Por Memo Ánjel*
Dame mazal y échame a la mar [1]
(Refrán sefardí)
UNA ENTRADA
En la biblioteca de Baruj Spinoza se encontró el libro de las Novelas ejemplares de Cervantes. Quizá se lo había traído Juan del Prado o lo había comprado en alguna venta de libros en el puerto, o fuera de su hermana Miriam. Los libros llegan de muchas maneras a las bibliotecas personales. Pero, en este caso, lo importante no fue el libro, sino que Spinoza lo leyera y, al hacerlo, entendiera bien el castellano en que Cervantes lo había escrito, que sonaba como una especie de djudezmo. Y que Spinoza, además, como dice Carl Gerhardt, supiera algo sobre El Quijote de la Mancha (ese libro que planteaba el problema de la razón y la sinrazón, que de alguna forma toca su Ethica more geométrica) debió colocar a Miguel de Cervantes entre sus preferidos. Leyéndolo, es posible que Baruj Spinoza regresara a las historias de su familia, que provenía de Espinosa de los Monteros.
En su casa paterna, el filósofo judío-holandés, había escuchado hablar portugués y algo de castellano con palabras gallegas. Su hermano Gabriel, en el negocio de ultramarinos, habló con comerciantes que venían de las Españas, unos de Barcelona y otros de Cádiz. ¿En qué lengua hablaron? Quizá en alguna lengua franca, como el sabir, que era la lengua de los marineros del Mediterráneo, una especie de lunfardo en desorden que aglutinaba palabras de orígenes diversos y se hablaba sin que lo mediara ninguna gramática: palabras con gestos, verbos en infinitivo, contextos que podrían ser cualquier cosa. También es posible que esos comerciantes hablaran en alguna mezcla de catalán y castellano, pues por esos días los Austrias habían impuesto como lengua del país el castellano, en el que se escribían los documentos y las crónicas, incluyendo las de Indias. El castellano era la lengua de los reyes, los obispos, los frailes, los soldados y los comendadores. Una lengua que daba datos, enseñaba religión y ya tenía una gramática: la de Nebrija que, si pocos entendían bien, fue la que narró el descubrimiento del nuevo mundo. Esa lengua se mestizó en América con palabras americanas y esto la enriqueció.
A Spinoza lo traigo a cuentas porque era un hombre de tres lenguas: latín para filosofar, djudezmo para entender sus raíces y holandés para salir a la calle. Y como haya operado esta trilogía en su cerebro, sería interesante de saber. Lo que sí queda claro, es que era un sefardí más: nacido en un país donde no estaba su historia, escribiendo su filosofía en una lengua que evitaba las palabras en hebreo (de hecho, Spinoza escribió una gramática hebrea —inconclusa— para hacerse preguntas sobre la pronunciación de las palabras) y viviendo en una especie de cuerda floja, esa que le permitió entender sobre los hombres, las arañas, los cielos, la tierra y los colores. Creó su teoría sobre el arco iris (perdida), nacida de su oficio de pulidor de lentes.
LOS SEFARDÍES
Dice Don Amador de los Ríos, en su Historia social, política y religiosa de los judíos en España y Portugal, que los judíos (llamados así y por primera vez en el evangelio de Juan) llegaron a España por los tiempos de Salomón. Esta aseveración puede ser cierta o no. Otros dicen que los judíos llegaron a la península ibérica en pequeños viajes de comercio, lo que los obligó a crear puertos y sitios de bodegaje, siguiendo las rutas de los fenicios, los romanos, los cartagineses y los sarracenos. ¿Y qué lengua hablaban cuando llegaron?, ¿hebreo, arameo? ¿Y qué se hablaba en esas Españas? Lenguas ibéricas, godas, algo macarrónico entre expresiones locales y un latín mal hablado. Como en cualquier parte de Europa y el Norte de África, los dialectos son más importantes que las lenguas francas. Y se habla más que se lee, oficio este que es solo de las élites.
