EL GRITO DE ERNEST HEMINGWAY
Por Claudia Patricia Ortega Guerrero*
«Aunque no soy un creyente de los análisis,
creo que gasto todo este infierno de tiempo
matando animales y pescando ‘marlins’
para de ese modo no matarme a mí mismo».
(Carta de Hemingway a Ava Gardner en 1954).
El escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899–1961), uno de los principales novelistas del siglo XX, heredó a la humanidad maravillosos escritos en los que se incluyen relatos, novelas, ensayos, obras póstumas y cartas que fueron estimuladas por su tormentosa existencia. Al leer la vida de Hemingway en la explicación clínica del médico y escritor Irvin David Yalom La psicología informa a la literatura (2000), lo primero que pensé fue en la pintura «El grito» de Edvard Munch (1893), imaginé a ese Hemingway angustiado, extremadamente agitado, ahogado en su mundo, queriendo lanzar un fuerte grito que quizá lo hubiese podido ayudar más que los tratamientos electro convulsivos a los que fue sometido y que, por cierto, de nada le sirvieron. Un grito para expulsar todos aquellos conflictos psicológicos que finalmente lo llevaron al suicidio, un grito que de cierta manera manifestó en sus escritos.
Su correspondencia personal revela una fuerte obsesión con el suicidio. En 1923 escribió a Gertrude Stein: «Por primera vez entiendo cómo un hombre puede cometer suicidio solo por tener tantas cosas con las que debe cumplir que no sabe por dónde empezar». Doce años después, Hemingway le escribió a Archibald MacLeish: «A mí me gusta mucho la vida, tanto que será un gran disgusto cuando tenga que dispararme a mí mismo» (Ospina, 2017, El País.com.co).
El legado que dejó Hemingway ha sido estudiado y analizado por multitud de expertos en conflictos psicodinámicos, quienes tienen su propio punto de vista; el lector se formará el suyo al enfrentarse a sus obras. Durante su vida, este gran escritor se resistió a la introspección psicológica profesional y lo siguió haciendo después de muerto, un tipo de introspección llamada autorrumiación, que, en otras palabras, es la forma negativa en la que una persona se obsesiona con sus defectos y Hemingway no solo los expresó en vida, sino que también los dejó reflejados en sus escritos. Circunstancia que demarca un claro diagnóstico para el entendimiento de sus pensamientos, limitación que hace aún más deseable la investigación sobre este gran autor.
Biografías acerca de la vida de Hemingway hay muchas. Valiosas obras para el estudio sobre su vida, como la del escritor cubano Alfredo A. Ballester (1949), quien tuvo el privilegio de conocerlo en vida y narra su experiencia en su libro Hemingway y los muchachos del barrio, las más de seiscientas páginas del escritor estadounidense Carlos Baker (1909-1987) en Ernest Hemingway: A Life Story, la de Leicester Hemnigway, su hermano, (1915-1982) en My Brother, Ernest Hemingway y la de Marcelline, su otra hermana, (1898-1963) en At the Hemingways: A Family Portrait, entre muchas más que no proporcionan una investigación relativa al mundo interior del autor.
El doctor Irvin, lo que intenta en su libro Psicología y literatura. El viaje de la psicoterapia a la ficción, en el capítulo primero al que titula «La psicología informa a la literatura» (2000), es clarificar las fuerzas internas que conformaron la estructura y el fundamento de la obra de Hemingway y afirma que «es más un legado por la forma que por la sustancia, que será recordado como un genio del estilo, pero como un limitado guía para la vida» (p. 4). Su afirmación apunta a un estudio minucioso sobre la vida y obra del escritor, además de toda su experiencia en la psicoterapia existencial. Afirma que lo que finalmente condujo al suicidio a Hemingway fue una psicosis depresiva paranoide.
