El Salto Cronopio

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LAS AVENTURAS DE HARRIS

Por Julián Silva Puentes*

Hay libros que nos acompañan a donde quiera que vayamos sin importar lo mucho que hayamos cambiado. Las aventuras de Harris es uno de esos libros y el primero sin viñetas que leí de principio a fin. La trama gira en torno a Harris, un joven inglés cuyos padres están hartos de verlo pasar sus días jugando a las cartas y bebiendo en los bares de putas en Piccadilly street: «¡O te vas a América a trabajar en el rancho de tu tío, o te quedas en Londres y te conviertes en abogado!», le dijo su padre a Harris en un intento de enderezar su vida de fiestas y excesos. Harris no lo pensó dos veces teniendo en cuenta su aversión por los estudios y el trabajo formal, y pensando que se convertiría en una especie de Billy the kid o Wyat Earp con alguna hermosa mujer de cabellos rojos esperándolo al final del camino, se decidió por la aventura rumbo a lo desconocido y marchó sin mirar atrás.

Tratándose de una novela de vaqueros de los 70, la trama es bastante obvia y cursi hoy en día, no obstante, cuando era niño no había nada más fantástico que las aventuras de vaqueros, piratas y demás exploradores lo suficientemente valientes como para dejar hogar y fortuna en busca de lo desconocido. Tal vez fue desde que leí la historia de Harris que empecé a soñar despierto con rumbos lejanos. Además el propio Harris, como el hijo pródigo, debió encontrar su camino luego de estar perdido y recibir una segunda, tercera y hasta cuarta oportunidad lejos de su familia, en el viejo oeste, al vengar la muerte de su tío muerto a manos de una banda de forajidos y rescatar Molly, la hija del pastor del pueblo y su gran amor en las salvajes llanuras de Wyoming, a quien secuestraron los mismos forajidos que tomaron la vida del hermano de su padre.

Dicha concepción de la vida (pecado y redención) causó una gran impresión en mí, además el arquetipo de Harris y su forma de ver la vida, se mantuvo conmigo hasta que no pude estirar más mi adolescencia llegados mis 30 y me largué de todas partes, dentro y fuera de América, para no lidiar con mi propia vida.

A propósito de no lidiar con la vida misma, William Blake dijo «Espera veneno de las aguas estancadas». Yo no sabía mucho de Blake pero cualquier cosa me servía para justificar un gran escape, así que sopesé los pros y los contras de una vida que no me gustaba en lo más mínimo y me dije un día como hizo Harris en Londres: «¡hasta el final del mundo!», y partí sin dejar mujer, propiedades o hijos ni nada a lo que pudiera llamar mío, porque veía todo aquello como un lastre, la vida del adulto, un pozo sin fondo en el cual me estancaría hasta convertirme yo mismo en veneno.

De manera que empecé una vida de andanzas sin encontrar lo que estaba buscando, fuera lo que fuese, y de tanto viajar y evadirme de algo que me atara a la vida, empecé a ver aliados en las personas que escuchaban la poesía llena de mierda que les soltaba para ganarme su simpatía. Entonces aprendí a mimetizarme con la emoción del momento porque sabía que la empatía es la mejor manera de acercarse a una persona. No lo hacía de manera consciente, pero en cuanto creaba un lazo con alguien, me refiero al reflejo de su suerte o fracaso en mi vida, se hacían incondicionales de mi destino llegando a darme consejos, unos valiosos y otros no tanto, para que llegara con bien a mi destino. En algunas ocasiones me daban dinero que era lo que yo quería. Los consejos los escuchaba atento aunque en realidad miraba hacia otro lado y pensaba en algo muy diferente a lo que me estaban diciendo.

De esta manera navegaba por mi propio destino sin saber adónde iría o en qué terminaría todo ello. Prefería pasar por la vida sin comprometerme con nada, yendo siempre a la deriva dependiendo del capricho del momento, haciendo de cada día el último porque no sabía en dónde dormiría a la mañana siguiente o si encontraría aquello que me haría permanecer en el mismo lugar por más de un mes hasta que el aburrimiento hiciera mella en mi ánimo disperso siempre entre lo etéreo de las cosas y las resoluciones poco serias de mis quimeras que nunca terminaban llegando a ninguna parte.

