EL VIACRUCIS Y LOS TRES ENTIERROS DE LOS DIPUTADOS DEL VALLE DEL CAUCA

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diputados del valle del cauca

Por Pedro Pablo Hoyos Salcedo* y

Francisco Fernando Hoyos Salcedo**

«La guerra es una masacre
entre gentes que no se conocen,
para provecho de gentes
que sí se conocen
pero que no se masacran».

«Lo que más irrita a los tiranos
es la imposibilidad de poner grilletes
al pensamiento de los insubordinados»
(Paul Valery. 1871-1945. Poeta francés).

«Ustedes serán verdaderos discípulos míos
si perseveran en mi palabra,
entonces conocerán la Verdad
y la Verdad los hará libres»
(Juan 8: 31-32).

Estimado lector,

La intención de este libro no es sentar cátedra sobre temas políticos ni éticos ni morales ni sobre la crisis social colombiana y, mucho menos, decir la última palabra sobre la tragedia de los diputados del Valle del Cauca. Este trabajo sólo se propone mostrar otro punto de vista; es otra aproximación analítica sobre estos temas.

Tampoco se propone pontificar sobre quién tiene la Verdad ni sobre quién la ha dicho o no.

Consideramos que la Verdad es un tesoro que la conciencia debe mantener y que debe permanecer en ella. La Verdad nunca se hermana con el engaño porque, entonces, no es Verdad Verdadera. Es una verdadera mentira.

Cuando la Verdad sólo se insinúa y no se desvela, no es una Verdad Verdadera plena, es una verdad a medias, es la sustentación y el sostenimiento del sufrimiento. Es lo otro: una mentira.

La Verdad debe ser diamantina y esmeraldina para que brille y para que refulja en el caminar y en la senda ética diaria de la sociedad y de las personas, en particular.

Solamente cuando aparezca la Verdad Verdadera, en ese día, en esa hora y en ese instante, tendrán vida plena y paz la sociedad, los 12 exdiputados, las familias y los agresores. Ya la Verdad no seguirá herida ni subvalorada y podremos caminar juntos. Hoy, sin rencores y sin odios, seguimos esperándola.

El viacrucis y los tres entierros de los diputados del Valle del Cauca, 2022, es un texto que se propone establecer una responsabilidad histórica con los lectores, con la sociedad y con las almas de los mártires de la violencia en Colombia. La idea del texto genera una catarsis sobre una realidad dura contemporánea que asombró al rico Valle del Cauca, a nuestra colorida, rica y bella Colombia y al aterrado y sorprendido mundo entero.

Una de las intenciones de El viacrucis y los tres entierros de los diputados es colaborar con una muestra más sobre esta increíble vivencia mágico–realista macondiana acaecida en plena posmodernidad, en los albores del triunfo de la tecnología, en la evidencia de las utopías, en la predicación de la paz en todos los ángulos de la tierra y en el ambiente mundial del arquetipo reposado en el buen y mejor estar en un mundo mejor.

Entonces, las plumas se obligan a dejar sus huellas e impronta para la historia y para el entendimiento entre los hombres. Creemos en la paz, creemos en el perdón, creemos en la no repetición, creemos en el olvido y creemos en la Verdad Verdadera. De esta manera, aunque llevemos la cruz a cuestas, pensamos que estas ideas aportan una luz hacia la buena ventura soñada, buscada, anhelada y no lograda, en su totalidad, hasta hoy.

Después de que llegaron las nubes grises mañaneras y primaverales de aquel jueves 11 de abril del innombrable y triste año 2002, en la República de Colombia; especialmente en el hermoso y fértil Valle del Cauca, se inició un agrio viaje sin retorno para un grupo de buenos y sanos políticos que ocupaban las sillas de la Honorable Asamblea del Departamento del Valle.

Se anunció en todos los rincones de nuestra bella patria el secuestro de los diputados vallunos que habían madrugado felices a sus espacios para continuar con sus responsabilidades familiares, políticas, laborales, sociales y programáticas.

Dentro de este nuevo viacrucis citadino, nuestros representantes iniciaron un viaje hacia las montañas y hacia la selva, inicialmente, y hacia la eternidad, finalmente. Con ellos se fueron muchos proyectos, muchas esperanzas, muchos planes, un dechado de fe y un cúmulo de valores.

El viacrucis y los tres entierros de los diputados del Valle del Cauca es una muestra amplia sobre un peregrinar con terribles sufrimientos inútiles al amparo de los fusiles y de una aglutinación de la humillación al ser humano con un cúmulo pantagruélico de desesperanza.

El viacrucis y los tres entierros considera las tres muertes obvias de nuestros diputados sacrificados. Como primera instancia, o el primer entierro, y en franca metáfora, se menciona la toma sorpresiva en la ciudad de Cali, el engaño con la argucia de la confusión y apariencia creíble de los mensajes, el desplazamiento de las partes y de las contrapartes hacia un espacio cuyo mapa no poseen, y la sepultada, o la muerte en vida, en diferentes espacios profundos dentro de las montañas de la cordillera occidental.

