El Salto Cronopio

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EL NUEVO SUEÑO COLOMBIANO

Por Julián Silva Puentes*

Mi primo Luis Fernando cree que soy ingenuo porque mis nociones de la política andan siempre por las nubes. En todo caso, rara vez tocamos el tema debido a que se nos da muy mal; si acaso decimos cifras del todo inexactas acerca del proceso de paz y aseguramos que este o aquel político es corrupto. De todas formas, en época de elecciones es difícil no decir algo al respecto, especialmente si les pasa como a mí y se creen más inteligentes de lo que en realidad son.

Antes de continuar quiero decir que no sé nada de política. La realidad del país me es tan extranjera como la de Portugal o China. Reconozco a las celebridades de las redes sociales que actualmente ocupan escaños públicos, porque mi celular me enseña las noticias de Colombia y como mucho, miro los encabezados. No estoy nada informado, es lo que intento decir aquí, pero me considero un sofista y conozco lo suficiente como para decir dos hechos ciertos y adornarlos con cuatro del todo falsos y salir corriendo antes de que me pidan cuentas de mis palabras.

Una de las cosas buenas que tiene escribir es que no debes dar cuenta de lo que afirmas, especialmente si sólo tres personas te leen, incluyendo a Diana y mi primo. Fue justamente hablando con éste último que discutimos los intentos de W por lanzarse a la alcaldía de su ciudad (por razones de seguridad y de cobardía, omitiré su nombre):

«W no ha trabajado un solo día de su vida y, sin embargo, cree que escribiendo en redes sociales va a ganar la alcaldía».

«No seas ingenuo —me respondió mi primo—. W sabe que no va a ganar, pero con los votos que reúna le darán algún contrato el año que viene».

Ciertamente W tiene sueños al igual que todos nosotros. Los sueños de W van encaminados a convertirse en una sensación viral para que el pueblo, es decir nosotros, lo pongamos en la Alcaldía, el Concejo o el Congreso de la República. Hace algunos años la idea de que un director de orquesta sin ninguna experiencia en la administración pública, o que un libretista de novelas pudiera ser parte de la Rama legislativa, era absurdo. Afortunadamente para los futuros influencers del mundo ya no se necesita la preparación ni el trabajo de toda una vida para conseguir lo que se quiere.

FURIOSI NULLA VULUNTAS EST

En la Roma del siglo I D.C., «furiosi» no significaba lo que para nosotros en español, sino «loco». «Prodigi» sí que era lo que en nuestra lengua quiere decir «pródigo» o «dilapidador». Ambas situaciones, es decir, ser loco o dilapidador, limitaban la voluntad a todo acto que no tuviera consecuencias jurídicas. Me refiero a que si un loco hacía un trato para vender un caballo, el negocio quedaba automáticamente anulado debido a la incapacidad de una de las partes. En Colombia no importa que quien quiera vender el caballo sea esquizofrénico o se crea Napoleón Bonaparte, porque en Colombia el caballo es el vendedor y el resto de nosotros los compradores timados.

Para ser un vendedor de caballos que no sabe nada de caballos, no se necesita más que una aplicación de internet. Con un solo mensaje se puede inventar o denunciar una situación sin enseñar el rostro. Algo así como lo que yo hago aquí, porque al no decir nombres hago de la generalidad mi compañera de discurso y pareciera que estoy hablando de todos y de nadie al mismo tiempo. No por ello mis palabras tienen la misma eficiencia comparadas con Twitter o «X». ¿Sabían que cambió de nombre y de logo? Me enteré hace una semana. No es que importe demasiado, porque no es lo mismo decir «huevos de araña» que «aráñame los…», es decir, X o el pájaro de Twitter funcionan para lo mismo a la hora de acusar a alguien de la canallada más terrible desde la comodidad de su casa mientras se hace cualquier otra cosa, digamos mientras se está sentado en la tasa del baño buscando series en Netflix, muy a la manera del expresidente Donal Trump de quien se dice pasaba las primeras horas de la mañana en el inodoro escribiendo en redes sociales.

