Literatura Cronopio

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EL PRÉSTAMO DEL SIGLO (11 MESES)

Por Víctor Elizondo*

Aprovechamos el cambio de gobierno, el día de la toma de protesta del presidente electo, para realizar nuestro más grande robo, aunque en realidad era un préstamo. Decidimos quitarle al gobierno lo que creímos era su única fuente de poder: el dinero. Ahora lo sé, lo sabemos, el gobierno tiene un poder aún mucho mayor.

Como un reloj suizo, todo estaba planeado a la perfección. En diferentes puntos de la República simultáneamente vaciamos las cuentas bancarias de todos los rangos de gobierno. El Estado estaba en ceros. La alarma fue inmediata y las reacciones no se hicieron esperar. Nosotros desaparecimos por completo sin dejar si quiera una ligera pista. [Risas.] Sólo era cuestión de esperar.

¿Cómo controlar a las policías si no existe la manera de pagarles? Sin embargo las policías trabajaron todavía varios meses más sin recibir un solo centavo de paga, hasta que se cansaron y protestaron, y protestaron, con una y con otra y otra marcha hasta que encontraron el medio de subsistir con la miseria.

¿Cómo controlar al ejército si tampoco existen fondos para su mantenimiento y manutención? Pues doce meses estuvieron laborando sin recibir un solo céntimo de paga. ¡Sí, doce meses! Con el hartazgo a cuestas, comenzaron a vender desde las balas hasta la artillería de más alto calibre a las guerrillas del sur, pero sobretodo a las autodefensas.

El país cayó en un desorden absoluto. Y esa era nuestra intención. [El rostro se le nubló].

Para pedir apoyo el Gobierno acudió de inmediato a la iniciativa privada nacional e internacional para poder recapitalizarse; todos ellos eventualmente emigraron hacia Asia. El Banco Internacional no vio redituable ninguna posibilidad de hacer negocio con el Gobierno y se negó a apoyarlo.

El caos aumentó, pero sorprendentemente el pueblo continuaba adaptándose cada vez más a la miseria.

Por fin, decidimos actuar. Incrédulos y sorprendidos dimos la noticia anónimamente de la finalidad de dicho robo. [Préstamo]. Nuestro decálogo sui géneris de iniciativas políticas y sociales era pulcra y revolucionariamente renovador e innovador pero sobretodo unitario. Nuestro objetivo no era buscar el bien común, sino hacer del bien algo respetable y común. Este proceso de homologación que duró años no fue tarea fácil si no minuciosa y llevada a cabo por varios comités representativos dirigidos por abogados, comuneros, agricultores, intelectuales y jóvenes intrépidos y todos ellos expertos en el tema. Prometíamos expulsar cualquier forma de gobierno actual e instaurar un nuevo orden, en donde no recaía todo el poder en una sola figura. No hablábamos de democracia ni socialismo ni nacionalismo, mucho menos de capitalismo; nuestra intención era fomentar el unitarismo.

Fracasamos. Y fracasamos por no haber contemplado un elemento importante.

Nuestra intención era regresar todo el dinero que tomamos prestado invirtiéndolo en crear nuevas instituciones, sobretodo educativas y de salud, más sólidas y singulares, para sostener la nueva forma de gobierno. Dicho sea de paso, es lo que todos los ciudadanos querían. [Todos].

Nuestro principal error fue creer que el único poder del Estado era el dinero. Estábamos convencidos de que el pueblo aceptaría nuestro decálogo unitarista a los 11 meses. Pero la adaptabilidad de las personas a la pobreza era sorprendente. Nos dimos cuenta que la gente podría seguir esperando que su actual Gobierno regresara todo a la normalidad quizá hasta por años, quizá un lustro, quizá una década, quizá varios lustros o quizá varias décadas. Su aplomo dogmático es realmente impresionante. [Risa perturbadora].

La fuente de poder del Gobierno no era el dinero, sino que su poder más elevado es el sometimiento.

Al dar la noticia de forma anónima, por equivocación dejamos un rastro lo suficientemente visible como para que dos grupos de ciudadanos se dieran a la tarea de rastrearnos. Uno nos encontró, el otro nos capturó.

Y aquí estoy, escribiendo estas palabras… Yo que planeé, organicé y ejecuté este plan; yo que quise escuchar la voz del pueblo y la escuché al unísono suplicando por ayuda; yo que vi rayos de esperanza reflejados en mi frente; yo… estoy aquí sentado esperando a que la multitud me crucifique. [Gritos multitudinarios clamando la crucifixión].

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* Víctor Elizondo. Escritor, abogado, diseñador gráfico, restaurador. Nacido en Guadalajara, Jalisco, radicado actualmente en Playa del Carmen. Cofundador de la Revista El Perro y director general de la misma en la Riviera Maya.

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