CLONSONANTE
Por José Pérez Reyes*
En el ascensor espejado siempre hay tiempo para arreglarse la corbata. El licenciado en Comunicaciones Lucas Aguirre, al aprovechar la ocasión brindada por el espejo, se fijó si el nudo estaba bien hecho. Bajaba de un rápido y solitario desayuno en su departamento y estaba listo para enfrentar otra ardua jornada laboral en la agencia publicitaria.
Al abrirse el ascensor en la planta baja del edificio donde vivía desde el año pasado, se encontró con el portero, que estaba barriendo la entrada en un estado cercano al sonambulismo, quien al verlo detuvo su escoba vieja para renovar su habitual saludo: «¡Buen día, señor Lucas, que tengas una excelente jornada!».
Cuando el licenciado quiso responderle cortésmente no le salió la voz, iba a decir la primera palabra del día, quizás por eso no le brotaba la voz por hallarse aún sumida en las cavernas del sueño. Se alejó simulando ronquera para no ofender al portero, pero ni tan siquiera el amago de tos sonaba.
Volvió a intentarlo pero no consiguió emitir sonido, ¿por qué había amanecido afónico?, se preguntaba mientras intentaba carraspear para arreglar sus adormiladas cuerdas vocales. Anoche no bebió nada frío y no estaba engripado con tos, inventarió todos esos detalles, sin dar con alguna causa.
Caminaba rumbo al trabajo cuando Lucas, obsesionado con sacar algún sonido de su seca garganta, recibió una llamada telefónica a su celular. Era la primera llamada del día y automáticamente abrió su aparato celular y su voz sonó diciendo hola. Ahora sí brotaba su voz que hace instantes no podía emitir ni siquiera ese saludo. Sonaban de una forma un poco rara sus cuerdas vocales, como pasadas por un filtro externo catalizador de impulsos y modulaciones. Se trataba de su voz, al fin y al cabo.
—Sí, Armando, ¿cómo estás? Voy para la oficina ahora…
—Quisiera que me avises al llegar, tengo que llevarte un nuevo proyecto para tv.
—Cómo no —respondió Lucas ya más seguro de su voz—, apenas llegue te aviso. Gracias por llamar.
Nos vemos.
—Dale, chau.
A pocas cuadras de la agencia, Lucas se detuvo a comprar el periódico de un diariero apostado en la otra esquina y allí nuevamente su voz le traicionó. Tuvo que llamarle con gestos y no con silbidos, eligió el ejemplar con señas en vez de decir el nombre del diario. Enmudecido y enfurecido ante estos trucos matinales, pagó el ejemplar sin decir nada. No le preocupó ser despectivo ni rudo, era orgulloso, no respetaba rubros menores por creerse poseedor de una excusa de rango y además ese tipo no le conocía.
Durante su caminata por las destrozadas veredas probó con nula suerte arrancar sonidos de su garganta, y se rompía el coco en saber cómo pudo irse su voz si había hablado por teléfono hacía instantes.
El intento de hablar y el replanteo de las preguntas no lo llevaban a ninguna parte.
Lo peor fue entrar en la agencia publicitaria y no poder responder el saludo a nadie. Un hola multiplicado por cinco y no correspondido. Temeroso de que lo tomaran por ‘pire vaí’, se adelantó haciendo señas a sus cinco compañeros de trabajo dando a entender que estaba afónico. Nadie le creyó y menos aún cuando le vieron y oyeron atender la segunda llamada del día. Armando de nuevo, quien ahora le preguntaba si ya había llegado. Sorpresivamente, Lucas pudo hablar otra vez, respondió con asombro, casi estrenando voz, que ya estaba en la agencia y que viniera cuando guste.
Sonrió contento al cortar la llamada al celular, en razón de que su voz sonaba mejor, aunque parecía emanar de otra parte más. Sus compañeros de trabajo le miraban enojados porque ahora aparte de hablar, contradiciendo sus gestos de mudo al entrar, se ponía a reír frente a ellos, en plan de burla, pero de repente, apenas cerró su celular se calló la risa, y su voz dejó de oírse otra vez. Esto no podía pasarle nuevamente, ya era demasiado, pensó, y lo evidenció con mímica.