Sesenta y dos meses después, y en estricto ad pédem lítterae, tenemos el segundo entierro cuando la mueca esperpéntica con su estertor de muerte-muerte real, tangible y medible de los once apóstoles de la Asamblea del Valle del Cauca, les sonríe con 91 sonidos. Es el asesinato de ellos, es la ética manchada y vuelta un mamarracho, es un mega homicidio en los albores del siglo XXI. Finalmente, y después del ruido estentóreo de los helicópteros, después de la danza de la muerte expresada en la rotación aérea de las once bolsas plásticas blancas y negras, como ataúd parcial e improvisado: los secuestrados, los engañados, los encerrados, los vapuleados, los despedazados, llegan a la morgue caleña para obtener el salvoconducto oficial hacia su última morada o cementerios de sus terruños dentro de la cartografía del florido Valle de Jorge Isaacs. Aquí asistimos a su tercer entierro.

El viacrucis y los tres entierros son los tres momentos más terribles y pesados que pueda experimentar un ser humano. Son tres enterramientos (telúrico, en fosa anónima y sepulcral), al igual que el héroe del Gólgota, en vía hacia la cruz, cuando al perder su vida ganó para la paz de sus congéneres, ganó para la salvación del ser y ganó para la comprensión entre los componentes del complejo género humano.

La patria de todos debe enterarse de estos tres momentos históricos o El viacrucis y los tres entierros cuyo suplicio evidenció el mundo, la nación, el Departamento del Valle del Cauca, las familias, los académicos, las leyes, los políticos, los politiqueros, los escritores, los escribidores, las iglesias, los comunicadores, Jesús, Dios, el Espíritu Santo, los niños, la naturaleza, las rocas y hasta las aves cantoras que rodeaban cotidianamente a nuestros caminantes sin camino.

Veamos cómo la tristeza a pesar de anidar en los corazones de los dolientes todavía conserva unas chispas de esperanza vertidas en estas gotas lapidarias:

«Sólo una humilde vendedora de mango biche, que asegura venderles todos los días sus frutas a los asambleístas, atinó a resumir en una frase lo que ayer ocurrió en Cali. ‘La guerrilla volvió a burlarse de todo el mundo. Entraron como Pedro por su casa e hicieron de las suyas. Ojalá no les pase nada a los diputados’». SETE, 34. (El País. Cali, 12 de abril de 2002).

«Estamos a la espera de reencontrarnos con los cadáveres de nuestros seres queridos. […] No hay palabras para describir lo que estamos sintiendo en este momento, pero también le damos gracias a Dios porque va a permitir que se empiece a cerrar este capítulo de dolor y de tragedia para nosotros». Fabiola Perdomo. Portavoz de los familiares de los diputados y esposa de Juan Carlos Narváez. El Nuevo Siglo. Nación. Por fin llegaron los cuerpos de los exdiputados a Cali. Lunes 10 de septiembre, 2007. B1.

El Tiempo. Nación. El comité internacional de la Cruz Roja (CICR) ya tiene los once cuerpos. «Así nos dejen ver sólo una bolsa, para nosotros será mucho. Llevamos 5 años sin verlos». Bogotá. Domingo 9 de septiembre, 2007. 1-3. John Jairo Hoyos, hijo de Jairo Hoyos.

El País-Cali. Un crimen sin final. Editorial. «Es increíble que un país como Colombia tenga que rogar para que le devuelvan sus muertos». José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos. Septiembre 6, 2007. A8.

«Estoy convencido que (sic) en este país se han repetido muchos ciclos de violencia porque aquí nadie ha pedido perdón a nadie; han pasado 86 guerras civiles desde el siglo 19 y los dolores se han acumulado a lo largo de la historia. Nuestra forma de relacionarnos es agresiva, todo queremos resolverlo a tiros y hay gente que incita al odio, a la venganza, y eso genera más violencia».

Sigifredo López. Estigmatizado en el suelo patrio. El País-Cali. Diciembre 6, 2016.«Que por lo menos nos entreguen los huesos».
Petición de víctima del Valle a la JEP (Jurisdicción especial para la paz). El País-Cali. Septiembre 27, 2017.

«Asomó por entre los montes el rugido de los monstruos de acero».
El País-España. Octubre 6, 2018. Borja Hermoso-Gernika-lumo.

«Colombia no acepta más la lucha armada como camino, […] ése es un desgaste ya vivido y superado».
Monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali. El País-Cali. Enero 20, 2019.

«Fragmentos es un anti-monumento, con planos paralelos y una lectura horizontal. Un suelo donde pisar las armas; allí se construye una nueva Colombia, […] hemos destruido 37 toneladas de armas mediante el diálogo».
Doris Salcedo, artista colombiana. Bogotá. El País-España. Enero 20, 2019.

Los diputados del Valle del Cauca fueron devorados por y en la selva, así como Chronos devoró a sus propios hijos.

«La esperanza moría, al tiempo que nacía». Laura Charry, hija de Carlos Alberto Charry, diputado asesinado.

(Junio 26, 2021. Recopilación de la familia Hoyos Salcedo).

EL «SECUESTRO DE TODOS» EN NON EST IN TOTO SANCTIOR ORBE LOCUS

«Maldito el que matare o dañare gravemente
a traición a su prójimo.
Y dirá todo el pueblo: Amén».
(Deuteronomio 27: 24).

