EL DISCURSO ERÓTICO COMO UNA FILOSOFÍA DEL CUERPO EN JORGE GAITÁN DURÁN Y NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA
Por Diego Fernando Gallo *
«Puede decirse del Erotismo que es la aprobación
de la vida hasta en la muerte.
(….) Si el erotismo está en la cima,
la interrogación que coloco al final de mi libro
también se sitúa allí. Ahora bien, es filosófica.
La suprema interrogación filosófica, a mi entender,
coincide con la cima del erotismo»
(Bataille. El erotismo,1957)
Iniciar con una definición acertada de lo Erótico, como todo lo humano, resulta siendo una tarea de una complejidad enorme, y quizás al dejar en blanco la empresa de las definiciones, se logrará que pase a un segundo plano para posibilitar una reflexión más enriquecedora y más placentera. Por lo tanto aquí no perseguiremos una definición de lo Erótico, pero para salvar esta primera veta diremos que lo Erótico hace parte de una hermenéutica del cuerpo enamorado, del cuerpo que va y viene de lo trascendente a lo concreto e inmanente; todo ello hace parte de la experiencia interior del afuera.
Intentar que el cuerpo tenga en el erotismo un lenguaje, que es de carácter filosófico; intentar que hable el «ser» del cuerpo, que aquí se pretende también es de carácter sagrado, místico. Es decir un lenguaje que articula y condense la manifestación erótica como una práctica del cuerpo en relación con los límites de la experiencia que este tiene de sí, a través del otro. Este lenguaje se descifra con la dificultad que tiene el entrar en un lugar oculto para el discurso de la filosofía tradicional que ha ocultado, igual que el religioso, el cuerpo como una presencia incómoda, este lenguaje tiene un alfabeto propio que consiste en el acontecimiento en tanto estremecimiento del ser del deseo.
Quizás por eso es posible ver cómo el cuerpo amado, engolfado, cumple un lugar tan significativo en la obra de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz,[1] porque allí el cuerpo, la carne viva entra en contacto directo con el amado, con el otro, que en este caso es Dios como trascendencia. Tanto la poesía mística medieval como la filosofía de pensadores como George Bataille[2] o Nicolás Gómez Dávila[3] tienen una relación directa con la triada, Erotismo, Cuerpo, Trascendencia, y este lugar discursivo es el que denominamos: discurso Erótico como una filosofía del cuerpo.
Sin embargo este acercamiento se hace, no tanto con la pretensión de analizar en sentido estrictamente filosófico (entendido este como una instrumentalización más de la razón, en cuanto razón) sino, más bien, como una aproximación hermenéutica-intuitiva. Por tanto, está condicionado por la intuición como órgano de conocimiento del instante inmediato. La intuición del cuerpo enamorado, la forma en que se dice, en que se nombra, en que lo decimos, en que nos habla con el lenguaje del cuerpo del otro, aquí el «yo soy otro» resumiría el lenguaje del cuerpo enamorado, del deseo erótico, yo soy el otro cuerpo que me desea y yo soy el cuerpo de eso otro que deseo, intuición que se me da en la inmediatez del instante en que me correspondo con ese otro cuerpo desnudo.
«Yo soy otro» que ama,«yo soy otro» que es amado, «yo soy otro» que espera, que es esperado, que se ausenta, que esta presenta en la espera del otro.[4]
Y tal vez sea el erotismo el lenguaje por medio del cual los cuerpos se sienten mutuamente de manera más certera, más intensamente vividos el uno en el otro, el uno a través del otro. Aquí el cuerpo habla, metafísicamente habla por medio del otro. En todos los entrecruzamientos posibles que allí se den, allí está la complejidad esencial del asunto. Posiblemente la única salida a la afásica condición del erotismo está en eso que llamamos Poesía, quizás nadie ha sabido nombrar a este dios trágico como lo hizo Gaitán Durán [5]:
AMANTES II
Desnudos afrentamos el cuerpo
como dos ángeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.
De pie como perezosos árboles en el estío,
sentados como dioses ebrios
para que me abrasen en el polvo tus dos astros,
tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,
en tu cuerpo soy el incendio del ser.
