Escritor del Mes Cronopio

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El último tango en París

EL ÚLTIMO TANGO EN PARÍS

Por César Antonio Molina*

«Tus tetas como unas pelotas, mi próstata está como una patata». Cuando por primera vez escuché estas palabras salidas de la boca de Paul (Marlon Brando) estaba muy lejos de tener aquellos cuarenta y cinco años que él representaba en el filme de Bertolucci, y aún así me preocuparon extraordinariamente. Ahora, cuando las vuelvo a oír y transcribir, pasada ya de largo aquella cifra que me parecía inalcanzable, me producen nostalgia y, no sé por qué, menos preocupación que antes. El tiempo aminora los miedos porque los hace inevitables, los convierte en costumbre. Ya en el Mahâbhârata se afirma que sólo es feliz quien ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperanza la mayor felicidad. Paul y Jeanne (Maria Schneider) son —a su manera— felices en la desesperanza, en el desconocimiento, en el anonimato, en la experiencia del buen salvaje al margen de todo y únicamente satisfaciendo las necesidades más primarias. Sus males comienzan cuando quieren ser felices (sobre todo Paul) de una manera convencional.

¿Se puede ser feliz sin pasado y sin futuro, solamente viviendo el presente? ¿Se puede ser feliz sin familia, sin amigos, sin biografía, sin patria, sin casa? ¿Se puede ser feliz a través de la pasión? ¿Somos capaces de hacerla durar indefinidamente? Pasión sin amor o el amor poco a poco, lentamente, penetrando en los sentimientos. Jeanne se desilusiona cuando su salvaje-amante-amigo desconocido pierde el vigor irracional y muestra una fragilidad semejante a la de cualquier ser humano. Albert Cohen lo explicó a la perfección en su extraordinaria novela Bella del Señor: «ella bajó la cabeza porque a las mujeres no les gustan los hombres que lloran, sobre todo si lo hacen por ellas».

Paul llora y llora mucho por la esposa suicidada en el hotel de su propiedad en París (el Hotel Tivoli, muy cerca de la antigua estación de tren de St. Lazare. Por cierto algún día reflexionaré sobre esta enigmática frase de Jankélévitch vertida en su libro L´irréversible et la nostalgie, «Lo irreversible no es un verano en Capri, sino una cita en la estación de Saint Lazare»). Llora y se confiesa con el amante de su mujer, Marcel (Massimo Girotti) un vetusto don Juan fracasado. ¡Ah, los hoteles de París! alojando en las habitaciones a muertos vivientes o a vivientes que, inusitadamente, renuncian a seguir existiendo en una de las más bellas y bulliciosas urbes del orbe. ¡Ah, los hoteles de París! Maravillosos muchos; e inalcanzables otros; sórdidos, pequeños, gastados, sucios, malolientes, iluminados por la oscuridad de las vidas que acogen. Así el de Paul con lechos dignos de exequias. Paul desesperado gritando bajo las vías del metro sin saber que ya en el Eclesiastés (7, 26) se había escrito que la mujer es más amarga que la muerte.

