Entrevista Cronopio

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CONVERSANDO CON TIM KEPPEL

Por Maria Eugenia Rojas Arana*

Tim Keppel es un escritor estadounidense radicado en Colombia desde 1995. Nació en Carolina del Norte en 1955. Su colección de cuentos Alerta de terremoto fue publicada por Alfaguara en 2006. Ha escrito cuentos, crónicas y reseñas para El Malpensante, Número, Arcadia, Don Juan, Odradek, la Revista Universidad de Antioquia y para otras revistas y antologías en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Nació en Nuevo México, creció en Carolina del Norte y recibió un doctorado en Literatura en la Universidad Estatal de Florida. Vive en Cali y enseña en la Escuela de Ciencias del Lenguaje de la Universidad del Valle.
TESTIMONIOS DE UN MUNDO QUE LO CAUTIVA

Alerta de terremoto es un libro de cuentos publicado por la Editorial Alfaguara en 2006. Con el recurso narrativo del monólogo interior y diversos saltos temporales, esta literatura de viaje logra dar cuenta de las paradojas del trópico colombiano y sus diversos dramas, con una perfecta descripción de sus paisajes exuberantes y la sensualidad de sus mujeres. Revela con asombro atmósferas y entornos a los que parecíamos tan acostumbrados en nuestra vida cotidiana como los terremotos, magistral metáfora del país convulsionado en que vivimos.

Cuestión de familia. Novela publicada igualmente por la Editorial Alfaguara en 2009. Cuando la madre de Carl descubre que tiene cáncer, le pide a su hijo que escriba sus memorias. Manifestando los diversos conflictos de la trama, el texto es el pretexto que da cuenta de un conmovedor retrato de familia norteamericana, en un lenguaje preciso, irónico y con un gran sentido del humor. De esta manera, un narrador protagonista nos lleva de la mano por los nuevos caminos de las conflictivas relaciones familiares.

BUSCANDO EL DESTINO EN LAS REVELACIONES DEL AZAR

Al terminar sus estudios de Literatura en la Universidad de Carolina del Norte, decide vivir otras experiencias no convencionales, por fuera de la academia, que nutran su existencia y su imaginario de escritor. Viaja a New York, se lanza a la aventura, consigue un trabajo como taxista nocturno, y como no conoce la ciudad se pierde muchas veces; una de tantas noches, recoge a un borracho que quiere matarlo; sobrevive a este y otros riesgos y convierte las trampas de azar en escritura, para engañar la monotonía de la condición humana. Pero el viaje exterior e interior apenas comienza, se alista como miembro de un grupo de paz en Nicaragua y así puede acercarse al mundo del trópico, que terminará por atraparlo. Luego viaja a La Florida donde realiza sus estudios de Doctorado en Literatura; más tarde, viviendo en Filadelfia, aplica a una convocatoria para trabajar como profesor en la Universidad del Valle y se radica en Cali, Colombia, donde vive desde 1995.

En Alerta de terremoto, libro de de viajes que ilustra el recorrido de un gringo por nuestro país, Keppel mira con asombro y registra esa otra Colombia que no vemos porque hace parte de nuestro cotidiano más próximo. Retratando con maestría la atmósfera de trópico insólito de tierra caliente y de hombres y mujeres que en rituales de amor y de muerte deambulan por sus territorios gastando la vida sin objetivo aparente, navega el Pacífico gris, húmedo y selvático, escuchando maravillado el «canto de sirenas» de mulatas exuberantes y ballenas jorobadas que recorren 8.000 kilómetros desde las heladas aguas del antártico polar hasta llegar a las cálidas costas de Ladrilleros y Gorgona para aparearse y parir a sus crías en nuestro mar.