Y a la pregunta por el ser del cuerpo, nos enfrentamos ante un misterio, no sabemos decir nada de ese «ser» del cuerpo, pero que aparece y desaparece como la physis de Heraclito[6]: ¿Quizás habremos también olvidado el ser del cuerpo? quizás es mejor así. Sabemos sí, que la única forma de acercarnos a ello es enfrentándonosle, afrentando desnudos el «ser» del cuerpo, injuriarlo, insultarlo, intentando asirlo con la punta de la lengua[7]. La pérdida del cuerpo del otro es inminente, porque al consumirse el acto en que el deseo se sacia momentáneamente, el otro, que es más bien decir: un «misterio», el misterio del ser del cuerpo, se desprende, se des-une, y el misterio sigue siendo tal, algo inaccesible para los dos.
Se tiene que aclarar que el erotismo como experiencia interior puede moverse en un espacio que se bifurca permanentemente, porque es el resultado de una experiencia interior del afuera, el lugar del otro es el afuera, pero solo es vivido en el instante de comunión con el otro, y este instante de comunión se realiza en un interior, es propiamente dicho la experiencia interior del otro que siempre vive en un afuera, en la exterioridad del otro que yo intento zanjar con la unión de nuestros cuerpos, sin embargo: «Eros es de por sí un Dios trágico, es igualmente aterrador hablar, hacerle hablar». (Bataille, Las lágrimas de Eros, 1997).
El cuerpo en el erotismo es purificado al entenderlo como práctica sagrada, es decir el cuerpo a través de la experiencia erótica, producto de una contemplación directa, inmediata del ser deseado, del ser del deseo; este discurso erótico hace posible una mímesis (aunque débil) del cuerpo con la realidad concreta de la carne del otro. Pero este discurso del que aquí se habla, es el discurso que produce en ese instante, él que contempla, él que ve, él que palpa el cuerpo desnudo y lo despoja de ese principio de individuación que determina la singular soledad en que habitan los cuerpos. Sin embargo esta soledad no es eliminada, ni el principio de individuación anulado, es más, puede llegar a ser la culminación del mismo y la presencia de la soledad más desesperante. Es una soledad compartida, es la nostalgia que vendrá por la ausencia de ese otro cuerpo que será ausente, y que no estará más. El Erotismo hace presente esas soledades que se juntan para enterarse la una de la soledad del otro y viceversa, y de la ausencia de que están hechos desde siempre.
AMANTES
Somos como son los que se aman.
Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos
desconocidos que se estrechan a tientas,
cicatrices con que el rencoroso deseo
señala a los que sin descanso se aman:
el tedio, la sospecha que invencible nos ata
en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.
Enamorados como dos locos,
dos astros sanguinarios, dos dinastías
que hambrientas se disputan un reino,
queremos ser justicia, nos acechamos feroces,
nos engañamos, nos inferimos las viles injurias
con que el cielo afrenta a los que se aman.
Sólo para que mil veces nos incendie
el abrazo que en el mundo son los que se aman
mil veces morimos cada día.[8]
Esta brutalidad insaciable del quererse hasta lo ilimitado de la incomprensión, convierte al cuerpo en un misterio que constantemente se enfrenta a sí mismo, con la lentitud de una eternidad consumada o con la velocidad aniquiladora del instante. El cuerpo es misterio precisamente porque es él mismo el ser del deseo, y resulta esa hambre, el deseo es hambre de no se sabe qué posesión y, por lo tanto, el deseo del cuerpo deseante se pierde en sí mismo, porque a pesar de ello, no hay un objeto concreto que determine ese deseo. Ellos, nosotros, él, ella, son hambres «que hambrientas se disputan un reino» pero: ¿podemos nombrar ese deseo?, y es válida la pregunta: ¿Qué es el deseo?
Pero, y si morimos cada día, y mañana quizás no volvamos a sentir que morirnos de muerte chiquita[9], porque solo es una e irrepetible, porque fue una única e irremplazable. Ante la imposibilidad de poder abrir el misterio deseante, ante esa imposibilidad?: sí, morimos cada día, porque hasta la muerte es deseo y más. Por lo que el «lugar» del instante, y la inmediatez del instante es significativa, ya que para satisfacerse los cuerpos no gozan de otro momento y/o temporalidad, sino el ilimitado límite del instante consumado en la muerte chiquita, en el orgasmo y no en la satisfacción simple y vulgar; culminación que termina en transfiguración desesperante, que mostraría un estado de indeterminación, que solo sería absoluto en la unión con Dios, pero no en el caso de un erotismo de los cuerpos, debido que aquí hay una diferencia en relación con un «objeto amado» particular. Particular su relación, en este último prima la determinación de ese principio de individuación concreta de los cuerpos. Lo anterior nos lleva a decir que el cuerpo es esa gran interrogación, esa pregunta sin respuesta alguna, ese no–lugar de los desencuentros inmediatos, pero también este encuentro fortuito, casual, instantáneo, entre dos abismos que huyéndose se encuentran : «(…) En tu cuerpo soy el incendio del ser» diría Gaitán Durán.
