Escritor del Mes Cronopio

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Mientras terminas la sopa de zapallo que has calentado en el microondas, piensas con tristeza que Laura es una mujer perturbada. A los pocos días de conocerse te contó su historia. Había nacido en Argentina pero tuvo que salir tras la crisis de 2001. Cuando llegó a Estados Unidos ya estaba casada con Mario y se instalaron en el sur de la Florida porque pensaron que allí, por la fuerte presencia de gente hispanohablante, las cosas les serían más sencillas. Tú la conociste algunos meses después de la muerte de Mario, cuando ya era lo que es, una mujer vaciada, incapaz de lidiar con la cotidianidad. Recuerdas bien la escena en el departamento de Monroe County. Cuando terminaste con el pequeño refrigerador le dijiste it’s ready, señora, do you have my money? Ella te miró con ojos tristes, con ojos que se morían por registrar algo que les devuelva la capacidad de aceptar las cosas del mundo, y decidiste que no podías separarte de ella. Pero la relación no puede funcionar. Laura se hace cada vez más transparente y difusa frente a ti, inexpresiva, anónima, uno más de los muebles de la casa. Laura, my darling, le dices, y ella se te queda viendo con esos grandes ojos y te chupa la herida. Laurita, vamos a comer, ¿o por qué no vemos una movie? Y ella te responde que no, que prefiere irse a casa. Laurita, I bought you these earings pa la cena que tenemos donde Torres, y ella te indica con un suspiro que no se siente como para salir. La quieres, pero ella no puede retribuirte. La quieres, pero quieres a alguien que a pesar de estar a tu lado no está junto a ti, no está en ninguna parte. Laura, mi página en blanco, la llamas, y sientes que el corazón se te desboca. Vives con un fantasma anticipado, con la versión de una ausencia futura.

Casi has acabado la sopa. Algunas fibras del zapallo se te quedan entre los dientes pero no te molestas en quitarlas. En lugar de ello, levantas la vista y te concentras en un cielo azul manchado de rojo, nublado y amenazador. Piensas que un cielo así sería en el cuento un buen telón de fondo, un escenario premonitorio, un marco de intensa belleza y marcada fragilidad que preceda el cataclismo. Poco antes de que M.A.R. 10 colisione con la Tierra, los habitantes de este lado del planeta volverán la vista al cielo, en un complejísimo gesto coordinado que obviará todo excepto aquello que se les viene encima, y entonces será primero el color y la oscuridad, y después la fuerza del viento, un hálito envolvente que parecerá abrazarlo todo, y finalmente las diminutas partículas que preceden al asteroide, pequeñísimas moléculas de materia que caen a la Tierra calcinadas, cenizas de un material extra terráqueo que fungen como heraldos de la destrucción, mensajeros del final de la vida. Después, una vez que M.A.R. 10 impacte contra la Tierra, la temperatura subirá a más de 15.000 grados centígrados y del vacío inmediatamente posterior a la colisión nacerá un océano de lava hirviente.

Quizás, piensas, en el cuento podría haber alguien igual a ti, un hombre ya viejo, un tipo poco interesante. Quizás, incluso, podría haber alguien como Laura, una mujer que se mueve a ciegas, alguien que se dedica a chuparte la herida y que al hacerlo trata de sacarse de la cabeza un gran obstáculo, o quizás abrir caminos entre una selva de interioridades prácticamente infranqueable, una maleza que no deja espacio a la pena ni al luto y que es necesario reducir a machetazos. Quizás ambos se encuentran, y quizás no, quizás nunca se han visto y entonces la herida o la cicatriz o el tumor en que se concentra Laura es de otro, y tú, tal vez, mientras esperas el golpe del asteroide, no haces sino estar encima del techo de tu casa y agarrar a tiros de escopeta a todo el que pasa por la calle, gente enloquecida que busca refugio en un tiempo en el que el concepto de refugio ya no existe. Así pasan algunas semanas. Le has dicho a Laura que no quieres verla y por un breve periodo te acostumbras a la idea de volver a ser un hombre solo. Ves televisión, escribes algunas páginas y tomas cerveza. A ratos te preocupa tu salud así que decides hacer algo de ejercicio, apenas unos cuantos movimientos en las mañanas al despertarte, remedos de actividad física que, sin embargo, consiguen adormecer tu sentido de alarma. Pero todo, la televisión, el ejercicio, la soledad, es en vano.

Después de un tiempo, cuando te resignas a la idea de que Laura te es indispensable y de que, pese a que no es contigo más que una niña con autismo, la quieres de vuelta, te decides a llamarla. En el teléfono acepta rápidamente y sin casi pronunciar palabra tu propuesta de cenar juntos la noche siguiente. Tú te pasas el día arreglando el departamento y tratando de controlar un principio de taquicardia que te tiene preocupado. Cuando la ves está linda y temerosa y la notas algo maltrecha. Te duele cuando entra por la puerta del departamento e inmediatamente se dirige a un rincón de la sala, como temiendo molestar, escondiéndose detrás de las cortinas que la ocultan junto a las luces de la ciudad y los sonidos del tráfico nocturno. Laurita, cielo, get out of there and come sit next to me, por favor, le dices, y ella como si oyera llover, como si no estuviera allí o como si estuviera sola, hasta que enciendes la luz y te le acercas, y entonces la tomas de la mano y se sientan a la mesa del comedor donde los espera una montaña de espaghetti carbonara.

