Por Manuel Cortés Castañeda*
«El Nadaísmo es un movimiento de destrucción.
No venimos a construir, sino a derrumbar.
No venimos a decir, sino a callar.
No venimos a enseñar, sino a aprender.
No venimos a salvar, sino a condenar».
(Fragmento del Manifiesto nadaísta, Gonzalo Arango, 1958).
«No creo que el Nadaísmo haya afectado mi visión del mundo».
(Armando Romero)
En su ensayo, Las muertes de la literatura[1], el crítico Max Hidalgo Nácher, apoyándose en las teorías de la creación literaria de los estructuralistas y postestructuralistas franceses y, especialmente, en Maurice Blanchot, afirma que toda nueva expresión literaria nace de la muerte de una expresión anterior, lo cual hace que la literatura sea una afirmación continua que, a su vez, lleva en su dinamismo la marca de la muerte. Inevitablemente, la literatura moderna está «condenada» a un destino inexorable: nacer para morir, si se quiere volver a nacer. Y esta «muerte–crimen», implica, casi siempre, una negación radical de la literatura que la precede.
Jean Paulhan, en su libro Les Fleurs de Tarbes —Las flores de Tarbes— (1941)[2], mostraba cómo los diversos movimientos literarios desde el Romanticismo, habrían acusado a sus predecesores de absolutizar un principio destruido por los últimos, en nombre de otro más fundamental. Las diversas poéticas se sucederían las unas a las otras a partir de la negación de las precedentes, haciendo emerger el carácter destructivo de la literatura moderna, la cual se refundaría en un rechazo en el cual cobraría forma, en último término, la problemática del terror. La paradoja de que la crítica al retoricismo de los sucesivos movimientos se volvería inmediatamente contra ellos mismos (Nácher 85–86). Esta muerte, necesaria, inevitable y recurrente, no es una muerte definitiva, ya que lo que la expresión anterior niega o rebasa, no desaparece como totalidad, sino que, simplemente, implica una nueva visión y nuevas perspectivas en cuanto al acto de escribir en el tiempo, o más allá del tiempo, ya que, sin esa presencia anterior, no sería posible una nueva visión creadora. Si no hay nada para negar, habría que asumir que todo obedece a una continuidad sin rupturas definitivas, y más aún, a la simple causalidad. Por consiguiente, no existiría la necesaria negación crítica (el rechazo) que permite que la literatura busque otras formas de crear su propio universo intemporal; acaso puede sostenerse respecto a la literatura algo parecido a lo que sostenía Derrida de Blanchot, durante la ceremonia de despedida de su amigo: «podemos decir que muere sin desaparecer [y] también que desaparece sin morir» (Nácher, 93). Esta afirmación es en sí misma una contradicción, ya que a la vez que niega, afirma; y, a la vez que afirma, niega, pero es precisamente de la contradicción que se alimenta la imaginación, la palabra, la realidad, el acto creador y el texto literario; es la dinámica de fuerzas en conflicto lo que define el comportamiento y las relaciones de los seres humanos y del universo mismo. Nietzsche fue quien llevó esta dinámica hasta sus límites, sobreponiéndose a la lógica binaria de la filosofía tradicional, al afirmar que la contradicción no es algo que se deba evitar o resolver; al contrario, debe verse como lo esencial de la vida, el pensamiento y la creatividad. En cuanto a la música, forma expresiva donde se definen y se complementan todas las demás formas artísticas y literarias, afirmaba que:
Este mundo: un monstruo hecho de energía, sin comienzo y sin fin… un mar de fuerzas que fluyen y en conflicto, cambiando eternamente y eternamente inundando el pasado con años tempestuosos de recurrencia y oleajes que se retiran y flujos de formas; partiendo de las formas más simples que luchan hacia formas más complejas, sin un instante de quietud; formas extremadamente rígidas y frías desplegándose hacia formas más calientes, turbulentas y contradictorias en sí mismas (Will to Power, 550)[3].