Volvió a gesticular, casi pidiendo auxilio, pero nadie le hizo caso. Se tomó el agua de la secretaria pero no sirvió de nada, excepto para que ella le clave una mirada más rencorosa. Lucas empezó a mostrar que se le fue la voz de nuevo, a pesar de que había hablado hace segundos en el celular con un cliente, y al abrir el aparato para mostrar que pudo hablar un rato, allí sonó otra vez su voz y se pudo escuchar la parte final de su explicación. Todos giraron para ver en qué consistía ese truco de hacer sonar la voz sólo por medio del celular.
El celular lo capta todo, lo adapta y lo saca como si su voz fuera un elemento transitorio más, como corriente que a veces se usa, según la modalidad o como un juego virtual que se descarga para ponerlo en marcha. ¿Una conectividad de modo infrarrojo? No era truco ni juego.
Ahora, si no es a través del celular, no se le oye. Un aparato telefónico se había adueñado de su voz. Lucas era dueño de decir lo que quería, pero si sus palabras no eran dichas ante el celular abierto, no eran audibles. Allí empezó su odisea, su auditragedia, audisea o lo que sea.
Su voz había sido clonada en forma perfecta, el chip ya contenía todos sus tonos, inflexiones, modulaciones, escalas, semitonos y todo lo demás; era como si el chip de su aparato celular habiendo escuchado todo esto por el uso frecuente, se hubiese adueñado de la voz del usuario. El celular era algo así como un clon sonoro, de allí que después le pusieron a Lucas el mote de clonsonante, en consonancia con dictamen clínico.
Las respuestas quedaban vacías al desprenderse del celular, ya sea al apagarlo o al alejarlo. Sólo podía hablar por ese medio, tenía que tomar el aparato y arrimarlo a la boca como si estuviera llamando, sólo entonces brotaba su voz.
Sin saber cómo, había dado en la tecla para reproducir su propio sonido y se había vuelto excluyente para con el emisor original. Un nuevo cordón umbilical. La placenta dentro de la cual se nutría su voz. ¿Puede una cosita rectangular fungir de útero para clonar la voz? ¿Es ésa la nueva función de estos celulares de última generación?, se preguntaba Lucas.
Armando llegó a la agencia, y entonces Lucas tuvo que usar su celular para hablarle. Era el artefacto el que marcaba el tono de su voz, dándole mayor o menor volumen según frecuencia de uso. Sus cuerdas vocales se instalaron, por decirlo de algún modo, dentro del chip del celular que como hombre de negocios tanto usaba, día y noche, sin preocuparse de tarifas ni costos.
Armando quedó sorprendido y confundido con esa nueva forma de trato. A pesar de la preocupación generada por esa voz que sonaba clonada, no pudo dejar de sonreír ante la situación compleja que le tocaba experimentar al orgulloso Lucas. No se trataba de una excentricidad más, esto tenía pinta de que iba para rato, así que le dejó el proyecto en el escritorio de la agencia.
La voz de Lucas era algo así como un gran archivo comprimido que ya no quería ser devuelto a su garganta, que perdía así la titularidad ante ese diminuto celular que ahora se le revelaba como imprescindible.
Era una especie de megáfono en menor escala pero más abductor.
La garganta sufrió bloqueo automático y como ingreso predecible de texto apareció la nueva función. Una marcación por voz, pero no para ubicar el número sino para etiquetar la voz permanentemente. La voz se sumó a la lista de accesorios incluidos. Una aplicación más. Una pequeña jaula para su voz en una enorme autopista para imágenes, videos, músicas, agenda, filmadora, grabadora, reproductora de mp3 y de su voz también.
Dada la circunstancia de que ahora se veía obligado a usar únicamente como reproductor de voz, Lucas tuvo que vaciar el sinfín de cosas multimedia que había almacenado allí convirtiendo su celular en su propio identikit y que debió despejar para poder ser oído en forma más clara ante la falta de memoria suficiente. Una tarea titánica la de drenar ese pantano tecnológico.
Salió corriendo de la agencia. Necesitaba ayuda técnica y médica. El ruido de la calle le pareció más ensordecedor. Al ver una alcantarilla abierta se sobresaltó, agarró su celular y se lo guardó en el bolsillo, ya empezaba a cuidarse, doble atención durante el camino para que no se le cayera por allí el aparato, ahora más importante que nunca.
Entró en la farmacia más cercana y compró un grupo de medicamentos. Probó jarabes, miel, caramelos para la garganta, todo lo que hiciera falta pero ni combinándolos lograba palabras sanas o audibles por sí mismas sin tener que depender del celular.