Encima, en la parada al aire libre de Bir Hakeim, Jeanne discutiendo, peleándose con su novio Tom (Jean-Pierre Leaud). El amor como un metro, yendo y viniendo, ocultando las voces de la felicidad y del dolor. Paul busca la muerte y cree encontrar de nuevo la vida en Jeanne, sin saber que aquella primera ha salido a su encuentro, a su llamada a través del cuerpo de esta incauta muchacha. Amar es reinventar escribió Rimbaud, otro amante tan violento y concupiscente como Paul. El amor es un pensamiento, escribió uno de los poetas más castos de la literatura universal de todos los tiempos, Fernando Pessoa. Él sí que sabía de hoteles sórdidos y habitaciones vacías. Paul es un hombre herido, pero sobre todo envejecido. Le lleva más de veinte años a Jeanne, debería así comenzar a entonar su renuntiato amoris y, sin embargo, no ceja en la imprudencia. El pelo clareando de Paul, la canicie prominente que a él debería conducirle a la prudencia, por el contrario lo rejuvenece, le da nuevos bríos para enfrentarse al mundo (magistral el baile en la Salle Walgram). Paul es un hombre herido, aunque a veces se asemeje más a un animal alanceado. Herido, ¡cualquier herida, pero no herida del corazón! (de nuevo el Eclesiastes).
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Amplio, vacío apartamento a la sombra de la Torre Eiffel, cerca del río Sena. Sin nombres, sin historias, sin futuro, sin compromisos, sin mala conciencia, ajenos a todo. Amor autista. Amor incógnito, aunque Blanchot aseguró con certeza que el incógnito nunca es total: cualquier frase intrascendente es una confesión de la desesperación que existe en el fondo del lenguaje. Paul un salvaje vulnerable. Jeanne una Judit de la sociedad burguesa acomodada. Paul duro, salvaje pero melancólico, afectuoso a su manera. Jeanne ingenua en apariencia es sumamente calculadora. Paul defiende que en el amor no hay beneficios (boda, hijos, compromisos), mientras Jeanne descubre que aquel hombre no es una buena inversión. Huye y lo mata con la pistola de su padre difunto, nada menos que un militar de alta graduación.

Brando-Paul, en una escena memorable, llorando junto al cuerpo suicidado de su esposa, mientras la criada limpia la sangre de la bañera. Como en Becket parece querer holgar con su propia viuda. ¿Quién ahora llorará por él? Paul ¿Un delincuente del amor? ¿Un mártir del amor? Nunca te enamores de quien te pueda despreciar. Jeanne lo despreciaba por ser solo para ella misma, por ser un don nadie para los demás. Jeanne no mata al «violador» de su cuerpo, sino al de su conciencia moral. Le gusta el abismo órfico que Paul le muestra, pero, finalmente, le da miedo traspasarlo. Paul, el amor de Paul por Jeanne, la conduce a ella a donde la luz no se atreve. Paul, como en el poema de Abraham Ibn Ezra, va errante por la tierra, por las calles de París «y el que me encuentra me da muerte».

Las tetas de Jeanne-Schneider, la próstata de Paul-Brando yaciendo ya bajo la verdadera tierra. Asclepíades, el poeta de la antigua Grecia, tenía razón, le da la razón a Paul, cuando avisa: «Pretendes seguir siendo virgen. ¿Por qué, si en el Hades no encontrarás, niña, nadie que te quiera? Goza en vida de Cipris, pues no somos nada en el Aqueronte, sino ceniza y huesos».

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* César Antonio Molina (La Coruña, 1952) es Licenciado en Derecho y en Ciencias de la Información. Se doctoró «cum laude» con un trabajo de investigación sobre La prensa literaria española, publicado en tres volúmenes. Fue profesor de Teoría y Crítica Literaria en la Universidad Complutense y lo ha sido en los últimos diez años, de Humanidades y Periodismo en la Universidad Carlos III. También fue durante varios años coordinador de los cursos de humanidades de la Universidad de Verano de El Escorial. De 1985 a 1996 trabajó en Cambio 16 y Diario 16 en donde llegó a ser Director Adjunto y responsable de las páginas de cultura y espectáculos, así como de los suplementos Culturas y Libros. En 1996 se incorporó al Círculo de Bellas Artes como Director Gerente. En 2004 asumió la dirección del Instituto Cervantes. En julio de 2007 fue nombrado Ministro de Cultura del Gobierno de España, cargo que ostentó hasta abril de 2009. Tiene publicados más de cuarenta libros, fundamentalmente de ensayo, prosa y poesía. Su obra poética apareció recogida en numerosas antologías y está traducida a varios idiomas. Está condecorado con la medalla de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Fue nombrado por el gobierno de Francia Caballero de la Orden de las Artes y Letras. También está distinguido con la medalla de «Cavaliere di Gran Croce de la Orden al Mérito» de la República Italiana. En 2009 le concedieron la máxima distinción de Chile, la medalla O’Higgins. Asimismo, está condecorado con la Medalla Castelao, de Galicia. En 2013 le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo «Francisco Valdés». En la actualidad es el Director del Centro Internacional para la Investigación, el Desarrollo y la Innovación de la Lectura. Casa del Lector.

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