CRÓNICA ROJA: LOS NARCOS INVISIBLES
Por Rafael Vega Jácome*
«La vida no vale nada,
comienza siempre llorando
y así llorando se acaba…»
(José Alfredo Jiménez)
El Conde descendía de una aristocrática familia cartagenera pero por su natural inclinación a la maldad, a juntarse con malas compañías, al desorden, la indisciplina, el anarquismo, la juerga, el juego y el vicio del alcohol, había sido confinado al internado del colegio de La Esperanza, que era como una especie de reformatorio, de campo de concentración, donde los torcidos salían derechitos.
Además de todos esos desvaríos, el Conde era un pervertido sexual. Su pasión era atisbar por las rendijas de las ventanas a las damas cuando se desnudaban y a las parejas que hacían el amor bajo la luz de la luna o con el fresco de la madrugada. Cuando lo hacía lograba deleites supremos con los que alcanzaba orgasmos tormentosos que lo dejaban sumido en un estado de fascinación idílica. Era lo que el profesor de psicología clasificaba como un voyerista crónico.
Durante los dos últimos años de internado, su vida tomó un rumbo inesperado y ahora, ya graduado de bachiller, no salía de los prostíbulos del barrio de Tesca, en los suburbios de Cartagena, donde se acostaba con las damas alegres y deslenguadas que allí pululaban y se codeaba con hampones que le rendían tributo por ser un miembro distinguido de la familia Corsarelli, una de las de más rancio abolengo en una ciudad donde en las partidas de canasta de las reuniones sociales, la decadente y cursi aristocracia amurallada en su corralito solía desempolvar heraldos virreinales, escudos y títulos nobiliarios, cuando era bien sabido que la mayor parte de ellos no eran sino descendientes de los corsarios y malandrines que fondearon sus tenebrosas carabelas de la muerte en los mares del Caribe para masacrar a los mansos aborígenes y saquear sus bienes.
Su tío Dago Corsarelli, de profesión piloto, considerado hasta ese momento como la oveja más negra de la familia, no solo lo había iniciado en las bebidas espirituosas, sino que, como premio a su grado de bachiller, lo inició también en la truculenta magia de los fantasmas de la marihuana, la hierba mágica que revelaba a los músicos los secretos que inspiraron al gran Benny Moré. De ahí que el Conde, aristócrata, elegante y de ademanes olímpicos, había también adquirido un aire mesiánico de poeta maldito y cuando caminaba por las intrincadas calles del Corralito era objeto de conjeturas y comentarios indiscretos por su fisonomía de profeta de rara especie que lucía cuando se pavoneaba con ínfulas de Virrey en medio de la apergaminada y pintoresca fauna de la añeja ciudad.
El Conde gozaba también de la protección del lumpen y quien osara meterse con él, caería, de inmediato, no fulminado por un rayo, sino por la mortal y afilada champeta que los negros bravos ocultan en la pretina para resolver sus querellas o las de sus amigos. Ante estos vergonzosos hechos, el doctor Corsarelli, su padre, siguiendo los dictados de su corazón, decidió internarlo en una clínica siquiátrica en las afueras de la ciudad. Desde el principio el Conde aceptó el tratamiento sin oposición alguna pues el siquiatra comenzó a tratarlo con fuertes dosis de comprimidos de seconal que el dócil paciente engullía como si se tratara de zaragozas antioqueñas. También lo trataba con valiums y libriums, los que por sus efectos narcóticos, al paciente le parecían de maravilla.
Y así duró seis largos meses disfrutando del rien faire del que hablaban los poetas existencialistas, sumido en una especie de nirvana donde podía coger el aire entre los dedos, como si fueran copos de nieve mientras caminaba con lentitud sobre mullidos colchones rellenos con plumas de gansos y faisanes imaginarios; o dando saltitos en cámara lenta, o volar como un céfiro primaveral entre nubes de tules celestiales que elevaban por el aire como un corcel mitológico.
Pero al séptimo mes de tratamiento empezaron los choques eléctricos para desintoxicarlo del Seconal, el Librium y el Valium y el Conde se fue transformando en una especie de piltrafa humana de difícil locomoción que los sirvientes de la clínica tenían incluso que arrastrar hasta el baño como un muñeco de trapo para sentarlo en el retrete a que hiciera sus necesidades con puntería y no se fuera a cagar en los mamelucos usados por los pacientes de la clínica para asistirlos lo más antes posible en sus urgencias fisiológicas, o en el borde del inodoro.
