Escritor del Mes Cronopio

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Amirante arango

TRAS LA HUELLA DEL ALMIRANTE

Por Hernando de la Rosa Anaya*

“Acabo de leer los originales de este libro, con el interés apasionado de quien devora una novela de misterio, y al cerrar la última página he vuelto a sentir lo mismo que sentí cuando estaban ocurriendo los hechos relacionados con el almirante Arango Bacci: indignación y espanto, el horror de descubrir las maquinaciones en que es capaz de hundirse la mala índole humana, pero, al mismo tiempo, la inmensa alegría de saber que una luz de esperanza titila en la justicia y el periodismo.


Durante el terrible proceso que padeció el almirante, tuve muchas emociones encontradas. Llegué a pensar que si esa es la catadura de nuestros fiscales y de nuestros comandantes, los hombres encargados de protegernos, aquellos a quienes la sociedad ha confiado sus armas y la guarda de sus leyes, había llegado la hora de liquidar lo que nos quedaba de país. Pero después, con el fallo de la Corte Suprema de Justicia, Dios sabe que me invadió un sentimiento de sosiego al ver que sí hay guardianes en la heredad. Que no se ha perdido todo.

Este libro de Hernando de la Rosa, escrito a la mejor manera de los grandes reportajes, con los nervios templados de un periodista, demuestra lo que sospechábamos: que en la trapisonda contra Arango Bacci hubo demasiados villanos y pocos héroes. Entre estos últimos, el más sobresaliente no fue él mismo, ni sus abogados, sino su mujer.

Lástima que Jorge Luis Borges ya no esté con nosotros. Me hubiera gustado proponerle que incluyera este episodio en lo que él llamaba «historia universal de la infamia”.

Juan Gossaín

INTRODUCCIÓN

Conocí a Gabriel Arango Bacci hace muchos años en Barranquilla, capital del Departamento del Atlántico, cuando él era estudiante del colegio Biffi y yo del colegio Colón. Aun cuando no éramos amigos, sabía de su familia materna porque conmigo habían estudiado, en los lejanos años de la primaria, algunos descendientes de italianos que residían en nuestra ciudad, con los que teníamos relaciones comunes.

Tropezamos en el año 2002, cuando él fue designado Director de la Escuela de Suboficiales ARC Barranquilla, acercamiento que se dio en una de esas conmemoraciones patrias en la Plaza de la Paz, por intermedio de nuestro amigo, el Comandante de la Segunda Brigada, Brigadier General (R.) Gabriel Ramón Díaz Ortiz. Mi mejor reminiscencia de ese encuentro en donde confluían las distintas bandas de guerra de las Fuerzas Militares y de Policía, fue cuando le dije al entonces Capitán de Navío: «La marcialidad de ese paso de ganso tan vistoso de la Base Naval, me hace rememorar alguna vida anterior en Prusia».

Supe posteriormente de Gabriel cuando la vorágine de los acontecimientos en que fue implicado, amenazaba con confinar su carrera, su honor y su familia, en las más profundas vergüenzas que un ser humano puede penar.

Cuando ya gozaba de libertad y su nombre iniciaba ese lento proceso al que los inocentes se ven avocados cuando el sol de la justicia humana brilla con absoluta luminosidad, nos citamos en un restaurante de la Ciudad Heroica, donde me expuso la idea de un libro que sirviera no solamente para narrar todo lo que le había tocado vivir desde que fue retirado de la Armada hasta cuando la Corte Suprema lo absolvió. «Es un testimonio que pretendo dejar para todos aquellos que dan comienzo a su carrera de hombres de mar, ya sea como Oficiales, Suboficiales o Infantes de Marina que, imbuidos del deseo de servirle a nuestra Nación, eventualmente pudieren caer, por malquerencias, en los linderos de la infamación», me dijo.

La sorpresa mayor la constituyó el que, en un tono coloquial, me dijera: «Nando, es mi deseo que tú escribas ese libro», una inesperada labor que con todo y la responsabilidad que encarnaba, constituía una altísima honra.

He llevado a cabo esa encomienda, más que buscando méritos como el escritor que no soy, solo con el deseo de que la vida que siempre ha recorrido con dignidad y pundonor el Contralmirante Gabriel Ernesto Arango Bacci sea conocida por toda Colombia, y que quienes pretendieron hacer noticia con una calumnia, al igual que los ineptos Comandantes fracasados, terminen embarrancados en su propia obra.

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El relato constituye un homenaje a Catalina Jiménez Isaza de Arango, quien supo sobrellevar con altura y con el férreo temperamento de la mujer paisa, todos los embates de tan agresivo propósito, modo de actuar que les traspasó a sus hijos Nicolás y Alejandro, mostrando mucha fortaleza cuando escondía furtivas lágrimas para disimular sus tribulaciones ante la inocente Camila, reservándose únicamente para ella y su agobiado espíritu la verdad de lo que acontecía.

Gabriel Arango Bacci, nacido en Barranquilla el 1 de enero de 1953, había iniciado su carrera militar en la entonces denominada Escuela Naval de Cadetes, en Cartagena, en enero de 1971 y durante los 36 años que duró la misma, se distinguió por su gran capacidad de liderazgo, por sus amplios conocimientos de Ingeniería Naval y, especialmente, por actuaciones pulcras y transparentes, comportamiento que le permitió recibir el bastón de mando de Contralmirante de la República de Colombia.

Sin embargo, una carrera marcada por innumerables éxitos habría de terminar abruptamente cuando, siendo Ministro de Defensa Juan Manuel Santos Calderón y Comandante de la Armada Nacional Guillermo Barrera Hurtado, el gobierno que presidía Álvaro Uribe Vélez lo llamó a calificar servicios el 22 de junio de 2007.

Lo sucedido, una sorpresa para Arango que después se convertiría en una desgracia para él, su familia y sus amistades verdaderas, tuvo no una sino muchas causas, y en esta narración se describirán y presentarán los resultados de las indagaciones desarrolladas durante el proceso y los obtenidos por el autor y un grupo de investigadores calificados que hurgaron mas allá de lo conocido por los abogados.