Lucas no podía recuperar su voz. Debía cambiarle la carga al aparato, renovar baterías porque hacía días que no lo recargaba y comprar tarjetas para mantener vigente el uso de la línea o se quedaría mudo. Más y más carga, de lo contrario no podría darse a entender en su competitivo rubro.
Fue al médico, quien más apurado en verle que en cobrarle tratándose del extraño caso, le recibió enseguida. Sorprendido ante el insólito caso sugirió rayos x, y análisis de esto y aquello para ver si era operable haciendo también una revisión del celular para posible trasplante, pero esto no era factible. Eran partes unidas por el uso pero no lo estaban orgánicamente, más bien por la vibración sonora. El aparato celular respondía por impulso. ¿Cómo operar algo así? El médico le deseó pronta recuperación, sin avizorar siquiera cómo lograrlo, y en caso de que este síntoma de clonsonante persista le sugirió que se presente en el XII Congreso de Médicos que se realizará en la capital el próximo mes. No obstante, esto último le pareció a Lucas una invitación no para la cura sino para una feria de excentricidades sin tratamientos medicinales.
En lo único que el doctor se mostró de acuerdo fue cuando Lucas mencionó que en la agencia le habían puesto el mote de Clonsonante. Del megáfono del abuelo al microchip para hablar achicado. El celular llega más lejos para evitar acercamientos, se dice más significando menos. Una tarjeta virtual llevada al límite, como el saldo a punto de expirar.
Su voz había sido instrumentada. Y si el celular filtraba su voz, la procesaba, ¿podría también censurarla? Ya había logrado celularla, por decirlo de algún modo, nada impediría que llegase a censurarla. ¿Por qué no podría censurarla? Dependería sólo de un botón, y en estos aparatos qué es un botón más, ese era su temor. Evitaba poner el tema en abierta discusión, o sea, vía comunidad celular, para no sufrir una técnica represión.
Podía imaginarse ese texto de desconexión en la pantalla del celular como si fuera un puñetazo en su garganta. El aparato se tomó más tiempo para registrar sus cuerdas vocales que Lucas revisando su celular.
Lo más grave de todo era cuando le llegaban mensajes de texto, los textos eran tan abreviados como disparatados, eran tan frecuentes que lastimaban su silenciada garganta al vibrar al mismo tiempo que el celular. Esa agitación de coctelera le resultaba insoportable y le hizo a Lucas desactivar la función de mensajes de texto, ya harto de estupideces como el último mensaje anónimo que le llegó a su pantalla colorida: ¿Alfa cuándo pensás seguir con esta jugabeta?
Desesperado, Lucas fue a la empresa proveedora de ese servicio de línea celular, allí sí lo tuvieron en sillón de espera, a pesar de su queja angustiosa entre los estertores de la batería dentro del aparato. Su presencia generó revuelo. El comité se reunió en asamblea extraordinaria y después le hicieron pasar a una sala de reparaciones. Revisaron todas las partes del celular, mas nada supieron hacer los técnicos e ingenieros. Lo que le aconteció a su voz y al celular era un percance inédito, una rareza. Esto transformaba a Lucas en rara avis, pero sin alas.
Los directivos de la empresa se limitaron a deslindar responsabilidades con el usuario, declararon que estas cosas no están previstas en el contrato y apenas se dignaron en recomendarle que haga espacio en su celular borrando lo innecesario para contar con más gamas vocales y no sonar tan robotizado, según expresión del gerente.
Lucas se propuso elaborar una encuesta de quejas, encabezada por él mismo, contra la empresa. Aquí se ordenaban las encuestas como quien ordena una pizza con sus ingredientes favoritos, cuando el momento sociopolítico así lo requiera, sobre pedido… ¿pero cómo pagarse esa encuesta? ¿Con un escándalo? Algo de rédito podía venir con eso, pensó. Por lo menos para costearse la gran demanda que pensaba plantearles exigiendo la restitución de la cosa si es que así podría caratularse el expediente de reclamo de su voz y la correspondiente indemnización.
Se decidió a demandar a la empresa proveedora, no sin antes amenazar que primero iría a la prensa, para que lo sepan todos, quemaría su nombre y toda la clientela huiría despavorida ante este problema sensorial. Lucas intuía también que podría equivocarse mucho con esta apreciación pues el ávido público consumidor podía optar por este raro sistema, sólo por probar dicha modalidad.