Partiendo de esta reivindicación de la muerte, de esta negación «absoluta» que implica una nueva forma de existencia, o una nueva presencia —que conlleva en el mismo instante de su nacimiento la semilla de la muerte—, podríamos dibujar un árbol genealógico y ver a través de qué corrientes literarias, de quiénes (individualidades) y cómo llegamos a la rama del árbol que le corresponde al Nadaísmo. Es indudable que cierta fidelidad al tiempo histórico–lineal y a la causalidad, algunas veces, nos permite entender ciertos fenómenos y situaciones de una manera más específica y simple; pero no hay que olvidar que estas corrientes literarias y ciertas individualidades, a partir del Romanticismo, vistos desde la perspectiva de la lógica aristotélica y sus categorías o leyes, no nos es suficiente para entender la literatura moderna: continuidad, causalidad, orden, temáticas establecidas y formas expresivas, desaparecen para dar paso a una narrativa más caótica y más acorde con la realidad del ser humano contemporáneo.
Las cosas no siempre llegan cuando más se las busca, sino —y muchas veces— por azar, accidente, por un golpe fortuito… Y cada escritor responde a las vicisitudes y dinámicas del tiempo, sus demonios y contradicciones, de forma diferente. Y, por lo mismo, la continuidad tan necesaria para la historia y sus historiadores es solo una ilusión. Podríamos imaginar, a la manera de las genealogías bíblicas, que el Romanticismo engendró al Simbolismo y al Expresionismo alemán, que a su vez, engendraron el Dadaísmo, que engendró el Surrealismo, que engendró el Creacionismo (clon del Surrealismo), que engendró a León de Greiff, que engendró a Luis Vidales, que engendró a Gonzalo Arango y a Fernando González (filósofo), que engendraron el Nadaísmo en 1959 (Arango, Jotamario, Escobar, Osorio…), vanguardia tardía, que lo único que buscaba, o se proponía, era negar el formalismo y provincialismo de los académicos y escritores colombianos; se apoyaban, igualmente, en el espectáculo y en el comportamiento irreverente y fuera de lo común, para el momento quizás necesarios para llamar la atención y crearse un público y un espacio en los medios de comunicación y especialmente en los magazines culturales que siempre han estado en poder de las clases dominantes. En su Manifiesto nadaísta, Arango afirmaba que «la literatura tradicional es un cadáver que huele a naftalina. Los académicos son los sepultureros de ese cadáver, que lo embalsaman con fórmulas y lo entierran en los cementerios de las bibliotecas» (Arango 30-40)[4].
Este movimiento nace en Medellín y casi todos sus integrantes y adeptos eran de aquella ciudad. Siempre me he preguntado —y creo que muchos críticos y poetas también lo han hecho—, ¿por qué el movimiento no caló, o no se extendió a Bogotá, y a otras capitales importantes del país, al menos, de forma rudimentaria y no de la forma en que muchos quizás esperaban que fuese? Sería porque en los 50 todavía se consideraba a Medellín y a Cali ciudades de provincia, y lo verdaderamente relevante para la cultura y las letras tenía que ocurrir en la capital, puesto que ahí se había concentrado una burguesía ilustrada que se creía con el derecho de manejar los destinos del país, incluyendo la cultura.
Se podría también recurrir, para entender este fenómeno, a la rivalidad con tintes regionalistas —cosa muy marcada en Colombia—, que existe entre diferentes ciudades y zonas geográficas del país y que, al mismo tiempo, defienden tener una idiosincrasia y una cultura propias. Igualmente, podría atribuirse a la falta de un contacto real, debido a las marcadas diferencias geográficas de estas zonas y a realidades políticas de postura conservadora y nacionalista, lo cual ha impedido el reconocimiento del otro y de lo otro, aspecto fundamental para la construcción de identidad y nacionalidad. O quizás, todo se debió al ensimismamiento en el que han vivido las élites colombianas desde la independencia, siempre creyendo y difundiendo ser un país ilustrado, de lingüistas y poetas y destacados estadistas y donde se habla el mejor español del mundo. Habría muchas más preguntas qué hacerse, pero aparte de estos aspectos lo que me propongo es dilucidar, quizá de manera tangencial, hasta dónde el Nadaísmo permeó y penetró la poesía colombiana —si es que esto fue lo que ocurrió—, creando una nueva tradición y abriendo nuevas puertas y propuestas estéticas que la transcendieron y transformaron, lo mismo que a los escritores de generaciones posteriores.