Esta preocupación infinita que es el cuerpo habrá que mirarlo cara a cara, pero es en la faz, en el rostro del otro que asumo el vértigo de mirar la desnudez que me viste, mediado por la visión del otro hacia mí, y por el reflejo que allí soy, el erotismo se asume aquí como contemplación poética, tal como lo dice Bataille (1957). Pero contrario a lo que éste nos advierte, lo necesario es reconocer, no la unidad de este encuentro, la unidad del espíritu humano, sino más bien reconocer la ausencia de esta unidad, de esta comunión absoluta, y plantearse pues, el riesgo al aceptar la disparidad, la disensión, la separación, la soledad a que nos vemos abocados cuando nos reconocemos através del otro por el placer y el ser del deseo que se arma con fragmentos, trozos, pedazos de los dos cuerpos enamorados. La diferenciación se hace más palpable cuando me uno y me reconozco abandonado a mi suerte, a la suerte del limitado deseo que aparece, condenándonos a su finitud; cuando el reconocimiento de esta finitud se hace demasiado palpable ocurre el Erotismo como sumo bien anhelado, entre lágrimas, y se sabe que el cuerpo es ante todo, lágrimas.
Este acontecimiento de la soledad del cuerpo, en el encuentro del uno en el otro, es, y hace parte de una revelación que va unida a la sensación de pérdida del otro, a la experiencia inmediata de la muerte. Este cuerpo que después del instante de las uniones se aleja, se ausenta, me anuncia lo que de muerte hay en la ausencia del otro, me abandona a mi encuentro con la ausencia que en últimas es la llegada de la advertencia de la muerte. Es por esta razón por la que la continuidad de la que habla Bataille en el Erotismo[10] es problemática en la medida que la única continuidad posible es la presente en la unión con la trascendencia, ya que es una unión absoluta, en donde hay una disolución total del amante con/en él amado (lo trascendente), tema que se abordara más adelante. La continuidad de los seres es aquí difícil de hallar, ya que este estar en relación con la finitud del otro, me entrega el cuerpo, su cuerpo desnudo como prueba de ese límite que anuncia que mañana, por la mañana ya no estarás, y que quizás ya no estarás más para siempre. Me evidencia esto que somos seres discontinuos, que aquí prima el principium individuationis[11]; Producto de la vivencia erótica, producto de la experiencia de adentro, del hecho de existir adentro, de la aparición de la «existencia adentro» (Ibíd.).
Se está ante una absoluta experiencia del cuerpo en su totalidad a través del otro, de la otredad, y como ya se mencionó una experiencia de la muerte, que supone la ausencia absoluta de ese otro cuerpo que se va a desprender de mí, que se va a des-unir de mí, allí las catástrofes. Pero supone una manera distinta de asumir la muerte, porque esta supondría una renuncia a si mismo de manera absoluta, ni siquiera en el erotismo de los corazones esta continuidad permanece de tal manera, y que no resulta muy clara a simple vista, por lo que no hay una conclusión absoluta en el amor que pasa a través de la muerte, porque a ésta muerte en lo otro, le sigue un retorno hacia sí, parafraseando las palabras de Byung-Chul Han[12].
El cuerpo acontece luego, como la experiencia interior muy adentro de esas lágrimas de placer y de melancólica nostalgia del ser amado que está ya ido porque ya es ausencia. Y de la presencia de esas desuniones, de esas uniones imposibles, se da la revelación de la discontinuidad y del aislamiento al que nos condena el «otro cuerpo» que deseo y que me advierte de la soledad de mi deseo.
Si este «erotismo de los cuerpos»[13], refleja la continuidad es para mostrarnos el simulacro atroz de estas uniones, de esta continuidad, que en el fondo es la continuidad de la discontinuidad del ser en ser del otro. Como ya se mencionó la continuidad de los seres como finalidad y como último peldaño alcanzado en la unión de los cuerpos tendrá que ponerse entre paréntesis. Aquí lo que se efectúa es un proceso de revelación permanente de la discontinuidad de los seres, no por un deseo de estar ante la muerte y el placer que se alcanza ante la presencia de la muerte, es más bien, debido al temor que produce la sensación, la idea, la evidencia de la muerte.
