«EL ESCRITOR ES UN MENTIROSO PROFESIONAL»:NAHUM MONTT
Por Victor Menco Haeckermann*
En esta época de ferias literarias, uno de los sujetos más solicitados es el escritor Nahum Montt (Alfaguara 2005), autor de la biografía de Cervantes Versado en desdichas y de las novelas Midnight dreams, El Eskimal y la Mariposa (Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá 2004) y Lara, su publicación más reciente.
Ahora que Nahum Monnt ha obtenido cierto reconocimiento con la publicación de varios libros, dice asimilar un poco más que lo llamen ‘escritor’. Y no para posar ante las cámaras sino para aportarle algo de su experiencia a las nuevas generaciones. Según él, las cosas han cambiado con los años, ya que el escritor de la Colombia de hoy cuenta con más alternativas.
Su novela Lara, recién publicada por la editorial Alfaguara, recrea facetas hasta ahora desconocidas del antagonista de Pablo Escobar: el otrora ministro Rodrigo Lara Bonilla; desconocidas inclusive por su propia familia.
Junto a El Eskimal y la Mariposa —que tiene como punto de partida el asesinato del candidato presidencial del M-19 Carlos Pizarro— conforman un díptico donde la una parece el reflejo en el espejo de la otra; pues, en sus propias palabras, en El Eskimal y la Mariposa se narra un crimen desde la «orilla de los asesinos», y Lara desde «la orilla de las víctimas». Una vez acordamos la cita, alrededor de las 9 de la noche, en una esquina del Centro Histórico de la ciudad, dimos paso a otro tipo de reflexiones que arrojaran luces sobre su novelística, que la crítica sitúa dentro del género Negro.
—Entiendo que en su caso, su incursión en este género no es tanto producto del estudio concienzudo. ¿Qué lecturas lo condujeron a él?
—La verdad es que fue más el resultado de meterme con la realidad y la historia de este país. Yo siento que de manera natural uno termina construyendo relatos propios de la Novela Negra, porque la realidad del país es propia de este género. De niño siempre leía novelas de vaqueros, los trillers norteamericanos y demás, y tenía la predisposición, pero siento que lo que finalmente termina definiendo mis textos como Novela Negra es que ha habido una toma de posición como escritor de empezar a narrar este país por sus hechos, sus eventos, sus acontecimientos históricos. Y cuando uno lo narra a través de la literatura, casi de manera natural cae en el género Negro.
—¿En algún momento ha temido que los espacios reales aludidos en estas novelas disminuyeran su significación frente a un lector no familiarizado con ellos?
—Interesante la pregunta. Los relatos se construyen con la intencionalidad de ser autónomos e independientes en sí mismos de esa realidad a la cual se refieren, de esa historia de la cual se nutren. Es probable que sí, y eso es lo bello de la literatura, que admite distintas lecturas. Un lector no familiarizado con este contexto va a leer un relato tal vez de aventura donde siempre hay un final desdichado. Lo curioso es que detrás de ese final desdichado y ese relato de aventuras hay unos hechos que ocurrieron y que están ocurriendo ahora en el país. Pero eso le queda más bien al lector. La función del autor es proponer y tratar de escribir un relato que ante todo sea verosímil, que sea convincente y que atrape al lector para que pueda disfrutarlo.
—Además de esos referentes, a algunos lectores jóvenes les puede resultar un poco ajeno el marco de la novela por estar basada en hechos del pasado (acá aproximamos más a la Novela Histórica ). ¿Cómo hace para conciliar con lectores de edades tan dispares?
—Fíjate que yo siento que escribo para los jóvenes. Siento que los jóvenes son extranjeros del pasado de este país, y viven en este país como si fuera un eterno presente. La novela no puede caer en la trampa justificar o intentar explicarles a los jóvenes lo que pasó. No. Simplemente muestra unos eventos, y si el joven está interesado en saber más, es éste quien tiene que investigar y rastrear. La novela es sólo un punto de partida para avanzar… Más que en novelas históricas, yo pensaría en novelas policíacas, donde generalmente ocurre un evento, se investiga y al final hay un desenlace fatal.