Lo cierto es que el Nadaísmo fue un movimiento cerrado, centrípeto, porque no supo, o quizás no quiso, crear y despertar interés en las nuevas generaciones de escritores que ya se perfilaban y que, tal vez, se habrían aproximado al movimiento, o al menos a sus integrantes de manera individual, si los fundadores lo hubiesen querido, abriendo sus puertas y escuchando nuevas propuestas e ideas que hubiesen alimentado de otra forma su modo de ver y entender la literatura. Todo encierro conduce al aislamiento y, por consiguiente, en un espacio cada vez más reducido, a deificar el yo del poeta por encima del acto creador y de la poesía misma. Los nadaístas siempre fueron los mismos hasta el día de hoy, haciendo honor a ese comportamiento tan extraño de los poetas colombianos de hacer hasta lo imposible para convertirse cada uno en el poeta nacional y perpetuarse en esa silla como si el tiempo se hubiese detenido; y promocionarse, valiéndose de cualquier estrategia y, especialmente, adueñándose de los medios de comunicación cultural de tal forma que impiden que otras voces surjan y encuentren su espacio y se consoliden.
Armando Romero, el integrante más joven, afirma que el Nadaísmo «nunca fue una escuela literaria, ni una escuela de vida, sino una rebelión violenta contra la violencia colombiana, desde el punto de vista de la cultura Nacional, no necesariamente política» (ifm-noticias.com, entrevista, Párr. 5)[5]. Sin embargo, este grupo de poetas, o los que quedan, se sigue «vendiendo» a nivel nacional e hispanoamericano como un movimiento bien consolidado y con una estética específica que surgió de la mano, especialmente, de Arango, sin el cual la literatura colombiana posterior no hubiese sido posible… Pero lo cierto es que este movimiento no logró una ruptura definitiva, ni inició una nueva era en la poesía colombiana, siempre pegada a la poesía española y no precisamente a sus mejores representantes. Sin querer tirar todo por la borda —siempre hay algo que se queda entre líneas—, creo que lo que más se visualizó del movimiento fue el escándalo, muchas veces torpe y sin fundamento, pero no precisamente su creación literaria y sus propuestas estéticas. Por lo tanto, no me atrevería a utilizar la palabra rebelión y ruptura para caracterizar a este grupo de artistas, ya que una nueva visión del mundo y de la escritura exigen mucho más que espectáculo, escándalo y muchas ganas de figurar. Yo los caracterizaría más bien con la palabra Protesta. «Rebeldes» contra un sistema de valores caduco y decadente en todas sus manifestaciones, pero sin un programa de trasformación y sin una visión clara y puntual de lo que se proponían; y algunos de ellos, por entonces, todavía sin obra.
Los nadaístas fueron, más bien, poetas dispersos que los unía, más que la literatura y la estética, la amistad y la frustración que sentían por la violencia y la falta de oportunidades en una sociedad conservadora y clerical como lo ha sido siempre la colombiana. Algunos de ellos, se dedicaron a promocionar su propia obra y otros a crear una escuela de seguidores que en los recitales casi siempre piden el mismo poema, con el que por lo general se identifican. El Nadaísmo, a mi parecer, más que crear y señalar nuevas oportunidades y derroteros a la poesía colombiana, fue un movimiento que, por su culto al sujeto creador, impidió que esas oportunidades se dieran. ¿Cuántos poetas colombianos de las nuevas generaciones podrían afirmar que el Nadaísmo marcó, de alguna forma, sus vidas y su forma de escribir y de entender el acto creador, el poema y la poesía? Al menos en mi caso no conozco ninguno y, la verdad, me gustaría no tener razón en cuanto a este aspecto. El mismo Romero afirma que «no creo que el Nadaísmo haya afectado mi visión del mundo» (IFMnoticias.com. Párr. 4, L 1-2.).
