Mundópolis: Crítica de la Sinrazón Impura

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EL SILENCIO COMO VÍA DE CONOCIMIENTO INTERIOR MÁS ALLÁ DEL PACTO DE LA RAZÓN

Por Jorge Machín Lucas*

A nuestra razón, hija pródiga del sonido, dicen que se opone la del silencio. Sin embargo, muy posiblemente esta puede ampliar y mejorar a aquella con sus contenidos, que se pueden intuir por sus posibles efectos gravitacionales o de causa–efecto sobre aquella, sobre la materia y sobre humanos o animales tanto hipo como hiperperceptivos. Porque, de hecho, el sonido y el silencio son lo mismo, dos partes de una misma realidad pedagógicamente inventadas por nuestros ancestros, como la materia y la antimateria, como lo perceptible y lo imperceptible. Nuestra inferioridad con respecto a lo real, nuestro desconocimiento de aquello, nuestras diferencias y similitudes y la medida de nuestros límites perceptivos han originado esta inestable pero educativa dicotomía de conceptos.

La razón, tal y como la conocemos y entendemos, es incompleta y por tanto una falacia parcialmente útil a nivel terrestre e inútil a nivel celeste, tanto en lo trascendente como en lo inmanente. No es la razón de los cielos, sino la razón de los suelos, de los cienos, de los celos y de los ciegos. Es un producto muy relativo y tendencioso de un acuerdo entre muchas subjetividades que no ha derivado en una objetividad o en una verdad absoluta, sino más bien en una hipersubjetividad. Mediante su imposición por la fuerza del poder, de la necesidad y del miedo, las clases sociales más poderosas en lo económico, político y militar han dominado a las más débiles y se han tratado de perpetuar en sus mullidos sillones. Si ha habido lucha, esa ha sido por alternarse en ellos, no por la igualdad. La gente no quiere justicia, tan solo desea la victoria personal y la de sus seres queridos. Esa es la razón básica de lo que la mayoría de la gente «normal» puede oír.

Al resultado de ese deficiente, arbitrario e hipócrita pacto vishnuista de preservación del statu quo, de males menores y de éticas de mínimos se le ha llamado lógica, cientificidad, tradición, historicidad, pragmatismo, sentido común e interés general, entre otras generalizaciones. Es fácilmente aplicable y rentable para las, en terminología gramsciana, clases altas hegemónicas, a las que adula y trata de mantener, y un mal menor para las clases medias y bajas subalternas que luchan con denuedo para escapar de su maldición. Se basa en un espíritu de supervivencia que tiende, involuntaria o voluntariamente, hacia el pensamiento único y hacia la tendencia a convertir toda la experiencia personal y colectiva en irrefragables axiomas y dogmas de fe con tal de evitar la entropía social y de alargar y de mejorar nuestras vidas temporales. Por ello, ignora y desprecia todo aquello que esté más allá de la percepción común y de lo que actualmente se puede o debe pensar, conceptualizar y demostrar. Eso es así porque ese pensamiento basado en la intuición y en la imaginación no es todavía muy práctico, no reporta considerables beneficios crematísticos y desafía a todos los incompletos sistemas epistemológicos y a las sensatas y equilibradas mentes biempensantes que dirigen manu militari el mundo con la irracional lógica última del argumentum baculinum.

Pues bien, en ese espacio, anterior y posterior, pero nunca interior, a las sombras de la razón se encuentra el silencio, preñado de vida y de significados. Muchos intelectuales han tratado de representarlo y de aprovecharlo hasta donde se puede hoy en día. Para bastantes, este esfuerzo equivale a indagar en lo desconocido que pudiera haber en el interior del ser humano o en lo ulterior y superior a sus sentidos, fuerzas y límites. Esa ciencia por conocer, unida a lo ya conocido, nos podría dar una visión más completa de lo real y ayudar a evolucionar más rápidamente con el aprovechamiento de nuevas energías y códigos comunicativos por ahora imperceptibles e impensables. El silencio no es solo un espacio ignoto que algunos creen vacío, una cesura para poder respirar, una pausa para poder procesar información o una actitud de ofrenda (un voto como piadosa práctica o de penitencia), contemplativa, meditativa, escapista, disidente o represiva. No solo se opone a los mediocres, repetitivos, injustos y crueles espacios de la realidad, de la razón y del poder, producto de acuerdos sociales. Ni tampoco solo se diferencia de las retóricas, de los discursos, de los diccionarios, de las enciclopedias y de las gramáticas que los explican y defienden muchas veces desde la ignorancia, el error, la falacia y la vacuidad, deliberados o no. El del silencio es también un espacio constructor de una gnoseología, o teoría de conocimiento, que pudiera llevarnos a otra pedagogía más intensa y extensa y a ayudarnos a dar un nuevo salto en la evolución si unimos su sentido al del sonido.

