EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI Y OTROS CUENTOS DE CARLOS ALBERTO VELÁSQUEZ CÓRDOBA (PRÓLOGO)
Prólogo de Emilio Alberto Restrepo*
Cuento de Carlos Alberto Velásquez C.**
Este libro de Carlos Alberto Velásquez Córdoba, EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI y otros cuentos es, sin exageración alguna, la puerta de entrada a un mundo asombroso en cada una de sus historias.
Se sale de lo ordinario, tiñe lo cotidiano con un manto de perplejidad en donde todo está puesto al revés, aunque tenga la apariencia de una extraña normalidad que juega con la credulidad del lector. Mientras uno lee, al principio no sabe si es en broma o en serio, si exagera o asevera, si es una crónica, una verdad histórica o un delirio, para finalmente darse en la cara con lo que referenciaba, el asombro de una experiencia literaria fuera de serie.
He seguido la evolución cualitativa de Carlos en sus publicaciones, desde las primeras, basadas en anécdotas o en leyendas urbanas o en cuentos populares o callejeros, pasando por las medianas, producto de ejercicios de estilo que lo conducían a hallazgos narrativos cada vez más ingeniosos, hasta llegar a este, que no sé si será el destino de llegada a la depuración de su cuentística, pero podría serlo, teniendo en cuenta el grado de sofisticación que ha logrado alcanzar.
Y no profundizo en lo cuantitativo, porque ya ha mostrado con suficiencia que su creatividad no pareciera tener cortapisas, que agarra las ideas al vuelo y las desarrolla; que cada situación por cotidiana que sea, o por surrealista o fantasiosa que parezca, es una potencial historia, adictiva, redonda y sólida desde la propuesta de Cortázar, en su efecto de ser un puño contundente que gana por knockout. Dice en sus presentaciones, y le creo sin dudarlo, que tiene apuntes para al menos otros 350 cuentos, algo que por supuesto agradezco y me llena de ilusión.
Y lo que encontramos en esta colección es un narrador maduro, contundente, metido en relatos de elaboración compleja, respaldados por una historiografía soportada en referencias rigurosas y demostrables que hacen de cada cuento una deliciosa experiencia que mezcla realidad con fantasía, certezas con imaginación, personajes de carne y hueso con mitos distorsionados por fabulaciones que parecieran no tener límite. Combina el dato histórico con la realidad paralela, el viaje en el tiempo que tanto apasionó a Wells con la figura del doble por la cual tuvo debilidad Borges, la pérdida de las fronteras espacio-tiempo que hizo las delicias de Rod Serling en la inolvidable serie Dimensión desconocida y muchos referentes más que demuestran que lo que el autor ha tenido son maestros y ha sabido aprovecharlos con la intencionalidad manifiesta, de ser posible y sin que medien complejos tercermundistas, de tratar de superarlos.
Y cuando uno se sumerge en el libro, que es toda una revelación, por momentos siente con emoción que Carlos lo logra.
No es hiperbólico ni se trata de una obsecuente admiración por parte de un amigo incondicional: este libro es una de las colecciones de cuentos más elaboradas y vigorosas que he conocido en los últimos tiempos, y les juro que soy un ávido lector del género. Ese cuidado en la urdimbre de los argumentos, esa rigurosidad con el lenguaje, esa precisión de cirujano con los diálogos y esa fortaleza de los personajes y la puesta en escena de las atmósferas. Todo eso junto y alimentado con información científica precisa que aguanta toda comprobación. Y esa conjunción de historias que no parecieran tener fin, que uno se pregunta hasta dónde se la va a jugar el autor con la exploración de las ideas hasta el borde de lo que parece ser ya delirante, logrando conservar un perfecto equilibrio cuando logra esos finales redondos en donde no sobra ni falta nada, que lo dejan a uno como lector, con esa sonrisa de satisfacción que lo hacen sentir dulcemente burlado y un poco más ilustrado al terminar el texto.
