Mundópolis: Crítica de la Sinrazón Impura

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EL SUBJETIVO MODELO DE NACIÓN ESPAÑOLA PARA ÁNGEL GANIVET EN EL IDEARIUM ESPAÑOL.

Por Jorge Machín Lucas*

Ángel Ganivet (1865-98), como Miguel de Unamuno (1864-1936) en En torno al casticismo (1895), es también víctima de esa falsa y artificial razón que nos asiste a la hora de establecer estructuraciones, organizaciones y límites, relativos y revisables, entre personas y culturas. Estas barreras se han impuesto en nuestros sentimientos no mediante la razón sino a través de las pasiones más irracionales inculcadas desde nuestras infancias. Se trata de un ejemplo de sinrazón impura que, como forma de construcción y de organización, no solo ha dividido y separado a las gentes sino que también ha destruido tanto sus creaciones y que ha tenido tendencia hacia el pensamiento único y hacia el ninguneo a la disidencia emocional del otro. En su Idearium español, Ganivet articula otra respuesta muy subjetiva, desde la engañosa y falaz lógica del lenguaje, a la crisis nacional y al denominado como «problema de España». Ella deviene en otro alegato nacionalista. Ese ensayo, compuesto hacia 1896 y publicado en 1897, tiene como foco de interés el indagar en la constitución ideal de la raza española con una visión abiertamente opuesta al degradado materialismo en que estaba desembocando la modernización industrial europea. Aun a pesar de ello, no pretende constituir un rechazo completo en contra de la modernidad materialista, ya que cree que esta forma parte de las necesidades colectivas de la nación en lo económico. No obstante, se opone a la eliminación progresiva de lo natural, espiritual, filosófico y reflexivo que, a su entender, son consustanciales al carácter español, lo cual nos muestra un cierto maniqueísmo en su forma mentis. Para el granadino, el estado ideal se conforma idealmente mediante la religión como cerebro, el espíritu guerrero como corazón, el jurídico como musculatura y el artístico como red nerviosa unificadora y motor del resto (víd. Madrid: Austral, 1962: 62). Son más metáforas que lógica lo que usa. Apela a lo racional desde el irracionalismo más emocional que trata de construir un proyecto sólido de convivencia y de justicia social.

Ciertamente, el Idearium español no es un libro muy sistemático ni muy metódico ni en la exposición ni en el desarrollo y profundización de sus ideas. Carece de rigor histórico en muchas de sus aseveraciones, como son las que hace acerca del carácter reaccionario, tradicional y antieuropeo que otorga a la sublevación de los comuneros de Castilla frente al rey Carlos V. Ganivet más bien concibió este ensayo como un pretexto para volcar sus propias ideas y opiniones, renunciando a la demostración erudita y a la investigación de ascendencia positivista, en su estancia en Amberes, Bélgica, donde desempeñaba el cargo de vicecónsul y donde le impresionaron sobremanera los contrastes que resultaban de la civilización industrial capitalista y de los desequilibrios existentes entre el medio artificial y el natural. De todas formas, a pesar de este marcado carácter asistemático de la obra, se pueden apreciar claros reflejos de un cierto determinismo cuando analiza la relación entre la historia de las civilizaciones y su mundo natural, donde se pueden localizar ecos del pensamiento del historiador Henry T. Buckle (1821-62), autor de la inacabada History of Civilization in England (Historia de la civilización en Inglaterra), y del crítico naturalista francés Hippolyte Taine (1828–93).

Su ideología se vertebra desde su radical oposición a motivos como el culto a la técnica, a la mecanización y a todos los resultados de la industrialización, de la democracia, del socialismo, del liberalismo y de toda forma de mercantilismo, es decir, en contra de la mayoría de valores en que se sustenta la sociedad moderna. Para analizar su disconformidad con el presente estado de España, Ganivet elabora una teoría muy sui generis acerca de la idiosincrasia de su espíritu, cuyos orígenes sitúa en la invasión árabe del 711 y en los ocho siglos que tuvieron que transcurrir de reconquista por parte de los reinos cristianos hasta la definitiva toma del reino moro de Granada en 1492. Esta es una de las constantes polares que caracterizan dicho «espíritu territorial», además de su estoicismo de corte senequista. En lo que toca a esta orientación árabe del carácter hispano, el ensayista insistió en que aquellos trajeron a España dos formas de exaltación humana con el misticismo, que derivó en forma de exaltación poética, y con el fanatismo, que representó lo mismo en cuanto a la acción física, implantados durante la época medieval. Según él, duraron tanto porque no se temía por el futuro de los cristianos a pesar de desear acabar con los musulmanes y por desequilibrios internos entre las regiones y las villas cristianas.