El silencio es parte y estado de todo lo existente y de su ser. Es óntico —de los entes creados—, ontológico —de sus seres—, psicológico, filosófico, místico, taumatúrgico y (meta)literario. Supera con creces en significados a los arrogantes, monótonos, reduccionistas y simplistas dictados de los limitados métodos del positivismo y de sus hijos artísticos que ya lo han usado con fines médicos: por ejemplo, mediante ultrasonidos, para diagnóstico y para terapia. Esos son el realismo, el naturalismo y el costumbrismo, que han basado su hipotética, parcial y sesgada referencialidad en una subjetividad intelectual y memorística interesadamente selectivas que no solo no lo pueden sino que tampoco lo quieren abarcar todo para no terminar su negocio en editoriales, en cines, en teatros y en galerías de arte que satisfacen los deseos más inmediatos y menos imaginativos del consumidor. Estos movimientos, basados en la espuria razón del sonido, de lo perceptible y de lo pensable para una mayoría, han supuesto una representación y explicación de parte de lo ya conocido mediante la experiencia y la empírica que no se ha arriesgado a crear auténticamente nuevos conocimientos o a elevar el nivel del lenguaje para tratar de crear a un lector más dotado, el cual podría acabar cuestionándolos. Por ende, son conservadores en sus técnicas y en sus aproximaciones a la «realidad», por mucha influencia científica y marxista que a veces tengan. Prefieren el desarrollo de fórmulas que han funcionado para atraer el comercio a la investigación y a la innovación. Han buscado comunicar con los más, los cuales sin embargo han sido atraídos escasamente por la lectura. Han ocupado el espacio de la historia, del periodismo, de la sociología o de la politología sin buscar uno propio. Esto lo ha llevado a cabo la indagación en el silencio.

Como pocos más lo hacen, la literatura debiera centrarse más en ayudarnos a escapar momentáneamente de una agobiante materia perceptible, la cual nos atosiga, asfixia y castra con sus simples y estrechos modos de estructurarse, de explicarse y de convencernos, hacia otra imperceptible. Con el conocimiento de las dos y de lo que resulte de su unión se podría forjar un mundo mejor y más lógico. Pueden convocar esa realidad superior la contradicción aparentemente ilógica de la paradoja (por ejemplo, «solo sé que no sé nada», frase que tiene sentido y que se puede comprender al estar connotado el segundo de los verbos «saber» mediante una hipérbole) o la completamente ilógica del oxímoron o de la aporía, con sus inviabilidades racionales e irresolubles (verbigracia, el incomprensible sintagma nominal del «silencio sonoro», ambos términos denotados). ¿Cómo lo pueden hacer? Mediante la dialéctica, la lucha de contrarios, la que se produce entre una tesis (el silencio) y una antítesis (lo sonoro), que va a generar una síntesis, algo que está más allá de nuestra actual razón práctica y que ahora mismo se puede tratar de intuir o de imaginar, pero no de inferir o de deducir, con la sinrazón impura, dentro de lo que llamamos paranormal o esotérico.