La mejor definición de «secuestro» la tenemos en la síntesis que elabora Juan Carlos Narváez en la sexta prueba de supervivencia (septiembre de 2006), cuando después de resistir 1.582 días dice: «El secuestro no es un paseo. Es lodo espeso que embadurna hasta los tuétanos». Ahí está la idea que nos llega después de que «la humanidad entera que entre cadenas gime» conceptúa. Mientras tanto, en las oficinas polvorientas y en los mamotretos descoloridos se sigue debatiendo sobre la definición, y después de darle vueltas y revueltas, finalmente se entendió que un «secuestro» se debía entender a la luz de la sencillez, de lo visual, en su propio universo y contexto. De todas maneras, la luz del significado real llegó desde los abismos de la selva en la voz de Juan Carlos Narváez.

Otro ángulo semántico y connotativo sobre «el secuestro» se encuadra en un nivel apreciativo y se refiere no al dolor social ni al dolor físico ni familiar sino al dolor único casi exhalado del alma de quien lo padece; es intangible para el contorno, no es abstracto porque es real y está ahí, en el «yo» de la víctima.

En el informe oral del Dr. Sigifredo López, expuesto ante la JEP y publicado en YouTube, presenta una cita de cuyo autor no se acuerda. Es una cita que nos hace salir del lugar común y académico de aquello que se conoce como «el secuestro»: «El secuestro no tiene como consecuencia un dolor fisiológico sino un dolor existencial. No es el cuerpo el que duele; duele el individuo entero». Continúa Sigifredo López diciendo que «por eso hay que ponerle palabras al dolor. Cuando el dolor es mudo y no se expresa, él está allí gimiendo, gimiendo, hasta que revienta al individuo y entonces aparecen el resentimiento, el odio y estas emociones que nos impiden perdonar y continuar o intentar una vida más sana».

EL VIACRUCIS DE LOS DIPUTADOS Y SU PRIMER MURO

«Paren que estamos en el centro del fuego cruzado».
Comunicado

Iniciando forzosamente un viaje eterno sin regreso, sin retorno definido, desde aquel día primaveral terrible y jueves aciago, 11 de abril de 2002, bajo múltiples artimañas matreras, bien hiladas y en secuencia, y cuando cuatro grupos de insurgentes alejados de Jesucristo y llevando la soberbia como himno nacional, ululaban, con y sin megáfono, adentro y afuera del salón de la patria, el hemiciclo «Carlos Holmes Trujillo» o el Sancta Sanctorum de la democracia, con las asustadoras cargas de pólvora negra, con los ladridos del pastor alemán, y con las voces de los visitantes bullangueros cuya indumentaria collage, verde, civil, uniformados, con aparente oficialidad y exhibiendo un mimetismo televisivo, Tele Pacífico (chalecos fabricados para la acción), a las inolvidables 10:15 de la mañana tejen una maraña de afirmaciones increíbles con apariencia creíble: «somos la unidad anti explosivos del Batallón Primero Numancia, […] tranquilos diputados, nosotros tenemos un carro afuera para protegerlos, […]  desalojen lo más pronto posible que hay una bomba […] ¡Aquí está la bomba!, señalando la caneca de basura grande. […] Para los diputados hay un vehículo especial» (Centro Nacional de Memoria Histórica  —CNMH—, 2018, El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación, CNMH, Bogotá. p. 36).

Desde estos instantes, y ante el establecimiento de una relación «secuestro, retención, intercambio y rescate» con los 12, se gesta para nuestros excelsos diputados un viaje pedregoso, quebradizo y de enterramiento, camino al calvario; un viaje que va desde lo visible hasta lo invisible. Será, por su método ejecutado, una mega catástrofe, pues irremediablemente van al aterrador inframundo que se objetivará en el reino de la muerte. Será la muerte parcial de los 12 diputados, o su Primer entierro, pero a la vez, y juzgados por la historia, será el harakiri para los agresores.

Los 12 representantes del pueblo, los 12 demócratas, los 12 apóstoles de la paz, los 12 hacedores de proyectos, los 12 proponentes de nuevas rutas, los 12 padres de familia, los abuelos, los 12 amigos de todos, los 12 hijos de Cristo, los engañados en el Sancta Sanctorum, los futuros fusilados, en su conjunto, eran hombres probos e intelectuales como también buenos sabedores y conocedores de la política y de la «polis». «Una corporación con personas muy bien formadas académicamente y gran trayectoria política, en la que se deliberaba mucho» (CNMH, 2018, Bogotá. p. 225/ Entrevista Sigifredo López, 2017, 12 de diciembre). Así, todos ellos se iban desplazando, poco a poco, minuto a minuto, hacia unos espacios que los triturarían lentamente con agonías mañaneras, vespertinas y nocturnas.

Ahora, los insurgentes, como siempre, iban a su usanza caminando mientras que algunos de nuestros hombres de bien, también caminaban con dificultad luciendo su indumentaria citadina y botas de guerrillero que en algunos casos eran dos tallas menos de su medida, porque fueron distribuidas al azar, con rapidez, a vuelo de campanas y a ojo de buen cubero. «Allí mismo nos dieron botas. Había un montón de ellas. Yo escogí las más grandes que encontré. Eran talla 40 y yo calzo 42. Me las puse de todas formas […] Algunos no encontraron botas y siguieron con sus zapatos corrientes». SETE, 37.

