ESCRIBIR UNA MUDANZA: COCINA, VAJILLA. MUY DELICADO

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escribir una mudanza

Texto e imágenes de Gloria N. Ramírez-Oliveri*

«Uno es uno mismo pero también es su entorno;
el sí mismo se prolonga y se proyecta en el entorno,
y un desajuste de este último desajusta todo el psiquismo».
(Mario Levrero)

Una mudanza devela lo que contiene una casa. Suele ser una experiencia traumática y una tarea que nadie quisiera repetir. Como se sabe, cada espacio de una vivienda se concibe con un propósito. Aunque cada individuo decide sobre sus gustos y necesidades, basta con imaginar cualquier cocina para identificar sus componentes básicos. En ella se preparan los alimentos. Incluye la despensa, los muebles para vajillas, utensilios y algunos electrodomésticos. De manera similar, se podría continuar enumerando el mobiliario y uso de las demás estancias. Es así como inicia el proceso de residencia: primero con los objetos y después con las personas.

Como tendencia nueva, el minimalismo todavía no logra convencer a las personas de que menos es más. Quienes están cambiando de casa continuamente o los que se desplazan por el mundo, quizá sean los primeros en aprender que cada objeto de la casa implica no solo administración e inversión, sino también una carga presente y futura. ¡Desapegarse cuesta! Además, resulta un lío mudarse con lo propio, lo ajeno, con la herencia de los que se fueron sin llevarse nada (la vajilla de plata, el jarrón de porcelana, los únicos retratos de los bisabuelos, copas de cristal en las que nadie brinda. Libros de cálculo y el álgebra de Baldor, que también viajó. Manteles bordados, pesados tendidos de cama que funden las lavadoras… y hasta el disfraz de una sexygatúela que se lució en una fiesta inolvidable.

Algunas recomendaciones facilitarán las mudanzas. Primero se planea y después se empaca. Convendrá deshacerse de todo lo que no se necesita: vestuario, muebles y toda la gama de adornos e inutilidades que emergen de repisas, estantes y cajones. Un recorrido visual por el clóset permitirá seleccionar el vestuario, calzado y accesorios que se puede donar. En un armario ordenado será fácil hacerlo porque todo está clasificado y hasta se cuenta con espacio para la ropa de la esperanza, esa que siempre gusta pero que ya no se acomoda al cuerpo. Esas prendas de tallas pequeñas son las que nutren el deseo de perder peso. Otro es el caso de los clósets desordenados, junglas impenetrables de las que mejor es no hablar. En ocasiones, inspeccionar los muebles implicará viajar al pasado: cartas, tarjetas, flores secas, fotografías, frascos sin perfume, cajitas con los dientes del ratón Pérez. Quizá también los regalos que en algún momento se agradecieron, pero que jamás se usaron. Todo lo que no es indispensable, como adornos y cuadros, se puede empacar con anticipación. Que no se olvide, no se olvide, marcar cajas y bolsas con palabras clave. Ignorarlo hará del desempaque una completa pesadilla. Por ejemplo: cocina, vajilla, MUY DELICADO. Se procederá de la misma manera con todo lo de las habitaciones, patio, garaje, sala, comedor, jardín, biblioteca, etc.

Capítulo aparte son los libros. Por su cantidad y peso, empacar la biblioteca es uno de los mayores retos en una mudanza. Por tal razón resulta aconsejable someter los libros a juicio, apelación y hasta doble escrutinio. Algunos se defienden solos y la única alternativa es cargar con ellos. Otros merecen indulto y se les perdona el delito de ser pesados como ladrillos. A otros se les concede siempre una segunda oportunidad. Abandonarlos sería una condena. Los libros son los amigos que iluminan el camino, que tanto acompañan, enseñan y entretienen. Los reales no se parecen a los impersonales PDF que se leen en una pantalla, no. Los libros de verdad son concretos: se tocan, se descubren con los cinco sentidos. Velan el sueño y calman el espíritu durante las pesadillas. Sin ellos las casas parecen vacías. Donarlos es una opción que el cariño impide. Además hay que saber cuáles y a dónde se llevan. Por si sirve de algo, en las bibliotecas de California (Estados Unidos) no se pueden donar libros de Rusia ni de autoayuda.

Lo usual es que las personas se adapten a las viviendas. Lo contrario, es menos frecuente y está reservado para quienes puedan pagar por el alto costo de las construcciones personalizadas. (Duele reconocer que esta columna excluya a los incontables desposeídos de la tierra, los que no cuentan ni con techo ni con cama ni con nada).

El Tiempo suele ser el dictador de las mudanzas, él es el que fija fechas para empezar, mover, descargar, acomodar. Es el que más presión ejerce. Acosa, acosa y no cesa de sugerir que en materia de trasteos —como también se le llama a las mudanzas en Colombia— la flexibilidad no es una opción.

Cuando las mudanzas se alargan, se corre el riesgo de que los fantasmas que habitan las casas se manifiesten. Como a ellos les aterra que los desacomoden, hacen todo lo posible (esconder las tijeras, embolatar la cinta de embalaje, trastocar las etiquetas de FRÁGIL, azuzar a las mascotas para que metan sus narices en todas partes), para enajenar la mente de los que empacan hasta llevarlos a creer que un cambio de domicilio no tiene fin. Los habitantes del inframundo saben que mientras más se empaca, más cosas resultan. La situación empeora cuando semana tras semana de hacer lo mismo, los fantasmas consiguen su objetivo. Resulta que por el cansancio y el deseo de terminar ya no importa si los productos del baño se empacan con las especias de la cocina y si los libros comparten caja con el agua oxigenada del botiquín. Los disparates al empacar evidencian la real influencia de las fuerzas del mal. A tal punto se agradece todo conjuro, exorcismo, limpia o ritual. Toda mudanza exige cordura y aunque haya compañías que empacan todo el contenido de una casa, hay quienes prefieren preservar la intimidad del hogar. La casa no se desnuda frente a extraños.

Por todo lo dicho, ni quienes presumen de vivir ligeros de equipaje, pueden afirmar que son las mismas personas después de enfrentarse a una mudanza, que más que un cambio de vivienda significa un cambio de vida.

Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio.
(Fragmento de un poema de Fabio Morábito)

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* Gloria Nivia Ramírez Oliveri, es Comunicadora Social – Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (1991), con un máster en Liberal Arts – Spanish en California State University Northridge, CSUN. Inició su carrera como reportera gráfica del periódico El Colombiano (1989), al registrar una de las décadas más difíciles de la historia reciente de Colombia. Sus fotografías se han publicado en diferentes medios periodísticos de Colombia y el exterior. La docencia y la investigación también hacen parte de su trayectoria profesional. Su tesis de grado (1991), Vigencia de la fotografía documental en la prensa escrita: Tras las huellas de Henri Cartier-Bresson en el contexto de Melitón Rodríguez, le abrió las puertas de la prestigiosa agencia de fotografía Magnum de París, de la que fue pasante en el año 1993. Es miembro de «Pacific Ancient and Modern Language Association», «PAMLA» y ha sido ponente de conferencias académicas en diferentes universidades de los Estados Unidos, país de residencia. Colabora con el equipo de investigación del programa de Periodismo en español de CSUN. Es editora auxiliar de esta revista y reportera «free lance».

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