Escritor del Mes Cronopio

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Tormenta

TORMENTA EN EL MISSISSIPPI

Por Juan Manuel Ruiz*

Camilo observaba, un tanto incrédulo, cómo Milena llevaba poco a poco a Oxana al máximo placer. Vio cómo delicadamente pasaba su lengua por los pezones de la joven, por el pecho, el ombligo, el triángulo oscurecido de su sexo. Allí se detuvo, sin dejar de acariciar las piernas fuertes de la bailarina, que resistían a la fuerza que venía, huracanada, de lo más íntimo, de lo más profundo, de ese punto que todavía no conocía bien. Al fin la explosión llegó y Oxana se dejó morir en un grito que sonó a agonía, a última palabra, a destello en la oscuridad.

Tras varios segundos, las dos mujeres se acordaron, demasiado tarde, de que Camilo estaba ahí. A pesar de ello, simplemente sonrieron. Oxana tomó a Milena de la mano y juntas ascendieron por las escaleras hacia la buhardilla.

—Si quieres, puedes mirar —dijo Oxana— ven.

Instintivamente, Camilo se acercó unos instantes a donde ellas se encontraban y le ofreció su mano a Milena. Pero ella no respondió. Lo miró, con algo de compasión o de ironía.

—Nunca te olvides de que te amo —le dijo Camilo.

—Quiero que me demuestres que eres de verdad un guerrero y un valiente: demuéstrame que puedes vivir sin mí. Tal vez así algún día volveré a ti, quizás convertida en otra cosa —respondió Milena.

De modo que prefirió quedarse allí en el sofá, como estaba, inquieto por lo que había testimoniado y oído. A su edad, con su experiencia, estaba lejos de los escándalos. Casi nada lo asombraba ya. Todo lo que creía posible había ocurrido, así que, ni modo. ¿Qué era lo que quería Milena? Se entristeció al saber que no podía dar más de lo que ya le estaba dando a esa mujer con la que volvía a cruzarse por casualidad. Una vez más comprobó que las cosas únicamente suceden cuando tienen que suceder, y aceptó su condición de accidente. Pronto, su perspectiva de futuro se redujo. Intuía, más o menos, qué podía pasar mañana, pero no pasado mañana. Creía que no había más allá, que todo podía terminarse de improviso. Que la derrota era eso: esa era la forma de la derrota.

Entonces pensó:

«Derrota es no poder obtener lo que se desea con ahínco, algo por lo que has luchado con cuerpo y alma. ¿Lo obtuviste? ¿Se fue? Déjalo ir, no volverá a ti, recobra la calma y sigue adelante. No dejes que tus obsesiones mortifiquen la tranquilidad de cada día. Lo que pasó, pasó: sé grande y acéptalo…».

Y se quedó dormido.

Cuando a las nueve subió a saludarlas, creyó que iba a encontrar a Milena enroscada en su conciencia, inasible, lejana y arrepentida. Pero lo que vio fue a dos seres entrelazados, abrazados, que no querían abandonarse. Ahora era Oxana quien dormía de cara a la pared. Milena parecía protegerla, a juzgar por la manera como la cubría con sus brazos, tal vez como únicamente se hace con los bebés. Camilo se preguntaba en realidad quién protegía a quién; Oxana apretaba las manos de Milena; parecía querer no dejarla caer.

Entonces también tuvo ganas de abrazarlas y sin dudarlo se fue recostando contra ellas, delicadamente, para no despertarlas. Se acomodó con maña en la cama. Su brazo derecho se posó imperceptiblemente en la pierna de Oxana. Con el izquierdo rodeó la cabeza de Milena. Ahora estaba unido a ellas y era él quien rogaba por no dejarse caer.

Se dijo que a esas alturas pocas cosas podían atormentarlo. Su huida se facilitaba por pasillos insospechados. Terminar así —o comenzar así— era un ideal que nunca había perseguido. De repente lo vivido quedaba como parte de una película maravillosa que, con todo su reparto y los riesgos del libreto, no estás dispuesto a ver dos veces. Mientras de a poco acariciaba la piel de Oxana, indagaba por la verdadera utilidad de las cosas, por el sentido de la abundancia. La vida que vivía hasta ahora no era la vida del hombre que quiso ser. Demasiadas complejidades, demasiados ideales, más llanto del necesario. Más sencillez era posible; quizás lo que realmente quiso fue vivir una vida más delgada, pero le faltaba valor para decidirse: le faltaba una mujer fuerte para completarlo.

Quería dejar de ser el hombre ingenuo, torpe y atormentado que era hasta ese instante. Pensó si alguno de los papeles que representó en su carrera lo podían haber afectado, cuál de todos pudo haberse creído o a cuál le creyó más. Miraba a su alrededor y ni siquiera encontraba un amigo al que de verdad quisiera llamar; solamente en uno o dos de ellos podía confiar. En cambio, las mujeres que lo acompañaron hasta ese día eran las verdaderas conocedoras de sus íntimos secretos. Con un amigo, por más cercano que fuera, siempre quedaba algo para compartir, una última entrega que sólo se transmite a través del contacto, de la piel y la caricia. No a través de las palabras y las miradas sinceras.

Entendió así que Milena venía buscando alguien en quién confiar de verdad, con quien se pudiera comunicar y entregar lo que no podía decir con las palabras. Y sólo podía hacerlo con Oxana, que no la conocía ni la enjuiciaba. Jugó a armar el rompecabezas en el que él también pudiera caber; Oxana la quería y comprendía desde el centro de su misma naturaleza, él la adoraba desde el centro del deseo y la contemplación. Oxana le otorgaba crédito a lo que veía, él a lo que imaginaba de ella. Por eso, a su manera, los buscó a los dos: por la intensidad de hallar ese último reconocimiento que le hacía falta.

Se interrumpió unos instantes y tomó un poco de agua que había sobre la mesa, en una jarra. La sed se apoderaba de él y resecaba su garganta.

Inesperadamente, Camilo sintió cómo Oxana reaccionaba a sus caricias, adormilada como estaba, al tiempo que ella acariciaba la piel de Milena. No fue difícil caer por el despeñadero que ahora se les abría…
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* Juan Manuel Ruiz es Periodista de la Universidad de la Sabana (Bogotá, Colombia). Ha ganado varios premios de periodismo en radio y televisión. Es autor de las novelas El sepulturero (2006) y Ciudad Adrenalina (2010). También se desempeña como profesor universitario. Columnista y cronista de varios medios de prensa. Fue subdirector de noticias de la cadena radial RCN donde fue la mano derecha del afamando periodista Juan Gossaín Abdala. Actualmente trabaja en el programa de radio La escalera, de la emisora Minuto de Dios. También es docente de periodismo en la Universidad Javeriana de Bogotá.

*El presente relato hace parte de su tercera novela Tormenta en el Mississippi de Ediciones B. En ella deja fluir sus reflexiones sobre el intrincado mundo de los medios de comunicación y la farándula. La historia se desenvuelve mientras los protagonistas huyen de la realidad sin atender el peligro que los acecha, hasta que la naturaleza los sorprende encerrados en una casa de Nueva Orleans, mientras la ciudad llora por el terrible huracán Katrina.

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