Con un estilo sin adornos que recurre al monólogo interior, descripciones precisas, estructuras dramáticas claras y diálogos cortos, lee este nuevo mundo por donde transita, maravillándose y asombrándose ante lo insólito. Así, sus relatos dan cuenta de la sabiduría de un creador que ha sabido escuchar su propia voz en consonancia con las de otros escritores queridos y maestros del género como Hemingway, Joyce, Faulkner, Salinger, Tennessee Williams, Steinbeck y Carver, entre otros. A este escritor admirable tuve la oportunidad de entrevistar cuando asistí al lanzamiento de su magistral novela Cuestión de familia y escuche la presentación de la misma, en la voz emocionada de su entrañable amigo y compañero de escritura Carlos Patiño Millán, en la Librería Nacional de Cali, aquella noche de septiembre de 2009.

Maria Eugenia Rojas Arana: ¿Cómo te iniciaste en la literatura?

Tim Keppel: A los diez y seis años, después de dedicarme más a los deportes que a los libros, me matriculé en un curso de escritura creativa. Tenía la idea de escribir comedia con un amigo que hacía stand—up comedy. La idea de escribir me llamaba la atención, aunque en realidad no sabía muy bien de qué se trataba. Pasé el verano antes de entrar a la universidad en una cabaña frente a un lago escribiendo todos los días, leyendo a la Generación Perdida y soñando con convertirme en escritor (no por la fama, sino por la posibilidad de dedicarme a la escritura y volverme bueno en eso). Mis profesores de la universidad, escritores distinguidos a quienes yo admiraba enormemente (¿acaso los estudiantes de ahora admiran a sus profesores tanto como lo hacíamos en ese entonces?), me animaron mucho.

La Universidad de Carolina del Norte tiene una gran tradición en estudios literarios, especialmente en literatura Sureña (Faulkner y otros). Yo no hacía más que leer. La vieja y majestuosa biblioteca de la universidad era como un lugar sagrado, una catedral.

M.E.R: ¿Y cómo fue tu vinculación con el cuento?

T.K: El cuento siempre ha sido el género con el que me siento mejor. La novela que acabo de terminar es la primera, sin contar un par de intentos anteriores. Como lector, me gusta el cuento porque se enfoca en un solo incidente que sugiere toda la vida de un personaje. En un cuento no puedes mamar gallo. Si no tienes nada que decir, el lector se dará cuenta rápidamente. Además, los cuentos suelen situarse en el presente o en un pasado cercano y se resisten a esa escritura histórica que parece tan ajena a la forma en que vivimos hoy. Además, el cuento no tiene la necesidad de tener un final muy elaborado, mientras que en la novela los finales a veces parecen demasiado forzados o falsos.

M.E.R: ¿En qué momento de tu vida comienzas a sentirte escritor?

T.K: Cuando publiqué mi primer cuento en una revista nacional, con unos veinte años, me pagaron doscientos dólares. Estaba trabajando durante el verano manejando un montacargas y me sentía como un obrero de verdad. Ese viernes, cuando fui a cobrar mi cheque, le dije a la cajera: «Acabo de vender mi primer cuento. ¿Quieres salir conmigo esta noche?» Y para mi sorpresa ella dijo, claro.

M.E.R: ¿Cómo hallas los títulos de tus libros como Alerta de terremoto o Cuestión de familia?

T.K: Bueno, te hablaré de Alerta de terremoto (el primer cuento hace referencia al terremoto de Armenia en 1999). Es una metáfora de la sensación de incertidumbre y precariedad que caracteriza la vida en Colombia; lo cual, a su vez, es una metáfora de la vida en general. La idea de que en cualquier momento puede pasar algo extraño e inesperado. Para el protagonista, que viene de un país mucho más predecible, esto produce una sensación de consternación, pero al mismo tiempo produce entusiasmo y asombro. A medida que el libro avanza, él se va aclimatando más al país y sus percepciones empiezan a cambiar.

M.E.R: Algunos escritores que te obsesionan y que tuvieron que ver con tu formación.

