Escritor del Mes Cronopio

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El diálogo en la educación

EL DIÁLOGO EN LA EDUCACIÓN

Por Fernando Soto Aparicio*

Hasta hace unos años, la educación era la de las respuestas. Ahora, es la de las preguntas. Parece un cambio simple pero, en realidad, es definitivo y ha modificado por completo los sistemas del enseñar y el aprender. Antes, el docente hablaba y los alumnos oían. Uno entregaba lo que había aprendido y los otros almacenaban conocimiento. El estudiante asistía a un salón de clase para escuchar callado, y su silencio era garantía de buena conducta. Oír, y asimilar lo oído, como quien come con los ojos cerrados un alimento desconocido, sin detenerse a tomarle sabor o a rechazarlo. Y si vamos un poco más atrás en la historia de la educación, el maestro era la autoridad, la autoridad venía de Dios, y nadie podía contradecir a Dios.

Todo eso ha tenido un cambio definitivo, y sin lugar a dudas favorable. El alumno no se calla ni acepta de antemano lo que el docente quiere hacer con él. Si antes uno hablaba y el otro oía, ahora los dos pueden dialogar, y es entre los dos como se avanza en el camino del conocimiento. Las preguntas siembran nuevas inquietudes, despiertan el ansia de saber, hacen caminos. La duda es la gran compañera de la aventura humana. Nada es definitivo, nada es para siempre, todo cambia, la ciencia, la vida, el hombre. Esencialmente, somos una pregunta que nadie ha contestado; un interrogante angustioso que nadie responderá jamás.

Tanto respeto merece el que sabe y está tratando de enseñar, como el que estudia y está tratando de aprender. Esto no fue fácil de aceptar, pero ha terminado por imponerse en la mayor parte del mundo. El alumno no es una ficha donde se escriben números o letras: es un alma modelable, ansiosa, a la expectativa; es un ser nuevo, haciéndose, procurando satisfacer sus asombros y sus curiosidades, tratando de darse una forma y un horizonte, de ubicarse en el camino múltiple del mundo que nadie sabe de dónde arranca ni a dónde va a llegar, si es que acaso llega a alguna parte.
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¿Cómo se logran la armonía y la colaboración de ese binomio inseparable, docente-alumno? A través del diálogo. Los que dialogan se comprenden, están abiertos a la convivencia, son adictos a la tolerancia, construyen la paz, siembran la fraternidad, le quitan asperezas al futuro. El diálogo es respeto. Mi opinión no es irrebatible sino cuestionable; yo no tengo la verdad, pero la busco; soy falible porque soy humano, y soy humano porque indago, pregunto, tropiezo, caigo y me levanto.

La educación es un propósito común que necesita la colaboración para ser exitoso. Jamás olvidaré el llanto de una chica frente a su profesor megalítico, cerrado, hermético, hosco, autoritario, déspota. Le daba ella una explicación sobre su ausencia de un examen, una grave enfermedad de su madre, pero él no aceptaba nada; y no lo aceptó pese a la súplica y el llanto, y la muchacha perdió el año. Dios, pensé como testigo de todo eso, los que obran como ese profesor solo siembran cizaña, creen afirmar un principio de autoridad y hacen de su vida y de su profesión un ejercicio de tiranía.

El profesor debe estar abierto como una casa iluminada, y el alumno debe responder en la misma forma. Si el uno trata de destruir al otro, y el otro procura no dejarse ganar por el uno, tendremos no la hermandad y el afecto que implica la enseñanza, sino una guerra inútil y salvaje, como todas las guerras.

El aula no puede ser el escenario de una conferencia donde uno habla y los otros callan, sino un coloquio en donde exista la posibilidad del cuestionamiento, de la controversia saludable; en donde se busque despejar las vacilaciones con un espíritu de colaboración. El conocimiento es humilde porque conoce sus limitaciones; la soberbia nos hace ciegos para toda enseñanza.
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La responsabilidad del docente es tan grande como la del alumno. Entre los dos, dialogando, tienen la obligación de mejorar la vida. En ese empeño ninguno de los dos puede fallar. El aula no es una prisión para el entendimiento, no es una celda donde está prisionera la palabra, no es un muro: es una venta abierta de par en par. Y a esa ventana, con el mismo asombro, con la misma necesidad de entenderlo todo, deben asomarse el docente y el alumno, sin que uno le robe el espacio al otro. Porque los dos tienen, consigo mismos y con los demás, el compromiso supremo de mejorar el mundo.

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* Fernando Soto Aparicio (Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, 11 de octubre de 1933) es un escritor y guionista colombiano. En agosto de 1950 publica su primera obra Voces en silencio. En 1960 ganó un premio internacional en Popayán con su novela Los aventureros y en 1969 el premio Selecciones Lengua Española con su obra «La Rebelión de las Ratas». Ha sido Premio Casa de las Américas en 1970 y Premio Ciudad de Murcia en 1971. Actualmente es profesor de la Universidad Militar Nueva Granada en Bogotá. Al mes de nacer, su familia se trasladó a Santa Rosa de Viterbo, donde pasaría su infancia. Estudió bachillerato, pero desde muy joven, prácticamente desde los dieciséis años, se dedicó profesionalmente a la escritura. Tras alguna estancia en el extranjero en misión diplomática, en 1960 se estableció definitivamente en Santafé de Bogotá. Además de su ingente producción literaria, ha cultivado el periodismo, publicando artículos de opinión en los principales rotativos colombianos, y ha escrito numerosos guiones para la televisión.

1 COMENTARIO

  1. Estoy fascinado con su revista! Es un preciosidad! La calidad de los artículos como este de Fernando Soto es muy inspirador! Se puede ver a través y detrás de toda la revista un alma muy transparente é iluminada.

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