Acabo de recordar mi primera pelea en el colegio cuando contaba con 12 años. El hecho no tiene mayor incidencia con este relato salvo por Harris a quien imaginaba personificando al darme empujones con el otro niño. Era un momento muy importante de mi vida, me refiero a mi primera pelea, y sin embargo me encontraba pensando en otra cosa muy lejos de allí; ni siquiera ante la inminencia de los golpes estaba presente en el momento sino en algún salón de Texas siendo Harry con revólver en mano decidido a disparar en dirección de los cuatreros, mi contrincante en este caso, hasta que llegó el profesor y nos separó. Después de esa pelea vinieron otras más sin el recuerdo de Harris porque me volví cobarde luego de partirme la cara en un accidente de motocicleta, y de tan solo imaginar una nueva cicatriz corría lejos, tan lejos como Harris cuando se fue de Londres, pero a diferencia de Harris, corría directo a casa huyendo de la pelea para esconderme debajo de la cama y sentir en la piel aquella sensación de vergüenza que lo invade todo cuando desconocemos nuestro lugar en el mundo y no sabemos hacer otra cosa salvo correr, escapar, huir y desertar.

Ahora bien, la cobardía puede tomar muchas formas. Para mí, cobarde es aquel que aun deseando algo con todas sus fuerzas no hace nada para alcanzarlo. William Blake dijo «Aquel que desea y no actúa, crea podredumbre». Así como las aventuras de Harris, William Blake me empujó a explorar mundos ajenos al mío aunque dentro de mí mismo, es decir, en el mundo de mi imaginación, tan vasto como los terrenos de Oklahoma y Luisiana a los que Harris llegó para vivir la experiencia que lo redimió ante su familia y a sus propios ojos, por fin abiertos a la verdadera experiencia de un mundo que pudo llamar suyo.

Yo he viajado mucho y a lugares conocidos y a otros un tanto turbios. Viajé porque leí libros de aventuras siendo niño y porque supe comulgar con el alma de Harris a quien imaginaba como a una persona de carne y hueso. Para mí, desde los 10 años de edad, la vida se encontraba siempre afuera en alguna otra parte, de manera que los problemas podían quedarse atrás si corría lo suficientemente deprisa. «El gran escape», lo llamaba yo cuando me encontraba en un dilema cuya solución no podía encontrar, y entonces decidía hacerlo todo a un lado, olvidarme de las dificultades y desaparecer lejos, muy lejos hasta que todos se olvidaran de mí incluido el objeto de mi terror, especialmente el objeto de mi terror al cual no podía dejar atrás por más que lo quisiera debido a que era la vida misma, ella, la vida que me aterraba por todo lo que exigía de mí y lo incapacitado que me encontraba de corresponderle.

Asistí a la universidad y estudié derecho porque no sabía qué otra cosa hacer con mi vida y suponía que el derecho, con todos sus códigos y sus leyes, requería de mucha lectura. «Leí Oliver Twist a los 15 años», respondía a la pregunta de «¿por qué quiere ser abogado?», como si leyendo ficción me hiciera una idea de lo que requería estudiar las leyes para ganarse la vida. En efecto, después de dos semestres decidí abandonar los estudios y casi lo hice, o mejor, intenté hacerlo a punta de inercia en las clases y en los exámenes. No obstante, y muy a mi pesar, el miedo a ver la decepción en los ojos de mi madre me hizo terminar a trancas y barrancas, 9 años después de haber empezado.

De nada ayudó conocer a Rimbaud, Kerouac, Miller, Céline, Gauguin y a tantos otros que huyeron toda su vida quemando los puentes tras de sí. Más que a su obra artística admiré su capacidad para largarse de todas partes olvidando la deliciosa sensación de sopor que da una vida mediocre rodeada de lugares comunes. Los veía como aventureros valientes, como a Harris de quien me había olvidado pero que seguía en silencio acompañando al hombre en quien me había convertido. «De tanto correr llegarás a alguna parte más allá de donde todos esos cobardes temieron ir», decía Céline. Por fin había encontrado a personas que vieron la vida como yo lo hacía experimentándolo todo con las consecuencias de su alma en llamas que era justo como yo quería vivir: en el éxtasis de las primeras veces, la euforia de poner pie en una ciudad extranjera cuando se encienden las primeras luces al atardecer. Semejante vida se me hacía una aventura que valía la pena vivir y más aún, morir por ella.