Para una mayor certidumbre, hay que situar a los judíos hablando alguna mezcolanza nacida de palabras locales y de otros lugares habitados (palabras de casa, comercio y sinagoga), cuando los moros (los mauros, venían de Mauritania) entran en la península en el 710 y llegan hablando alguna de las lenguas subsaharianas, a la par que sus imanes rezan en el árabe del kitab al Kurán (el Corán). Y hay que esperar a que lleguen árabes de Túnez y Egipto, algunos de Persia y otros de las tierras del profeta, para que el árabe se imponga como lengua culta y de gobierno. Con los años, los judíos de Kartuba (Córdoba) y Garnata al Yahud (Granada), hablan en árabe, lengua que fue una de Jaén a Málaga. Allí las juderías producen poetas y filósofos como Salomón ibn Gabirol y Moshé ben Maimón, que escriben en árabe y luego serán la base de la escolástica cristiana.
Al norte, los judíos que vivían en Toledo y su radio de acción, hablaban en el castellano que se conformaba, ya con el habla popular, ya con el trabajo de los traductores [2], y que llega a un buen punto bajo el reinado de Alfonso X, el sabio. En Barcelona y Valencia, los judíos hablaron el catalán y el valenciano, dialecto este en el que luego se escribiría Tirant Lo Blanch, la primera novela de caballerías [3], publicada en 1490. Así, lo único que unía a los judíos peninsulares era el hebreo de los rezos en la sinagoga y la lectura de la Torá. Y las cartas de sus rabinos, unas en hebreo y otras en árabe. Y la palabra sefarad, que se traduce como «las tierras del medio día», y que podría equivaler a la palabra árabe Magreb, aparece en el libro de Abdías, dando nombre de sefardíes (sefaradim, en hebreo) a quienes habitan este punto de la tierra, conformado por España y Portugal.
UNA LENGUA DESDE 1492
Cuando los sefardíes salieron de España, por el Edicto de los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, en 1492, además de los pocos bienes que lograron salvar, entraron en los barcos y caminos con las lenguas que hablaban. Así, con estos judíos (que dejaban amigos y familiares conversos), salieron formas del habla de las Españas, en especial del castellano, que era la lengua del Estado, y del árabe que era la del comercio, mezclada con catalán, gallego y valenciano. Estas mezclas linguales, propias de hombres que caminan y comercian, conforman una especie de lengua franca que contienen registros de hablares aljamiados (barriales) y los del Mediterráneo comercial (hablas de marineros y mercaderes), que, al irse los judíos, les permite ir a países como Portugal, Marruecos, Italia, Turquía y los Países Bajos (también Hamburgo, en Alemania). Salen, entonces, con una lengua que salta de una forma lingual a otra, lo que implica que los sefardíes se van de España con un habla tocada de hablas locales que, a más de lo cotidiano, se mezcla con el hebreo de las oraciones, el nombre de las fiestas judías (lo que incluye la nominación de los platos y sus formas culinarias para celebrarlas) y sus propios nombres [4]. Vale la pena anotar que salen también con un libro escrito en arameo, El Zohar, escrito por Moshé de León, en el siglo XIII, y que logra entenderse (o logran entenderlo los cabalistas) porque en arameo también está escrito el Talmud, libro base para la interpretación de la Torá [5].
Cuando los judíos salieron de las Españas [6], salieron hablando una especie de algarabía en la que abundaban las consejas del rabino de Carrión [7], algunos trozos del Libro del buen amor, las letras de algunas romanzas y muchos regiolectos que habían tomado para su vida cotidiana, según la región donde vivían. No salieron, entonces, con una lengua definida sino con un habla en construcción, en capacidad de asimilar palabras nuevas y darles un sonido peninsular, en el que todavía la equis era jota y la jota ye o el sonido sh. Y de esos que salieron, salieron igual los lectores en voz alta y los copistas de libros, los impresores y los niños y niñas que irían tomando palabras por el camino. Salieron de las Españas los judíos, con una lengua incluyente que admitía palabras desconocidas que nombraban lo que había en las nuevas tierras. Nombres nuevos, sin equivalencia en la lengua que hablaban.
