernando González, yo pertenezco a esa cofradía, y en ese sentido yo creo que el Nadaísmo sigue vivo en mí».
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* Miguel Ángel Rojas Cortina es estudiante de cuarto semestre (2020) de Periodismo en la Universidad de Antioquia (Colombia). Colabora como reportero acreditado del medio Periferia Prensa Alternativa. Entre sus artículos publicados se encuentran:
*https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/marta-sanz-y-el-relato-del-cuerpo/71396
*https://soundcloud.com/radiodelaurbe/el-perseguidor-entre-jazz-y-metafisica