EL COLOR SALITRE
Por Karim Quiroga*
Quién va a recordarme aparte de ti o de mi hijo.
Quién va a extrañar mis besos sobre la espalda.
La ebriedad de la madrugada del domingo,
El inicio del día, acostados en la parte trasera de tu auto mirando la forma de las nubes.
Este mundo es viejo y antiguo.
Más allá de estos árboles la vida continúa y el tiempo juega al azar.
Habremos de poblar esta tierra con nuestros hijos
Nacidos de amores fugaces,
Cada uno engañado a su manera.
Y nuestros varones quizá harán una nueva estirpe.
Hijos de padres contrariados.
¿Por qué jamás tuvimos sexo?
En el patio que me pertenecía fuera de toda duda.
Tu amor es el recuerdo de la compra de 800 dólares para llenar la alacena.
Pasábamos largos minutos poniendo los alimentos en su lugar,
Siempre había espacio para que espantaras mi dolor con chocolates y dulces.
Tus hijos en ese momento, me recordaban al mío, lejos, extraviado.
El hijo al que no podía tocar. Solo adivinarlo en su recuerdo.
Ignoro qué fuerza extraña permitió que no me derrumbara,
Quizá pudo salvarme la imaginación, la esperanza del futuro
Por días sublimes de abrazos y caricias.
Tu amor me devolvía a la niñez.
Eras mi compañero de juegos,
Mi eterno cómplice.
Asumías y tapabas con arena mis equivocaciones y ahí estoy aun, cobijada en la cama
De tu madre como si fuese una niña.
El lecho de una matrona de ochenta años dueña del oro de la tierra
Mientras tu amiga latina reposa el sopor de la cena
Y tú tomas la caja de herramientas para componer la pata de la mesa de la cocina.
Así te recuerdo:
Reparando cosas.
Mi eterno enamorado.
Incluso tus amigos te llamaban para que les arreglaras algún asunto de la piscina.
Salías más barato, supongo.
Te pagaban en especie, seguramente, con licor,
Mi enamorado ex alcohólico,
Ex adicto.
Acaso esas pastillas que me dabas para el dolor de cabeza, desleídas
¿Eran anfetaminas?
Solo lo comprendí cuando empecé a pasar las noches en blanco.
Limpiando tu casa,
O caminando hasta la gasolinera para devolverme
Por esas calles vacías con casas separadas con cercas y arbustos.
Casas de gente que debía tener la nevera atestada de comida
Y dos o tres coches en el garaje,
Y yates.
Luego, cuando tú y yo nos volvimos enemigos,
Entraba a tu casa por la puerta de atrás.
A veces ingresabas por allí para despistar a tus hijos.
No querías que fuesen a pensar que su padre quisiera casarse nuevamente
Luego de los otros matrimonios fallidos.
Si no era por interés, ¿por qué te casaste?
¿Por amor? Acaso has podido amar a alguien fuera de tu sombra.
Es el reflejo de tu rostro en el espejo el que besas,
Es tu boca. Ah, esos labios de color rosa pálido.
Y los ojos infinitamente azules.
Qué podría gustarte de mí, si observabas la misma confusión,
La misma inoperancia frente a la vida.
La fragilidad. Los sueños desvanecidos.
La urgencia de desafiar el destino.
Otras noches de la mano por el French Quarter de New Orleans.
La vida finalmente ofrecía un paisaje perenne.
Pero existían resabios que encallaban al amanecer.
Y luego de hacer el amor como maniáticos
Al siguiente día no teníamos idea del movimiento a seguir.
Y a veces éramos novios. Éramos amantes.
La ocasión para ser enemigos se convirtió en exquisita:
Cada uno huyendo del otro al amanecer,
Evadiendo el saludo, el roce de la piel.
Me dejaste servido el desayuno que te guardaba en el horno,
Sabías que era para ti y lo menospreciaste.
A veces cambiabas de opinión
Y eras el retrato de un novio perfecto.
Usábamos por entonces lentes de sol para no mirarnos directamente a los ojos.
Y estaban prohibidos los saludos de beso.
Entonces te ibas con tus amigos, por horas enteras.
Yo no tenía adónde ir. Ni dónde refugiarme.
Vivía a tu merced, a tu mandato,
Bajo tus reglas y tus límites marcados bajo fuego.
Fue entonces que comprendí que probablemente era una adicta,
Que consumía esos fármacos sin prescripción medica.
Decías que no debía mezclar alcohol.
Y yo sentía que mi corazón quería salirse del pecho
Y sentía la energía de 20 Red Bulls.
Y había tiempo para limpiar el jardín alrededor de tu casa y estropearme mi manicure.
Pensabas, acaso, que era tu mucama.
¿Tú ama de llaves?
Pero luego no querías que fregara los platos delante de tus invitados.
No querías verme de pie. No querías sus ojos hambrientos plantados sobre mi trasero.
Por qué no me presentaste a alguien, tanto como te lo pedí.
Debes tener un amigo soltero, alguien que se quiera casar.
No conozco a nadie, respondías.
Y agotabas mis pocas esperanzas
De obtener una residencia legal.
Te ofrecí matrimonio aquella mañana en la cocina:
Cásate conmigo a cambio de mis ahorros.
Con ese dinero alcanza para un auto usado para el menor de tus hijos.
Con ese dinero puedes llenar la alacena de 800 dólares por un par de meses.
Pero ni frente a la desesperación te avergonzabas.
Si fuese tú, diría que sí, inmediatamente,
Pero quizá ya te habrás divorciado tantas otras veces.
¿Es legal acaso la última disolución?
No tuviste reparos en llevar a tu ex en los peores momentos.
* * *
El presente poema es parte del poemario «El color salitre. Colección poesía y migración». Publicado en 2018.
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* Karim Quiroga. Colombia. Escritora y comunicadora social. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por El Jinete Azul. Realizó estudios de políticas de integración de personas inmigrantes y mediación cultural en la Universidad de Alicante, España. Fue invitada por la Universidad Estatal de Nueva York- SUNY at Oswego, a la conferencia internacional «La violencia perversa de la mujer consigo misma», en el marco del mes de la mujer, 2013. Autora del Retrato de un amante holandés, publicado por Caza de Libros Editores, Colección Generación del Bicentenario y Libro Total. Actualmente desarrolla la adaptación de su novela al teatro.
Blog: https://monedadeoroediciones.blogspot.com.co/
Su audio-libro Retrato de un amante holandés se puede escuchar en el siguiente enlace:
https://www.ellibrototal.com/ltotal/gift.jsp?idLibro=5631&id_trad=5532&gi=26860&snd=1
Sin palabras Buenisimo