Después de 1492, los judíos fortalecieron una lengua: el djudezmo, que se comportaría como las famosas llaves de las que habla la leyenda [8]. Una lengua, este djudezmo, que no solo les serviría para comunicarse con los suyos sino para mantener viva la nostalgia del regreso. Quizá por esta razón, por es saudade por las Españas, muchos años después de la salida, los sefardíes persistieron en comprar libros españoles que en mucho les mejoraron la lengua, en especial entre los eruditos, que encontraron en El Quijote de la Mancha la manera de llenar la lengua de vitalidad: Cervantes, antes que un narrador, era un conversador, y su libro es una conversación continuada, marcada por las expresiones cotidianas (entre ellas los vulgarismos), los refranes que todos sabían y las mezclas entre la realidad y la fantasía. Y si el djudezmo no fue absorbido por el turco, el italiano, el holandés y las lenguas de otros países de recepción de los sefardíes, quizá se deba a que El Quijote llegó en el momento en que la lengua de los salidos ya se mezclaba con otras. El libro de Cervantes hizo parte del comercio y lo leyeron en las sinagogas, después del rezo, y en los mercados. Y este hecho, oír palabras de la memoria, estimuló, en especial a las mujeres, a seguir manteniendo la lengua de sus antepasados en sus conversaciones domésticas, en la manera de aleccionar los hijos y en las historias que se contaban, en las que los sefardíes seguían siendo peninsulares así estuvieran en Salónica, Orán, Fez, Atenas, Jerusalén, las Antillas o Istambul. Y si bien no se habló del todo como lo hacían don Quijote y Sancho, sí se siguieron muchas de las formas gramaticales y, para la escritura, se usaron letras latinas con sonidos españoles. Lo anterior llevó a que varias de las formas de djudezmo (las de Turquía incluyeron palabras turcas, las de Bulgaria palabras búlgaras, las de Hamburgo palabras alemanas, etc.) buscaran retornar a lo propio para ser más puras en su pronunciación y escritura, especialmente entre intelectuales, usando para ello los poemarios, los libros del Siglo de oro y los escritos de Cervantes, escritor que descendía de conversos y esto ya creaba un lazo con sus historias. A estos djudezmos, se los llamó españolit y a su escritura, ladino. Españolit porque servía como lengua de comunicación con los judíos conversos que se habían quedado, y ladino porque se usaron letras latinas para expresar las ideas. Y este ladino (la lengua escrita) llevó a su vez al uso del solitreo, en especial en libros religiosos, en el que el españolit se escribía con caracteres hebreos Rashi [9], más propios para la escritura a mano que los caracteres hebreos cuadrados. Es de anotar que algunos judíos sefardíes del norte de África llegaron a usar el aljamiado, escritura con símbolos fonéticos árabes, para escribir cartas y glosas.
EL DJUDEZMO
Así como el yidisch caracterizó a los judíos de Europa oriental, siendo yidisch una palabra que traduce judáico y define a quien lo habla, el djudezmo fue la manera de identificarse entre los judíos sefardíes. Y no fue una lengua de inicio, propia para saludos y zalemas, sino la de la cotidianidad en la casa y los negocios en la calle, la de las discusiones y la de las historias. Esto debido a que el tamaño de las barriadas sefardíes que, por su número de habitantes, variedad de actividades y reconocimiento en un mismo lugar de habitación, permitieron que el djudezmo no fuera solo una segunda lengua (la que se hablaba en la casa) sino la del ir y venir por los barrios, el mercado, el teatro, la sinagoga y el puerto. Hubo ciudades como Salónica, por ejemplo, que a finales del siglo XIX, tenía como lengua franca el djudezmo-españolit, que no solo hablaban los musulmanes y los griegos, sino también las autoridades. Lo anterior hizo que a Salónica se la llamara la Jerusalén de Sefarad y que, debido a la proliferación del habla de los sefardíes (que se los llegó a llamar españoles), floreciera la escritura en ladino, en periódicos y libros [10].