Se tomaron declaraciones a personas de dentro y fuera de la Armada Nacional, como también se escucharon las opiniones y comentarios de todos aquellos que, o bien sirvieron bajo las órdenes de Arango o fueron sus superiores. Por razones obvias, algunos de esos nombres se mantendrán bajo reserva. Estos testimonios, a diferencia de los presentados por un Fiscal interesado en condenar a un inocente, o los de Altos Oficiales que se amangualaron con el que ocupaba el más alto cargo en la Institución Naval —a quien hubo que refrescarle la memoria en pleno proceso con grabaciones contundentes que desmentían las versiones que su «olvidadiza» memoria tenia archivadas— sí se ajustan a la verdad de los hechos.

El inevitable mejor destino del Contralmirante injustamente acusado, con su muy probable designación en un futuro no muy lejano como Comandante de la Armada, generaba excesivas preocupaciones y celos tanto entre quienes pronto saldrían por periodo cumplido, como entre aquellos que también aspiraban a ese cargo por antigüedad y rango.

Adicionalmente, Arango Bacci había culminado con éxito la Dirección de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Cartagena donde había sido nombrado por el Primer Mandatario de la Nación. La manera atinada y eficaz como condujo todo el proceso de este evento disparó su imagen y lo mostró ante la Nación Colombiana como un Oficial Naval con capacidades ejecutivas que, unidas a su gran preparación académica, había hecho patentes cuando se desempeñó como Director de la ahora denominada Escuela Naval Almirante Padilla, en Cartagena.

En «TRAS LA HUELLA DEL ALMIRANTE» encontrarán los lectores toda clase de truculentos personajes: unos, artífices de la trama y el complot, y otros, cómplices con falsas y mentirosas declaraciones que una a una fueron derrumbándose cuando, mediante los alegatos contundentes del jurista Jaime Granados Peña y sus abogados asistentes y mediante una obra maestra de conocimiento del Derecho, se demostró la falsedad de las imputaciones.

Un siglo atrás, el Oficial francés Alfred Dreyfus había sido acusado y condenado por un tribunal de París mediante pruebas falsas y estudios grafológicos amañados presentados por quienes, movidos por la envidia y el odio que despertaban sus eficientes actuaciones, consiguieron un fallo parcializado e injusto. Eso motivó al conocido periodista y escritor Émile Zola a interesarse en el juicio y a publicar, entre diciembre de 1890 y diciembre de 1897, una serie de artículos sobre el caso, el último de los cuales fue el célebre «YO ACUSO», carta abierta dirigida a Félix Faure, Presidente de la República Francesa.

El paralelismo entre ambos casos salta a la vista, y así como el oficial francés fue rehabilitado años después de haber sido condenado, el Alto Oficial colombiano también fue absuelto por nuestro más alto Tribunal de la Justicia.
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No obstante, aunque la existencia de un complot —o conspiración, como la califica el autor— no pudo ser demostrada ante el Alto Tribunal, sí es dable calificar como sospechosas ciertas circunstancias «dentro del trámite dado al asunto por los funcionarios de la Armada Nacional».

Muchas eran las razones que tenían quienes incurrieron en flagrantes irregularidades que incluyen probables delitos, para truncar la carrera militar de Arango Bacci. La admiración que le profesaba hasta ese momento el entonces Presidente —y la eventualidad de una «barrida» en los Altos Mandos del Arma, cosa muy común en el «Comandante en Jefe» de entonces— para ascender al predestinado de turno, los obligaba a hacer cualquier cosa con tal de impedirlo.

Consideración aparte merecen en la obra tanto los padecimientos de Catalina Jiménez Isaza de Arango, la digna cónyuge que tuvo que asumir temporalmente el papel paterno con firmeza y carácter; como el dolor que tuvieron que sobrellevar los jóvenes Nicolás y Alejandro, dos de los hijos del matrimonio Arango–Jiménez, a quienes en plena juventud les tocó afrontar una de las etapas más tristes de su vida. Para su propia fortuna, Camila, la hermosa niña que había vuelto alegrar el hogar hacía escasos cinco años, pese a su inteligencia precoz, nunca vislumbró el drama familiar.

La Armada Nacional como institución nunca actuó como tal, solo algunos pocos desviados integrantes de ella mancillaron su nombre y violaron el juramento que hicieron al iniciar su carrera.

La marina colombiana, cuyas normas y muchos de sus procedimientos provienen de las Armadas Británica y Alemana, desde sus orígenes que se remontan a la etapa independista de nuestra Nación y luego a partir del año de 1.935, cuando en firme comenzó su camino a través de nuestros mares y ríos, se ha caracterizado por su pulcra conducta y los oficiales y suboficiales que a ella pertenecen o han pertenecido son ejemplo de rectitud y buen proceder. La gran mayoría de ellos se han mantenido fieles a los valores que en sus Escuelas aprendieron y salvo los escasos badulaques que han manchado su nombre, sigue siendo orgullo de Colombia.

En la cuestión Dreyfus, algunos de los involucrados en la maquinación terminaron suicidándose. Lo que se pretende con este libro no es que quienes urdieron tan infame maquinación contra Arango Bacci hagan lo mismo, pero sí que le respondan a la sociedad colombiana por su miserable comportamiento.

La frase de Vicente, el personaje de «Justos por Pecadores», la excelente obra de Fernando Quiroz, «lo que encontré, superaba con creces todas las canalladas que hubiera podido imaginar», es la mejor conclusión a la que llegué cuando terminé las investigaciones que soportan el libro.

Mi intención al abordar esta obra ha sido la de presentar de la manera más imparcial posible los resultados de mis averiguaciones sobre el caso, procurando ceñirme tanto a la verdad procesal y a la verdad verdadera de que hablan los tratadistas del Derecho. El drama vivido por el Contralmirante Arango y su familia produce emociones intensas, las cuales, sin embargo, no influyeron en mi pensamiento para así poder presentar con total imparcialidad el fruto de esta investigación que asumí con total seriedad.

Hernando de la Rosa Anaya, Mayo de 2011.