El uso combinado de botas pantaneras y de zapatos de ciudad, son signos externos claros que presentan una anticipación experiencial; soportan como significante expresivo un preludio y un presagio del fementido viaje sin regreso. Las trochas y los caminos recorridos tenían insurgentes de seguimiento personal cercano y también mimetizados con las tareas de francotiradores, de minadores de caminos y de disparadores para campo abierto. El grupo de los desvalidos que iba en camión habiendo iniciado su fatal recorrido en buseta polarizada, ha pasado a experimentar su primera caminata con todas las rupturas y desencantos imaginables.

Repetimos estas imágenes del arrebato de su personalidad: todos ellos seguían a quienes iban abriendo a machete las trochas de la selva virgen. Los 12 lucían ante nadie sus vestidos nuevos, sus indumentarias de diputados responsables, sus maletines, sus joyas, sus relojes, sus teléfonos, sus documentos de trabajo oficial, sus corbatas de varios colores, sus camisas perfumadas, sus caras bien afeitadas y sus botas o sus zapatos que eran para caminar en la ciudad y no en la selva.

El cuadro perfecto lo pinta Sigifredo López, con todos sus tonos y colores, en su texto cuando expresa que hecha una toma en primer plano «debimos ser todo un espectáculo: doce señores de portafolio, saco, corbata y botas que subían loma. Y en abril, mes de barro y lluvias. El más elegante era Alberto Quintero, que estaba estrenando un vestido italiano café, zapatos y correa Tommy color miel y una corbata Hermès». SETE, 38.

En estos momentos iniciales, los 12 diputados vencían los arbustos, las ramas y otros verdores iniciales de la selva maligna y bella, a pesar de llevar su alma compungida y de ir con la incertidumbre a cuestas, porque sabían que estaban sufriendo el primer golpe en su personalidad: reciben unas botas negras de caucho «dizque para no atascarse en los espacios movedizos».

En este momento se ha iniciado la despersonalización de los diputados; ha comenzado en cosa de horas la cosificación de ellos, están en medio de un cataclismo, empiezan a convertirse en sombras y los rodea el horror. Cohabitan, coexisten, pero no comparten. Vienen del alba brillante y van para el temible crepúsculo.

En sólo unas horas han pasado de buseta a camión, y de camión a caminata; en medio de helicópteros rondando, roncando y disparando. Ráfagas por aquí, por allí y hasta por allá; como también un avión fantasma que iba y que venía rugiendo y dejando huellas de plomo, columpiándose en el azul celeste: «Lo cierto es que algunas ráfagas nos pasaron muy cerca. Podíamos oír con claridad cómo impactaban sobre el follaje y en los troncos de los árboles». SETE, 37.

Todos, los nuevos peregrinos están ahora pensando y viviendo inmersos, de un momento a otro, en un nuevo modus vivendi cercano a la muerte-muerte, lejos de la vida-vida.

La vida de los 12 diputados se les está escapando y van hacia la muerte dentro de un túnel verde natural y de una identificación verde humana total en el medio ambiente: verde de la naturaleza, verde de la guerrilla, verde de las contraguerrillas, verde arriba, verde abajo, verde del ejército y verde de la Policía Nacional.

A todos los ronda la muerte lorquiana: hay sangre, hay puñales, hay balas, hay ráfagas, hay chorros de humo. Hay ansias de «casa» cuando los diputados hacen las últimas llamadas telefónicas a sus familiares; hay «compadre, vengo sangrando» que sería el caso del subintendente de la Policía Nacional, Carlos Alberto Cendales Zúñiga, del periodista conductor-camarógrafo ametrallado allá en lo alto, Walter López López y del camarógrafo periodista y reportero RCN TV, Héctor Hernando Sandoval Muñoz; del hay «ni mi casa es ya mi casa», que es la realidad nueva, drástica e inesperada, de los 12 sin esperanza sólida de espacio alguno para vivir como solían hacerlo. Hay «compadre quiero morir decentemente en mi cama», que sería el pensar en sus lares diluidos, o paraísos perdidos, hasta este momento aciago.

Con el subintendente Carlos Alberto Cendales, oficial de la Policía Nacional, en Santiago de Cali hubo dos cosas: «¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta?» y «trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja», o sea, el desangramiento y el degollamiento, y también hay «Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas» que sería la combinación dicotómica de muerte-vida o fundido de la nueva realidad, viacrucis que ya se inició, o la vivencia de una muerte parcial que danza y que les hace muecas esperpénticas a los rostros ensimismados de los 12.

Desde estos momentos tempraneros ya había, y hubo, «ojos de plata fría» en Cali y en los altos de Peñas Blancas y sus subsecuentes sitios: ha llegado la muerte prematura para algunas de las personas que están en este contexto concreto.

Horas después del secuestro anunciado, y bajo el texto y contexto anteriores, entendemos perfectamente cómo los ya tomados con engañosas mentiras, en medio de una batalla bélica campal, claman al gobierno de Andrés Pastrana por un cese de acciones guerreristas que se tejían en derredor de sus cuerpos inermes: la vida de todos estaba en máximo peligro y ya teníamos los primeros decesos.

El presidente de Colombia, Andrés Pastrana, arrecia contra los que han hecho la toma de las personas, y las personas que han sido tomadas son arreciadas por los que están siendo arreciados: entonces tenemos dentro de esos momentos, desesperantes para todos, una serie de concatenaciones al estilo de Oscar Muñoz Bouffartique: «Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga le echó a Burundanga, les hinchan los pies». En plena marcha montañera, los recién tomados están en medio de una secuencia de ataques de allá y de aquí, debido a que las partes defienden sus ideas y sus circunscripciones. Por eso nunca llegaron al sabio y clásico «término medio».