El djudezmo, entonces, con su escritura ladinizada, se convirtió en una seña de identidad, en la más importante y profunda, pues era la lengua que contenía la cultura y servía de lazo entre los judíos de origen español, y con los mismos españoles y latinoamericanos con los que entraron en contacto [11]. Y en esta cultura estaban las normas del vivir, las recetas de la culinaria, las costumbres mantenidas (aun en los peores momentos) y las creencias que hacían de un judío, un judío y no otro. Y en esa identidad necesaria, el djudezmo fue parte del patrimonio esencial que se pasaba de padres a hijos, de los libros leídos y las cartas escritas, del pasado en España y del vivir el ahora.
Como el yidisch, el djudezmo no tuvo una gramática clara. Pero con el tiempo y en especial por la traducción de los sidurim (libros de rezos en hebreo), que se imprimieron bilingües para que la oración y el párrafo traducido fuera el correspondiente, y así el judío que no sabía hebreo entendiera cada parte del rezo, la lengua escrita fue asumiendo formas gramaticales cada vez más correctas. De esta manera, siguiendo el modelo de sujeto, verbo, predicado (la cosa que existe, la acción que acomete y el contexto), se configuró una manera más exacta de definir una realidad y la reflexión nacida de esta. Una lengua más exacta: la traducida de los libros de rezos y de enseñanzas rabínicas; y luego la que hizo parte del teatro y de las notas del periódico (todavía existe uno en Turquía, Shalom, y otros en Israel), que fue más contemporánea e incluyó frases más alegres o siniestras, según fuera la historia o la canción, pues al djudezmo se llevaron tangos de Gardel y de Canaro, unos tristes y otros alegres. Y en esta realidad móvil de lo que es ahora y pasa, la lengua de los judíos sefardíes comenzó a leer el mundo, no solo el de los ojos y las cosas cercanas sino también el de la ciencia, el ensayo, el periodismo y la literatura. Y con esta lengua ladinizada se entró en el siglo XX, estableciendo un nexo con el español moderno, que veía sus raíces, de manera más clara y activa, en el judezmo [12], pues en esa lengua que parecía anacrónica se daba cuenta de lo de ahora y, a veces, con más gracia y profundidad.
LA PALABRA DIO
La palabra Dios, usada en Occidente, proviene de Theos, que es Zeus. Y como es una palabra completa, está terminada y tiene límites. Esto preocupó siempre a los judíos, que consideraron siempre al Creador como un ente sin nombre no formal, al que solo se lo podía llamar por adjetivos: El Nombre (HaShem), el Eterno (Adon Olam), el Todo poderoso (Shaday), etc. Incluso se creó el término de Shem Hameforash, que traducía «el nombre impronunciable». Los sefardíes, para resolver el problema, quitaron la letra s de la palabra Dios, creando Dio, lo que ya implicaba que no tenía plural (dioses) y a la vez la palabra no estaba completa, lo que permitía deducir que no tenía final y así el Señor de los mundos seguía siendo infinito, y en términos de Maimónides, imposible de concebir por la mente humana que, al establecer límites a la palabra, humanizaba lo que era imposible de humanizar, dado que Dio no es cosa y por eso nada se le parece.
Así, Dio se convirtió en una palabra clave del djudezmo, lengua muy impregnada del Dios lo quiera (inshallá, ojalá) tomada del contacto con los musulmanes. Y este Dio, que crea permanentemente, que define y decide, se mantiene en boca de los sefardíes [13], aun de aquellos que hablan el haquetía (hablar, decir, narrar) de los judíos marroquíes, y que es un djudezmo muy cercano al español, pero tocado con palabras árabes y bereberes.