No es un secreto que los poderosos del mundo toman las decisiones más importantes en la tasa. Me atrevería a decir que el día en que alguno de ellos decida mandarnos a todos al infierno con un ataque nuclear, lo hará desde el «váter». Genocidas que lideran potencias mundiales abundan. En un ataque de furia bien pudieran hacerlo, siempre desde el «trono», porque no hay nada más cómodo que sentarse allí a reflexionar y tomar decisiones importantes rodeado de jabones con olores fantásticos, flores, paredes de cerámica blanca y acabados en oro.

Por otro lado, los dirigentes de este lado de las Américas no tienen el poder de extinguirnos a todos en cuestión de minutos. Sin embargo, «querer es poder» y por eso mismo los falsos positivos sorprendieron a todos, salvo a los «positivistas». No por ello son menos asesinos quienes aniquilan a 300 personas en lugar de a 30.000. La pérdida de una vida es una tragedia para la humanidad en el sentido del Talmud que dice: «Quien salva una vida salva al universo entero». El mismo principio se puede aplicar en el sentido contrario, cuando lo que se tiene es el remedo de una humanidad simulada en el rostro de hombres y mujeres a quienes tu vida y la mía les tiene sin cuidado.

DONALD TRUMP Y EL NUEVO MODELO DE LIDERAZGO

Donald Trump pasó de ser un especulador de bienes raíces al protagonista de su propio reality show. Después dio un salto extraordinario a la presidencia de USA sin tener experiencia previa en los asuntos del Estado. Algo similar le sucedió a Eddie Murphy en la película «De mendigo a millonario», cuya premisa consiste en un mendigo que intercambia las circunstancias de su vida por las de un corredor de bolsa cuando estos dos, sin saberlo, son objeto de una apuesta para comprobar el comportamiento de cada uno al vivir la realidad del otro.

Donald Trump no ha sido mendigo jamás pero sí millonario, y gracias a su fortuna y a un programa de televisión, se convirtió en el gobernante más poderoso de la tierra. En un principio se hubiera creído que pasaría su mandato en un letargo de miedo, incredulidad y sorpresa, no obstante, este hombre, cuya preparación consistió en sobrevivir a varias quiebras financieras y a competir por ratings con Tyra Banks en «America’s next top model», tenía la seguridad de quien conoce su destino, aún cuando el destino de su país y de media humanidad dependieron de este hombre cuya consigna «you are fired», le hizo famoso en todo el mundo.

Muchos pueden pensar que actuar como un patán puede granjear el odio de la gente. Pues no. En su programa de televisión «The aprenttice», Donald Trump simulaba ser un jefe horrible en cuyo poder estaba el despedir a los participantes que hacían las veces de practicantes. Uno tras otro los concursantes salían del programa tras su famoso «you are fired», hasta que quedaba uno sólo, el ganador de $250.000.

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Curiosamente, el hecho de ser despreciable le granjeó el calificativo de «celebridad». Donald era tan popular que la publicidad para lanzarse a la presidencia se hizo prácticamente sola. Twitter y Facebook fueron las plataformas de su campaña. Pocas veces se ha visto que a alguien sin preparación alguna para el trabajo que se le encomienda, le baste escribir mensajes de 250 letras cada dos horas para aposentarse en el imaginario de las personas hasta el día de la votación.

«No sé qué sea, pero hay algo en ese tipo que me gusta», decía la mayoría de la gente durante las elecciones de ese año. Justamente en aquel «no sé qué sea», residió el discurso de Trump. Altanero, seguro de sí mismo y con esa actitud de «no necesito el dinero porque tengo suficiente», decía lo que le venía en gana sin temer la opinión que se tuviera de él, porque para bien o para mal, Donald Trump era una celebridad, y a esa categoría de personas se les perdonan los más terribles defectos del carácter, dado que lo que ofrecen al mundo no es la solución a los problemas de la vida, sino un distractor para la misma.