Los domingos los loqueros lo llevaban, idiotizado por los medicamentos hasta su casa de Bocagrande. El doctor Corsarelli y su esposa se sentían contentos por su mejoría pues el Conde se sentaba muy tranquilo, como un monje tibetano, en una poltrona del corredor a escuchar los partidos de béisbol y los matchs de boxeo que el negro Pereda transmitía por la emisora Fuentes haciendo alarde de un vigor de primate libre en su selva. Los locutores deportivos de la escuela clásica censuraban el estilo de Pereda diciendo que era la inequívoca señal de que la chabacanería se estaba apoderando del micrófono.
En las primeras horas de la noche, cuando se iniciaban los programas vespertinos del nuevo canal de televisión inaugurado por el excelentísimo general, el Conde se concentraba en ver los payasos norteamericanizados del Club del Clan, o los programas cursis de Pacheco, copiados al pie de la letra de los enlatados de la televisión gringa, hasta que quedaba momificado por un sueño pesado que extraía del fondo de su caja torácica ronquidos pedregosos que se habían convertido en una inquietante novedad para la familia.
Además de su innata perversidad, el Conde también había perdido su alegría; y de conversador grosero pero ameno, pasó a ser una especie de babieca ambulante cuyo aire de imbecilidad se iba acrecentándose cada vez más, amenazando con convertirlo en un zombi larguirucho y triste vestido casi siempre con camisa guayabera de lino blanco.
—Morales lo que me ha devuelto es un maco carajo! —dijo indignado una tarde el doctor Corsarelli a su mujer, una ex reina de belleza que aún conservaba el esplendor de la juventud pese a sus siete hijos.
—Prefiero a un hampón que a un retardado mental —recalcó con rabia el leguleyo.
Fue entonces cuando decidió enviar al Conde al seminario Mayor de Sabanilla, regido por los curas franciscanos, para ver si con conjuros, sanaciones y oraciones salía de las nebulosas en que lo habían sumido los experimentos del siquiatra, quien, según dijo el doctor Corsarelli, había utilizado a su hijo como conejillo de indias.
En el seminario ya llevaba casi dos años gracias a Dios y a los buenos oficios de Fray Beto de los Peroles, director del claustro. La mejoría era total. Pero no alcanzó a cumplir el segundo año de internado cuando tuvieron que expulsarlo, frenando de paso su carrera sacerdotal, porque el Conde había recuperado sus antiguos ímpetus pederastas y había hecho suyos a varios jóvenes novicios que a todas horas se peleaban entre sí por el hombre que les había llenado el corazón con artimañas del demonio y despertado un apetito insaciable en el trasero.
Más tarde, cuando retornó al hogar, el Conde tenía una actitud diferente. Fue una metamorfosis radical y definitiva que lo convirtió en un católico piadoso que no faltaba a la misa dominical ni probaba bocado sin antes hacerse la santa cruz y elevar una oración de agradecimiento al Creador. En el seminario Mayor de Sabanilla, influenciado por la filosofía del diezmo, le tomó también un amor desproporcionado a las cosas materiales e hizo construir, con dinero de la familia, locales comerciales en distintos puntos de Bocagrande donde abrió restaurantes de postín, de comida rápida y también bares para tomar cerveza del barril y degustar tapas de ostras con sal y limón, chipichipis en salsa de almejas y camarones al ajillo.
—¡Qué lástima! —le dijo el profesor Aguilar, su antiguo profesor, un viejo militante de la escuela marxista, cuando entró una tarde a uno de los restaurantes a comer cazuela de mariscos —¡otro capitalista más! Y yo que pensaba que ibas a ser un buen revolucionario.
—Las apariencias engañan mi apreciado profesor —respondió el Conde. —Fíjese que yo pensaba que usted solo tenía paladar para el arroz blanco con lentejas, yuca cocida con suero y no para manjares de oligarcas como los que aquí se sirven.