Las vanguardias literarias que surgieron a principios de siglo XX murieron, como tenía que ser, casi después de su nacimiento, ya que tras la guerra lo único seguro era la inestabilidad, el pesimismo, la inseguridad, el caos… Además, el tiempo, con el crecimiento industrial posterior, se convertiría, igualmente, en una mercancía apartándose de lo ontológico y filosófico, y el destino de la poesía y de la literatura, en general, sería el de una muerte continua y necesaria: nada permanece; y en la actualidad, prisioneros de los medios, podríamos decir que todo tiende a morir, incluso, antes de suceder. El tiempo, más que nunca, se ha convertido en nuestro enemigo, no porque nuestro destino sea morir, sino porque no nos permite vivir.
Imitar estilos, formas, temáticas, solo podía ser producto del desconocimiento de lo que estaba ocurriendo. Cualquier modelo estético que quisiera imponerse estaba condenado al fracaso. Los principales integrantes de todas estas corrientes literarias desaparecieron, o siguieron su propio camino, dando paso a otras manifestaciones, o tendencias literarias que en su momento de eclosión se alimentarían de ellas, lo mismo que serían inevitablemente su negación y su muerte. Como ejemplo en Latinoamérica podemos nombrar a Vallejo, que fue parte del surrealismo francés, pero lo enterró cuanto antes y siguió su propio camino. Al contrario, los nadaístas, aunque no todos, fundaron su propia iglesia, su credo y, en vez de crear escuela, lo que fomentaron fue seguidores–admiradores, igual que ocurre con los políticos que por ningún motivo quieren hacerse a un lado y dar paso a las nuevas generaciones.
No se puede, o no se debería afirmar que el Nadaísmo fue la vanguardia de la poesía colombiana a partir de la década del 60, ya que las vanguardias desaparecieron en la segunda década del siglo XX, vanguardias que incidieron de manera amplia o limitada en casi todos los países de América, incluyendo a Estados Unidos, pero no en Colombia. Algo no puede ser nuevo e innovador, ni tan solo a nivel local, cuando es solo un subproducto de algo que ya ha cumplido con sus obsesiones, sus propuestas transformadoras y renovadoras. Y, mucho menos, cuando lo separan del momento crucial de su eclosión más de 30 años. El surrealismo francés que nace y se consolida como una reacción contra el racionalismo y el vacío que dejó la Primera Guerra mundial, tiene una existencia muy corta como movimiento literario. El permanecer, el equilibrio, la estabilidad durante y después de la guerra, se trasforman en algo menos estable, y el espacio literario entra en un juego de contradicciones, demencias, paradojas, divergencias, convergencias; muchas veces se refugia en el silencio. El caos se constituye en el motor del universo, la vida y la cultura.
Alguna vez en una conferencia en la Universidad de Cincinnati, Ohio, el poeta Jotamario —sin duda la voz más conocida y persistente del Nadaísmo—, invitado por el profesor Romero, decía quizás en tono de burla o con la intención de provocar, que un escritor francés le había dicho que el Nadaísmo era la última vanguardia francesa en Latinoamérica… Pero lo cierto es que la forma en que lo dijo y como su afirmación se manifestó en su rostro, daban para entender que había más convencimiento y orgullo que humor. Quizás el ensayo de Freud El chiste y su relación con el Inconsciente podría ayudarnos a entender con claridad este fenómeno donde el sarcasmo y el humor se presentan con múltiples facetas e intenciones. En fin, por mucho tiempo en Colombia lo francés, aparte de la herencia española, era lo más refinado, exquisito y lo único de valor. En las instituciones educativas se estudiaba francés más que inglés, y los hijos de la burguesía aspiraban a estudiar una carrera superior, o al menos viajar a Francia de vacaciones. Posteriormente, con el dominio hegemónico de Estados Unidos, el inglés desplazó al francés y la Inglaterra sofisticada se convirtió en el destino favorito de la clase dominante para, posteriormente, cederle el lugar a los Estados Unidos. Así que los privilegiados ahora estudian en USA y van de compras y de vacaciones a Miami y a Disney World.