EL DJUDEZMO HOY
El Djudezmo se convirtió, hasta antes de 1944, cuando los nazis comenzaron a llevarse a los judíos sefardíes a los campos de exterminio [14], en una lengua del estar definidos (saber quién se era y dónde se estaba). Era la lengua de la confiabilidad. La del prójimo (el próximo a uno) y la de la intimidad, como bien se refleja en las romanzas que canta Joaquín Díaz, que están en un djudezmo muy cercano al Haquetía y al españolit producido por los sefardíes de Viena [15] que, influenciados por los judíos ashkenazim (de Europa oriental), teorizaron sobre su cultura, estudiando muy bien a Cervantes. Y en este artículo persisto en Cervantes porque su Quijote fue de gran influencia entre los sefardíes, al punto que se creó un personaje, Gerineldo, que tenía unas aventuras muy parecidas a las de Alonso Quijana o Quejana. Sobre Gerineldo hay canciones y pequeños textos. Y esto porque el Djudezmo, sin dejar sus lazos linguales con España, existe debido a su persistencia en narrar la memoria y en no dejar escapar las palabras pasadas para que así haya historia.
Después de la segunda guerra [16], los hablantes de djudezmo y escritura en ladino, prácticamente desaparecieron. El horror de la guerra, la dispersión de las comunidades, la pérdida de documentos y el miedo frente al entorno, casi acaban con la lengua de los sefardíes. Pero si un hombre es su pasado, en ese pasado está la lengua. Así, en Argentina, los sefardíes se dieron a la tarea de recuperarla a través de mujeres como Esther Cohen, e igual pasó en Bélgica con hombres como Moshé Rahmani, que persistieron en escribir en ladino, en enseñarlo y hacerlo audible a través de programas de radio. Y así, preguntando cómo lo decía tu abuela, qué charlaba tu abuelo, cómo se dice esto o aquello, el djudezmo (que hoy se llama ladino, acabando con la diferencia de palabra entre el hablar y el escribir), nace de nuevo. Pero no ya como la lengua de la casa, la del negocio, la de ir de una comunidad a otra para ser reconocido, sino como la de la nostalgia, la de unos tiempos idos, la de un mundo que ya no existe pero que a veces aparece entre los sefardíes que conversan, frente a una taza de café o un plato con arroz con berenjena, en Istanbul, Salónica, Sarajevo, Sofía, Belgrado, Bucarest, Safed, Jersusalén, el Cairo, Fez, Tetuán, Tánger, Larache, El Caribe, etc. Y con el djudezmo-ladino, persistente en las romanzas que no paran de cantarse, se habla de las juderías: soi djudio de la djudería, de la koiné. Pero ya los referentes geográficos y urbanos no existen, la judería ha desaparecido (salvo en algunas calles de Istanbul). Solo hay una memoria que reconoce las palabras, unas mujeres sefardíes que usan el djudezmo para darse recetas o recordar a sus tías gordas y a sus abuelos, a sus tíos que se fueron al mar y luego enviaron cartas, y a sus días de cuando estuvieron enamoradas. Usan las palabras precisas y se ríen. Palabras que a veces sus nietos no entienden y creen que ellas están hablando un mal español.
Pero el djudezmo-ladino no ha muerto, ni es una lengua muerta. Don Julián Marías decía que él estaba instalado en el español, que esa era su casa. Y si bien hablaba otras lenguas, al hacerlo se sentía en casa de unos amigos o en un hotel, en algo que no le apetecía. Creo que algo así pasa con el djudezmo-ladino, que es donde estamos instalados los judíos sefardíes, en especial los escritores. ¿De dónde salen nuestras historias? De gente que hablaba djudezmo en un pasado cercano, que con el djudezmo construían el mundo y le hacían fantasías. Y de personas, como las de Ladinokomunitá, grupo liderado por Rachel Amado Bornitck, que se envían mensajes a diario en djudezmo, explican la ortografía y, en unión a sefardíes israelíes, mantienen vivas revistas como Aki Yerushalaym que, usando una grafía y una pronunciación más moderna, mantienen vivo el espíritu de la identidad sefardí.