No se oye, no se escucha, no se medita, hay mucho humo, hay bastante neblina, hay frío, hay tensión, hay descontrol, hay desesperación, no se piensa, no se respeta, no se calcula y no hay sindéresis alguna: se les extravió el Norte y la brújula no los guía más.

LOS DOS SALTOS AL VACÍO Y LAS CUATRO ARREMETIDAS DEL HELICÓPTERO «ARPÍA»

Ese jueves 11 de abril de 2002, al mediodía, mientras que el gobierno estaba meditando, elucubrando, pensando y repensando sobre cómo manejar la situación de orden público, sin poder salir del asombro por el arrebato masivo, y mientras que la fuerza pública y los medios recibían, escuchaban y asimilaban el Comunicado de los 12 diputados, en la arena de los hechos estaba rondando la muerte; ya teníamos las dos primeras víctimas y por la rebatiña, por la tensión y porque estaban todos contra todos, ya nadie oía, nadie se calmaba y nadie pudo ser identificado. Simplemente había balazos de aquí para allá y de allá para acá.

Veinte años después, el reportero gráfico Juan Bautista Díaz Narváez [3], el primer sobreviviente, lato sensu, relacionado con el secuestro (el segundo sobreviviente fue Luz Stella Arroyave [4] y el tercero fue Sigifredo López) suelta en sus redes un testimonio desgarrador, lleno de realismo, recuperando el ahora de ese ayer, explicando minuciosamente cada minuto y cada segundo de su experiencia que tituló «Cerré los ojos esperando la muerte» (11 de abril de 2022, ELPaís.com.co).

Siendo las tres de la tarde, dentro del campero «Chevrolet Samurai» de RCN [5] Walter, el conductor, acababa de ser asesinado durante el primer ataque del helicóptero imparable e inmisericorde. Las balas gigantes, de alta velocidad, estaban cayendo del cielo gris como mollizna. Allí penetró un proyectil, punto 50, por el techo del campero, rompiendo la humanidad de Walter, que murió sin quejarse. Héctor clamaba a Juan Bautista Díaz que en ese instante estaba viendo «cómo el brazo derecho de Walter iba cayendo a un lado y quedaba junto a la palanca de cambios». En esos minutos pensaron que estaba vivo y le hicieron un torniquete en el codo, pero en realidad ya había muerto. De todas maneras, dada la situación calamitosa, su cadáver permaneció allí, en el campero y con el motor prendido, toda la noche porque fue imposible llevárselo y sólo el siguiente día, viernes 12 de abril de 2002, Walter, el «viejo Whaly» llegó a su Cali querida.

Allí estaba Luz Stella Arroyave acurrucada en el piso del campero. Juan Bautista Díaz, después de palpar a Walter en la cabeza, el cuello y su hombro, la sacó de allí. Lastimosamente regresaba hacia ellos el helicóptero, de nuevo, y Luz Stella animada, gritando y desesperada, «con sus manos trataba de detener esa mole de hierro que ya clavaba su nariz hacia nosotros». En ese instante se produce el segundo ataque del helicóptero con su lluvia de balas y es cuando Juan Bautista Díaz Narváez pudo «ver claramente cómo rebotaban las balas en el suelo».

El primer salto al vacío de estas dos víctimas que pertenecían a un conglomerado, pero que ahí estaban solitarias (Juan Bautista y Luz Stella), se hace ante la segunda arremetida del «Arpía» y a pesar de que ellos ondearon sus identificaciones y/o uniformes oficiales, no pudieron ser reconocidos. De todas maneras, ellos estaban vestidos como cualquier civil: «Entonces corrimos hacia el borde del camino y nos lanzamos al vacío; la vegetación amortiguó nuestra caída. Al caer nos miramos con asombro y comenzamos a subir con rabia, impotencia y miedo».

Al regresar de ese primer abismo verde, se apoderaron de su vehículo de nuevo, y al observar con más detalle a Walter, notaron que estaba sin movimiento alguno, en la misma posición, pero aún tibio y que presentaba una herida en su codo izquierdo; le pusieron un torniquete arriba de su codo herido, lo llamaban desesperadamente, le tocaron la frente y tuvieron la intención de salir de ahí pero no pudieron porque regresó el acero mortal con su retintín de sonidos retumbantes: se confirma que Walter, había muerto.

Entonces los tres solitarios (Juan, Stella y Héctor) estaban fuera del campero; y ante el peligro, Juan Bautista recomendó orar. «La empujé al vacío y me lancé también. La caída fue interminable hasta que el bosque me absorbió. Rodé y sólo me detuve cuando mi cuerpo golpeó con las raíces de un árbol». El segundo salto al vacío había salvado, otra vez, las vidas de Stella y de Juan Bautista: los dos habían ido hacia el fondo verde y Héctor también, pero por un barranco cubierto de árboles.