La continuidad acaecida en un primer momento. Allí el instante perfecto se rompe, el erotismo es indisoluble con el temor a la muerte que vendrá, que el otro cuerpo en su finitud da cuenta tanto de mí como de él. Nos enteramos de la finitud a la que nos vemos enfrentados, al unirnos por un instante solamente.
El «erotismo del cuerpo» es vulnerable a la contemplación del otro, es vulnerable ante el otro cuerpo que desea, ante el deseo que son el uno Para el otro, aniquilándose, uno en el otro, en estas uniones imposibles, el erotismo es pues este abismo de imposibilidades. No hay esperanza alguna de permanencia o de permanecer en el otro. Sin embargo pareciese que la sensación de una eternidad fugaz cruza la piel de los amantes, esto ocurre debido a que la contemplación del otro desnudo es una apariencia, una simulación del ser del deseo que se me escapa en esa misma contemplación.
SE JUNTAN DESNUDOS
Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.[14]
Este último verso intenta (para volver a la anatomía del deseo) y lo logra con maestría, enfrentarnos al misterio del «ser» del cuerpo; de los cuerpos se dirá.
La presencia del incendio es tan determinante, que hace parte del lenguaje que los nombra, los dice, los desnuda, el incendio desnuda a los cuerpos y los hace cuerpo, ese incendio que es el deseo, hace del cuerpo un cuerpo, simple y llanamente, pero un cuerpo amado. Un cuerpo erótico es la forma como el deseo se muestra en el instante mismo en que se esconde, su naturaleza es esconderse, ocultarse.
Es absolutamente contundente la revelación del poema: «En tu cuerpo soy el incendio del ser». Es ese incendio, esa desesperación quemante que le otorga a los cuerpos una insalvable maldición, un indescifrable alfabeto, fenómeno que se arma en la debilidad del amor y nos deja vacíos, desgarrados, con nuestra individuación intacta. Es necesario aclarar: la única unión absoluta es con lo ilimitado que no corresponde con las fronteras de lo palpable, incluso es necesario mencionar esta particularidad de la experiencia erótica: no se deja asir «desde fuera como una cosa» (Bataille, El erotismo, Pg, 207). Esta experiencia aquí es sentida desde un adentro, muy adentro, en este punto es necesario traer a mención la poesía mística de un San Juan de la Cruz o de Santa Teresa de Jesús o si se quiere de Hildegard Von Bingen[15]. Aquí la única unión absoluta, que rompe la discontinuidad y la individuación con los seres es la unión con la trascendencia. Se hace énfasis en este punto, porque aquí el cuerpo cobra una importancia tan drástica que la carne, (porque el espíritu tiene su carne, es carne viva) solo es sentida en la unión con el amado (Dios), aunque es evidente que en la poesía mística los placeres terrenales, los deseos del cuerpo son totalmente recluidos al estigma del pecado y la satanización de la sexualidad, drásticamente censurada. Pero sucede que en las Moradas de Santa Teresa de Jesús o en la Poesía de San Juan de la Cruz el cuerpo es sentido en la desposesión del amado. La Transverberación de Santa Teresa, en la delectación morosa de los místicos de la Edad Media.
El cuerpo desnudo del ser amado, es desposeído y viceversa, pero no del todo. El cuerpo sobrevive en la muerte chiquita, el cuerpo permanence a pesar del espíritu, insiste en quedarse, en abandonarse y huirse mientras se descompone en esa quietud insoportable del deseo.
«El placer no es un elemento que pertenezca
a ciertas cosas, sino una actitud del espíritu».
(Nicolás Gómez Dávila, Notas, pág. 172)
«Que ese cuerpo que duerme abandonado
junto al nuestro y esa dulce curva que nace
de la nuca y fluye hasta el vientre no perezca».