Me declaro muy satisfecho de haber conocido este nuevo trabajo de Carlos Alberto Velásquez, un colega médico y escritor, un artesano de las palabras, lleno de ideas e incansable al momento de hacerlas efectivas. Algún día dije que era un autor de mucho futuro. Hoy con satisfacción me doy cuenta de que es un autor lleno de presente, sólido y establecido; estoy convencido de que será, a menos que resulte convertido en uno de sus personajes atropellados por esas metáforas que juegan con el tiempo y el espacio en medio de realidades que se tiñen de sueños y distorsiones de la memoria, una voz de la que iremos a tener muchas referencias en los años por venir. Pueda ser que no termine aspirado o diluido en un agujero negro y misterioso de los que pueblan sus cuentos. Al terminar el libro, quedé convencido de que no hay duda de que existen y nos acechan para evaporarnos al primer descuido.
Emilio Alberto Restrepo
Médico y escritor
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REFERENCIA:
El Retrato del señor Rossi, y otros cuentos.
Editorial Libros para Pensar 2022
ISBN 978-958-49-5892-1
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ÑAPA
De muestra, incluyo el cuento que da título al libro a manera de degustación.
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* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección «Pequeños Lectores», dirigido a un público infantil. Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores.
Blogs: www.emiliorestrepo.blogspot.com, www.decalogosliterarios.blogspot.com
Serie de YouTube Consejos a un joven colega.
Cuentos Leídos por el autor: https://emiliorestrepo.blogspot.com/2015/06/cuentos-leidos.html
Twitter: @emilioarestrepo
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EL RETRATO DEL SEÑOR ROSSI
Por Carlos Alberto Velásquez C.**
¿Cómo es posible que un tema se te meta en la cabeza hasta el punto de ocupar tus días y tus noches? Mi esposa dice que deje de pensar en ello, pero tengo una única respuesta: ¿Cómo no hacerlo cuando el misterio es tan grande?
Todo empezó cuando debí trasladarme por unos meses a Buenos Aires para hacer un curso al que me enviaba la universidad en la que soy profesor.
Un sábado en la tarde caminaba por San Telmo, tratando de ordenar mis pensamientos. Buscaba una solución a un problema propuesto por el profesor del curso cuando de repente creí ver un rostro familiar.
No era precisamente de alguien de la ciudad. Se trataba de un cuadro pintado al óleo en el que aparecía una cara conocida.
Me acerqué al lugar y una mujer en tono muy amable me salió al paso:
—¿Te interesa alguna de estas antigüedades? Mirá que las pinturas están en rebaja.
—Sólo quería ver…
—¡Pues pasá…! Sin compromiso.
Caminé entre muebles viejos y cuadros en el piso apoyados en lámparas antiguas hasta una de las paredes atiborradas de objetos de todo tipo. Allí, entre olletas para mate, espejos, percheros, y cabezas de vacas disecadas, había un pequeño cuadro de unos 25 por 35 centímetros que tenía el rostro igual al de mi vecino del apartamento del frente.
Aquel hallazgo me causó sorpresa. Era exactamente su cara, pero vestía una especie de túnica como las que uno ve en las pinturas del Renacimiento.
—¿Puedo?
—Claro que sí. Bajála no más. Si la querés te la dejo barata.
Caminé con la pintura hasta un punto mejor iluminado. Era el rostro de un hombre de unos sesenta años que miraba en semi perfil hacia mi izquierda. Tenía la frente surcada por arrugas. El pelo ralo, entre castaño, rubio y blanco, escaso en la región frontal y parietal, pero más abundante atrás y sobre las orejas que eran alargadas, pero pegadas al cráneo.
Bajo unas cejas rubias poco tupidas, sus ojos castaños parecían mirar hacia la luz frunciendo el ceño. Su ojo izquierdo —que era el único que se veía en su totalidad—, terminaba con arrugas en «patas de gallina». La nariz recta, los labios delgados, se enmarcaban entre los surcos nasogenianos. La papada prominente y arrugada le daba un aire de solemnidad. Por el traje que vestía parecía un obispo o un cardenal. Quizás fue lo primero que se me ocurrió porque se trataba de una túnica roja encendida, que contrastaba con el fondo marrón oscuro iluminado por una especie de halo que destacaba la cara.
—¿Te gusta? ¿Querés llevártela?
Al ver mi turbación, me dijo:
—Te la dejo en mil pesos.
—No, realmente no es que me guste. Es que este señor se parece a alguien que conozco.
—Mirá que buen regalo le podés dar a tu viejo.
—No, no es mi viejo —dije un poco molesto— es sólo un vecino… pero es idéntico.
