EL TEOREMA DEL CÍRCULO
Por Juan Carlos Arévalo*
Saldrás del callejón, por azar lanzarás tu vista hacia lo que consideras el final de la cuadra. Por fin la encontrarás, mirarás esa espera con la bufanda cubriéndole la boca mas esas manitas tiernas que te despiden, pero que te invitan a seguirlas. Estarás acalorado, a pesar de que ese será un día de encapotado cielo. Desde esa distancia sólo te fijarás en sus manillas, desearás que no pesen tanto en sus muñecas. Qué deseo tan tonto, pensarás. E irás corriendo tras ella, que en cambio de tonta tiene poco y huirá volteando en la esquina. Creerás que no has tardado demasiado en alcanzar sus pasos, pero al girar en la esquina te frenarás ante mucha gente. Tanto movimiento de cuerpos evitará concentrarte en ese encuadre donde, por azar, quizá la encuentres. Perderás el ánimo, ya tienes demasiados años como para jugar a ser derrotado, y como tantas veces, te desesperará el ruido, los autos que se conducen, la gente que habla entre los dientes. Sentirás hambre, te alegrará hallarte en esta ciudad y poder comprar comida en cualquier rincón desconocido, entonces revisarás tus bolsillos hondos del pantalón para hallar por lo menos con qué comprarte un dulce. Esos dedos que más parecen náufragos estarán rozando la tela de un bolsillo vacío, y serán ellos los primeros en reaccionar a la aparición del grito, saldrán sin dinero y estarán en orden defensivo, pues el gesto de odio del hombre que se acercará a ti, te motivará a luchar. Huirás despavorido, ¿en qué estabas pensando?, siempre te han roto el hocico en las peleas. ¿A dónde irás, con cuántos desprevenidos chocarás, cuántos carros casi te estrellarán?, ¿para qué, para entrar a un parqueadero subterráneo solo porque ya has escapado? ¿O fue la angustia?
Tendrá suficiente iluminación como para que no camines a ciegas, y será tan cerrado como para que el eco de los sonidos lleguen hasta ti. Escucharás algo parecido a golpear el barro. Como pocas e imprudentes veces sentirás curiosidad; mientras camines, notarás que todo es igual, columnas anchototas y espacios amplios. Lo distinto será que te estarás acercando al sonido. Lo ubicarás detrás de una de las columnas, el olor a sangre es lo que te dará náuseas, recordarás el olor a óxido de las puertas que limpiabas. Contendrás el vómito, ya que verás a un hombre y su insoportable sudor golpeando con un bate la cabeza estallada de un cuerpo humano. Tomarás esa actitud estúpida de apoyar tus manos en la rodillas e inclinarte cansado, como esa vez que perdiste una apuesta. Pero te dirá: Aún lo persigue. Y cuando quites esa pose y mires hacia atrás, el hombre rabioso te estará persiguiendo otra vez. Huirás hacia al frente, como te aconsejó el del bate: Corra derecho hasta encontrar la escalera en espiral.
No llegarás corriendo, llegarás a paso lento, te sentirás fatigado, del hombre iracundo ya no tendrás rastros, dudarás si todavía te persigue. Parece que te deja escapar y luego te acecha de nuevo, como el buen depredador. A la escalera en espiral sólo querrás llegar a sentarte. Lo harás, ya estás demasiado viejo para forzar tu cuerpo. Desearás ir a casa, descansar los pies en la mesita, pero escucharás alboroto, ruido de objetos al caer, el estruendo que provocará un cuerpo al chocar contra el suelo junto a ti, pasos metálicos que bajarán por la escalera. Te pondrás de pie por si hay que correr, dos hombres, uno tras otro, con bate de béisbol que te rozarán. Antes de que le machaquen a palo alcanzarás a darte cuenta que es un hombre viejo. Dese cuenta que pudo haber sido usted, te dirán. De la escalera descenderá la mujer que buscas. Se enrollará la bufanda en el cuello, antes de taparse la boca dirá: Uno menos. Y le tendrás odio, arrugarás esa cara vieja tuya y la perseguirás, ya no la perderás de vista, aunque ella te llevará por las calles que desee, te hará cruzar las mismas calles y los mismos andenes, te obligará a seguirla por el callejón donde siempre te cansas, y cuando te recuperes, irás despacio porque el odio se te pasó. Saldrás del callejón, por azar lanzarás tu vista hacia lo que consideras el final de la cuadra. Por fin la encontrarás, mirarás esa espera con la bufanda cubriéndole la boca mas esas manitas tiernas que te despiden, pero que te invitan a seguirlas. Estarás acalorado, a pesar de que ese será un día de encapotado cielo.
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* Juan Carlos Arévalo es autor colombiano residente en Anzoátegui (Tolima).