(Gomez Davila, ETI1,pag.82)
Que no perezca,aunque el cuerpo siempre, lentamente, permanentemente se nos está yendo; en Gómez Dávila —ya para entrar en sus abismos— hay una nostalgia lindísima por ese cuerpo, simplemente por el cuerpo, por ese abandono, bellísimo. La sensación del cuerpo enamorado, resultado de un intenso acto de contemplación, se asume como un estado ontólogico de suma importancia. El cuerpo se convierte en cuerpo cuando ama a través y con el deseo erótico, se convierte en cuerpo, se ontologiza en esa misma nostalgia, en la necesaria vivencia de esa dulce nostalgia. Quizás por ello la contemplación de ese cuerpo que duerme junto al nuestro «esta abandonado» allí, sin más.
En el pensamiento de Gomez Davila es posible reconocer una Erótica de la contemplación, donde el cuerpo se revienta, se inventa, se re-inventa, se anhela, pero bajo una nostalgia dulcísima en extremo, el Erotismo de los cuerpos en Gómez Dávila es una Erotica de los extremos, una Erotica abismal.
Y es por esto que cobra un rango de egnima sorprendente la idea gomezdaviliana de reconocer cierta «densidad que presta al mundo la oscura presencia de la carne», «(…) el cuerpo con su difícil y duro respirar». (Notas,82). El cuerpo es esa presencia que se ausenta, que resulta más ausente cuando está, porque reconoce que esa otra presencia es efímera, limitada, y fugaz.
En el erotismo gomezdaviliano hay siempre algo inefable, aunque la filosofía sea el martillo que atiza los golpes más contundentes, es una intuición sentida en la inmediatez del instante, hay algo de lo que no es posible hablar con entera concreción lógica, aunque Gómez Dávila lo logra con maestria, queda la rica sensacion de que la intuición nos aguarda un tesoro que nunca conoceremos[16].
Volviendo al cuerpo, al «Erotismo de los cuerpos», a su falta de continuidad de los seres,y acentuando esta idea principal de ruptura antes que de union, nos lleva a decir que la discontinuidad, y la nostalgia que produce, constituye la unica posibilidad de sentir la erotizacion, o como lo nombramos más arriba,la ontologizacion de los cuerpos, la posibilidad de ser en el otro, aunque sea en la inmediatez discontinua del instante, que no por ello deja de ser y sentirse como un instante de eternidad contenida: «El erotismo de los cuerpos tiene de todas maneras algo pesado, siniestro. Preserva la discontinuidad individual, y es siempre un poco en el sentido de un egoísmo cínico» [17].
Este aleteo de la conciencia es siempre difícil comprenderlo por medio de una meditación estrictamente racional, porque es el resultado de un espasmo inmediato, no mediado; quizás el erotismo simple y llanamente nos introduce en los abismos del individualismo en lucha con el otro, debido precisamente a que la individuación es un egoísmo cínico,y solo es esto, hablando en sentido estricto sobre el erotismo; la discontinuidad del «ser» del cuerpo se da porque persiste algo pesado y siniestro, (aquí no en el sentido que posiblemente le daría Bataille), ya que lo que se busca es, ya sea por medio del placer del otro, darle placer al otro, o por la satisfacción directa de mi deseo por medio del placer que es la consumación del individuo que soy, la primacía del placer mio, del deseo mio, aquí la continuidad es deseada pero en otro sentido que nos es desconocido.
Intentar hablar sobre el deseo erótico aquí es hablar de ausencias, o más bien de algo que se va mientras tanto, mientras el instante que dura la muerte chiquita. Es posible hablar de una «presencia especial»[18], de una otredad ausente, pero siempre presente de tal manera que resulta tremendamente desconcertante a la hora de enredar los hilos que separan los cuerpos, el Erotismo es presencia del otro muy cerca, a la distancia que procura el deseo.
Y posiblemente ahora, el tiempo que nos tocó vivir como presente, hay una amenaza manifiesta cuando lo «porno», como instauración de una caracterización socio-económica y cultural, se nos muestra como un juego peligroso, y es probable que encontramos ciertamente una melancólica añoranza por el erotismo, por una especie de retorno a esas revelaciones perdidas, revelaciones ensuciadas bajo el signo mercantil del capitalismo y su pornografía de la «mera vida». La agonía del eros ha llevado a la consumación del deseo en mera practicidad plástica, cómica de los cuerpos, el cuerpo ya no será y ya no es, o ya no será un cuerpo, es otra cosa, quizás rutina, costumbre de tener un cuerpo, como piedra de Sísifo[19].