Cuando tienes 26 años no piensas en nada que no tu propia persona. Lo que sientes, lo que quieres, lo que sueñas y lo que esperas de los demás. Somos tan egoístas que brillamos por ello y llegamos incluso a crear obras de arte inmortalizadas por otros cuya imaginación fue más práctica que creadora. Todos los artistas a quienes tanto admiraba eran egoístas natos a los que poco les importaba abandonar mujer e hijos. Se preocupaban únicamente de su creación y al traste con todo lo demás. Veían a su mundo interior más rico y con mayores posibilidades que el exterior, es decir, el lugar en el que se te exige algo a cambio, dar cuenta de tus acciones y mantenerte junto a tus decisiones por penosas y estúpidas que sean.

Yo mismo me veía como todos ellos y me esmeraba en actuar a su semejanza. Abandonaba el lugar en donde vivía porque no me ofrecía la euforia que esperaba de la vida. El aburrimiento de hacer lo mismo una y otra vez en una oficina, ver a las mismas personas y hablar de cosas que en realidad no me interesaban o ignoraba, cosas prácticas usualmente, me deprimía. Entonces sentía que nadie me comprendía y me entraba el berrinche de quejarme de la vida que me había tocado, como un adolescente que espera todo del mundo sin entregar nada a cambio.

A mis 33 años de edad era justamente eso: un adolescente. Hoy en día me avergüenza mi actitud, más sin embargo, no me arrepiento de todos los viajes que hice. Ese afán de buscar más allá de los lugares y las personas, es lo que obligó a Magallanes a llegar hasta el estrecho que lleva su nombre. ¿Quién fue Magallanes y por qué hizo lo que hizo? Lo mismo puede preguntarse de Marco Polo, T.E Lawrence o de mi padre. La respuesta variará dependiendo de la manera en que se le mire. T.E Lawrence se vio a sí mismo como a un fracasado imperdonable a pesar de lo que Winston Churchill y tantos otros pensaron. Mi padre es otra historia que no me dispondré a relatar por respeto y porque ya lo he hecho muchas veces antes. Además, este escrito es sobre mí y sobre Harris porque me gusta hablar únicamente de mí cuando estoy solo, y de Harris también, a quien vi como a un hermano de circunstancias.

¿Habrá existido él, Harris? Ahora que lo pienso, probablemente yo lo inventé, a Harris y a sus aventuras, porque no creo haber leído alguna vez el nombre su autor. A lo mejor fui yo, Julián Silva Puentes, el autor de un libro de vaqueros escrito antes de mi propio nacimiento titulado Las aventuras de Harris, lo mejor que escribí nunca, porque un personaje que trasciende las páginas y haga parte de la vida de una persona después de 26 años de ser leído, es la aspiración de todo escritor. «Escritor». Suena estúpido decirlo en voz alta. Un tipo que se pone a contar historias que nadie ha pedido es un poco ridículo muy a pesar mío y de quienes dan su opinión acerca de lo que leen aun cuando nadie les ha pedido que lo hagan. Pero no el autor de Las aventuras de Harris, no, él sabía que algún día un tipo como tú y como yo necesitaría de algo a qué aferrarse cuando la vida le diera alcance pidiendo cuentas por su egoísmo y rotunda estupidez. El verdadero autor de Harris sabía de qué estaba hablando, no aparentaba ser alguien más ni mucho menos aspiraba a ser más de lo que ya era. El autor de Harris era todo lo que podía ser. El autor de Harris encontró su lugar en el mundo y permanece allí riéndose de todos nuestros esfuerzos. El autor de Harris es Dios y Harris su hijo encarnado.

Hoy me atreveré a decir que yo escribí Las aventuras de Harris porque Harris me enseñó que nunca es demasiado tarde para convertirse en la mejor versión de sí mismo. Puede que alguien más haya escrito un libro de vaqueros titulado como el presente artículo. En verdad espero que así sea, y que si acaso habla español y le gusta leer revistas digitales, encuentre esta necedad que hago yo con su obra y se decida a contarme todo lo que sabe del verdadero Harris, el de carne y hueso, aquel que no aparece en los libros de aventuras persiguiendo la puesta de un sol muy lejano siempre a punto de apagarse tras la línea imaginaria que separa a la tierra del cielo.

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actulidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

1 COMENTARIO

  1. «El poeta es un aventurero loco». Verlane
    Me gustó tu artículo, cada uno se encarga que la vida sea una aventura, llena de historias y grandes experiencias, otros eligen sin importar cuánto vivan tener una vida inerte y estática

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