Want some pasta? le dices con ternura, y ella asiente sin decir palabra. Te pasa su plato y lo llenas de una masa acuosa y blancuzca en la que no puede reconocerse un ingrediente del otro. Luego sirves otro plato para ti y comen en silencio por un rato. No sabes qué hacer, te sientes viejo e incapaz, te parece que el cuarto acaba de llenarse de agua o de quedarse sin oxígeno porque te es difícil respirar. Las palabras, las preguntas, se te agolpan en la boca pero no consigues pronunciarlas. Laurita, ¿why don’t you talk to me, por qué no me hablas? ¿Por qué no puedes quererme como yo te quiero? ¿Es por Mario? ¿Do you still love him? ¿Por qué no podemos escribir una nueva historia? ¿Why can’t we erase the past? Laura, my own página en blanco, te quiero y me mata que no puedas verme. Terminas de comer sin haber tenido realmente hambre y ves que Laura hace tiempo ha dejado su plato limpio. No tienes más opciones. La invitas a tu cuarto y te resignas, otra vez, al mismo ritual vacío entre los dos, a eso que te pone cada vez más triste y que sientes que te aleja de la posibilidad de ayudarla, de hacer que por fin despierte.

En la cama te sacas el pantalón y te sientas sobre las almohadas de la cabecera. Are you sure you wanna do this, Laura? ¿Es necesario? Te mira con expresión ausente. No hay vuelta atrás. Te sacas la venda que te rodea la pantorilla derecha y te descubres la vieja herida. Al rato sientes el mismo escalofrío de siempre: su boca, de labios anchos y secos, se ha posado sobre la llaga que mantiene abierta hace un par de meses y comienza a succionarla suavemente. Como en otras ocasiones, sientes cómo un delgado hilo de sangre empieza a abandonarte y le mancha la lengua y los dientes que se ciernen sobre los bordes de la herida, filamentos de piel morada y amarillenta, rematada a trechos por restos de sangre que no llega a coagularse del todo.

Entonces sucede. Sientes que algo ha cambiado y abres los ojos. Laura está sentada a tus pies. Sostiene tu pierna derecha con cara de incredulidad. What’s wrong, my amor? ¿Qué pasó, mi Laura? Prendes la luz porque Laura te ha soltado la pierna y porque notas que se incorpora, que te mira con sorpresa, que te dice así no, así no, y que se aleja después de ponerse los zapatos. El corazón te late desbocado y por un momento recuerdas que tienes cerca de sesenta años, que puede venirte algo, así que intentas controlarte, vuelves a cerrar los ojos y mientras oyes que Laura cierra tras de sí la puerta del departamento respiras lentamente, acompasadamente, para dominarte. Te quedas así por algunos minutos. No sabes qué ha podido pasar hasta que abres los ojos y te miras la pierna. La herida está cerrada. Una fina pero evidente costra te la cubre desde el inicio cercano a la rodilla hasta el fin, varios centímetros debajo, junto al nacimiento del tobillo. Algo ha pasado durante los días que estuvieron sin verse, el proceso de coagulación y solidificación de la sangre se ha acelerado notablemente y lo que antes era un líquido rezumante, cálido y oloroso es ahora una fina capa protectora que anuncia el inicio de la sanación.

Te duele el pecho y sientes los párpados tensos y pesados, como si un elástico invisible los cerrara sobre tus ojos. Todo ha terminado. De alguna manera sabes que no volverás a ver a Laura. Ese día M.A.R. 10 colisiona con la Tierra. A cien kilómetros de distancia es un meteoro de luz, una terrible bocanada brillante, pulcra e hipnotizadora. A un kilómetro de distancia es una bola de fuego, un ángel del exterminio, la imagen de un apocalipsis nuclear. A cien metros es un gigante ígneo, una inconcebible masa de fuego que incinera todo a su paso. A diez metros es el centro del sol, un hervidero potenciado a un exponente inconmensurable. A 10 centímetros, finalmente, no es más un peligro, no es más una amenaza. Es el sueño de una mente que delira, la comunión final, absoluta, entre el hombre y el cosmos, que por primera vez se miran, se sienten, se tocan, intercambian piel por piel y fuego por fuego. Es la alianza final y perfecta de opuestos que sólo puede acabar en silencio.

Sebastián Antezana (Escritor). Cortesía de Bolivia TV.  Dir/Prod: Ingrid Schulze. Fot / Post: Thomas Gerald. Pulse para ver el video:
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* Sebastián Antezana (México-Bolivia, 1982). Nació en el D.F. pero se trasladó muy temprano a La Paz. Es licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Es Maestro en Literatura Inglesa por la University of Leeds (Inglaterra). Actualmente es candidato doctoral por la Cornell University (Estados Unidos). Fue por más de dos años editor general del suplemento literario «Fondo Negro» del periódico La Prensa (Bolivia) y actualmente es columnista del periódico digital Oxígeno. Su obra ha sido recopilada en antologías como Conductas erráticas (Aguilar, 2009) y es autor de las novelas La toma del manuscrito (Alfaguara, 2008) y El amor según (El Cuervo, 2011 – 2012). Por su novela La toma del manuscrito fue el ganador del X Premio Nacional de Novela de Bolivia. Sebastián Antezana (México-Bolivia, 1982). Nació en el D.F. pero se trasladó muy temprano a La Paz. Es licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia). Es Maestro en Literatura Inglesa por la University of Leeds (Inglaterra). Actualmente es candidato doctoral en Literatura en Lenguas Romance por la Cornell University (Estados Unidos).

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