COMIENZA LA TRAMA

Concluida la reunión con el Ministro de Defensa muy tarde en la noche, el Almirante Barrera le pidió al Contralmirante que no se fuera, que tenía que charlar con él.
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«No le di mayor trascendencia a esa petición pues lo asocié con algo relacionado con la labor que venía desempeñando en la presidencia de Cotecmar. Pasados unos minutos, entré a un salón en donde con sorpresa y extrañeza me encontré con los Almirantes más antiguos y, en el medio de ellos, el Comandante Barrera Hurtado. Como único saludo se limitó a comunicarme que a partir de la fecha, yo debía salir a vacaciones y pasaba a retiro. El ambiente era tenso. Los Almirantes no musitaron palabra alguna y me limité a preguntarle al Comandante, con mi espíritu en ese momento completamente encogido, el por qué de esa decisión. Su única respuesta fue: ‘por decisión del Gobierno y del Alto mando’», recuerda Arango.

Ante el momento tan sorpresivo e inesperado como también impactante para quien había salido de Cartagena a lo que creía era una reunión rutinaria que trataría sobre temas relacionados con la Institución a su cargo, lo único que Arango atinó a decir fue: «Como no hay mas nada que hablar, me retiro».

Sin duda alguna, ese «encogimiento del espíritu» que turbó al competente Oficial Naval, era justificado. Su carrera había sido un cúmulo de éxitos, realizaciones y condecoraciones nacionales y extranjeras que confirmaban que no era un militar cualquiera. Tenía, por añadidura, algo poco común entre quienes hacen parte de la Fuerza Pública, como lo es el afecto y el cariño de algunos Superiores y de la totalidad de subalternos, incluyendo Oficiales, Sub Oficiales, Infantes de Marina y los no uniformados o civiles que laboraban en la Armada. No era catalogado como «tropero» o como alguien que daba mal trato a subalternos en grado, sino que, por el contrario, su carisma le abría las puertas de los corazones de las personas con quienes trataba.

El brillante Oficial, con ascendientes como el Almirante peruano Grau Seminario y el artillero italiano Bacci, excelsos hombres que escogieron como modo de vida la carrera militar, teniendo un futuro hasta ese momento lleno de promisorias expectativas, era despedido en forma abrupta y poco elegante de la Fuerza Naval que amaba y a la que había dedicado su vida, recibiendo una justificación tradicional en el medio militar como es la trillada frase «por decisión del Gobierno y del Alto Mando».

La cabeza de esa Arma, aquél que le había mostrado una cara amable y que parecía compartir con agrado todos los procederes de Arango Bacci al expresarle en reuniones Oficiales y privadas un fingido afecto, tuvo el cinismo de darle un efusivo saludo cuando se encontraron en un matrimonio en el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias, al mes de haber sido retirado.

El salvador de los juegos Centroamericanos y del Caribe en Cartagena, donde había sido nombrado en el momento más oportuno por decisión directa del propio Jefe del Estado colombiano, dadas las circunstancias por las que atravesaba la ejecución de las obras, era llamado a calificar servicios por la misma persona que meses atrás, según todo lo indica, había expresado: «Me agradaría tener al General Naranjo en la Dirección de la Policía y al Contralmirante Arango en la Armada».
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El Presidente hizo caso omiso de una hoja de vida limpia y excelsa que como militar no mostraba falta alguna si no, por el contrario, desempeños con resultados elogiados en su momento y ejecutorias tales como la tantas veces citada dirección de los Juegos, en las que demostró no solamente capacidad ejecutiva sino un manejo absolutamente transparente de los recursos administrados.

Todo Oficial de las Fuerzas Militares o de la Policía, cuando inicia su carrera en la escuela correspondiente, sabe que en cualquier momento puede atravesar situaciones como las que había tomado el Gobierno Nacional con Arango, y aunque el Contralmirante estaba preparado para el retiro, siempre pensó que lo haría en forma digna, mas no en las condiciones en las que se le había informado la decisión.

Por otra parte, la proximidad a un futuro ascenso a Vicealmirante, sumado al hecho de que solo meses atrás había sido elogiado por el Presidente por su gestión en los Juegos, así como el hecho de estar ejerciendo la presidencia del Astillero hacía breve tiempo, no le permitió intuir una baja del servicio activo en esas condiciones que, aunque podía acontecer en cualquier ocasión, era improbable. Esa misma noche, en unión de su amigo de toda la vida en el colegio y en la Armada, el ya retirado Capitán de Navío Jorge Manzanera Neumann, se dedicaron a analizar los posibles orígenes de tan desconcertante hecho, y por ninguna parte encontraron el más mínimo error humano en los comportamientos y procedimientos que, como militar, había tenido que enfrentar el despedido Arango Bacci.

«A la mañana siguiente regresé a Cartagena con el alma encogida, aunque previamente había informado a Catalina acerca de la decisión del Gobierno. Ella sintió la misma sorpresa que yo sentí y aunque no me lo manifestó, sé que ella sufrió el mismo dolor que yo sentía», relata el Contralmirante.

Informar del retiro a sus hijos varones, aunque fue también traumático, se efectuó de tal forma que ellos, jóvenes aún, entendieron sin mayores frustraciones que esa decisión formaba parte de la carrera de su padre.

«Camila, la niña de mis ojos, era muy pequeña para comprender mi abrupta salida de la Armada, razón por la cual decidimos no darle a ella algún tipo de información al respecto», dice Arango.

Cuando un militar pasa a retiro, aún con relativa juventud como era el caso de Arango Bacci, debe enfrentar una situación difícil ya que debe adaptarse a un mundo en el cual cambian sustancialmente sus actividades y, además, debe encontrar un medio laboral que le permita seguir activo, pero en otro campo.

Como era apenas natural, el Contralmirante comenzó a hacer los trámites relativos al pago de su liquidación y demás prestaciones sociales de ley, y a reunir los documentos necesarios para que ello saliera lo más pronto posible. Paralelamente, debía conseguir alojamiento para su esposa, sus tres hijos y Amparo, la fiel nana que los había acompañado durante muchos años.

