Literatura Cronopio

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EL DOBLE Y LO OMINOSO EN «WILLIAM WILSON»

DE EDGAR ALLAN POE Y «¿ÉL?» DE GUY DE MAUPASSANT

Por María Berenice González Godínez*

La literatura del siglo XIX fue rica en temáticas y muchas de ellas estuvieron inclinadas por lo espeluznante, lo demoníaco, lo fantasmagórico y lo supersticioso. Varios autores optaron por un romanticismo negro, ese que se preocupaba por la fantasía, la irrealidad y se adentraba en lo onírico y lo psicológico, tanto de los personajes como del mismo lector.

Las letras decimonónicas no fueron completamente amor, dulzura y sentimentalismo, pues tuvieron por contraparte el horror, el terror y el misterio, elementos importantes que no sólo sirvieron de punto de partida para narradores y poetas, sino también para los críticos y teóricos. Uno de ellos fue el austriaco Sigmund Freud, quien a pesar de haber sido médico y principal representante del psicoanálisis, se preocupó por la literatura de su tiempo y se dedicó a analizar tanto el contenido de las historias como a los mismos autores a través de los textos.

Entre los estudios que Freud realizó, se encuentra su artículo Lo ominoso (también traducido como Lo siniestro), publicado en 1919 y en el cual analizó el cuento de E.T.A. Hoffmann: «El hombre de arena», narración que según Freud, es extraña por lo siniestro que contiene. Tal propuesta es interesante porque aportó nuevas reflexiones para comprender la literatura y la ficción desde una perspectiva psicoanalítica. Esta teoría me parece interesante y por ello la tomaré como base para revisar cómo se manifiesta lo ominoso en los cuentos William Wilson de Edgar Allan Poe y ¿Él?, de Guy de Maupassant.

Por una parte, William Wilson es un relato con tintes biográficos que cuenta la infancia y juventud de William —nombre supuestamente falso del personaje principal—, estudiante de un colegio isabelino donde conoce a un joven casi idéntico a él físicamente, con el mismo nombre, la misma fecha de nacimiento y que con el tiempo también demuestra tener actitudes semejantes, como la imitación de la voz y la vestimenta. Esta situación atormenta al protagonista–narrador, pues no comprende qué es lo que sucede y aunque intenta huir, la sombra del doble siempre lo persigue. El desenlace es inesperado y trágico, ya que ambos personajes mueren; William Wilson y el otro joven son la misma persona.

Por otra parte, ¿Él? , igualmente narrado por el protagonista, cuyo nombre es desconocido, relata cómo el personaje principal le platica a un amigo la nueva noticia: se casará, no porque así lo desea, sino para calmar la angustia que lo está dañando desde que en una noche se encontró con un hombre sentado en su sillón frente a la chimenea, pero que desapareció cuando se acercó a verlo. A partir de ese hecho, el protagonista siente un miedo excesivo que no sabe explicar ni controlar, se siente acompañado de otra presencia y lo único que puede tranquilizarlo es tener a alguien real a su lado en las noches para no sentir la soledad, por eso busca casarse.

Ambas historias del siglo XIX tienen varios puntos de encuentro, pero el principal es el temor a ese «otro» de naturaleza desconocida que ataca sin razón comprensible; miedo que se refuerza gracias a la narración en primera persona, dado que invitan a sumergirnos en la mente de los personajes y sus fobias. Poe y Maupassant generan un paseo psicológico que paulatinamente envuelve la atmósfera con escalofrío y terror. Los ambientes se presentan lúgubres y solitarios, intensificando la tensión de los protagonistas ante la presencia extraña que se vuelve ominosa.

Para Freud, lo ominoso es parte del ámbito estético y artístico, por eso se detiene en observar cómo interfiere en la literatura. Reflexiona que «lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo» (Freud, 1919, p.1). Es decir, lo extraño no está aislado de la realidad completamente, al contrario, puede encontrarse en lo cotidiano.

Para llegar a la conclusión de que lo raro procede de lo familiar, acertadamente Freud (1919) recurrió al análisis idiomático y tras una serie de revisiones de palabras y raíces de distintas lenguas, como el alemán, inglés, francés, español, griego, latín, árabe y hebreo, terminó por nombrar la sensación de extrañeza como unheimliche (siniestro u ominoso), que es lo contrario de heimliche (lo familiar), por lo tanto «puede inferirse que es algo terrorífico justamente porque no es consabido ni familiar […] sólo puede decirse que lo novedoso se vuelve fácilmente terrorífico y ominoso; algo de lo novedoso es ominoso, pero no todo. A lo nuevo y no familiar tiene que agregarse algo que lo vuelva ominoso» (p.1).