—¿Y cómo se llama tu vecino? —dijo la mujer tratando de mantenerme como cliente.
—No lo sé.
Sólo en aquel momento caí en la cuenta de que ni siquiera recordaba su nombre. Realmente era un hombre de pocos amigos, que siempre estaba evitando a los demás habitantes del edificio. Vivía solo y al parecer únicamente salía para hacer algunas compras. Jamás le había visto visitantes.
—Rossi —recordé de repente—, se apellida Rossi —En una ocasión había llegado su cuenta de energía a mi apartamento y me había llamado la atención el apellido.
—Pero vos no sos de por acá. Vos tenés acento extranjero.
—Sí, realmente sólo estoy aquí de paso. En un mes me regreso a Colombia.
—¡Ah!, sos colombiano. Lindo país.
—¿Lo conoce?
—No, no he ido, pero conozco a muchos colombianos aquí. Son excelentes personas. Hagamos una cosa. Te dejo el cuadro en ochocientos pesos para que se lo podás entregar a tu vecino como recuerdo cuando te vayás.
—No. Usted, me ha entendido mal. No es para mi vecino de Buenos Aires, es para un vecino que tengo en Medellín.
—¡Pero mirá que coincidencia! Rossi es un apellido argentino.
En realidad, Rossi es un apellido italiano, pero en la Argentina es muy frecuente. ¿Y si realmente se trataba del señor Rossi, o del retrato de alguien de su familia? Ahora que lo pensaba, las pocas veces que había intercambiado alguna frase con el hombre, me había parecido que tenía un acento del sur.
—Te lo dejo en setecientos cincuenta pesos.
—No lo sé. Es que no sé si deba encartarme…
—Es un buen regalo para un vecino.
—A decir verdad, no es que seamos tan buenos vecinos. Casi no lo conozco.
—¿Qué mejor forma de conocerlo, que llevarle un cuadro de un familiar?
Me quedé mirando el cuadro por unos momentos. Tenía un marco de madera bastante desgastado a pesar de que parecía haber sido pintado de dorado recientemente. No vi la firma del pintor y no tenía la identificación de quién era el hombre de la pintura.
—¿Usted sabe quién es este señor? ¿Quién lo pintó?
—Ese cuadro ha estado aquí varios años. Mi viejo fue quien lo compró, pero no sé nada más. Lleválo. A lo mejor el cuadro te estaba esperando a vos.
Finalmente saqué mi teléfono, tomé una foto del cuadro y se la mandé a mi esposa.
—Cariño, mira lo que me encontré. ¿No se te parece al señor Rossi, el del 402?
—Igualito —fue la respuesta luego de unos minutos—. Yo hubiera creído que era él. ¿Y dónde lo viste?
—Aquí en el mercado de San Telmo. ¿Será que lo compro y se lo damos de regalo?
—Decide tú. Te amo.
Como siempre, las mujeres son las que tienen la última palabra, aunque sea para decir que uno tome la decisión.
Finalmente conseguí el cuadro por quinientos pesos argentinos. Le pedí a mi esposa que no le dijera nada al señor Rossi. Le daríamos la sorpresa a mi regreso.
Al siguiente mes llegué a Colombia. No fue complicado traer la pintura en la maleta. Dos días después, mi esposa y yo tocábamos a la puerta del 402.
Cuando el hombre abrió, me sorprendí aún más con el parecido. Tenía cara de obispo. Aunque el cabello era más blanco y menos abundante que el de la pintura, parecía que se tratara de la misma persona. A veces, Sandra y yo jugábamos a imaginar cuál era su profesión. Habíamos concluido que era un profesor de matemáticas retirado, pero al ver el cuadro ambos habíamos pensado que bien podría ser un obispo retirado de su ministerio.
—Buenas noches.
—Buenas noches, señor Rossi, esperamos no haberlo despertado —dijo Sandra con tacto, a sabiendas de que aún era temprano.
—No, de ninguna manera. ¿En qué puedo servirles? —dijo sin invitarnos a entrar y asegurando que no pudiéramos ver nada del interior de su apartamento.
—Es que mi esposo estuvo de viaje por Argentina, y le trajo un obsequio.
—No se debieron haber molestado —respondió el hombre sin permitirse ningún gesto de amabilidad. Su rostro era tan inexpresivo como el de la pintura.