Como Arango vivía en un apartamento arrendado por la empresa Cotecmar, en el cual, como es costumbre mientras duran los procesos de calificación de servicios, podría permanecer durante tres meses después de su retiro de la Armada, la salida intempestiva se le convertía en un problema inmediato para la reubicación de su núcleo familiar. Inocentemente, sin saber lo que ocurría y conociendo que la Junta Directiva de la empresa estaba conformada por sus compañeros Almirantes y Oficiales, solicitó autorización para prolongar su estadía en la vivienda, pero con la mayor tristeza en el alma sólo recibió los apoyos de la Dra. Patricia Martínez, Rectora de la Universidad Tecnológica de Bolívar, del Contralmirante Daniel Iriarte, quien lo reemplazaría en Cotecmar, y del Capitán de Navío César Gómez. Todos los demás Almirantes y Secretarios respondieron negativamente.

En forma por demás inelegante, la Junta Directiva de la empresa, presidida por el inefable Guillermo Barrera Hurtado, le concedió un plazo muy breve para el trasteo, lo que motivó que Arango tuviera que mudarse precipitadamente a un apartamento prestado, de escasos 60 metros cuadrados en donde, apiñados en una alcoba y sala–comedor, residía toda la familia, incluyendo el noble Max, perro labrador cuya fidelidad y gratitud era más consecuente que la de algunos de sus compañeros, convertidos en arteros enemigos, humillante contraste para quien, sin mayores lujos pero si con digna comodidad, había vivido durante su paso por una de las Instituciones insignes de la República. «Aún me pregunto el por qué de esas actitudes de quienes eran mis compañeros de Insignia», dice Arango.
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La vivienda había sido facilitada por Antonio Rafael «Junior» Porras, empresario turístico radicado en Cartagena, incondicional amigo y compañero de andanzas juveniles desde los años en que el Contralmirante era Guardiamarina. «Estaba absolutamente persuadido que mi deber era acompañar en momentos tan tormentosos a Gabriel y su familia, por lo que no lo dudé un instante, y en unión de mi esposa Claudia Brasseur tomamos la decisión de que debíamos hacernos presentes en tan crucial etapa de su vida», expresa «Junior».

Mientras tanto, al oído de Arango, uno de los militares colombianos a quienes el presidente Álvaro Uribe Vélez en forma pomposa con frecuencia calificaba como «héroes de la patria», llegó el rumor de que el Comandante Barrera Hurtado manifestaba en privado que él [Arango Bacci] había sido llamado a calificar servicios por narcotráfico. El retiro por decisión del Gobierno y del Alto Mando de la Armada tomaba un nuevo rumbo.

«Ese rumor me congeló el alma causando en mí la mayor sorpresa pues, como es de suponer, el verme involucrado en algo que no había cometido ni que fue la razón que se me dio el 18 de junio de 2007 como motivo para llamarme a calificar servicios, era un impacto aún más fuerte en mi ánimo. Hacía unos días había charlado telefónicamente con el Almirante Barrera Hurtado a quien amablemente había agradecido la confianza que en muchas ocasiones había depositado en mí y quién, de manera recíproca, me expresó, en nombre de la Armada y el suyo propio, los agradecimientos por los servicios prestados», relata el Contralmirante.

Lo que no supuso Arango Bacci, un hombre de bien que siempre espera una respuesta equitativa en todas sus acciones para con los demás, tratándoles de la misma forma en la que espera ser tratado, era que su antiguo superior jerárquico se guardaba una información calumniosa que había llegado a sus manos meses antes. Actuaba el Alto Oficial con la doble faz propia de quienes dan un abrazo amistoso con un puñal oculto.

Estando a la espera del pago de su liquidación, cuyo proceso iba más lento de lo normal, pero que jamás pensó que hacía parte de toda la maraña de intrigas en que se había convertido su caso, durante una reunión con el Almirante Mauricio Soto Gómez, que se había retirado como Comandante de la Armada hacía poco tiempo, éste le comunicó que su sucesor [Barrera] le había comentado que su paso al retiro era por vínculos con el narcotráfico.

«Proviniendo esa noticia de uno de los Oficiales cuya credibilidad es una de las más altas que he conocido y quien siempre me distinguió con su apoyo y confianza, tomé la decisión de pedirle audiencias al Ministro Santos Calderón y al Comandante de la Armada», nos dice Arango.

Era el camino apenas lógico que tenía que tomar el disgustado y atónito Arango Bacci, puesto que lo que consideró un rumor se había convertido, dada la calidad del informante, en algo más que un chisme.
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En forma inexplicable, el jefe de la Cartera de Defensa no atendió la solicitud de audiencia, expresando como argumento que «el Ministro no puede darle citas a todos los militares que pasan a la reserva».

La incomprensible e inaudita respuesta de quien hoy, al momento de escribir estas líneas, como Presidente de la República es el Comandante Supremo de las Fuerzas Militares colombianas, dada en ese momento a un Oficial de alto rango que durante más de 36 años, como miembro de la Fuerza Pública, había servido con honor y lujo de competencia tanto a la Institución como al país, era insensible y poco amable; demostración inequívoca del temperamento frío y calculador de aquél que aún en la política aplica el mismo sentido de la estrategia que lo ha convertido en un gran jugador de póker.

Por su parte, el Almirante Barrera Hurtado, después de haber dilatado durante algún tiempo la atención de la cita solicitada por el destituido Oficial, decidió finalmente encontrarse con él en la Base Naval de Cartagena.

Así lo recuerda el Contralmirante: «El día lunes 23 de julio de 2007 a las 6 de la tarde, muy puntual, me presenté a la Cámara de Oficiales de la Base Naval, encontrándome de súbito con el Vicealmirante Jaime Parra, Inspector de la Armada, quien me manifestó que el Almirante Barrera le había ordenado tomar el primer avión a Cartagena, lo que me puso a cavilar sobre las razones de su presencia en la reunión. Mi antiguo jefe me demostraba algo característico en él, como era que a reuniones en donde se trataban temas delicados nunca asistía solo, así tuviera que tratar el respectivo caso con el responsable de determinada área».