Armando Romero, el escritor y crítico literario que más se ha aproximado y explorado el Nadaísmo desde un punto de vista crítico—histórico, recientemente, en 2024, decía lo siguiente en una parte de la entrevista antes citada para un periódico virtual de Madrid: «nada puede quedar de la historia del nadaísmo, si se la estudia desde el ángulo de cada uno de sus integrantes, muchachos alegres y pendencieros» (Párr. 4, Lin. 9-12). Esta afirmación se presta para muchos interrogantes: ¿Tenían los nadaístas una estética común? ¿Tenían ya una producción literaria suficiente, o en construcción como para respaldar algunas de las ideas sobre estética que aparecen en su manifiesto? ¿Influyeron en su modo de entender la poesía y el acto creador, en las generaciones posteriores de poetas? ¿Hay en el espacio poético de cada uno algún elemento estético o lingüístico que coincida o se relacione? ¿Quizás, el único verdaderamente nadaísta era Arango? Y es que para mí y para muchos la historia del Nadaísmo es, precisamente, lo que «teme» Romero: la historia de cada uno de sus integrantes. Esto por la sencilla razón de que, aparte de no ser un movimiento literario, como el mismo Romero reconoce, no trascendió, no fue el comienzo de un cambio radical en las letras colombianas. No rompió sustancialmente con el anquilosamiento de la cultura y literatura colombiana. Y no estoy afirmando que muchos de los poemas de sus integrantes no ocupen un lugar importante en la poesía colombiana, pero se trata simplemente de poemas que navegan en solitario, sin propiciar un naufragio que debería haber sido definitivo para que surgieran otros navegantes, otros mares, otros naufragios, otras muertes. Es definitivo que un movimiento y generación mueran a tiempo, ya que solo su muerte es la semilla que permite un nuevo nacimiento.
El Nadaísmo, disperso como fue, hubiese cumplido con su papel fundamental en la poesía colombiana si hubiera muerto como producto necesario a su debido tiempo, pero algunos de sus integrantes lo mantuvieron vivo como un fantasma, o un simple reflejo de lo que, según Romero, nunca fue. Blanchot en su libro El espacio literario nos lo dice con suma claridad: Death is the limit that makes the work possible, but also what makes it impossible, «la muerte es el límite que hace posible la obra, pero también lo que la hace imposible» (Blanchot, 2002. 104). El hecho de que ese sello o marca, carente de unos parámetros precisos a seguir e implementar continuará siendo el soporte de algunos de sus integrantes para promocionar su obra, hizo que el concepto se perpetuara en la escena literaria colombiana, logrando por lo mismo retrasar el desarrollo de la poesía nacional y endiosar ciertos nombres y poemas. No estoy defendiendo ni afirmando que sus integrantes deberían haber desaparecido de la escena, algunos lo hicieron, y quizás dejaron de escribir (Rimbaud hay solo uno y no quiero que se me malentienda); solo afirmo que el espectáculo del yo–sujeto–creador tendría que haber desaparecido lo mismo que la sombrilla, o rótulo, que permite la supervivencia:
La comunidad se funda en la muerte, en la imposibilidad de ser uno mismo, en la pérdida de la identidad. La literatura, como la comunidad, es un espacio donde lo individual se disuelve, donde la muerte se convierte en un vínculo, en una experiencia compartida. (Blanchot, 32)
Es increíble que aparte de Roca y de Mutis, uno o dos poetas nadaístas sigan todavía, después de tanto tiempo, agotando y dominando el espacio de la poesía en Colombia. Un verdadero creador vive para su creación y no para su público y para el espectáculo. Pessoa solo publicó en vida un poemario, y sin embargo es, quizás, el poeta más destacado del siglo XX. Beckett empieza su obra corta de teatro «A Piece of Monologue 1980», afirmando lo mismo que Blanchot, «Birth was the death of him», «su nacimiento, fue su muerte». Frase que, quizá, podamos extrapolar o extender a toda su obra, regida por el absurdo de la existencia ya que en el mismo momento de nuestro nacimiento estamos «condenados» a morir. La muerte para Beckett es algo inevitable, ya que lo cíclico es lo que rige la dinámica de la vida y la muerte y, por lo tanto, la existencia está marcada por una ausencia permanente y un sentimiento profundo y doloroso de pérdida. Así pues, toda literatura también se juega sus cartas únicamente sostenidas por este horror al vacío. Lo mismo podemos ver en su libro Malone Dies, (Malone muere), donde se muestra un juego permanente entre nacer y morir: Nothing is more real than nothing, «nada es más real que la nada» (pp. 16).