Gracias a una cita que hizo Carlos Baker al escritor estadounidense Irving Stone (1903-1989) famoso por sus novelas biográficas de famosas personalidades históricas, afirma la naturaleza altamente autobiográfica de Hemingway en su escritura, señala que sus historias «podrían llamarse novelas biográficas». La experiencia vivida en medio de la guerra, sus conflictos amorosos con su primer amor, la enfermera Agnes von Kurowsky Stanfield (1892-1984), y sus cuatro esposas: La pianista Elizabeth Hadley Richardson (1891–1979), con quien logró todo lo que no pudo alcanzar con Agnes y con quien tuvo su primer hijo, John Hadley Nicanor Hemingway, apodado «Bumby»; Pauline Marie Pfeiffer (1895–1951) de quien tuvo dos hijos, Patrick y Gregory Hemingway; Martha Ellis Gellhorn (1908-1998) considerada una de las corresponsales de guerra más importantes del siglo XX, la cual también tomó la decisión de suicidarse. La historia de amor con esta tercera esposa se llevó al cine y fue titulada Hemingway y Gellhorn, dirigida por Philip Kaufman y representada por Nicole Kidman; y Mary Welsh Hemingway (1908-1986) su última esposa, quien dormía cuando el escritor se quitó la vida.
Después de su muerte, Mary actuó como su ejecutora literaria haciéndose responsable de varias publicaciones póstumas. En estas se aprecian los deseos y necesidades de Hemingway, su ego y su alter ego, las dudas sobre sí mismo y su autodesprecio, su preocupación por la vejez y por la juventud que se fue, pero que lo mantenía anclado por voluntad propia. Su lucha por evitar cualquier enfermedad lo llevó de una manera obsesiva a pegar en el baño cuanta información tuviese a la mano de enfermedades peligrosas como una forma de recordarse el peligro al que estaba expuesto; sus esfuerzos físicos por verse bien, su adicción al alcohol, las heridas de guerra, la ansiedad por la castración, su delirio de persecución, entre otros, quedarían evidenciados en su escritura, especialmente en sus novelas que parecen ser autobiografías.
Había leído muchos libros en los que su autor trataba de hablar de la muerte y apenas si conseguía dar una imagen nebulosa; y todo era porque —yo estaba bien convencido— el autor no había visto los hechos claramente o porque, en el momento en el que iban a ocurrir había cerrado los ojos física o mentalmente (Hemingway, 1985, p. 8).
Hemingway conocía muy bien la muerte, vivió con ella, a veces eran un solo cuerpo; unas veces cuando tiraba del gatillo y sus ojos no se apartaban del animal al que se llevaría consigo, pero otras veces era su más grande enemigo, cuando en medio de la guerra perdía a sus amigos.
El escritor cubano Alfredo A. Ballester en su libro Ernest Hemingway y los muchachos del barrio narra cómo para el escritor era muy natural la muerte:
La muerte era un aspecto más de la vida, cuando ésta se vive al límite. Naturalmente debe haberle temido también a la muerte, pero no al extremo de considerarlo mentiroso, cuando se refería a que se burlaba de ella. Creo que lo demostró en sus actividades durante toda su vida. Cierta vez le preguntaron qué era la muerte para él y dijo: «Una prostituta que se acuesta con todo el mundo» (Ballester, 2014, p. 131).
Fueron muchos y muy terribles los motivos que atormentaron al escritor Ernest Hemingway, a lo que se sumó su autoimagen idealizada e inalcanzable, al punto que no podía retener todo eso en un solo cuerpo, así que por medio de sus escritos explotaba con un efusivo grito, como el que pintó Edvard Munch, para sacar y expresar todo lo que era él, lo que le preocupaba, lo que odiaba y lo que más amaba: «los buenos soldados, los animales y las mujeres».
REFERENCIAS
Ballester, A (2014) «Ernest Hemingway y los muchachos del barrio». Estados Unidos: ed. Entre Líneas.
Hemingway, E (1985) «Muerte en la tarde». Bogotá, Colombia: ed. Seix Barral.
Ospina, Y (02 de julio de 2017) «¿Por qué se suicidó Hemingway? Bogotá, Colombia: El País.com.co. P. 01
Yalom, I (2010) «Psicología y literatura. El viaje de la psicoterapia a la ficción». España: ed. Paidos.
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* Claudia Patricia Ortega Guerrero. Estudiante de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle. Docente en el colegio San Pablo y en el colegio Liceo de los Andes de Buga, Valle. A lo largo de su carrera universitaria ha obtenido varios premios y reconocimientos literarios, entre ellos el relato «Excecrables recuerdos» premiado por la Fundación SOMOS de Estados Unidos, «El día negro había llegado» y «Una mamá combatiente» premiados y publicados en las revistas culturales Regault Cuvântului» y «Sfera eonică» de la Academia Rumano–Americana de Artes y Ciencias de Rumania. Varios de sus escritos han sido publicados en antologías de España.