—No es ninguna molestia —dije yo—. ¿Usted acaso vivió en Argentina?
—¡No!
—¿O su familia quizás?
—¡Tampoco!
Hubo un silencio embarazoso y mi esposa me hizo un gesto para que entregara el cuadro que ella había envuelto en papel regalo. El señor Rossi lo tomó y dio las gracias sin hacer ningún gesto.
—Bueno, creo que es hora de irnos —dijo Sandra intuyendo que yo no me movería hasta ver la expresión del vecino al descubrir su propio rostro.
—Feliz noche —dijo el viejo mientras que cerraba la puerta casi en nuestras narices.
—¿Por qué te despediste? —Increpé a mi esposa —Yo quería ver su cara cuando viera el cuadro.
—¿Acaso no viste que ese señor es un maleducado? Ni siquiera nos hizo pasar. ¿Crees que hubiera abierto el regalo frente a nosotros? No me extrañaría que mañana lo encontremos en la basura aún sin abrir. No entiendo por qué botas la plata en regalos para gente así.
Recordé el fatídico «tú decides».
Durante varios días, al salir para la universidad, estuve revisando el bote de basura del primer piso. El cuadro, a menos que lo hubiera hecho picadillo, no aparecía en la basura.
El caso estuvo casi olvidado hasta el sábado siguiente que oímos ruidos afuera en la puerta del apartamento. Cuando salimos a revisar vimos que una nueva familia se mudaba al apartamento 402. Se trataba de una pareja joven con dos niños pequeños.
—Hola. ¿Son nuevos aquí?
—Sí. Estamos recién llegados. Fue una bendición que resultara este apartamento.
—¿Y el señor Rossi?
—¿Quién?
—El señor Rossi, el que vivía aquí.
—No sabemos. En la agencia nos dijeron que el anterior inquilino se había marchado. No lo conocimos.
Mi esposa y yo nos miramos extrañados. ¿Coincidencia?
Ya en el apartamento, nuestra imaginación comenzó a volar. ¿Y si no era un profesor de matemáticas, ni un obispo, sino un asesino que estaba escondiéndose de la justicia? ¿Qué tal que hubiera sido un mafioso siciliano oculto en Colombia? Todo tipo de conjeturas pasaron por nuestras mentes. Algo nos tranquilizaba: ya no era nuestro vecino.
Al atardecer del lunes siguiente Sandra me recibió con una confidencia. Había llamado a la agencia de arrendamiento para averiguar por el anciano y le dijeron que no sabían nada del hombre. El señor Ambrosio Rossi simplemente había informado que se iba y había desaparecido. En la agencia no tenían más datos de él.
Dos días después, en la cafetería de la universidad, sucedió una extraña coincidencia. Estábamos un grupo de docentes hablando de todo un poco, y llegó el profesor Zulategui, experto en arte. Aunque no éramos muy amigos, nos habíamos cruzado en varios cursos y actividades académicas.
Entonces se me ocurrió mostrarle la fotografía de la pintura, que le había mandado a Sandra. Andrés Zulategui me miró emocionado.
—¿Dónde tomaste esta foto? Parece un Van Eyck.
—Es de una pintura que me encontré en Buenos Aires.
—¿La tienes en tu casa? —Preguntó casi febril— Dime por favor que la compraste y la tienes en tu poder —y ante su evidente decepción, le conté la anécdota con el señor Rossi.
—¿Tienes unos minutos para que veamos esa foto en el computador de mi oficina? Mándame la imagen a mi correo o a mi celular. Quisiera confirmar algo.
Hecho esto, el experto en arte abrió la imagen en su pantalla y la amplió lo más que pudo.
—¿No tienes una foto de mejor resolución?
—¿Qué pasa? Ya me tiene usted nervioso, profesor.
—No estoy seguro. ¿Has visto el retrato del Cardenal Niccoló Albergati?
—No —dije como si mi respuesta fuera evidente.
Zulategui meneó la cabeza. ¿Qué podía esperarse de un ingeniero?
—¿Pero al menos conoces alguna obra de Van Eyck?
—…Yo…
—Jan Van Eyck, el famoso pintor flamenco del siglo XV.
—Ehhh, conozco un poco —mentí, y supe por su expresión que él lo sabía.