De la misma manera como había sucedido en el Club de Oficiales de la FAC (Fuerza Aérea Colombiana), sucedía otra vez en Cartagena. La extraña personalidad del Almirante Barrera, entre rezandera y totalitaria, le hacía sospechar a Arango que algún tipo de prevención o temor le asistía cuando, para tal efecto, había hecho venir desde Bogotá a un Alto Oficial cuyo cargo le debía exigir obligaciones diferentes a la de acompañarlos en esa reunión.

Fue un encuentro en el que Arango Bacci inició la charla expresándole al Almirante Barrera que la conversación iba a ser muy breve y, por lo tanto, lo que trataría sería igualmente corto. «Señor Almirante: le solicito que me informe si hay algún indicio o investigación en mi contra por algo de narcotráfico», fue su pregunta.

Su antiguo Comandante, en forma amable, le respondió: «No, Gabriel, no hay nada en contra suya. Usted sabe que nuestra carrera es así y que tarde o temprano debemos pasar a retiro».

«Le manifesté que me preocupaba que el Almirante Mauricio Soto me había comentado que había sido informado que yo había salido por narcotráfico, a lo que me respondió: ‘Pregúntele al Almirante Soto quién le dijo eso’. Salí un poco más tranquilo de la reunión ya que el mismo Comandante de la Armada me confirmaba que mi retiro no era consecuencia de hechos ilegales cometidos por mi, como se rumoraba».

Mucho más adelante, cuando el escándalo afloró ante la opinión pública con el tema de «la huella», el acusado tuvo conocimiento que desde el mes de marzo de 2007, Barrera tenía en su poder la fotocopia de un falso recibo sobre el cual habían hecho un fotomontaje con la huella dactilar de Arango.

Barrera había sido quien le había informado a Soto que Arango había sido retirado por narcotráfico. Al negarlo ante la pregunta directa de Arango Bacci, el Almirante Barrera mintió —como lo haría muchas veces más— si tenemos en cuenta el mes en que recibió el documento apócrifo, la fecha del retiro de Arango, la fecha del envío del documento falso a la Fiscalía y la fecha de la breve reunión en Cartagena.

Otros hechos paralelos se venían desarrollando en lo que tiene que ver con el pago de la liquidación de las cesantías a que tenía derecho Arango Bacci: Un trámite que por lo general dura pocas semanas se acercaba a los cuatro meses, lo cual, como es de suponer, dificultaba la estabilidad económica familiar.

El Decreto que reconocía el pago incluía también, por el mismo concepto, a otros Oficiales que habían pasado a la Reserva, los cuales igualmente presionaban para recibir prontamente su pago.
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La única explicación que por la injustificada demora en el trámite podía dar el Capitán de Navío Jefferson Peña era que «el decreto está en el escritorio del Sr. Almirante Barrera Hurtado a la espera de su firma». Sin duda estaba sucediendo algo poco común, pues en el estamento militar, los procesos para este tipo de casos son ágiles y efectivos. De ahí presumimos que el tiempo que dedicaba Barrera a las extensas charlas que sobre Moral y Religión les daba a las jóvenes Oficiales de la Armada, era más importante que cumplir con su deber de autorizar oportunamente unos merecidos pagos por servicios prestados.

Cuando los Oficiales distintos al barranquillero instauraron unos derechos de petición exigiendo el reconocimiento y pago de un derecho adquirido, el Capitán Peña se vio precisado a sugerirle a Barrera, cabeza de la Institución Naval, que había que firmar el Decreto de inmediato, acorde con la solicitud presentada.

Por impedimento legal, la liquidación del Contralmirante Arango Bacci, no podía ser trasladada a otro Decreto con la intención de autorizar únicamente la de los peticionarios. Fue esa la circunstancia que obligó al Almirante Barrera a firmar el Decreto. Al no tener otra opción, tuvo que ordenar que finalmente le fueran pagadas la liquidación y demás prestaciones de Ley al protagonista de esta obra.

Habiendo vivido siempre de su sueldo de Oficial de la Armada, Arango Bacci entraría a depender de una pensión de jubilación de lo que quedara disponible en la mencionada liquidación, una vez atendidos compromisos anteriormente adquiridos. En la mente del matrimonio Arango Jiménez había confianza en que la hoja de vida de la cabeza familiar y su buen nombre le abrirían puertas en el campo en que éste domina y tiene mayores conocimientos y experiencia: la Ingeniería.

La decisión de llamarlo a calificar servicios fue el primer paso de la imbecilidad cometida por unos cuantos, que luego se convertiría en una perversa trama encaminada a destruir, como fuera, no solamente la carrera profesional de Arango, sino también a su familia. Podría decirse que, pese a que hacen alarde de una profunda fe católica y en ocasiones han asumido actitudes fundamentalistas, las mentes que siendo desleales con sus propias convicciones echaron mano de ruines procedimientos para proceder a armar todo un tinglado de infamias, actuaron como Mefistófeles, en forma calculada, planificando paso a paso las jugadas a realizar, como en un juego de ajedrez, en donde estaban todas las fichas, desde un rey hasta un peón que, sin la mínima vergüenza y con la esperanza de ser recompensado en un futuro, se prestó a la maldad. Todos unidos en una complicidad conspirativa con la sola intención de hacerle daño a una persona.

Para entonces, los rumores de posibles nexos de Arango con el narcotráfico continuaban flotando en el ambiente. Sin embargo, la seguridad con que el Comandante de la Armada le había expresado que no había dudas ni investigaciones en su contra, tranquilizó el espíritu del destituido Contralmirante quien, a pesar de conocer el estilo sinuoso del hombre que de dientes para afuera recalcaba principios y valores, confiaba en que lo que se le había manifestado en Cartagena era verdad. Por encima de todo, acaso ingenuamente, suponía que su ex superior tenía por la palabra y por el honor militar, el respeto que se enseña en la Escuela Naval Almirante Padilla.

¡Cuán equivocado estaba!