Hablando de distractores, en la época de los próceres los únicos distractores a la mano eran la enfermedad, el sexo y la guerra. En el siglo XIX el promedio de vida era de 35 a 45 años. La tuberculosis cobraba tantas vidas como una guerra civil colombiana; la gota no era mortal como la poliomielitis, pero podía incapacitar a una persona durante meses aquejándola de terribles dolores. El sexo ha sido el distractor de la humanidad por excelencia, no obstante, hasta que Fleming descubrió la penicilina en 1928, la posibilidad de contagiarse de una enfermedad venérea era tan alta que le quitaba, al menos en parte, la diversión al asunto.

Se puede decir que antes del siglo XIX la gente debía mirarse al espejo con espantosa acuidad, sin lograr esquivar ni por un minuto la llaga abierta que es la realidad de la vida. Si venías de una familia con dinero, podías pasarte la vida montando a caballo y acostándote con medio mundo. Después de pringar una venérea debías hacer cualquier otra cosa, como convertirte en adicto al opio. Entonces morías enfermo y solo, pero con dinero. Por otro lado, si eras Simón Bolívar, a pesar de tener una vida acomodada, vendías tus tierras para hacerte de un ejército y lanzarte en contra de la potencia mundial más grande de la época.

No todos nacimos para ser Simón Bolívar o Ernest Hemingway. En aquellos días (siglo XIX), si no tenías dinero y querías salir a conocer el mundo, debías buscar una guerra en cualquier parte en donde hubiera una. Hemingway se unió a la cruz roja en Italia antes de que acabara la primera guerra mundial. A pesar de haber nacido ciento dieciséis años después de Bolívar, el mundo no era tan diferente en cuestión de distractores. Es cierto que se inventó el daguerrotipo, la bombilla, el motor y la máquina de escribir después de la muerte de Simón, pero algo que absorbiera tu atención durante horas cada día sin importar el caos del mundo afuera de tu ventana, llegaría con la invención del televisor en 1926, y en grandísima, enorme y apocalíptica forma, en 1994 cuando se comercializó el primer navegador de internet.

Antes de 1926, y en mayor medida de 1994, la gente debía salir al mundo para comprenderlo o para destrozarlo. Ya sea que fueras dueño de una plantación de algodón o un escritor con ganas de experimentar la guerra, a falta de la posibilidad de pasarte el día mirando gatos que tocan el piano en tu celular, debías hacer algo enteramente diferente para combatir el aburrimiento.

Es justamente debido al aburrimiento que la gente decidía salir a matar personas para entretenerse con algo. Algunos tenían justificación de su Gobierno para asesinar en masa y otros no. Otros se dedicaban a pintar girasoles hasta volverse locos y algunos escribían libros de la vez cuando le dieron la vuelta al mundo con Magallanes y Sebastián Elcano. Supe de un gran hombre (mi abuelo materno) que hizo su práctica de medicina en el Amazonas en 1934 cuando no había ni ley ni Dios que lo protegiera de Julio César Arana. Así de aburrido debía estar.

A pesar de lo difícil que era el mundo en aquellos días, lo que hoy se vive en veinte años, antes se experimentaba en uno. Es cierto que un dolor de oídos podía matarte justo como le pasó a mi bisabuelo Puentes, pero el hecho de vivir una vida actual de setenta años en tan sólo treinta del siglo XX, hacía de la experiencia humana una lucha constante por encontrar tu lugar en el mundo sin justificarla ante un público obtuso al otro lado de una pantalla de celular.

Quiero dejar una cosa en claro: yo soy ese público obtuso al otro lado de la pantalla. Podré no tener redes sociales ni la paciencia de escuchar el horrible ser humano que es Piqué en la última canción de Shakira, pero sí me dejo anonadar por los discursos de este y aquél político que Youtube sugiere cada vez que no tengo ganas de escribir ni trabajar. Es entonces cuando creo haber aprendido algo acerca del candidato W al escuchar que Z lo acusa de drogadicción y sodomía. W se defiende alegando que un video lo puede editar cualquiera, pero tomar cinco mil millones del erario es difícil de excusar.

