ROBIN WILLIAMS: MÁS ALLÁ DEL LIENZO PINTADO
Por John Harold Giraldo Herrera*
¿Qué significa encarnar un personaje? ¿Hasta dónde la creación de una historia depende de quienes la interpreten? ¿Cómo hacer para separar lo que hace un individuo al representar a uno más y ser otro en la vida cotidiana? Muchas inquietudes nos van quedando, de eso que es la actuación ¿Puede un individuo ponerse máscaras y luego ver la vida sin afectación?
Se nos fue de la vida Robin Williams, pero quedó en ella. Sus múltiples papeles nos permitieron asumir la existencia con mucha irreverencia, con un aire de esperanza, con salir de los esquemas y arrojarnos a hacer lo que queremos. Con muchas películas reímos, en otras sentimos la angustia, en otras más la bondad, en otras vivimos la aventura. Cada una tenía su impronta, el sello de un ser sin igual, que al verlo nos suscitaba muchas emociones.
Mucho va de una película tan emblemática como La sociedad de los poetas muertos (1989), a una como La memoria de los muertos (2004). Su versatilidad era inconmensurable, aunque su rostro fue el mismo así como la actitud con la que lo vimos en pantalla. Para ser actor hay que navegar muy profundo en las incertidumbres de la humanidad. Interpretar o ser otro, es permitir sentir todas las angustias y alegrías, permearse de lo iracundo y fútil, como de lo esencial y trascendental.
El espejo cuenta con muchas caras, con rostros compungidos, inermes, contagiados por el estupor, igual repletos de energía, de ilusiones y aflicciones, de modo que actuar es encarnar las facetas de los seres humanos. Robin Williams nos dejó ver las caras, los matices de los desesperados, de quienes tienen utopías, de aquellos que no quieren pasar inadvertidos. Con la magia de sus perspicacias, fuimos saliendo de los cines con mucha fuerza. Algo nos decía que habíamos presenciado una película sin igual. Ese personaje dramático y elocuente se había ganado nuestras atenciones y de repente tuvimos empatía.
Por algo dicen que para llegar a salir al escenario y mostrarse: “…el actor no podrá llegar al arte de actuar sin conocer la naturaleza humana y para lograr esto debe comenzar por escudriñar en sí mismo, o sea comenzar por un estudio concienzudo de su propia existencia”, lo afirma Alberto Castañeda en su libro: El actor y el arte de actuar (2013).
Tuvo seguro el hecho de escarbar mucho en sí. Y cada papel le robó un poco de su ser, para dárselo a la humanidad. Es un modo trágico: actuar es perder un poco la propia esencia para conseguir mostrar la de otros. De tanto acá un Robin Williams hacía lo que actuaba y quizás su último drama no fue otro que el de accionar y ya no estar. Participó de muchas causas y su propia vida fue romper esquemas, sabía de su influencia, de modo que no renunció en apoyar proyectos, ayudar en transformar la sociedad. Sus personajes llenos de capacidad, eran como si fuera él, y los vivió. Por lo menos las convicciones que sentíamos al verlo, así lo demuestran.
Digamos entonces que crecimos con La sociedad de los poetas muertos, y creímos en la grandeza del arte y la poesía, así como en ofrecer nuestro propio alarido. Quisimos tener la capacidad de obtener La memoria de los muertos y darles un rumbo a esas sutiles historias de quienes nos dejan. Aprendimos a fantasear con Jumanji (1995) y a esperar que de pronto algo volviera; el científico loco y expectante de Flubber (1997) fue nuestro héroe. Tuvimos un rostro agreste con August Rush (2007), por ese papel de un ser recio y firme maltratador. Quisimos estar Más allá de los sueños (1998), y comprendimos que era mejor el infierno que quedarnos sin esa bella mujer; siempre obtuvimos un resplandor con la risa y la atención hacia otros en la que para mí es una de las más queridas películas de él: Patch Adams (1998), reconocimos cómo la vida cobra un valor si ayudamos a otros. En fin, Robin hizo lo que su personaje de John Keating: “Robert Frost dijo: dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia.” La diferencia puede ser la pasión, y cada papel era tan emocionante que no se podía perder. Igual el menos transitado es el de decidir haberse ido.
Ahora tener la edad del Hombre bicentenario (1999), ha sido un anhelo latente, y contar en la vida con un amigo como Andrew sería una maravilla, aunque como Andrew lo sentenció: “Prefiero morir como hombre, que vivir la eternidad como una máquina”; de igual modo soñamos el de ser así sea por una vez Peter Pan o rescatar nuestra niñez, cuando vimos Hook (1991). La diversión de vivir unas Locas vacaciones sobre ruedas (2006), también está en la lista de situaciones apremiantes. Allí la figura de un padre decidido y con mucha capacidad para mantenerse firme la aprendimos entre obstáculos, incertidumbres, y muchas elocuencias. Cómo no ser profesor o un amigo de alguien que lo necesita y potenciar el talento de un muchacho en la película En busca del destino (1997) o pretender inventar historias para darle un aplazamiento a la muerte y ser Jakob en Una señal de esperanza (1999). Cada película nos devolvía algo de lo que ese ser perdía, perdió y entregó.
Fuimos muchos siendo Robin Williams… vive el momento, es la frase que nos guía. Un niño eterno con una sonrisa tan grande como su talento y capacidad para entregarnos sus máscaras y emociones, nos dejó también la aventura, las ganas de vivir, y eso es paradójico. Habría mucho por enumerar, más películas por nombrar.
Re-creemos entonces su genialidad con chispa, esa misma para encender la vida. Me quedo con una frase de Patch, de esas que exaltaban los propósitos y la idea de vivir: “La muerte no es enemigo, señores. Si vamos a luchar contra alguna enfermedad hagámoslo contra la peor de todas: La indiferencia.”
Robin Williams – Live on Broadway (New York 2002). Cortesía de Cream Cheese Films / Home Box Office (HBO).
Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=TQCbbMDHHqE[/youtube]
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+El Gran Ojo Cronopio es la nueva columna de cine y literatura de Revista Cronopio.
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* John Harold Giraldo Herrera es docente Universitario y Periodista. Estudiante del Doctorado Rud de Colombia en Educación, Universidad Tecnológica de Pereira. Uno de sus temas de interés es el estudio de Los pueblos originarios. Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, 2011. Licenciado en Español y comunicación Audiovisual de la UTP, 2004. Con estudios de diplomado en Narrativas audiovisuales, Fundación Universitaria Área Andina, 2003. Democracia y formación ciudadana con énfasis en Derechos Humanos, paz y cultura de resolución pacífica de conflictos para el sector educativo. Universidad Católica Popular del Risaralda, 2004. Periodismo público, Escuela Superior de Administración Pública, 2008.
Correo-e: john.giraldo.herrera@gmail.com