No obstante, el hecho de que el Almirante Mauricio Soto, en quien tenía una fe y confianza totales porque su experiencia le había dado claras e indiscutibles pruebas de su honorabilidad y calidad de hombre de bien, le hubiera informado de lo que decía su sucesor Barrera (pero que éste negaba) , generaban en el hombre descendiente de tantos brillantes Oficiales de mar, algún tipo de prevención.

La situación económica no era la mejor. Un inmueble que había comprado siendo soltero estaba ocupado aún por unos arrendatarios, por lo que debía seguir viviendo en la forma estrecha en que lo venía haciendo desde cuando la ingratitud humana y la sevicia de algunos de quienes fueron sus compañeros de Armas le habían obligado a salir del sitio donde vivía con algunas comodidades. Para su espíritu solo existía el deber de prodigarle a su fiel y solidaria esposa y a sus hijos un futuro digno.
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Para Alejandro, el menor de los hijos varones, de temperamento hiperactivo, de gran sensibilidad, con una gran simpatía personal y tan sociable como el papá,el hecho de que éste pasara a la reserva fue una sorpresa. «Nunca había oído a mi papá hablar de retiro. Al día siguiente del viaje de él a Bogotá a la reunión con Santos y Barrera, yo debía presentar una carta al colegio donde estudiaba, informando que siendo la sede administrativa de Cotecmar la ciudad de Bogotá, muy probablemente toda la familia tendría que trasladarse a la capital.»

Cuando recibió la llamada diciéndole que no entregara esa comunicación debido a lo que había decidido el Gobierno Nacional, sintió que el mundo se le vino encima. «Fueron varios días sin dormir, sin poder concentrarme en mis estudios, lo cual era muy difícil sabiendo que mi papá, aunque exteriorizando tranquilidad y dándonos ánimo, debía estar muy dolido en su interior.»

Dentro de esa situación crítica, salen a relucir en muchas ocasiones al interior de una familia sentimientos de solidaridad y de unidad que fortalecen los lazos afectivos. Fue el caso de los Arango Jiménez, que por el hecho de estar residiendo en un apartamento de tan poca área, debían todos dormir juntos, perro incluido. Sintieron entonces que era necesario fortalecer la unidad familiar.

«Día a día fui superando el impacto de la noticia y en eso me ayudó mucho el entorno familiar. También me ayudó enormemente la manera como fui rodeado tanto por mis profesores del colegio, especialmente Tilson Medina y Giovanni Mafiol, así como por mis compañeros de clase y mis amigos de siempre, quienes se mantuvieron a mi lado. Eso me ayudó a tomar la decisión de no aislarme y de seguir con una vida social activa y con mucha consagración en mis estudios, pues estaba próximo a graduarme como bachiller.»

Aun cuando Alejandro expresa que nunca planeó su vida con su papá fuera del servicio activo porque nunca escuchó de él un plan por fuera de la Institución, recuerda que en el mes de febrero del año 2007, época en que se celebraban los famosos carnavales de Barranquilla, y con ocasión de una visita que le hicieron a su abuela Beatriz, al regreso a Cartagena observó a su progenitor estresado, algo que por lo general no era típico en él. «Lo observé con cara de aburrido», añade. Fue después de una reunión que, según el joven, había tenido su padre con quien había sido su segundo en la Escuela Naval.

Por su parte, Catalina, con ese instinto casi sabio que tienen las esposas, presentía que algo estaba sucediendo desde hacía varios meses, pues si bien es cierto que el Contralmirante seguía actuando como es tradicional en él, jovial y afectuoso, algunas situaciones que le correspondió vivir le hacían presentir que el ambiente no era el de total afabilidad en los círculos en que ellos se movían dentro de la Armada.

En el mundo de los militares no hay duda de que las rivalidades en la medida en que se va ascendiendo no solamente se presentan entre los aspirantes a un grado superior, sino que trascienden también a sus esposas. Es costumbre que haya una camaradería entre compañeros de curso y muchos nexos de amistad persisten hasta el final de las carreras, pero también es un hecho que inquinas, odios y rencores, pese a que son escasos, también pueden aparecer en el terreno de las cónyuges.

«La vida militar de Gabriel, siempre fue exitosa y ello se debe no solamente a sus ejecutorias en los grados que tuvo y en los cargos que desempeñó sino porque él siempre fue amigo de todos. Su principal fortaleza ha sido su condición humana y ella la desplegó fundamentalmente cuando fue director de la Escuela de Suboficiales y luego en la Escuela Almirante Padilla», expresa Catalina.

Muchos de los Oficiales de la Armada que son oriundos del interior del país, contraen matrimonio con costeñas, esto es, jóvenes de la costa caribe. (Como dato curioso, los habitantes de la costa pacífica colombiana no son tenidos como costeños). Es el caso del Almirante Barrera Hurtado, quien se casó con Ana María Piñeres, perteneciente a una prestante familia de la sociedad de Cartagena.

Gabriel Arango Bacci, barranquillero de nacimiento y Caribe de temperamento, lo hizo con una dama antioqueña cuya trayectoria familiar, unida a una personalidad amplia, de principios sólidos y convicción religiosa firme, la hacía actuar sin hipocresías, envidias, ambiciones desmedidas y, sobre todo, sin ninguna clase de complejos.

«A mi mente vinieron, durante las épocas posteriores al injusto retiro de Gabriel, algunos acontecimientos previos a ese hecho que me hacían pensar que definitivamente los humanos tenemos que andar con ojos y oídos prestos porque nunca sabemos en realidad en quién confiar». Para la abogada Jiménez de Arango, después del nombramiento de su esposo como presidente de los Astilleros de la Armada, cargo administrativo pero que no está dentro de la línea de mando de la Institución, el modo de vida de la familia en Cartagena, el carisma del Contralmirante y el respeto que inspiraba su figura, generaba, como todo lo indica, algún tipo de envidia.
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«En una oportunidad asistí a una cena en el apartamento de un Alto Oficial en la ciudad de Bogotá y lo que debía ser una reunión agradable y festiva se transformó en un ambiente tenso. Los asistentes se repartieron en dos grupos y se notaba que lo que menos había entre ellos era una relación interpersonal cercana. Al salir, le expresé a Gabriel que estas reuniones se volvían incómodas para algunos y que no parecía un grupo de camaradas sino de rivales.»