Por otro lado (me sucedió en las elecciones pasadas), los discursos de M eran tan novelescos, inteligentes e incendiarios que me convertí en paladín de sus motivos. Recuerdo las discusiones que tenía con amigos y familia hablando en su favor. Esa descarga de energía que experimentas cuando crees tener la razón me convertía en un adefesio del debate. No digo que tuviera buenos argumentos, pero solía comparar al contendiente con alguna figura gargantuezca de la historia de la humanidad y con eso me bastaba para sentir que había ganado. ¿Ganado qué? Ciertamente nada, porque las discusiones que tenemos en nombre de los W y los Z de mundo nos distraen de lo que sea que tienen entre manos (¿sabes qué es belleza?).

Lo que sea que tienen entre manos ciertamente no es tu felicidad ni la mía. Es algo muy diferente a la felicidad como el resto de nosotros la vemos. Para un conductor de orquesta, felicidad puede ser llegar a la rama legislativa después de hacerse viral con un video que circuló en redes sociales durante las marchas de 2021. Felicidad puede ser también que un guionista de novelas pase de Congresista de la República a la Alcaldía de Bogotá. Definitivamente, felicidad es que un presentador de televisión muy conocido sea Representante a la Cámara por alguna razón que nadie en todo Colombia comprende todavía. Debe ser que todos ellos tienen el gran secreto de la vida, al menos de esta nueva vida en la cual no se te exige demasiado para administrar el futuro de tu país, salvo un celular, tres aplicaciones de internet y mucho, pero mucho tiempo libre y desaforada seguridad en ti mismo a la «Donald Trump», para que puedas decirle al mundo ¡aquí estoy!, sin pedirle permiso a nadie o dar excusas de lo que puedas hacer, por más disparatado que sea, en nombre de ti mismo y de una audiencia invisible que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo puede.

* * *

Para cuando lean este escrito las elecciones regionales y nacionales de Colombia 2023 ya habrán pasado. Esto lo hace del todo innecesario y en cierto sentido patético, porque al igual que muchos de ustedes, dependo de M, W, Z y toda una gama de estrellas de la farándula nacional y de la política tradicional para conseguir trabajo. Es por ello que reemplazo sus nombres con letras mayúsculas, porque esa gente es como un paciente con TOC a la hora de olvidar sus resentimientos.

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Sea como fuere, mis lectores no pasan de cuatro y a lo sumo dos de ellos no terminan nunca mis «artículos de opinión». Sin embargo, es mejor curarse en salud y tomar las medidas necesarias para no comprometer la manera en la que me gano la vida en este país, porque déjenme decirles que pasar un año entero sin trabajo no es un asunto de risa. Tampoco lo es trabajar en un call center a falta de algo mejor. Pero así es la vida: tiene sus altas y sus bajas, y hasta que nos vayamos lejos de Colombia con Diana y el gato de la casa, debo ser reservado con mis rencores como lo es Shakira con su exesposo Gerard Piqué.

Hablando de Piqué y Shakira y su interminable disputa emocional, este escrito se hizo innecesariamente largo y ya es hora de terminarlo. En realidad, nunca sé cómo finalizar mis artículos. De alguna manera logro concluirlos sin llegar nunca a una solución mediana que nos libere de la estupidez e ignorancia humana. Si acaso señalo la propia, porque sólo yo sé cuándo me comporto como un bufón y cuándo hablo de lo que realmente pienso y siento. En todo caso este no es el lugar ni el momento para decir las cosas a manera de «querido diario». Algún día llegaremos a eso, a lo mejor cuando me convierta yo mismo en una sensación de internet y me elijan Gobernador de Santander o, como mínimo, Congresista de la República. Juro que llegado el día contaré toda la verdad. La verdad y nada más que la verdad, acerca de no saber cómo administrar los recursos públicos, los de tu familia y los míos, porque ciertamente los diez minutos que me tomó prepararme para un cargo semejante sirven para improvisar el futuro de un país en donde sólo basta existir para alcanzar el nuevo sueño colombiano.

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actulidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

3 COMENTARIOS

  1. Sin apasionamientos busca clarificar y exponer la verdad de la política colombiana aunque sea solo un acercamiento, pero se percibe que va por buen camino

  2. Súper buenísimo! Me encantó deberías escribir un libro!! Felicitaciones Julián me encanta como escribes!

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