Aun así, a pesar de la marcada lucha religiosa entre árabes, cristianos y judíos, España se caracteriza más por ese espíritu enmarcado en su geología e incólume al paso del tiempo que por el religioso, siempre sujeto a cambios. Eminentemente, es un espíritu de independencia. Él cree que hay tres tipos de pueblos en el mundo influidos por su situación geográfica: los continentales, que se caracterizan por su espíritu de resistencia; los peninsulares, que se distinguen por el de independencia; y los insulares, que están dominados por el de agresión. Es esta una visión, desde un punto de vista crítico, harto reduccionista y simplista. Integra a los españoles en el segundo grupo con el propósito de señalarlos más como guerreros desorganizados e improvisadores que como militares organizados y jerarquizados y con tal de dar así más relieve todavía al componente humano que al social.

Este carácter independiente ha sido, junto a la entre poética y activa acción de la morisma, el que ha determinado y configurado la constitución ideal de España. Ha sido moldeado por ese espíritu estoico, de virtud moral, de tolerancia y de buen propósito, de abolengo senequista, el del famoso filósofo cordobés al que idealiza como a un doctor de la iglesia y como a un español por esencia. Esta es una visión radicalmente castellanocéntrica y, por tanto, una fantasía de la imaginación tradicional y personal ganivetiana, una sinrazón impura ya que Séneca era andaluz y esa ha sido siempre una identidad cultural bastante diferente a la del resto de las del territorio nacional español, tanto en la época de Ganivet como en la actual. Por supuesto, todo ello ha sido depurado culturalmente en aras de presentar un espíritu español de carácter enérgico y sentimental gracias a este cruce de influencias.

Ángel Ganivet también sostiene que esto se ha manifestado con claridad en el arte, con mayor énfasis y mejores resultados en casos de genialidades individuales que en tendencias de grupos, como ha sucedido con Diego de Silva Velázquez o con Francisco de Goya dentro de la pintura o con Lope de Vega en el teatro. Ellos dieron preponderancia al impulso de sus talentos innatos sobre el de las reglas formales. La obra del espíritu vale más que la de la sangre para Ganivet para entender al máximo posible los recovecos del espíritu nacional. Por ello, alabó al más autorreferencial y abstracto Calderón de la Barca frente al más referencial y concreto Lope de Vega, algo que le distanció mucho de las reconvenciones unamunianas al primero.

La solución es que España no se disperse tanto en el exterior y concentre más sus fuerzas en el territorio nacional, sustentada sobre los «sillares de la tradición», teniendo en cuenta que un principio general de los pueblos es el de la conservación, manteniendo su espíritu de independencia frente a lo peor de la modernidad europea. Visión, como se ha dicho, también castellanocéntrica, que reconoce el valor de su fusión con Aragón, ya que cree que esta zona insufló a España su espíritu conquistador interno y externo por los cuatro costados, al considerar su expansión por los Países Bajos, por América, por el mahometismo norteafricano y por Italia. De hecho, para él la existencia de los nacionalismos periféricos y su poder centrífugo suponen la diseminación y la debilitación de las centrípetas e idealizadas energías españolas.