Catalina Jiménez Isaza es una mujer que soportó en forma discreta y con alto sentido del honor la forma como fue excluido su esposo de la Armada. Era la actitud anticipada a lo que, sin saberlo, sucedería después, como si presintiera que esas tempestades tenebrosas en el mar, que Gabriel le contaba que había tenido que afrontar en algunas de sus travesías marítimas, se trasladarían a la vida de su hogar.

Afortunadamente, con ese temple a toda prueba característico de la mujer que puede caminar con la frente en alto porque jamás ha sido marcada por la vergüenza del comportamiento deshonroso de padres que han mancillado el prestigio del hogar en que había nacido, como tampoco por señalamientos a miembros de su familia, nunca sintió marginación social alguna, lo que le permitió hacer frente a la imprevista situación con un escudo moral y una fortaleza de espíritu sólidamente afianzados.

Nicolás Arango, el primogénito de la familia, tiene un temperamento muy diferente al de su hermano Alejo. Alegre pero reservado, prudente en sus declaraciones y medido en sus reacciones, también sintió el impacto del imprevisto retiro del padre. Sin embargo, su comportamiento fue diferente al del segundo hijo de los Arango. Dice que nunca exteriorizó emociones como tampoco su espíritu parecía agobiado por lo que estaba sucediendo. Expresa que «muchas veces me dolía que interpretaran mal mis actitudes, pues estaba sufriendo igual que todos, pero sé que es difícil que muestre mis sentimientos». Aunque menos sociable que Alejandro, Nico, como le llaman cariñosamente, transmite a primera vista su condición de persona estructurada, que analiza los hechos con cabeza fría. En las charlas que el autor sostuvo con él comprobó que el amor que siente por sus padres y sus hermanos no genera duda alguna, solo que la manera de manifestar alegrías y tristezas son, como él mismo lo afirma, «más cerebrales».

Son muchas las expectativas que hay al interior de una carrera militar, especialmente por el lado de la Oficialidad, y más cuando ya se llega a la etapa de hacer parte del «Estado Mayor», sobre todo en el caso de Colombia, país que tiene un innegable conflicto interno de subversión, lo que obliga a asumir las responsabilidades y a dar los pasos que de ellas se derivan, con extraordinaria prudencia.

El estricto control y vigilancia que hoy día existe sobre las acciones de los militares colombianos, los obliga no solo a cuidarse de cualquier exceso en sus procederes sino a tener, tanto en lo público como en lo privado, un comportamiento humanitario y sin la menor tacha. Para subir en la escala militar no bastan un nivel académico excelente y unas ejecutorias brillantes, sino que la vida familiar debe ser inmaculada hasta el punto que para ascender al grado de Almirante o de General se investiga hasta el más mínimo detalle no solo de los aspirantes sino también de sus respectivas familias.

Todo eso lo cumplió a cabalidad Gabriel Arango Bacci. Su historial en la Armada, y el comportamiento de su esposa e hijos, no albergaban ni una sombra ni una tacha que fueran una limitante para sus ascensos.
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No siempre sucede lo mismo. Hay casos en los que, durante el transcurso de su carrera, un Oficial Naval es bajado de un barco por su Comandante, debido a actuaciones contrarias a las normas o por ineptitud. Así se vio precisado a hacerlo tiempo atrás el Capitán de Navío Ricardo Alvarado, con un Oficial que no daba la talla por su pésimo trato al personal subalterno. Mucho después, cuando ostentaba un Grado Superior, a ese mismo Oficial maltratador se le rebeló la tripulación del buque que comandaba, pero para suerte de él y sorpresa de muchos, siguió escalando grados, año tras año, seguramente por la gracia y protección del «Espíritu Santo» a quien se encomienda, según se comenta, en sus permanentes y piadosas oraciones, cumpliendo así con el conocido refrán popular: «el que peca y reza, empata».

Se sabe de casos de quienes, por ser hijos de Altos Oficiales, reciben becas que luego pierden por no pasar algunos exámenes que son requisitos exigibles: por ejemplo, abordar el velero Gloria para navegar en él. También se rumora insistentemente en los medios sociales cartageneros que algunos Oficiales ven limitadas sus aspiraciones de ocupar altos cargos porque, extraoficialmente, sus esposas «no dan la talla». Ni lo uno ni lo otro aparece en el curriculum de Gabriel Arango, cuyos ascensos siempre fueron consecuencia de su buen desempeño.

De otra parte, conviene anotar que hasta hace relativamente poco, los Oficiales Ingenieros y los Infantes de Marina estaban impedidos para llegar a ser Comandantes de la Armada. Unas normas obsoletas y sin sentido alguno se atravesaban en la justa aspiración de quienes habían ingresado a la Academia Naval, teniendo quizá como aspiración final ser Comandantes del Arma a la que pertenecían. Esa limitante era algo que se atravesaba en el camino de Gabriel Arango Bacci para ocupar algún día ese alto y honorífico puesto.

Para un Oficial competente como él, probado hasta la saciedad en su capacidad de mando y de conocimientos para dirigir la Institución, o para coordinar operaciones navales como las que le tocaron en la jefatura del Comando Específico en San Andrés, la norma era una piedra en el zapato que, sin embargo, dejaba dormir tranquilos a quienes lo consideraban una competencia.

El entonces Senador Jairo Clopatofsky, hijo de un distinguido Almirante Ingeniero Naval, que por esa limitante culminó tempranamente su carrera, propuso reformar la ley para que no solamente los encargados de las operaciones a bordo de los buques tuvieran la oportunidad de Comandar la Institución, sino que también los Ingenieros Navales y los Infantes de Marina, de acuerdo a su hoja de vida y recorrido institucional, fueran elegibles.

El proyecto que finalmente se convirtió en Ley de la República le despejaba el camino a Arango Bacci para la posibilidad muy lógica y justade aspirar a la Comandancia, pero para lograr el objetivo de prescindir de Arango, al Presidente Uribe presuntamente se le justificó la llamada a calificar servicios diciéndole que el Contralmirante ya había adquirido su derecho a pensión de jubilación.