T.K: Al principio tenía influencias de Hemingway, Faulkner, Carson McCullers, Flannery O’Connor, Sherwood Anderson, Salinger, Tennessee Williams, Toni Morrison, Steinbeck, Carver, Cheever, Chejov y Joyce. Algunos escritores contemporáneos que me gustan son Junot Díaz, Denis Johnson, Mary Gaitskill, Sandor Marai, Murakami, Kureishi, Coetzee, James Salter, Alice Munro, Héctor Abad Faciolince, Óscar Collazos, Tomás González y Roberto Rubiano.

M.E.R: Háblame del cuento «La balada de las jorobadas», elegido para esta antología.

T.K: Ya había terminado unas cuantas páginas de una historia sobre un hombre que va a la costa pacífica con una mujer joven, en unas vacaciones destinadas a terminar mal, pero no estaba seguro de para dónde iba. Por esa época perdí a mis padres y estaba reflexionando sobre el tema de la muerte y leyendo, no de manera totalmente coincidencial, varios libros sobre gente que está viviendo sus últimos días. Muerte en Venecia, Mistler’s Exit de Louis Begley, A Girl with a Monkey de Leonard Michaels, entre otros. Así que los dos temas terminaron por confluir.

M.E.R: ¿Qué define para ti el carácter de un buen cuento?

T.K: Me atrae la clase de cuento que comenzó a hacer Chéjov. No es una fábula ni una alegoría. No son historias de ciencia ficción, ni historias fantásticas, ni de horror o experimentales. Y ciertamente no son la clase de historias que reservan un truco para el final (¡Ja, lector, te engañé!). Me gustan las historias que le ponen un espejo a mi vida. Como dijo Raymond Carver: «Un buen cuento te lee». Me gusta la clase de cuento que involucra a personajes de carne y hueso, con quienes me puedo identificar a medida que avanzan a tientas por la vida. La clase de cuento que explora el misterio de lo cotidiano y te hace decir: «Sí, yo me había sentido así antes pero nunca lo había podido poner en palabras». La clase de cuento que me pone en un estado de reflexión en el cual pienso en mi propia vida: en las decisiones que he tomado, en las cosas que he hecho y en las que he dejado de hacer, en la clase de persona que soy, en la muerte. Al producir estas reflexiones, la literatura me nutre de la misma forma en que otra persona se alimenta a partir de la religión. Un buen cuento me hace sentir más vivo, me pone en contacto con mis emociones, hace que me sienta más cerca de entender el misterio de la vida.

M.E.R: ¿Qué tipo de lector buscas?

TK: Un lector que aprecie las cualidades que acabo de mencionar.

M.E.R: ¿Cómo son tus rituales de escritura?

TK: Escribir de tres a cuatro horas diarias, eso es lo más importante. Ese bloque de tiempo puede estar ubicado en distintos momentos del día, pero tiene que estar ahí. Suspender en un lugar donde uno sepa que va a poder retomar al día siguiente. Luego, todos los días, uno tiene que entrar en una especie de trance, donde se desconecta del resto del mundo y se convence de que lo que está pasando en la página es más importante que la vida «real». Cada escritor tiene una manera de alcanzar ese estado. Cada escritor aprende a conocer su «dosis». Cuando a Faulkner le preguntaron que si bebía mientras escribía, respondió: «No siempre».

M.E.R: ¿La experiencia de trabajar como taxista en Nueva York o miembro de un grupo de paz en Nicaragua ha enriquecido tu escritura?

T.K: Creo que es importante que un escritor se resista a llevar una vida convencional, llena de comodidades. Es mejor tomar riesgos y lanzarse a una variedad de experiencias. Eso agudiza la conciencia y permite ver la vida de una forma más verdadera. Te obliga a enfrentar la sensación de alienación y soledad que constituye el núcleo de la vida y te impulsa a buscar significado y conexión. Este es un tema que traté de explorar en Alerta de terremoto. No sólo la idea de ser un extranjero en una tierra extraña, sino de ser un extranjero en la vida misma. Aquí todos somos extraños.