Lucas sabía de las mañas de la publicidad que canalizaría esto, que para él era una desgracia, en una novedosa campaña de marketing. Su celular se había convertido en una nueva plataforma de sonido. Y eso que era un celular mau, comprado en algún local experto en truchadas. Se imaginó como un demente cargando desesperadamente tarjetas, baterías y saldo, pero cuando el aparato celular deje de funcionar, tarde o temprano, caería en la mudez absoluta. El chip lo poseía.
¿Ahora quién pertenecía a quién? Parecía ya alguna frase sentenciosa en algún cuento de ciencia ficción: vendrá un tiempo en el cual no sabrás quién vino primero: los hombres o las máquinas. Lucas estaba enfadado y al borde de un ataque de pánico. A todos los directivos les gritó con su celular en mano si podían imaginarse lo que representaba esta desgracia, condenando el resto de su vida a comprar cargas, saldos y baterías para celular y todo apenas para evitar quedarse sin voz.
Era un presupuesto enorme usar el artefacto en cuestión cada vez que quería hablar. Un suplicio. Sin interconexión era la mudez total. Se disponía Lucas a elaborar allí mismo la nota, citando los hechos y testigos, aprestándose para irrumpir en la sala de clientes de la empresa telefónica para anunciar inmediatamente este caso para repartir masivamente su testimonio a las radios, diarios y canales de televisión.
Pero entonces el gerente sacó una chequera dorada de su escritorio y una lapicera plateada del bolsillo de su saco para abonarle una fuerte suma a modo compensatorio contando con el mutuo silencio como garante solidario, a fin de que Lucas tenga un sólido ingreso de dinero y también con saldo ilimitado, con permanente servicio gratuito, una gentileza de la empresa.
Lucas cambió de expresión, al ver el monto tentador sonrió, le pareció razonable, era aborrecible por un lado pero cotizable por el otro, se decía a sí mismo. Igual aceptó. Ahora él andaría por allí como rareza, lucrativa al fin, dando extraña promoción a este peculiar caso. Empezó a concebir que la persona que se oye para adentro está desfasada, oldfashioned, le falta el next step, no se ha downloadeado lo suficiente aunque ande bajoneado.
Sin mayores dramas, antes de tener que alzar la voz, le llegaban nuevos saludos desde la billetera. El hombre en cuya voz estaba el cartel invisible, sólo audible a través del aparato, ya no era un caso disonante porque tenían que ponerse de acuerdo el celular y la persona, por lo tanto era un complemento armonioso, como las consonantes que solamente pueden pronunciarse combinadas con una vocal.
Lucas Aguirre se sentía el único ser en consonancia con los avances del futuro tecnológico, un adelantado, un heraldo.
__________
* José Pérez Reyes (Asunción, 1972) es escritor, abogado y profesor universitario. Publicaciones: A «Ladrillos del Tiempo» (2002), que contenía cuentos del período 1990-2000, le siguió la inclusión de «Ese laberinto llamado ciudad» en la antología publicada en Colombia por el Convenio Andrés Bello al participar en el III Encuentro de Nuevos Narradores de América Latina y España en el 2003. Dentro del marco de actividades de Bogotá, Capital Mundial del Libro 2007, con el certamen cultural británico Hay Festival, es elegido por el jurado de Bogotá39 como uno de los escritores menores de 39 años más destacados de América Latina. También en el 2007 es incluido en la «Antología de cuento latinoamericano» de Ediciones B. Luego publica el libro «Clonsonante» (Arandurá Editorial). Sus cuentos fueron incluidos en antologías internacionales (Colombia, México, Cuba, Argentina, Chile, Portugal y España). En el 2009 integra la antología de «Nueve cuentos nuevos»(Alfaguara) así como también «El Libro del Voyeur» (Ediciones del viento, España 2010). Algunos de sus cuentos son traducidos al inglés y publicados en Words Without Borders, en el 2011. En el 2012 publicó su nueva obra titulada «Asuncenarios». (Editorial Arandurá, 2012). Blog: www.joseperezreyes.blogspot.com
El presente cuento hace parte de su libro Clonsonante, publicado en 2007, por la editorial Arandurá.
Los felicito por publicar autores contemporaneos, talentosos y creativos como José Pérez Reyes.
Soy admiradora de este joven paraguayo. Saludos.