La frase supuestamente pronunciada por Álvaro Uribe en el sentido de ver con buenos ojos a Naranjo (Policía) y Arango (Armada) a la cabeza de sus respectivas Instituciones, quedaba truncada y solo el ascenso del General Oscar Naranjo, previa salida de doce (!) Generales, satisfizo el aparente deseo recóndito del entonces Presidente.

Al Contralmirante barranquillero no se le dio esa posible aspiración y la advertencia de que «tienen que evitar que ‘El Burro’ se les monte», atribuida a un Oficial de altísimo grado en las Fuerzas Militares, fue cumplida a cabalidad.

Una vez le fueron pagadas las cesantías, Arango tomó la decisión de viajar a Medellín en compañía de Catalina, de la pequeña Camila y de Alejo, con la intención de refrescar la mente, compartir un tiempo con su niña adorada y comenzar a planificar lo que seguía en su vida y la de la familia, después de tantos años en la actividad militar. Lo primero era buscar una manera de ganarse la vida laboralmente, pues consideraba que con dos hijos en edad universitaria las exigencias económicas serian mayores.

En esos días de descanso y reflexión en una finca en Antioquia, en compañía de sus suegros don Jaime Jiménez y doña Leticia Isaza, recibió una llamada de doña Soledad Duque, quien había sido su asesora jurídica durante los Juegos en Cartagena, informándole que en la edición del diario El Tiempo del 12 de agosto de 2007 aparecían publicadas unas declaraciones del Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, en donde a la pregunta de si el caso de las «manzanas podridas que hay al interior de las Fuerzas Armadas» a que él se refería tenía que ver con la salida del Contralmirante Arango Bacci», el héroe de la «Operación Jaque» (Audaz operación del Ejército Nacional mediante la cual se rescató, sanos y salvos, a un grupo de secuestrados que estaban en poder de las FARC), respondió afirmativamente añadiendo que «lamentablemente tengo que decir que fue llamado a calificar servicios, pero no digo más para no entorpecer la investigación».

La sorpresa fue total y todos quedaron estupefactos ante semejante noticia, pero con la certeza de que se trataba de un error, Arango y toda la familia regresaron a Medellín. Luego él viajó a Bogotá para conocer más detalles de la declaración de Juan Manuel Santos y refutar en forma terminante el infundio.
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Catalina viajó con los hijos a Cartagena y, una vez que los dejó instalados, partió para Bogotá a acompañar a su esposo en los momentos más duros de su vida. Ni en las embarcaciones en las que navegó tuvo que afrontar su marido tempestades tan tenebrosas como las que se avecinaban en el horizonte.

«En lo único que pensé fue en la falsedad del Almirante Barrera cuando le comunicó a Gabriel que no había investigación alguna por hechos como los que ahora señalaba el titular de la Defensa colombiana». Para ese entonces se propagó la noticia al interior de la Armada, por cuenta de quienes buscaban un Dreyfus colombiano, «que el Almirante Arango Bacci buscaba respaldo de prestantes dirigentes políticos y del sector privado de la Costa para acceder al Comando de la Armada de Colombia». Así se lo reclamó el Almirante Barrera en su oficina, a lo que Arango respondió categóricamente diciendo que eso no era cierto y que tenía que ver muy bien de dónde provenía y quién le estaba entregando esa clase de maliciosa información que lo único que buscaba era hacerle daño. En otras palabras, estaban envenenando al Comandante Barrera contra Arango Bacci, algo que se hizo realidad en la mente religiosamente fundamentalista del Alto Oficial.

Semejante estupidez – de ser cierta esa versión, dice su esposa – era también una patraña, «pues estábamos visitando a doña Beatriz, que sufre de una terrible enfermedad».

La tranquilidad familiar que comenzaba a recuperarse después del trauma del imprevisto retiro, sufrió de nuevo un duro golpe, más afrentoso esta vez, ya que se trataba de la falsa imputación de un delito.

Era necesario enfrentar esta nueva situación con serenidad pero con firmeza de carácter para no dejar duda alguna acerca de la pulcritud y honestidad de quien volvía, por segunda vez, a caer en ese viacrucis en que lo había metido la maldad humana de unos enemigos que, guarecidos en las sombras, continuaban con su iniquidad.

Declaraciones del Almirante Arango Bacci. Cortesía de MrJudazkain. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=0-uMxbXpT6w[/youtube]
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* Hernando de la Rosa Anaya es periodista y abogado colombiano, nacido en Barranquilla en 1948. Ha sido columnista de EL Nuevo Siglo, director de Observador Popular (Blog y/o comunidad en la red social), asesor de diversas empresas del sector oficial distrital y nacional, coordinador en el exterior campaña presidencial Noemi Presidente 2010-2014. Libros en preparación: Curiosades de Barranquilla y Cartagena. La historia de historias de dos ciudades; El Hombre AVAl… millonario del mundo en 50 años; Mitos y Realidades del conflicto Palestino-Israelí.

Reseña: TRAS LA HUELLA DEL ALMIRANTE – El Caso Arango Bacci. Ediciones B . 2012

3 COMENTARIOS

  1. Señor De la Rosa Anaya:
    Es el mejor prologo literario que he leido. Si su libro es tan interesante como bien lo describe, no tardaré en adquirirlo. No pude desprenderme de su triste pero interesante historia y espero leerlo proximamente. Un cordial saludo desde Francia.

  2. Conocí al Almirante en un taller que organice y por causa de una lluvia intensa. Llego a el lugar donde yo estaba.
    Ya sabia de lo que le había sucedido y de que Santos estaba detrás de todo esto.

  3. Hombre, qué prólogo tan poco literario –tan aburrido– para una historia que por los chismes politiqeros se antojaba novelesca; la hubieran contado así, por ejemplo: la bronca de un ex ministro de defensa (ahora presidente) feo, sin gracia, contra un almirante que hacía suspirar a las señoras… Pero nada de eso hay. Lo lamento también por la revista Cronopio, que con este tipo de artículos pierde antes que gana lectores de calidad.

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