El futuro de España, dentro del catolicismo, debe residir en la tradición como sinónimo de espíritu. También, se tiene que basar en su porvenir hacia África, considerada como integrada por razas menos desarrolladas que las americanas o asiáticas. No obstante, su restauración solo se producirá en la concentración de energías en el territorio nacional y en el no derramarlas fuera de sus fronteras. Esto sí, se ha de superar la abulia española tanto en lo práctico como en lo intelectual. No se aboga por un salto de la legalidad ni por la instauración de nuevos sistemas legales o gubernativos concretos, si no más bien por la aplicación de nuevas prácticas y de nuevos esfuerzos individuales que se sustenten en la idea de que a la acumulación gratuita del saber debe anteceder el amor por él. Para Ganivet, el renacimiento ideal de España tendría que ser una mezcla, no especificada por él, de indoeuropeísmo y de semitismo. Esto, unido a esa nueva dinámica nacional, debe hacer pasar a la nación española de un individualismo indisciplinado, el que la caracterizaba en el momento de la restauración borbónica y del fraudulento sistema de «turno de partidos», pero que había venido fraguándose desde la corte de los Habsburgo, hacia otro individualismo interno y creador en el futuro, para marcar al resto de pueblos con el sello del espíritu territorial.

El pensamiento de Ganivet tiene ciertos puntos de convergencia y de divergencia con respecto al de su contemporáneo Unamuno. Convergen en los hechos de que el «problema de España» es su principal preocupación, atendiendo fundamentalmente a las causas de su decadencia y a los posibles medios de regeneración nacional. Asimismo, les une su deseo de indagación en la vida colectiva del país a partir de una visión castellanocéntrica que subraya la influencia medieval, sobre todo la de la mística. El «problema de España» es fundamentalmente para ambos de carácter psicológico. Para Ganivet, este problema incide en la vida espiritual, en la abulia de los españoles, mientras que para Unamuno se localiza en el estado mental de la patria que lleva al marasmo a sus habitantes. Los dos creen que la decadencia se ha ido fraguando desde el absolutismo de la corte de los Habsburgo y que se ha precipitado definitivamente en el presente en el sistema de la restauración borbónica, en su crisis institucional y en la crisis general de la nación en todos los órdenes. Ambos creen en la tradición y en el arte como sustancia y plasmación de la síntesis de un espíritu nacional. Y asimismo consideran que hay una influencia geográfica en todo esto. Sostienen que el espacio determina al espíritu del territorio y al carácter de sus habitantes, en una visión claramente influida por un positivismo de tipo determinista y, cómo no, centrada en los rigores mesetarios, aunque con mayor erudición y escrúpulo expositivo en el caso del intelectual vasco.

Por otra parte, divergen en que Ganivet cree que el estado español es de carácter independiente dada su naturaleza peninsular, mientras que Unamuno ve en él, dentro de un cierto individualismo, una mentalidad rígida determinada por la acción del clima y del paisaje. Ganivet está a favor de la concentración de fuerzas en la península, desentendiéndose de la política foránea con tal de purificar la energía nacional frente al materialismo europeo, mientras que Unamuno critica el tradicional aislacionismo y dogmatismo hispano y aboga por su europeización inmediata. Ambos creen en el valor de la historia y de la tradición, aunque solo Unamuno plantee de manera firme la distinción y dialéctica entre «historia» o historia oficial e «intrahistoria» o historia de las masas anónimas. Ganivet salva a Calderón de sus invectivas artísticas, ya que lo considera capaz de dar vitalidad y profundidad a sus obras, mientras que Unamuno lo rechaza por haber pecado de excesiva artificialidad y de falsa profundidad en sus alegorías. Por lo general, algunos de los comentarios de Ganivet adolecen de falta de profundidad y muchas veces parecen maniqueos a la hora de tratar de cerrar conclusiones generales, lo que le hace caer en el estereotipo, como pueden ser divisiones entre caracteres geográficos, e incluso en el error, como sucede con opiniones históricas desencaminadas por falta de manejo de datos fiables. Unamuno, a pesar de su evidente subjetividad, parece aportar más bagaje historiográfico e intelectual.

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«Mundópolis: Crítica de la Sinrazón Impura» es una columna que trata temas de actualidad o culturales varios en que se desafía a la razón pactada y el pensamiento único.

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* Jorge Machín Lucas es catedrático de estudios hispánicos de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.Escribe un mensaje

 

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