Nos dice Nácher, que esta forma de concebir la literatura moderna y el acto creador, negación del sujeto creador, destrucción de la tradición literaria, mostraba cómo los diversos movimientos literarios surgidos del Romanticismo:
Habrían acusado a sus predecesores, un principio destruido por los últimos, en nombre de un principio más fundamental. Las diversas poéticas sucederían las unas a las otras a partir de la negación de las precedentes, haciendo surgir el carácter destructivo de la literatura moderna, la cual se fundaría en un rechazo, en el que cobraría forma, en último término, la problemática del terror (Nácher, 85).
También Paul De Man (1983), afirmaba que a partir del Romanticismo se había dado en la literatura «un cambio profundo en la textura de la dicción poética: tensión entre naturaleza e imaginación (pp. 207–208).
Lo cierto es que yo no veo con claridad en la expresión literaria nadaísta ningún cuestionamiento del lenguaje ni de la expresión. Las temáticas siguen siendo similares a la de los poetas anteriores o destacadas figuras internacionales, quizás porque todavía se navega con la carga de la poesía como lo bello y lo perfecto, cuando debería ser lo contrario como lo entendieron Beckett y Artaud, los cuales ven la poesía como límite que cuestiona la existencia misma, el lenguaje y la representación. La poesía que no se puede entender, sino en relación íntima con la muerte y la búsqueda del silencio:
«El escritor no escribe para vivir, sino para morir. Escribir es un acto de desaparición, un sacrificio en el que el yo se pierde en la obra, en el que la vida se convierte en palabra, y la palabra en silencio» (Blanchot, 42).
Retomando algunos conceptos básicos y para concluir, podría decir que el Nadaísmo pudo haber hecho mucho más por el devenir de la poesía en Colombia, pero el peso de haber sido una vanguardia tardía y sin una propuesta estética clara —lo que sí ocurrió con las vanguardias de principios del siglo XX—, le negaron esta opción en el contexto de las letras colombianas. No podemos confundir escándalo con rompimiento y renovación y, menos aún se debe glorificar que el escándalo sea lo que perdure. Medios y fines no actúan de manera independiente, sino que interactúan, se intercambian, se desplazan, se yuxtaponen y muchas veces se niegan o se transforman… pero en el momento en que los medios desplazan el fin y se convierten en un absoluto, en un imperativo, en una facultad inamovible, todas las sendas de la creación se cierran y la literatura se convierte en una espera que puede ser interminable.
El Nadaísmo nos dejó algunos de los mejores poemas que se han escrito en la poesía colombiana, pero su falta de visión y de compromiso; la ausencia de una estética clara y unos medios eficaces para implementarla, la permanencia del ritual y la ceremonia —tan importantes en la poesía primigenia—, llegando a imponerse, muchas veces, como lo fundamental, el haberse negado consciente o inconscientemente a abrirle las puertas a otras voces, otras energías, otras fuerzas, el culto exagerado al yo de algunos de sus poetas y la falta de una autocrítica puntual y coherente, lo mismo que el haber conservado el rótulo de un movimiento que no fue un movimiento literario, como bien lo afirma Romero, solo con el propósito, quizá, de mantener un lugar en el mercado y en la historia de la poesía colombiana, hizo que su paso por el panorama literario colombiano fuera, si no inexistente, sí efímero… No quedaron ni huellas, ni marcas, ni señales, y las que quedaron se borraron demasiado pronto. Si es muy poco lo que hay que negar y transformar para que surjan otras formas y otros sueños, entonces la negación pierde sentido y relevancia.