La lluvia había amainado y el sol aparecía lleno de fuerza, dándole vitalidad a la naturaleza. De repente apareció la voz estentórea de Héctor que hacía algunos minutos había alertado a Juan Bautista con: «Marica, ¡Pilas que le dieron a Walter!». Ahora, angustiado, pedía ayuda: «Me dieron, Juan B., me dieron […] en la pierna. En la rodilla, en la rodilla». «Encontré a Héctor, parecía flotar en unas ramas; de su pierna, doblada totalmente hacia arriba, salía sangre a borbotones. Subí hasta donde Héctor y le hice un torniquete con mi cinturón, traté de taponar la herida de la rodilla con mis manos, pero fue imposible; la sangre salía entre mis dedos […] pero la sangre no paraba».

Durante esos minutos apareció por tercera vez la mole de acero con su llovizna de plomo. Juan Bautista se acurrucó frente a Luz Stella. «Escuché la voz de Héctor pidiéndome que lo grabara porque se estaba muriendo, pero yo no lo haría; ese tiempo lo necesitaba para sacarlo de allí». Veamos el mismo hecho bajo una descripción similar: «Héctor me pidió que lo grabara, me dijo: flaquito grábame. Le dije: tranquilo hermano, voy a buscar ayuda y me respondió: Marica, me estoy muriendo, grábame» (CNMH, entrevista a Juan Bautista Díaz, 2018, 8 de febrero). Mientras todas esas cosas pasaban, alcancé a ver cómo estallaban las hojas atravesadas por los disparos que venían de lo alto, y cerré mis ojos esperando la muerte».

Es inevitable pensar en el hecho de cómo Walter y Héctor fueron heridos en la parte izquierda: en su codo izquierdo y en su rodilla izquierda, respectivamente; ambos murieron desangrados. Walter en el acto; y Héctor, al siguiente día en la ciudad de Cali.

Digamos que el primer sobreviviente del mal ejercicio de este secuestro abrileño fue Juan Bautista Díaz (Peñas Blancas), la segunda sobreviviente fue Luz Stella Arroyave (Peñas Blancas) y el tercer sobreviviente fue Sigifredo López (San José Tapaje, aproximadamente). Aclaramos que Sigifredo López fue el único sobreviviente del grupo de los 12 diputados.

También es bueno mencionar que la primera víctima de todo este drama del secuestro del jueves 11 de abril de 2002, y relacionado con los diputados del Valle del Cauca, fue el subintendente de la Policía Nacional Carlos Alberto Cendales Zúñiga (Asamblea Departamental 10:30 a.m.), la segunda víctima fue Walter López (Peñas Blancas 3:00 p.m.), la tercera víctima fue Héctor Sandoval (Peñas Blancas 3:40 p.m.) y desde la cuarta víctima hasta la décima cuarta fueron los 11 del sepulcro, el lunes 18 de junio de 2007 (San José Tapaje, aproximadamente, 11:45 a.m.). Totalizando, las víctimas fueron más de 11, fueron 14.

Cerramos estas ideas, de los dos saltos al vacío, con el siguiente cuadro: el helicóptero apareció por cuarta vez y Héctor, aunque gravemente herido, Luz Stella y Juan Bautista hicieron silencio y se quedaron quietos. Apareció un captor y vio que Héctor estaba herido y colgando de un árbol, llamó a su jefe y le contestó que «debían irse de allí».

UNA BOLA DE NIEVE VIAJA POR LOS FARALLONES DE CALI

El primer espacio, o concepto de espacio, extenso y accidentado, en donde los doce caminantes se mueven, va mostrándose en toda su majestuosidad y crece como una bola de nieve en movimiento. Van hacia el norte, hacia el sur, hacia el oriente y hacia el occidente. Día a día, esa bola de fuego apocalíptica se engrandece; noche a noche ese círculo infernal dantesco se ensancha más; tarde a tarde, esos Disks Bearing Spirals (1923), esa Spirale blanche (1935), esa Bicycle Wheel (1913) y Sixteen Miles of String (1942) en la visión surrealista de Marcel Duchamp (1887-1968), necesitan la intervención activa, real y certera de los espectadores (las partes en conflicto) para que se visualice el movimiento, y exige la decisión de ceder y de concertar, cara a cara, para que las cosas evolucionen hacia la salvación de las doce almas desprotegidas y humilladas.

Todo se congela más y mañana a mañana se define como más hermética la situación, tornándose más peligrosa. Las partes participan de un cóctel de oposiciones, de una verborrea bien enhebrada, de una miscelánea de mensajes cruzados y de embelecos innecesarios. Estamos en medio de una colcha de retazos. Los cabestros están enredados en los cuellos de los caballos; nos rodea una mezcolanza de idearios y de ideologías; se ha caído en medio de un arsenal de líos, de un enredo de ideas, de un amasijo con los 12 cuerpos abusados, y de una ensalada que alguien preparó, combinó, puso las salsas del caso pero que nadie desea deglutir y mucho menos digerir.

Nuestro pensar sobre estas difíciles lides, en las cuales no somos doctos, es que el 23 de abril de 2002, todavía estaba muy fresca la propuesta rechazada, hecha por las FARC, en el sentido de crear una «ley de canje permanente y efectiva», rechazada por «los hombres que controlan las polis» y publicada en Colprensa-Bogotá, p.1, nueve meses y once días antes en «procesodepaz.com», el martes 19 de julio de 2001, bajo el siguiente titular: «Rechazo de la clase política».