Desde luego es evidente que el fenómeno económico y cultural del mundo moderno, es resultado de una incapacidad por lo trascendente, entendido esto como una pérdida de la sustancia más íntima que determinan las prácticas eróticas. Pero esta pérdida parece no ser evidente, hay una transformación de las prácticas humanas, y aquí está el punto central en la discusión, ya que si hemos olvidado el ser, este olvido del ser está condicionado por el olvido de lo sagrado o lo divino.
«Al amor de hoy le falta toda trascendencia y transgresión» ( Byung-Chul, 2014). Lo preocupante es que hemos olvidado esto, de que ya no gozamos de esta posibilidad de transgresión, y por lo tanto, de la posibilidad de la trascendencia. Y no es precisamente por ser conscientes de que si todo es falso luego todo es posible, por lo que se rompen los límites de lo prohibido; es porque nos ha sido difícil retornar a un lugar del cual nunca hemos estado, no sabemos el camino al «ser» del cuerpo, al ser simplemente, mucho menos al de la trascendencia. Ya no hay camino para llegar a este no-lugar.
Por esta razón, Chul Han, hace referencia a un término que se ha vuelto determinante en las prácticas del hombre contemporáneo, consumidor pasivo de un mundo porno, la «mera vida», la preocupación por la supervivencia, despoja la vida de toda vivacidad, la mera vida expuesta mediante las simbologías sexuales que son valores ya establecidos de manera tan drástica que lo porno es una característica más del mundo contemporáneo, es un valor en sí, y allí hay un despojo lento de la función erótica, para trasladarse a los encuentros casuales, carentes de la densidad de los cuerpos enamorados.
Esta «mera vida expuesta» como un teatro sin teatro, como una actuación sin vida, ha generado un proceso de desustancialización de las prácticas eróticas, la otredad se debilita en función de la satisfacción simple y vulgar de los deseos, el afán desmesurado por la obtención de valor de cambio, el deseo ya no es deseo del deseo, es un canibalismo sin cuerpo y sin carne. Pero más allá de esto nos resulta difícil hablar de este vacío, de esta agonía del eros, hablamos en un horizonte, bien es sabido, sin horizonte concreto, pero insistimos en que una filosofía del cuerpo debe intentar hacer hablar lo que aún queda, y persiste.
El erotismo es ciertamente un mundo sin esperanza alguna, es más bien la esperanza de la desesperanza, y entiéndase lo que se quiera sobre la palabra Erotismo: amor, deseo, sensualidad. Hay allí algo de fascinante que al mismo tiempo que nos deja sin palabras nos ofrece un lenguaje nuevo, un alfabeto de tristezas dulcísimas. Otra cosa es que siempre la experiencia sea vivida de esta manera, o que la conciencia de esta experiencia interior, experiencia del adentro, experiencia de dentro, se constituye de esta manera en que la nombramos, en la medida que la nombramos. Aquí se habla de la experiencia vivida por quien esto escribe, como una excusa para hacer hablar al cuerpo enamorado, que sirve luego para intentar construir una pequeña Critica de la Razón Erótica como lo sugirió Gómez Dávila.
Un lenguaje, un alfabeto para decir esto que se nos escapa, aquí la poesía nos habla de eso que ocurre muy adentro, nos confronta con algo muy adentro que nos cuesta; tanto en Gaitán Durán como en Gómez Dávila está presente, esa lucha, lenta, pausada, pero no exenta de angustias. Hablar del cuerpo enamorado nos lleva indiscutiblemente hacia dos extremos imposibles, casi nefastos y nocivos para la salud del alma, la filosofía o la poesía, lugar confuso y caótico, pero el único posible para arrojarse a ese incendio de los cuerpos, lugar habitado por el Gómez Dávila de las Notas (1954).
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* Diego Fernando Gallo Casas (1989) es Licenciado en Ciencias sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. También es realizador de Cine en Super 8.