A pesar de que la formulación de la propuesta freudiana está apegada a los rasgos psicológicos en la vida real, es llamativo cómo se puede hacer una distinción entre lo ominoso que se vivencia y lo ominoso de la ficción en la lectura. Menciona Freud que existen ocasiones en las que los elementos ominosos de la ficción salen de los límites de la realidad, resultando poco creíbles y que sólo quedan como situaciones siniestras de la literatura. Sin embargo también está la opción contraria: cuando un escritor logra con efectividad lo ominoso a raíz de una situación en el terreno de la cotidianidad. Para hacerlo, es necesario incluir sentimientos del vivenciar [sic] real.

Partiendo de estas proposiciones y abocándome a los cuentos de Poe y Maupassant, cabe hacer hincapié en que las dos narraciones sí podrían considerarse ominosas o siniestras porque manan de experiencias claramente verosímiles. Los espacios resultan cotidianos: el colegio, la habitación, la calle, la ciudad. Los personajes están caracterizados como si fueran personas reales con una vida aparentemente normal, misma que en algún punto se quiebra y les suscita miedos que los hacen vacilar en su comportamiento. William Wilson y ¿Él? tienen esencia del mundo y su adecuada creación hace que el lector sienta compasión por los personajes que sufren con pavor humano.

Freud (1919) menciona que otro de los recursos que un escritor puede desarrollar para generar lo ominoso «consiste en ocultarnos largo tiempo las premisas que en verdad ha escogido para el mundo supuesto por él, o en ir dejando para el final, con habilidad y astucia, ese esclarecimiento decisivo» (p.14). Si tomamos en cuenta esta propuesta, Poe y Maupassant lo consiguieron, teniendo en cuenta que ambos relatos buscan mantener la incertidumbre del lector. Siempre está la posible resolución del problema, pero enseguida aparece un obstáculo que impide la tranquilidad de los protagonistas.

Tanto William Wilson como el protagonista de Maupassant, durante toda la historia se enfrentan a las entidades que los persiguen día y noche, cuando están conscientes o cuando duermen. Los dos cuentos son misterio latente, un ir y venir entre la angustia y la tranquilidad de los personajes. Y sólo al final se da una posible resolución, y digo posible, porque en ¿Él?, a diferencia de William Wilson, el final queda completamente abierto y el lector tan sólo puede hacer suposiciones; mientras que en el de Poe, el desenlace es más claro con la muerte del protagonista y su enemigo.

En su artículo, Freud (1919) interpreta que lo ominoso, tanto en la literatura como en la vida real, es una sensación de extrañeza que despierta fantasmas reprimidos desde la niñez, como los típicos miedos infantiles que quedan guardados y en cualquier momento salen a la luz. De ahí que ominoso sea igual a no familiar, pues cuando se vivencia un suceso extraño sale, en apariencia, de lo cotidiano. Hay varias manifestaciones de lo ominoso que como espectadores pueden impresionarnos, y una de ellas es «el doble», pieza importante en William Wilson y ¿Él?

De acuerdo a Freud (1919), el tema del doble es una de las principales causas de extrañeza en todas sus plasmaciones, y basándose en la novela Los elixires del diablo, de E.T.A. Hoffmann, establece las distintas formas en las que se presenta el doble, por ejemplo como:

La aparición de personas que por su idéntico aspecto deben considerarse idénticas; […] la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno en el lugar del propio —o sea, duplicación, división, permutación del yo—, y, por último, el permanente retorno de lo igual, la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos criminales, y hasta de los nombres a lo largo de varias generaciones sucesivas. (p.7).

Si el doble es una representación de lo ominoso, el cuento de Poe y Maupassant contienen estos efectos siniestros, aunque cada uno lo aborda de manera distinta. En William Wilson, la presencia del «otro» queda clara desde las primeras líneas, aunque siempre se mantiene el secreto de ese «otro» que lentamente es descrito como una copia del protagonista. El doble en este caso es la duplicación completa del William original, hasta convertirse en un fiel reflejo: «Su táctica consistía en perfeccionar una imitación de mi persona, tanto en palabras como en hechos y Wilson desempeñaba admirablemente su papel». (Poe, 2015, p.315).