Estas son algunas de las intervenciones hechas, al respecto:

  1. «No sólo tiene que haber canjes sino también amnistías e indultos, así se logrará la paz». Senador Héctor Helí Rojas.
  2. Afirma el narrador del artículo en mención, en relación con la posición de la senadora Zulema Jattin, «El canje es viable como resultado o por el avance del proceso de paz, además debe involucrar no solo (sic) a los uniformados secuestrados sino también a civiles».
  3. Ídem narrador 2. «Debe haber un acuerdo humanitario, pero trabajando sobre dos perspectivas: la liberación de los uniformados y al mismo tiempo un acuerdo de cese al fuego y hostilidades». Luis Eduardo Garzón.
  4. «Las cosas deben hacerse más como un acuerdo humanitario que por un canje, porque, entre otras cosas, el canje es un debate mucho más profundo que significa una guerra permanente con intercambio de prisioneros permanente». Luis Eduardo Garzón.
  5. Ibidem narradores 2 y 3. «Lo que debe hacerse en este momento es trabajar pronto en un acuerdo humanitario para excluir a la población civil del conflicto armado». Augusto Ramírez.
  6. «De ninguna manera la aprobaría», advirtió Horacio Serpa, puesto «que considera que aprobar una ley de canje es prolongar el conflicto».

Es de advertir que la susodicha propuesta de la «ley de canje permanente» apareció en el informe que hizo ‘Tirofijo’ cuando se reunió con la Comisión Facilitadora, información publicada por procesodepaz.com Colprensa-Bogotá el viernes 13 de julio de 2001 bajo el siguiente titular: «‘Tirofijo’ presentó balance del proceso de paz». P.1. En la indagación temática hecha a Manuel Marulanda Vélez, entre pausa y pausa, aprovechó para insistir, en el informe entregado, en su segundo punto, que «las Farc reiteran su insistencia en una ley de canje permanente». P.1.

Ha llegado el fin de abril de 2002 y se inicia el desplazamiento, o especie de huida, por una ruta nueva (trocha). Diputados y captores van en grupo, despavoridos y hacia la boca del lobo, desde los Farallones, pasando por La Choza, vía Valle del Cauca hacia el departamento del Cauca ya tocando el norte del Cauca, acaballados en la Cordillera Occidental. Aparece el río Raposo y los ejes del desplazamiento son hacia el sur en asomo hacia las cercanías de Buenaventura.

En los albores del mes de junio de 2002 se efectúa una de las distintas entregas del cuerpo vivo de los 12 diputados. Aquí tenemos en acción al Frente 60. Esta entrega, y paso de mano en mano, de estas vidas se sintetiza en un vocablo utilizado por Sigifredo López cuando expresa en una de las múltiples declaraciones judiciales, como: «La Huida» (Juzgado 3 Penal del Circuito, Cali, 2002, Declaración Sigifredo López, 2010, octubre, C: 26, folio 87).

Los marchantes de este vía crucis con dolor diario y nocturno, con sudor, con hambre de libertad y fisiológica, con un mal dormir, con un triste peregrinaje oteando unas regiones inhóspitas, precipicios y cañadas, buscan ahora el sur del departamento del Cauca, y para ello deben cruzar el Parque Natural de Munchique, quedando, definitivamente allá atrás La Salvajina. «Nuestro aspecto era desastroso: sucios, flacos, peludos, barbados, la ropa curtida y en jirones, la bolsa plástica de la cobija colgada en la cintura y al otro lado, el tarro que nos servía de vaso para la aguapanela. […] Casi todos teníamos llagas en los muslos y ampollas en los pies». (López, 2011, 55-56).

En este momento negro, turbio y de mal agüero es cuando los 12 diputados pasan por la Paloma. Allí estaba el espacio de la amargura. Era el campamento del «Grillo», era el Frente 60 a la vista de todos, era Gilberto Arroyave acartonado en su cuchitril, era Héctor Julio Villarraga Cristancho el gran amo de los indefensos el que reposaba dentro e iba a darles la bienvenida.

Argelia tiene 674 kilómetros cuadrados de superficie. Sus alrededores son unos mini paraísos localizados al sur occidente del departamento del Cauca, sobre la llanura del Pacífico, en la cordillera occidental y sobre el macizo colombiano, riquísimo en flora y fauna. Allí está la tierra de los Guapíos, Telembias y Barbacoas; la tierra de la cera de laurel, de campos ubérrimos y pueblo de paz. Estos espacios van a ser durante mucho tiempo (digamos que unos 33 meses) el espacio que albergará a nuestros futuros sacrificados.

El primero de junio de 2002 marca el inicio del sol negro y de la luna sangrante para los diputados que venían en trote desbocado, y en huida permanente, desde el 11 de abril del mismo año, sin causa justa, sin deberle nada a nadie, sin cargo alguno, sin ser la causa de ninguna violencia; simplemente convertidos en chivos expiatorios dentro de ese calor ahogante socio político que reverberaba en la República de Colombia. «A las cinco de la mañana llegamos a un sitio al que bautizamos La Carpota. Debajo de esta carpa había caletas pequeñas para dos personas. […] Todo estaba tan bien construido y tan reciente, que empezamos a temer que el asunto iba para largo. Ese momento marcó el comienzo del cautiverio propiamente dicho. Hasta entonces habíamos vivido en una fuga permanente». (López, 2011, página 63). (CNMH, 2018. Bogotá. P. 311).