Son realimentaciones de opuestos que pueden generar una realidad aumentada, esa tercera realidad superior que los sintetice y reconcilie. Si la tesis material se complementa con una antítesis antimaterial con materia imperceptible y ambas forman el todo de la creación, en pura lógica el sonido hace lo mismo con un silencio con inapreciable sonoridad y posiblemente hasta con una semiótica, con unos significados, con un logos, con un lenguaje, con una lengua, con una semántica y con una gramática desconocidas para estudiar y codificar. Posiblemente, una vez descifrado y unido a la sonoridad convencional el sentido escondido en el silencio se puede no solo mostrar, explicar y hacer entender una realidad más extensa y superior sino también producir, mediante su aprovechamiento, un avance en la historia de la humanidad. Esta unión creadora de dos apariencias, nunca dos verdades, como son sonido y silencio es parangonable a la que se establece entre lo racional y lo irracional, entre la lógica y lo ilógico, entre lo exotérico y lo esotérico, entre lo trascendente y lo inmanente, entre el macrocosmos y el microcosmos, entre lo referencial y lo autorreferencial, entre lo espacial y lo no espacial, entre la cronología y la conciencia del tiempo, y entre la historia oficial y la ultrahistoria del ser. Con esta fusión sin límites entre la semióticas del sonido, en la que se basa nuestra razón pactada, y la del silencio, inaudible por la percepción «normal» pero no por ello insonora —pensemos en los infra o en los ultrasonidos, espacios de infra y de ultrarrazón y de infra y de ultrarrealidad—, nos podríamos redimir del presente cero, agónico, del pasado cargante y del futuro repetitivo en los que vivimos. Así será al gozar nosotros de más personalidad tras sufrir una catarsis inducida por el archisonido, por la archisemántica, por la archisemiótica, por la archirrazón y por la archirrealidad totales resultantes.

De este modo, podríamos superar la noluntad, la abulia y la voluntad sin objetivos ni soluciones claros. Podríamos reducir las luchas de poder y combatir los excesos y abusos capitalistas, el progreso del espurio y efímero materialismo y el retroceso del esencial y duradero espiritualismo. Al tener más conocimiento, podríamos controlar el alienante influjo y la manipulación subliminal de una excesiva, superficial e insustancial información, con su propaganda, multiplicada por la muy poderosa y algo «distópica» aldea virtual, con sus remedos, con sus simulacros sin referente y con sus mentiras. Al ser más comunicativos, seríamos capaces de reducir los excesos adquiridos transgeneracional, genética, congénita y/o socialmente del individualismo, del egoísmo, del narcisismo, del hedonismo, del frenesí, del ruido y de la crueldad de todas las eras, premodernas, modernas o postmodernas para escapar y entrar en una «archihistoria» ideal en la que se pudiera iniciar un no tan utópico presente eterno de redención, de igualdad y de justicia social universales.

Algunos intelectuales han propuesto, de manera más lírica que realista por el momento, que esa Historia superior se podría encontrar penetrando en el silencio y conociendo su riqueza conceptual sin olvidar la del sonido aprendido. En su actual quimera literaria, se han evadido de nuestra mísera realidad fantaseando que allí se podría cambiar el sentido de la cronología y volver al origen del ser y del mundo tras el aprendizaje de los errores cometidos. Esa sería la vuelta a la sopa primigenia, al momento previo en que nacieron la vida y la palabra matriz o esencial de la que tanto nos han hablado el poeta José Ángel Valente en su obra poética y ensayística (por ejemplo, en Las palabras de la tribu, de 1971, o en Variaciones sobre el pájaro y la red, precedido de La piedra y el centro, de 1991) o la filósofa María Zambrano con su razón poética o diafanidad (desarrollada en ensayos tales como Claros del bosque (1977) o De la aurora (1986), obras en las que se filtran y de las que nacen respectivamente las luces de la nueva razón desconocida). Esta es, por el momento, la única alternativa ante la injusticia frente a una razón humana que se ha mostrado inoperante e impotente para cambiar nuestra tendencia a la depredación.

En definitiva, mediante la exploración intuitiva del silencio se quiere mostrar y desafiar nuestros límites de conocimiento para escapar de la obviedad, de lo previsible y del prejuicio y para intentar ampliar posibilidades con la intención de evolucionar íntegramente como seres humanos y como sociedades. Así se podrían redefinir o expandir las fronteras de nociones convencionales como son realidad, razón y lógica y reutilizar más sabiamente estos conceptos. Así se podría explorar otro cronotopo que unido al conocido forma uno superior, como el que existe formado de materia y de materia oscura o formado de razón y de sinrazón. Solo desde su análisis se pueden aspirar a explicar nuestros complejos, completos y auténticos destino y realidad. Y también se puede conocer el porqué de los aparentes absurdos, de los problemas de generación de sentido y de comunicación y del controlado caos existencial en los que vivimos. Quizá así podamos entender por qué vivimos, parcialmente, en un mundo perceptible saturado de tanto pasado y tan carente de presente que nos lleva a repetir cíclicamente una historia heredada de imposición por la fuerza violenta disfrazada de razón y de lógica. Ese es el imperfecto mecanismo que siempre nos trascenderá tras la muerte si no exploramos lo irracional y lo articulamos junto a lo racional.