M.E.R: ¿Crees necesario en tu trabajo literario el conocimiento de teorías o técnicas de escritura?

T.K: Hay algunos conceptos básicos, como los mencionados en la Poética de Aristóteles, que son útiles al principio, pero lo más importante es leer a los grandes escritores y leer de manera analítica. La buena escritura proviene de las emociones y el instinto, no de las teorías. Uno no ve muchos académicos saturados de teoría que luego se conviertan en buenos escritores.

M.E.R: ¿Como inventas tus personajes?

T.K: Trato de crear personajes con profundidad psicológica y emocional. Y aunque me alimento de la vida real, lo que importa no son los hechos sino una especie de autenticidad emocional. Lograr que la voz del narrador sea lo más precisa posible es muy importante, lograr el tono adecuado. ¿Nostálgico? ¿Irónico? ¿Elegiaco? Hay que establecer el tono desde el principio porque todo fluye a partir de ahí.

M.E.R: ¿Qué opinas de las temáticas de violencia o narcotráfico tan frecuentes en nuestro país?

T.K: En mi libro Alerta de terremoto, este tema constituye una especie de telón de fondo, pero no es la acción central. No se puede ignorar el tema del todo, pues de esa manera no se estaría haciendo una representación precisa del país. El tema de la violencia ofrece muchas posibilidades para el drama, pero fácilmente se puede convertir en un melodrama, con mucha acción barata y personajes poco desarrollados. Me gusta lo que dijo García Márquez sobre el hecho de que una cosa es el conteo de cadáveres, el recuento con pelos y señales, que es mejor dejárselo al periodismo. El escritor literario debería enfocarse en las historias individuales, la forma en que la gente se ve afectada por la violencia de manera tangencial. Tienes que ir más allá de lo tópico hacia lo universal. El personaje de Gatsby, de Fitzgerald, es un mafioso, pero por supuesto la novela va mucho más allá de eso.

M.E.R: ¿Cómo concilias tu trabajo como docente universitario con la escritura?

T.K: Me encanta enseñar técnicas de escritura y literatura a gente que está realmente entusiasmada con el tema, pero eso no siempre es el caso. Claro que siempre hay estudiantes que responden de inmediato y eso te mantiene animado. Para los demás, uno espera que algún día se encienda la luz.

M.E.R: Háblame de tu novela Cuestión de familia.

TK: Cuenta la historia de un gringo que lleva más de una década viviendo en Colombia, y regresa para visitar a su mamá, que se está muriendo de cáncer. Una «astuta jugadora de  bridge», la mamá intenta por todos los medios de convencer al hijo que se quede, hasta que le ofrece su casa con la condición de que él tiene que vivir allí. Por un lado el hijo se siente exasperado con las maniobras de su mamá pero por otro lado siente compasión porque, a pesar de su inteligencia y fortaleza, en el fondo es una mujer muy sola. La novela es, a la vez, un ajuste de cuentas con la madre, una declaración de amor, una expiación, un homenaje, una queja, un lamento, una exculpación, una confesión, una búsqueda, una burla, un grito de dolor, y una reflexión sobre la familia, sobre la fugacidad de la vida, sobre la muerte.
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* Esta entrevista hace parte del libro «Cada uno con su cuento: antología comentada de escritores colombianos contemporáneos» que la autora presentó este año. Hace parte de los trabajos de investigación de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle, Colombia. María Eugenia Rojas Arana es Licenciada en Literatura e Idiomas. Universidad Santiago de Cali. Es comunicadora social y periodista de la Universidad del Valle. Magíster en Literatura Colombiana y Latinoamericana de esa misma universidad. En esa institución se desempeña como profesora asociada en la Escuela de Estudios Literarios. Es Directora del Área de Literatura, Medios Audiovisuales y escritura.  Investigadora  de la obra de Álvaro Mutis y del cuento colombiano contemporáneo. Es asimismo escritora de guiones.

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