En ¿Él?, el efecto ominoso del doble se plantea diferente y Maupassant no lo muestra explícitamente. El enigma nunca se resuelve, la premisa es ignota. En este caso, el «otro» es una entidad desconocida que agrede psicológicamente al protagonista, pues no puede identificar si el hombre que vio en la noche frente a la fogata fue real o fue su imaginación. El mismo título del cuento reafirma que toda la narración es un cuestionamiento. El doble de este protagonista puede entenderse como un doble imaginario que nosotros como lectores no sabemos si fue producto del miedo del narrador o fue verdad, lo cual incrementa el sentimiento de lo siniestro: «tengo miedo…,¡miedo de mí mismo!… Tengo miedo al miedo; me infunden miedo las perturbaciones de mi espíritu. Me asusta la horrible sensación del terror incomprensible». (Maupassant, 2019, p. 2).

Hay distintas maneras de concebir lo ominoso, pero si tal extrañeza proviene de una represión que se ha guardado desde la infancia, en el doble sucede lo mismo. Por ello, Freud (1919) explica que el efecto del doble se construye desde los primeros años, siendo una especie de narcisismo que domina la vida anímica del niño, gracias al amor que siente por sí mismo. Sin embargo, este sentido del doble cambia con el tiempo y la presencia del «otro», se convierte en anunciador de la muerte.

A decir verdad, la representación del doble no es sepultada completamente con el narcisismo inicial infantil, sino que «en el interior de este [desarrollo del yo] se forma poco a poco una instancia particular que puede contraponerse al resto del yo, que sirve a la observación de sí y a la autocrítica» (Freud, 1919, p.7). No obstante, no siempre ocurre así, pues cuando ese doble se separa del yo y es notado, incluso por la misma persona, se está frente a un caso patológico. Cuando esto ocurre, la persona trata de llenar la antigua representación del doble con material del narcisismo inicial. Regresa todo lo supuestamente superado de la infancia, y además pueden sumarse «todas las posibilidades incumplidas de plasmación del destino, a que la fantasía sigue aferrada, y todas las aspiraciones del yo que no pudieron realizarse a consecuencia de unas circunstancias externas desfavorables». (Freud, 1919, p.7)

Ahora, si se analizan los cuentos con esta idea, en los dos se puede observar el doble como patología. En William Wilson, el protagonista sí alcanza la separación del yo, pero en un grado extremo con tendencias al delirio, considerando que Wilson adquiere la capacidad de ver una figura externa con sus mismas características, pero su doble se exhibe también como un personaje que logra superarlo en varios aspectos y así es como podría confirmarse que el otro Wilson es una imagen más perfecta que el Wilson original, ya que en ese «otro», Wilson ve una competencia difícilmente superable y dominable:

Sólo mi tocayo, entre los que según la fraseología del colegio formaban nuestro «grupito» se atrevía a competir conmigo en el estudio -en los deportes y rencillas de campo de juegos-, negándose a creer ciegamente en mis afirmaciones y a someterse a mis deseos…En una palabra, pretendía oponerse a mi arbitraria dictadura. (Poe, 2015, p.313)

En la cita anterior se ve cómo el doble prefigura como el miedo a ser vencido por alguien mejor. En el doble de Wilson están enclavados todos los temores de William y hasta sus aberraciones, como el nombre; en el otro William están las represiones del original:

Yo siempre había experimentado aversión por mi poco elegante apellido y mi nombre de pila tan común que era casi plebeyo. Esos nombres eran veneno para mis oídos y cuando, el día de mi llegada, se presentó un segundo William Wilson en la academia, me indigné con él por llevar tal nombre. (Poe, 2015, p.315).

Por otro lado, en ¿Él?, igualmente hay una especie de patología, que demuestra ser el resultado de la represión del personaje. Sobre todo si se tiene en cuenta que al principio del relato el protagonista afirma que no es supersticioso y no le teme a lo sobrenatural, ni a los muertos, ni a los aparecidos, pero paradójicamente le teme a ese hombre que presiente en las noches, que lo asusta y que simplemente desaparece.

El hombre que lo inquieta es un doble difuso que está para remarcar el pavor del protagonista: la soledad.

Sí; por mucho que razono, por más que me lo explico, no puedo estar solo en mi casa. Él no se aparece, pero me domina. No vuelve. Todo acabó. Pero sufro como si volviera. Invisible para mis ojos, ahora se clava en mi pensamiento. Lo adivino detrás de las puertas, dentro del armario, debajo de la cama, en todos los rincones, en cada sombra, entre la obscuridad… Si me acerco a la puerta, si abro el armario, si miro debajo de la cama, si aproximo una luz a los rincones, huye con la obscuridad: nunca se presenta. (Maupassant, 2019, p.5).