—¿Usted compartiría la apreciación de que en sus novelas la ciudad marca a los personajes?
—Por supuesto, porque yo no concibo un personaje in vitro, metido en una especie de tubo de ensayo. Y siento que la ciudad es un recurso expresivo que tiene el escritor para darle una dimensión humana a esos personajes. «Somos en el mundo», decía Ortega y Gasset. Y ese mundo nos sirve para iluminar los estados de ánimo del personaje, sus preocupaciones estéticas, sus obsesiones, su condición humana. Es un medio que uno utiliza en la narrativa para mostrar al personaje como es. Te doy un ejemplo sencillo: «Pepito Pérez estaba muy triste». Eso es muy fácil de decir desde la oralidad y la cotidianidad. Pero si tu dices: «Pepito Pérez el día que salió a recorrer las calles se encontró una ciudad muy fría y lluviosa, que le calaba los huesos, que le llevaba a recordar aquella época en que empezada a…». ¿Entonces, si ves? El espacio, la ciudad, en ese momento se vuelve un detonador que ilumina la condición humana del personaje.
—En entrevistas anteriores, refiriéndose a la novela Lara, usted ha dicho que algunos de estos personajes de la vida pública nacional eran, de por sí, novelescos. ¿Cuándo sabe uno que un personaje de la vida real tiene ese potencial?
—Esa es la gran capacidad que debe tener un escritor. La capacidad de observación más allá de esos días que transcurren con eventos aparentemente insignificantes. Todos tenemos en potencia cualidades novelescas, pero depende de la capacidad de observación del escritor encontrarlas y poderlas representar a través de la literatura —dicho esto, Nahum Montt giró a su derecha y observó a un policía de tránsito haciendo guardia—. Personaje novelesco puede ser un vigilante que sostiene una valla en medio de la noche, en una calle del Centro Histórico de Cartagena. Que es portador de muchas historias. Que tiene familia, tiene hijos, tal vez tenga amante o novia. Y que a pesar de estar cumpliendo simplemente una labor allí, es un personaje digno de ser llevado a la literatura. No hay nadie que no lo sea, y, en esa medida, siento que los escritores estamos allí para tratar de ver lo que otros no ven, e intentar contarlo lo mejor posible. Esa es la función social de un escritor.
—En un coloquio de la Universidad Distrital, la escritora y profesora Alejandra Jaramillo dijo que prefería arriesgar su estómago escribiendo sobre estos temas considerados «de violencia», a tener que volver a vivir esa historia del País. ¿Siente que a usted le pasa lo mismo?
—Por supuesto, y es una toma de posición consciente, deliberada. Yo no me veo escribiendo sobre un intelectual que tiene problemas para comprar el cornflakes o el cereal del desayuno, en Barcelona, sintiendo un vacío existencial. Eso funciona por allá en Europa, para esa gente que vive en esas realidades tan aburridas. Yo siento la enorme necesidad de contar la historia de este país a partir y a través del asombro. Aquí ocurren cosas que no ocurren en otro lugar del mundo. Y me siento feliz de arriesgar ese estómago, como diría la profe Jaramillo.
—Otra cosa que le he escuchado decir es que a un escritor nunca hay que creerle. ¿Entonces en qué términos queda esta entrevista?
—(Risas) Lo que pasa es que el escritor es un mentiroso profesional, que se sirve de la ficción para contar la verdad. Esa es la gran paradoja. Entonces al escritor hay que aprenderlo a descifrar, hay que aprender a descubrir en sus mentiras dónde se halla escondida esa verdad.
Esta es la apuesta literaria de Nahum Montt, quien en la actualidad escribe una obra de teatro ambientada en su ciudad: Tomar hechos de la historia reciente para escribir relatos ficticios que terminen comunicando una idea muy próxima a la realidad histórica y actual; o como resume la frase célebre de John Ford, incluida como epígrafe en la tercera novela del barranqueño: «Es todo inventado, pero todo es verdad».
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* Víctor Menco Haeckermann es escritor, poeta y cantautor del Caribe colombiano.