El profesor tecleó algo en su navegador y aparecieron cientos de pinturas casi idénticas al retrato de Rossi.
—Mira: Portrait of cardinal Niccolò Albergati.
—¡Es la misma persona, pero los colores y la posición no lo son! —Dije con voz exultante.
—Claro que es la misma persona. Se trata del Cardenal Nicolás Albergati, un hombre muy importante del siglo XV. Fue inmortalizado por Van Eyck. Esta pintura que ves aquí está en el Museo de Historia del Arte en Viena. Lo que pocos saben es que Van Eyck hizo varios bocetos de su retrato —y abriendo otra ventana, me mostró unos dibujos a lápiz del mismo personaje.
La voz me temblaba cuando hice la pregunta.
—¿Quiere usted decir que el cuadro que le regalé a mi vecino era un cuadro original pintado por ese Van Eyck?
—Eso está dentro de las posibilidades —dijo volviendo a mi fotografía—. Mira los trazos, el manejo de la luz, la figura inexpresiva y en especial el hecho de que es la misma persona. No hay firma, pero podría estar oculta por el marco. Es una lástima que no tengamos aquí la pintura… o al menos una imagen con mejor resolución.
El mundo me comenzó a dar vueltas.
—¿Entonces, quiere decir que le regalé a mi vecino un cuadro original de un pintor famoso del Renacimiento, y lo que es peor, el hombre se esfumó con el cuadro?
La expresión de Andrés Zulategui no ayudaba.
—Hay otro misterio aún mayor —dijo—, tu vecino, el tal Rossi…
—¿Qué pasa con él?
—Dices que es idéntico al de la pintura…
—Parecía la misma persona.
—Mmm, y no conoces nada sobre él. Sólo su nombre…
—Así es, ¿por qué?
—¿No será que Rossi es el mismo Nicolás Albergati?
—Profesor, ¿está usted bromeando, cierto?
—En algunos círculos poco académicos se ha rumorado de que Van Eyck pintaba personas del futuro. Otros dicen que sus pinturas eran de personas que nunca envejecen. En otras palabras, pintaba inmortales.
—Creo que se le fue la mano, profesor. No soy tan estúpido para que me siga tomando el pelo —lo dije en serio.
—¿Alguna vez has visto «El matrimonio Arnolfini»?
—No, ¿quiénes son ellos?
—Otra pintura de Van Eyck.
Entonces el profesor Zulategui volvió a digitar y en la pantalla apareció una pintura que yo sí había visto alguna vez. Era la imagen de cuerpo entero de un hombre pálido y de cara alargada, que tenía a su lado una mujer muy fea, también alargada, que aparentaba estar en embarazo. Ambos estaban tomados de la mano.
—Te presento a Giovanni de Nicolao Arnolfini y a su esposa Giovanna Cenami: mejor conocidos como «El matrimonio Arnolfini». ¿A quién se te parece?
—¿Quién?, ¿él?
—Sí. ¿No reconoces su cara?
—No sé…
—A ver te ayudo —y digitó en el navegador «portrait of Giovanni di Niccolao Arnolfini».
Inmediatamente Google mostró un mosaico con la misma pintura. Era el hombre de la cara alargada. El mismo del matrimonio, pero esta vez sentado de perfil con un jubón de piel y un sombrero rojo.
—¿A quién se te parece?
—No sé… ¿Se refiere al cardenal… o a mi vecino? No se me parecen en nada.
—No. Me refiero a otra persona. ¿Este rostro a quién se te parece? Piensa en alguien famoso.
Y sin darme tiempo a pensarlo, digitó algo en su computador. La imagen de Vladimir Putin apareció esta vez en Google. Fue impresionante. Casi que podría decirse que el presidente de Rusia y Giovanni Arnolfini eran la misma persona. En algunas fotografías el parecido era menor, pero en otras la semejanza era total.
—¿Y cuándo dice usted que Van Eyck pintó ese cuadro?
—El del matrimonio Arnolfini en 1432. El de Giovanni con el sombrero rojo en 1434.
—¡Pero es igualito a Putin!
—Y según lo que dices, tu vecino, Rossi, es igualito al Cardenal Niccolò Albergati.
—¿Está usted diciendo que Van Eyck pintó rostros del futuro, o que Putin y mi vecino posaron para Van Eyck?