El djudezmo o ladino (como se quiera), ha definido unos de los grupos judíos más representativos. Los judíos que tuvimos raíces en España, los que atravesaron el mediterráneo buscando amparo, y luego el Caribe, los que fundaron Brasil al escondido de los jesuitas, los que produjeron hombres como Elías Canetti y Primo Levi (para hablar de escritores contemporáneos), pintores como Amadeo Modigliani y filósofos esenciales como Maimónides, que se firmaba como el sefaradí. Judíos sefardíes que mantuvieron su lengua entre las muchas otras que habitaron y que somos distintos a los ashkenazim (judíos de Europa Oriental), a los mizrahim (judíos de los países árabes) y a los etíopes (judíos de origen africano). Distintos para poder compartir y ser confrontados, para de dos verdades sacar la tercera y para ser nosotros con nuestro pasado, el que fue bueno y ese que el Dio no permita más.
Avlo, meldo i escrivo djudío [17]. Y esto hace que mi yo sefardí sea yo, para existir entre los otros y tener que compartir.
NOTAS:
[1] Dame suerte y échame al mar.
[2] Los traductores se vieron en la obligación de buscar palabras, pulir alguna y establecer expresiones con base gramatical. Hicieron lo que después haría magistralmente Cervantes, al escribir el Quijote de la Mancha, con el habla del siglo XVI.
[3] Amadís de Gaula, escrita en castellano, aparecería publicada en 1508, en Zaragoza. Es la edición más antigua que se conoce.
[4] La pronunciación sefardí del hebreo será la del hebreo moderno, en la que las letras suenan como lo expresa la escritura.
[5] Luego de la salida de los judíos de España, se escribirá en hebreo sefardizado el Shulján Aruj en Safed, obra de José Karo, y se imprimirá la Biblia de Ferrara, en ladino.
[6] Término que usa Cervantes en el Quijote para establecer que en la península se hablan varias lenguas.
[7] La glosas de sabiduría, como se tituló el libro del rabino.
[8] La leyenda que habla de que cada judío partió con las llaves de su casa, es linda, aunque muy difícil de que sea real, pues el edicto los obligó a vender todos sus bienes cuando no es que quedaron en poder de la Inquisición.
[9] Rashi: Rabí Shlomó ben Isaac, famoso por haber concluido el Talmud en el siglo X, en Francia, con sus comentarios (tosafot).
[10] Ver mi artículo Yo avlo, meldo i eskrivo djudio, aparecido en el Foro hispánico, revista hispánica de Flandes y Holanda, N° 28. 2005, coordinado por Harm den Boer y Paloma Díaz Mas.
[11] Antonio José Restrepo, intelectual colombiano, habla en sus memorias de la alegría que tuvo al hablar en español con los judíos de Istanbul.
[12] Cuando alguien va a España y visita los lugares habitados por los serfad´pies, se hace a la idea de que somos piezas de museo. Ya, cuando se encuentra con el ladino, sabe que no somos fantasmas ni elementos de turismo.
[13] Los judíos ashkenazim, resuelven el problema escribiendo D-s, determinando que el contenido de la palabra es infinito.
[14] El 98% de la población de Salónica fue asesinada.
[15] La mayoría de los judíos sefardíes se asentaron en los territorios del Imperios Austro-húngaro y Otomano.
[16] En Auschwitz dice una placa: ke en este lugar, ande los nazis eksterminaron un miyon i medio de ombres, de mujeres y de kriaturas, la más parte djudios de varyos payises de la Europa, sea para siempre, para la umanidad un grito de dezespero i unas syniales.
[17] Hablo, leo y escribo judío.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.