Pese a las indirectas, la amistad no se deterioró. Y explorando el interior de su antiguo pupilo, el profesor Aguilar cayó en cuenta que algo de lo que le había enseñado al Conde en su breve militancia en el Partido Comunista, todavía quedaba en el fondo de su alma. Y en forma sarcástica, le dijo:
—El opio de la religión te ha nublado la conciencia, pero eres inteligente y saldrás adelante.
— Amén —le respondió el Conde mientras su ex profesor devoraba la humeante bullabesa.
—¿Y qué se comenta en el partido profesor? —preguntó como para matizar la conversación.
—La decadencia del imperialismo yanqui —respondió éste. —Mientras mister Kennedy le echa perros rabiosos y policías a los doscientos cincuenta mil negros que Martín Luther King concentró frente a la Casa Blanca para reclamar sus derechos civiles, las tropas yanquis asesinan en el Vietnam al presidente Diem como pretexto para enviar sus tropas mercenarias.
—Pero Kennedy fue recibido en Bogotá como todo un héroe, respondió el Conde —y además firmó un tratado con Rusia y Gran Bretaña para detener la fabricación de armas nucleares.
—Como dice tu religión, «vendrán falsos Mesías y falsos profetas» —le respondió Aguilar en tono sarcásticamente epistolar.
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El presente cuento hace parte del libro inédito «Crónica roja: Los narcos invisibles».
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* Rafael Vega Jácome nació en Zambrano, Bolívar, Colombia el 24 de Octubre de 1944. Vive en Estados Unidos desde 1966. Reside en Miami Beach, Florida desde 1985. Es miembro del movimiento Nadaísta desde 1965. Ha publicado Cuentos del Purgatorio (Cuentos, 1991); Río Abajo (Novela, 1995); Habemus Anticristo (Novela, 2000); La guerra infame del amado caudillo (Novela, 2005) y Sibaritas en el exilio (Novela, 2011).
Sus obras han sido presentados en la Feria del Libro de Miami, Feria del Libro de Bogotá, Colombia, Hunter College de Nueva York y la Universidad de Toronto, Canadá, donde fue invitado para la celebración del día del idioma español.
Por su obra literaria ha recibido numerosas condecoraciones, entre ellas: Proclamación de la ciudad de Miami; Llaves de la ciudad de Miami Beach; Orden de Comendador del Estado de la Florida y Orden Rodrigo de Bastidas, otorgada por la Alcaldía de la ciudad de Santa Marta, Colombia. También recibió una Mención de Honor en el concurso de cuentos convocado por Diario del Caribe de Barranquilla.
En Colombia trabajó como periodista para Diario del Caribe (Barranquilla); El Heraldo (Barranquilla); El Nacional (Barranquilla); Director de Prensa de la Gobernación del Atlántico (Barranquilla); Subdirector de la revista Mujer (Bogotá); Director del Grupo Comunicadores Asociados (Bogotá). Fundó en Cartagena la revista turística y cultural Cartagena Show (Cartagena). En Nueva York trabajó como Subdirector de la revista Temas. En Miami fundó y fue director de las revistas LEA, Art América y del Manual de Arte Contemporáneo.
Ha publicado artículos en The Miami Herald, revista Semana y otros reconocidos medios de comunicación. Sus cuentos han hecho parte de las antologías Escritores colombiano en la diáspora; Antología de escritores Nadaístas (Editorial Panamericana, 2005), Cita de seis-Letras en la Diáspora (2002) y de la Antologia 20 Narradores en USA, 2017) realizada por el crítico Eduardo Marceles Davonte.
Conocer a Rafael Vega Jacome, en su juventud como estudiante de Medicina en la casa de Doña Teresa del Río de Arellano, en el barrio San Diego y ahora leerlo como un afamado escritor, es agradable, su escrito de vivencias quizas inspirado en su época de estudiante de medicina, es agradable por el manejo del personaje. Rafa continua cosechando éxitos en este trajinar de la buena escritura.
Rafael, gracias por compartirnos tu cuento. Me parece un cuento divertido e inteligente, con gran riqueza del lenguaje y un profundo conocimiento de la idiosincrasia de la región. Me encanta el magistral uso del humor y la ironía.
Rafa, el inicio de la novela me capturó. Divertida y muy bien escrita. Si el resto de la misma mantiene esa misma tónica, gozará de muy buena crítica, y si se logra una buena promoción y comercialización, será un éxito en ventas. Te felicito.