—Yo no estoy afirmando nada.
Ahora cada momento del día o de la noche lo paso pensando en si realmente Van Eyck podía pintar rostros del futuro o si por el contrario sus modelos jamás envejecieron y siguen vivos, regados por el mundo adoptando nuevos nombres como Rossi o Putin.
A veces me levanto en la noche y busco en internet las pinturas de Jan Van Eyck y las estudio con detenimiento. En algunos casos, me parece haber visto en la calle a los hombres que retrató. Entonces, pienso en todo tipo de posibilidades y creo enloquecer.
En ocasiones Sandra se levanta en la madrugada y me busca en el estudio. Me dice que deje de pensar en ello, que, de seguir así, me voy a enloquecer. Sé que está preocupada por mi salud mental, y a veces hasta creo ver en sus ojos un reproche. ¿Cómo es que tuve en mis manos un cuadro original de Van Eyck y se lo obsequié a un vecino que ni siquiera nos saludaba? Ella no me dice nada, pero aún recuerdo sus palabras: «Tú decides».
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* * Carlos Alberto Velásquez C. nació en Medellín en 1966. Es Médico y Cirujano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Epidemiología. Ha alternado su profesión médica con las letras. Se declara estar perdidamente enamorado de su esposa con quien lleva casado más de treinta años y de sus dos hijos.
Distribuye su tiempo entre la práctica clínica, la docencia, las actividades administrativas en instituciones de alta complejidad, y la literatura. Ha sido participante en los talleres de literatura con los escritores Luis Fernando Macías (Cooperativa Médica de Antioquia COMEDAL) y Memo Ánjel (Universidad Pontificia Bolivariana). Es autor de un blog dedicado al conocimiento, el arte y el humor: «El blog de los lagartijos».
Tiene en su haber siete libros de cuentos, una novela, y un ensayo sobre la relación entre la historia clínica y la literatura. Actualmente tiene tres libros nuevos en proceso editorial. Varios de sus cuentos y textos han sido publicados en antologías y revistas nacionales e internacionales, tanto en forato físico, como virtual.
Premios literarios y menciones:
Finalista VI Concurso de Microrrelatos Cesar Egido Serrano. España 2022.
Finalista: Medellín en 100 palabras. Palabras Rodantes. 2020.
Premio: Convocatoria Unidos por la vida. Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. 2020.
Mención de honor: IV Concurso Nacional Universitario de Microrrelatos. Palabras Contadas. EAFIT. 2019.
Mención de honor y suplencia Ministerio de Cultura: Beca para la publicación de Obra inédita. 2018.
Primer puesto: Concurso Literatura y Humor «Jorge Franco Vélez». Cooperativa Médica de Antioquia COMEDAL. 2003
Primer puesto: Concurso Nacional de Cuento. Guatapé Antioquia. Premio consecutivo en 1987 y 1988.
Libros publicados:
Matar al lobo. Editorial Universidad de Antioquia 2021.
Cola de cerdo, el suicida fallido. Editorial Libros para Pensar. Bogotá. 2021.
Fuga de Ideas. Fallidos Editores. Medellín. 2019.
Amelia y otros cuentos. Fallidos Editores. Medellín. 2019.
La historia Clínica desde la perspectiva del cuento literario. Autoreseditores. Bogotá. 2018.
La fuga del paciente y otros cuentos. Autoreseditores. Bogotá. 2013.
La Monja sin cabeza. y otros cuentos. Autoreseditores. Bogotá. 2012.
Ane-Doctas de un Médico Desmemoriado. Autoreseditores. Bogotá. 2012.
Publicación en antología:
Eso es… puro cuento. (Antología Vol.2). Editorial Libros para Pensar. Medellín. 2022.
Eso es… puro cuento. (Antología Vol.1). Editorial Libros para Pensar. Bogotá. 2021.
Medellín en 100 palabras Colección Palabras rodantes. Comfama. Medellín 2020.
20 Escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación. Editorial Libros para Pensar. Bogotá. 2020.
Sumergirse (Libro digital) – Fallidos Editores. 2020.
Antología Relata 2016. Ministerio de Cultura. Taller de Edición Rocca.
Blog: http://www.elblogdeloslagartijos.blogspot.com