- Tres figuras significativas de la mística cristiana, religiosos y poetas que llevaron hasta el paroxismo el deseo amoroso por Dios a través de revelaciones y manifestaciones que se pueden relacionar con un éxtasis místico llevado al extremo de la incomprensión ↑
- Pensador outsider francés (1897-1962) ↑
- Pensador reaccionario colombiano (1913-1994) ↑
- Jiménez González David, en El amor en Gómez Dávila;dice:«el inabarcable misterio que es la persona amada es tan insondable como la evidencia del tiempo imposible de vivir más de una vida(…) la oración amorosa, desde el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila es la inquietud por la suerte y la salud por el otro, así como el gozo y el agradecimiento por compartir esta vida fugaz, de intentar que el amor dure desde ahora». www.academia.edu/8210000/El_Amor_en_Gomez_Davila ↑
- Poeta colombiano perteneciente al grupo Mito (1924-1962) ↑
- Dirá Heráclito «el oscuro» en uno de los fragmentos conservados por Proclo ««La naturaleza ama esconderse.» (123 DK); o cara al Heidegger de la Historia del ser: «El resguardo: el resguardo en la espera del ser. Conservar el extrañamiento, la capacidad de él. Solo asi trans-ferencia al ser. El extrañamiento ahora «ente», sin ser El ser [seyn] ) la ocultación.» La historia del ser; el Hilo de aridna, pg,182;1998. ↑
- Formas estas de acercarse al cuerpo con una pasión violenta, pero que no se debe confundir con la violencia gratuita que degrada al deseo amoroso de una ternura y de la delicadeza del erotismo, se habla pues de una ternura violenta, sutil. ↑
- Gaitán Duran, Jorge; Amantes,1959. ↑
- Termino que en la Edad Media se asociaba con el alivio sexual en la unión con Dios, aquí se aclara es una extrapolación directa a la sensación de un orgasmo. ↑
- «En ambos casos la continuidad global de los seres se revela en su límite.(Objetivamente, esa continuidad se da entre un ser y otro y entre cada ser y a la totalidad de los demás, sólo en los pasos de la reproducción.) Pero la muerte, que siempre suprime la discontinuidad individual, aparece cada vez que, profundamente, se revela la continuidad. La reproducción asexuada la hurta al mismo tiempo que la asume; en ella lo muerto desaparece en la muerte, y ésta es escamoteada. En este sentido, la reproducción asexuada es la verdad última de la muerte: la muerte anuncia la discontinuidad fundamental de los seres (y del ser). Sólo el ser discontinuo muere; la muerte revela la mentira de la discontinuidad.» El erotismo, Pg, 101-102,Tusquet Ed,2005. ↑
- Preferencialmente la concepción de Leibniz «Cada individuo se individualiza por su entidad total» Sobre el principio de individuación,1663. ↑
- :Byung-Chul, La agonía del Eros / traducción de Raúl Gabás.Editorial:Barcelona : Herder, 2014.:79 p. ↑
- Bataille habla de esta manera: «Hablare sucesivamente de estas tres formas, a saber, el erotismo de los cuerpos, de los corazones y, finalmente, el erotismo sagrado, Hablare de ellas a fin de mostrar adecuadamente que en ellas lo que está siempre en cuestión es sustituir el aislamiento del ser, su discontinuidad, por un sentimiento de continuidad profunda.» (ibid,p.29) ↑
- Ibíd. Pg. 8 ↑
- Mística outsider alemana (1098-1179) ↑
- «hay en el erotismo, finalmente, mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer. Hoy en día, nadie se da cuenta de que el erotismo es un universo demente, cuya profundidad, mucho más allá de sus formas más etéreas, es infernal, he dado una forma lirica a la idea que propongo, que afirma el vínculo existente entre la muerte y el erotismo. Pero, insisto, el sentido del erotismo se nos escapa si se nos presenta con una abrupta profundidad en principio, el erotismo es la realidad más conmovedora, pero al mismo tiempo, la más innoble, incluso después del psicoanálisis, los aspectos contradictorios del erotismo son innumerables: su fondo es religioso, horrible, trágico e incluso inconfesable, ya que es divino» (Bataille Las lágrimas de Eros, de George Bataille. Traducción, David Fernández. Ed. Tusquets. Barcelona, 1997,) ↑
- Bataille, George; El Erotismo; Barcelona: Tusquets Editores, 1988.:378 p. ↑
- «El deseo Erótico está ligado a una presencia especial del otro, no a la ausencia de la nada, sino a la —ausencia en un horizonte de futuro—» (p.28) :Byung-Chul, La agonía del Eros / Byung-Chul Han ; traducción de Raúl Gabás.Editorial:Barcelona : Herder, 2014.Descripción física:79 p. ↑
- (…) En el curso de una positivacion de todos los ámbitos de la vida, es domesticado para convertirlo en una fórmula de consumo, como un producto sin riesgos ni atrevimiento, sin exceso ni locura»(ibid,33) ↑