«The writer does not write for himself, but for the work, which demands that he disappear (…) silence is the language of literature, the language that speaks when words fail» (Blanchot 26-27).
El escritor no escribe para sí mismo, sino para su obra, lo cual demanda que este desaparezca (…) el silencio es el lenguaje de la literatura, el lenguaje que habla cuando las palabras fracasan.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Arango, Gonzalo. (1984). Manifiesto nadaísta. Editorial Oveja negra. Bogotá, Colombia.
________. (1984) Obra negra. Editorial Oveja negra. Bogotá, Colombia. Gonzalo Arango.
________. (1973). Prosas para leer en la silla eléctrica. Editorial Oveja negra. Bogotá, Colombia.
Bataille George. (2000). La experiencia interior. Editorial Taurus: Penguin Random House Group. Madrid, España.
Beckett, Samuel. (2020). Malone Dies. part of the Beckett Trilogy, Molloy, Malone Dies, The Unnamable. Faber / Faber. London, United Kingdom.
________. (1980.) A Piece of Monologue. New Yorker, New York.
Blanchot, Maurice. (2002). El espacio literario. Editorial Pre-Textos. Madrid, España.
Blanchot, Maurice. (1943). ¿La litératureest-ellepossible? Faux pas. Paris: Gallimard. _______. (2007). La escritura del desastre. Editorial Trotta. Madrid, España.
_______. (2001). La comunidad inconfesable. Editorial arena libros. Madrid, España.
De Man, Paul. (1983). Blindness and Insight. Part II of Rhetoric of Temporality. Second Edition. University of Minnesota Press. pp. 207-208.
Nácher, Max Hidalgo. (2024). Las muertes de la literatura. Boletín del Centro de estudios de Teoría y Crítica Literaria, No. 23. Universidad Nacional del Rosario.
Nietzsche Frederic. (1968). The Will to Power. Section1067. page550. Translated by Walter Kaufmann and R. J. Hollydale. Vintage Books Edition, New York City. pp. 550.
Paulhan, Jean. (1941). Les Fleurs de Tarbes. Las flores de Tarbes). Editions Gallimard. Paris, Francia.
Romero, Armando. (2024). «No creo que el Nadaísmo haya afectado mi visión del mundo». Entrevista: Oscar Jairo González, Madrid, España.
_________. (1985). Las palabras están en situación. Procultura. Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. Bogotá.
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*Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj–Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.
[1] Nácher, Max Hidalgo. Las muertes de la literatura. Universitat de Barcelona. España. Maurice Blanchot le sirve a Nácher para tener una visión más amplia de lo que significa en sí mismo el acto de escribir, la poesía en cuanto tal y, especialmente, para entender la razón de ser de todo movimiento estético y literario.
[2] Jean Paulhan, es un filósofo francés que explora temáticas tales como la retórica, el lenguaje y la naturaleza y función de la literatura. En este libro el autor aboga, después de la Segunda Guerra mundial, por una vuelta al orden, o a un restablecimiento de la literatura de antes de la guerra.
[3] La traducción de este fragmento de La voluntad de Poder es del autor de este artículo.
[4] Traditional literature is a corpse that smells of mothballs. The academics are the gravediggers of that corpse, embalming it with formulas and burying it in the cemeteries of libraries (tradución al inglés del autor de este artículo.
[5] Esta entrevista se llevó a cabo en Madrid España, y se publicó en Ifm, diario de noticias online, coin motivo de la publicación de sus libros La raíz de las bestias y Un día entre las cruces. Madrid 4 de enero, 2025.