La descripción anterior llamó mi atención por dos razones. La primera, porque deja claro que el personaje teme sobremanera a la soledad y aunque niegue su creencia en las apariciones, el hecho de que esté preocupado por el hombre que vio una vez y nunca más se presentó, es claro indicio de que se trata del doble de su imaginación, alguien que sólo está en su mente, pero que no se estructura completamente como el doble de William Wilson, quien además adquiere una personalidad independiente de su creador. En este caso no, el doble ni siquiera tiene características físicas claras.

Y la segunda razón es porque en la cita se menciona que él estaba en cualquier lugar, debajo de la cama, detrás de la puerta, en el armario, en la obscuridad. Espacios que por lo general incitan miedo en los niños. Ante tal circunstancia es preciso mencionar que Freud, en el mismo artículo, explica que existen aspectos ominosos muy propios de la infancia, como la obscuridad y la soledad y aunque se logra reprimirlos, en realidad nunca se eliminan completamente. Por eso en el cuento de Maupassant queda más clara la teoría freudiana que ve lo ominoso como una represión.

No cabe duda que como dice Freud, el doble es una figura terrorífica y a pesar de que él interpreta que posiblemente el primer doble del ser humano fue el alma, la cual tenía un sentido más benigno en otras épocas, con el tiempo la visión del doble evolucionó hasta adquirir una connotación de locura, casi demoniaca, tal como se presenta en los dos cuentos analizados. Por tal motivo, lo ominoso permea en cada línea de las dos narraciones, ambas son negras e inducen al terror y a la reflexión, mas no sólo por el tema del doble, sino por todos los efectos siniestros que tienen, como el desfase entre la realidad y la fantasía, lo onírico y la muerte, que a pesar de que ésta última no está en ¿Él?, en William Wilson es uno de los componentes más ominosos de la historia, porque es inesperada y reveladora.

En últimos términos, el cuento de Edgar Allan Poe y de Guy de Maupassant son similares en varios aspectos, pero difieren en su manera de abordar el tema del doble. Aunque eso no significa que uno tenga más de ominoso que otro de acuerdo al texto de Sigmund Freud. Los dos son realmente complejos estética y psicoanalíticamente, porque combinan adecuadamente una trama interesante con una profundización en los personajes acomplejados por sus propios delirios.

Ambos cuentos juegan correctamente con la inclusión de un evento raro que interfiere con lo familiar y lo cotidiano, convirtiéndose en ominoso, pues ¿a quién no le asustaría encontrarse con su propia figura o descubrir a alguien que no se ve, pero que se presiente? Definitivamente estos autores, como Hoffmann, sí lograron el efecto de lo siniestro en la literatura, ya que los personajes que describen tienen muchas características de humanos y no de personajes ficticios. Además, la narración en primera persona y a manera de confesiones, hace sentir que se está leyendo la experiencia de una persona real que vive normalmente y que un día su existir depende del temor. Ni siquiera me atrevería a imaginar una situación así, o ¿usted qué haría si mañana se encontrara con su doble?

BIBLIOGRAFÍA

Poe, Edgar. (2015). William Wilson. Obras Maestras. Edgar Allan Poe. Cd. de México,

México: Editores Mexicanos Unidos.

Maupassant, Guy. (2019). ¿Él?. Ciudad Seva. Casa del escritor Luis López Nieves.

Recuperado de https://ciudadseva.com/texto/el/.

Freud, Sigmund (1979). Lo ominoso «Das Unheimliche». Obras completas. Buenos

Aires, Argentina: Amorrortu. [Versión digital].

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* María Berenice González Godínez (México). Estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara (UdeG). Es diseñadora editorial e integrante del consejo editorial de la revista semestral impresa Aportes Académicos P5 de la Preparatoria No. 5 de la UdeG. Ha impartido talleres de poesía y narrativa a jóvenes de bachillerato y ha participado en eventos de promoción lectora.

En 2017 y 2018 fue publicada en la antología de poesía del certamen internacional «Siglema 575, Di lo que quieres decir», en Puerto Rico y en 2016 consiguió mención honorifica en el mismo certamen. En 2015 obtuvo el tercer lugar en el primer concurso estatal «Microcuento GDLee», organizado por la Secretaría de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara. En varios números fue fotógrafa de la portada de la revista impresa Ahuehuete del Seminario de Cultura Mexicana, revista en la que también publicó textos literarios. Es lectora apasionada de la literatura medieval y del siglo XIX, periodos en los que le gustaría especializarse.

 

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