Al mes exacto, el primero de julio de 2002, las voces escondidas, agazapadas y esfumadas ordenaron los movimientos y los fraccionamientos inexplicables del grupo de los 12 hombres de la Asamblea Departamental del Valle del Cauca.

La estructura y el sentido sinodal que llevaban nuestros diputados se rompió debido a la partición de ellos en grupos aritméticos menores. Ese «caminar juntos» no es conveniente para la contraparte. Esos fraccionamientos y los movimientos de las personas se hacían siempre con números diferentes: 8-4 o 4-4-4 o 6-6, etc. Señores legisladores: nuestros diputados, se han convertido en números a repartir; las cifras, los números y las fracciones son su nueva realidad. Tristemente se han cosificado; su identificación y su ubicación obedece a los números.

Dentro de la maraña, alrededor de las marismas y enclaustrados en la selva virgen, nuestros 12 grandes hombres ya han llegado a los 125 días de secuestro (abril 11 – agosto 14 de 2002), con caminatas eternas, cambiando de lugares como unos gitanos vagabundos y desarrapados, con correrías repetidas y con noches y días ruidosos por tierra y aire.

NOTAS

[1] Asesinado. Walter Hayder López López. Conductor del campero de RCN.
[2] Asesinado. Héctor Hernando Sandoval Muñoz. Camarógrafo.
[3] Sobreviviente. Juan Bautista Díaz Narváez. Fotógrafo. Compañero de Walter y de Héctor.
[4] Sobreviviente. Luz Stella Arroyave. Periodista. Compañera de Walter, de Héctor y de Juan Bautista.
[5] El lugar exacto de los hechos lo referenciamos de Centro Nacional de Memoria Histórica (2018), El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación, CNMH, Bogotá. El equipo de RCN, p. 82: «Vía Quebrada Honda-Piedras Blancas, vereda Cárpatos, corregimiento de los Andes». Cali, 2002. Fotografía: Juan Bautista Díaz.

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El presente texto hace parte del libro autopublicado «El viacrucis y los tres entierros de los diputados del Valle del Cauca».

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*Pedro Pablo Hoyos Salcedo nació en Versalles, Valle del Cauca, Colombia. Es licenciado en Literatura e Idiomas por la Universidad Santiago de Cali. Obtuvo una Maestría en Literatura Hispanoamericana de la University of Massachusetts-Amherst y un Doctorado (Ph.D.) en Literatura Hispanoamericana de la University of Nebraska-Lincoln. Ha ejercido como profesor de español y literatura en diversas instituciones educativas  y universidades, tanto en Colombia como en los Estados Unidos, como la Universidad de Caldas, en Manizales; University of Massachusetts-Amherst; University of Nebraska-Lincoln; y Augusta University, en Augusta, Georgia.

Sus publicaciones han aparecido en diversas revistas y periódicos en Colombia y en el extranjero, incluyendo: Hipsipila (Universidad de Caldas, Manizales); suplemento literario de La Patria (Manizales); Revista Cronopio (Medellín); Colombia Unida Magazine (Miami); Monitor Magazine (Washington D.C.); El Cervantino, Hola Augusta, Foreign Languages Notes, Lumina Spargo y The Polyglot Magazine (Augusta University), entre otros. Entre sus libros publicados destacan: Signos, rumbos y nuevos paradigmas en la educación para el siglo XXI (coautoría con el Dr. Julián Hoyos Salcedo, 2018); Crisis de liderazgo en el mundo: Venezuela sin líderes (coautoría con el Dr. Julián Hoyos Salcedo, 2017); ¿Ser o Estar? That is the Question (coautoría con el Dr. Francisco Hoyos Salcedo, 2009); Ningún ser humano es ilegal, ni el reino de Dios tiene fronteras (1999); Ejes temáticos en la obra de Ricardo Palma (1998); y Estudios de literatura hispanoamericana: De Cortés a García Márquez (1994). Su tesis doctoral se titula La escritura grafiti: un intertexto recurrente en la literatura hispanoamericana contemporánea (1995).

**Francisco Fernando Hoyos Salcedo es Médico y Cirujano en la Universidad del Valle, en Cali. Posteriormente, se especializó en Medicina Interna en la George Washington University – Providence Hospital, en Washington, D.C. Asimismo, se especializó en Cuidados Intensivos en Yale University, en New Haven, Connecticut, y en Medicina Pulmonar y Medicina del Sueño en Yale University – Norwalk Hospital, en Norwalk, Connecticut. A lo largo de su carrera profesional, el Dr. Hoyos ha desempeñado diversos cargos de responsabilidad, entre los que destacan su labor como Director del Hospital San Jorge, en Calima-El Darién, Valle del Cauca. En Washington, D.C., fue Director de la Unidad de Cuidados Intensivos en Providence Hospital, Director del Programa de Medicina Interna en Providence Hospital y Director Médico y Profesor del Programa de Terapia Respiratoria en la University of the District of Columbia. Es autor de varias publicaciones, entre las que se encuentran ¿Ser o estar? That is the question (coautoría con el Dr. Pedro Pablo Hoyos Salcedo, 2009), Medical Spanish (coautoría con el Dr. Pedro Pablo Hoyos Salcedo, 2012) y Daughters of Charity and Providence Hospital: Mission, Spirit and Legacy (2020).

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