Porque en este mundo cuyos sonidos percibimos en parte nos mueve un impulso egoísta en lo materialista que aparenta maximizar los intereses comunitarios para asegurar sobre todo el beneficio capitalista a los vencedores, a sus descendientes, a sus socios y a sus compinches. En él se trató de reprimir a las más puras pasiones individuales para aprovechar económicamente su energía. Para ello se montaron organizaciones, estructuraciones, normas, reglas, leyes, acuerdos, convenios, constituciones, jerarquías y luchas de clases que preservan unos mínimos de orden mientras gran parte de la población planetaria se muere de hambre y de rabia y se aniquila. Esto ha sido siempre así y ningún político o científico se ha acercado ni de lejos a la solución de los grandes problemas humanos. Tal vez solo nos queda una solución viable para establecer un auténtico sistema de justicia universal: racionalizar lo irracional. ¿Se podrían conjurar o exorcizar muchos de los males, o todos ellos, al penetrar en el misterio y al analizar lo que está más allá de lo perceptible y de lo pensable, en el tiempo paralelo y obsesivamente cíclico y en el espacio oscuro de la ipseidad, en lo que la percepción estándar denomina, desde sus limitadas medidas, como el silencio, las sombras o la nada?

Esa ha sido la idea poética y filosófica de muchos intelectuales y literatos. Ellos han querido convertirla en artística ciencia capaz de alterar y de corregir nuestro destino para llegar a un presente eterno y a un espacio ilimitado, de infinitas dimensiones, en un nuevo origen donde se reinicie una Historia ideal más completa que una a los contrarios en dialéctica, ya con la lección de nuestros errores aprendida. Esos opuestos son la identidad y la alteridad que se han de unificar en un propósito permanente e inalterable de solidaridad y de bien común, de distribución igualitaria de la riqueza y de propiedad colectiva y temporal. Algo que tal vez debieran tener en cuenta, aparte de estadistas y magnates, la progresía política y los intelectuales a su servicio. O incluso otros aparentemente más generosos como son los economistas Christian Felber y Thomas Piketty, como son los seguidores de Jacque Fresco o como es el historiador Yuval Noah Harari, entre otros.

En mayor o menor medida y en diferentes puntos y contextos de esa línea ideológica, estética y artística acerca del silencio y de lo irracional se encuentran las primeras espadas de la intelectualidad hispana e internacional. Ellos parten de numerosos enfoques holísticos que combinan el pasado con su presente. En esos autores, el primero se evidencia mediante la influencia de materiales preconstruidos con numerosos palimpsestos, intertextos o subtextos. El segundo lo hace con el contexto cultural, como pueden ser, por poner un ejemplo, las relaciones entre distintos medios de representación (la intermedialidad con la literatura, el cine, el arte…), para producir remediaciones o generaciones de nuevas formas. Estas proceden ante todo desde la mística sincrética, desde el romanticismo, desde el simbolismo, desde la vanguardia, desde el surrealismo, desde la lírica de Juan Ramón Jiménez o desde el realismo mágico. También, tal vez involuntariamente, desde la praxis del cine mudo.

Algunos de los autores interesados, en diferentes grados, por ese tema, aparte de los ya mencionados Valente y Zambrano, son Antonio Gamoneda, Clara Janés, Carlos Bousoño, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Juan Luis Panero, José Eustasio Rivera, Alejo Carpentier, Octavio Paz y Emilio Adolfo Westphalen. Ellos han expandido nuestros límites de conocimiento y han cantado a lo que hay más allá de la razón y de nuestros sentidos. También allá se pueden localizar los novelistas y dramaturgos Samuel Beckett o Juan Benet o el filósofo Eugenio Trías Sagnier, aparte de tantos otros. Hasta Simon & Garfunkel y Miles Davis vieron posible expresión y música en el silencio cuando respectivamente editaron «The Sound of Silence» en 1965 e «In a Silent Way» en 1969. Y Depeche Mode nos pidió que lo disfrutáramos en su superéxito «Enjoy the Silence» de 1989.

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«Mundópolis: Crítica de la Sinrazón Impura» es una columna que trata temas de actualidad o culturales varios en que se desafía a la razón pactada y el pensamiento único.

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* Jorge Machín Lucas es catedrático de estudios hispánicos de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.

 

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