UNA CRISIS GLOBAL
Por Alberto Infante*
Como es sabido, la OMS es solamente una de las varias agencias especializadas de la ONU. Pero es la única cuyo único mandato consiste en proteger la salud. Un fracaso de la OMS en la gestión de la crisis del Ébola significaría, por tanto, un fracaso del conjunto del sistema.
El organismo encargado de hacer frente a las crisis globales, y de acuerdo al artículo 25 de la Carta de la ONU, mantener la paz y la seguridad internacionales, es el Consejo de Seguridad.
El Consejo se reunió el 18 de septiembre [de 2014], dos días después del anuncio del Presidente Obama. Era la tercera vez que lo hacía para tratar temas de salud global. En las dos ocasiones anteriores (2000 y 2011) lo hizo para ocuparse del SIDA.
Resulta oportuno mencionar aquí que mucho de lo que se dijo en el capítulo anterior [*] acerca de la restricción de competencias y recursos que ha venido afectando a la OMS se puede también aplicar al conjunto de la ONU.
En particular, lo referido a las restricciones presupuestarias y al empeño de los principales contribuyentes en que se «racionalice» su funcionamiento, evitando duplicidades, suprimiendo unidades, compactando agencias, reduciendo funcionarios, etcétera. De hecho, desde hace varios años el conjunto del sistema se halla embarcado en un proceso que bajo el lema «fit–for–purpose» persigue una quimera: hacer lo mismo, o incluso más, con menos.
Probablemente, muchas de las críticas al funcionamiento y casi todos los ejemplos de ineficiencia de la ONU que se han ido poniendo son, sin duda, acertados. La ONU puede beneficiarse de una profunda reingeniería que la haga menos dispersa, más eficiente y más efectiva, más ágil. Por ejemplo en asuntos administrativos y de gestión se pueden unificar servicios comunes, centralizar compras y gastos. Se podrían evitar duplicidades reduciendo el solapamiento de mandatos. Se debería actuar sobre el terreno de forma más coordinada, a menudo hablando en los países con una sola voz.
De la reforma del sistema de Naciones Unidas para ajustarlo a las realidades de un mundo que ya no es aquel en que nació aunque siga condicionando, por ejemplo, la composición del propio Consejo de Seguridad, y adaptarlo a las realidades del siglo XXI, se viene hablando desde hace tiempo.
Sin embargo, una parte de las críticas que se le hacen responden a visiones que no tienen que ver con eso. Visiones de sectores económicos y políticos muy conservadores, normalmente situados en las grandes potencias, a quienes la ONU les parece un residuo del pasado, una molesta antigualla no reformable y que pura y simplemente desearían su desaparición. Y si ello no es posible su sustitución a efectos prácticos por otros foros de Estados para debatir sobre la paz y la seguridad del mundo más cómodos para sus intereses.
De ahí el nacimiento, entre otros, del conocido G–8. Un mundo cada vez más dividido entre ricos y pobres necesitaba una geometría de agrupaciones estatales acorde con él. Por supuesto, no ha sido un proceso lineal, pues bastante antes que el G–8 surgió el movimiento de los No–Alineados, y después se ha formado el denominado grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). En realidad, las tensiones en su configuración han sido inherentes a la ONU desde su inicio.
Pero si algo han demostrado las sucesivas crisis de este siglo es la creciente tendencia de las grandes potencias a prescindir de la ONU cuando les ha convenido, y a reclamar su presencia solo cuándo y dónde ésta les ofrece un manto de cierta respetabilidad para sus iniciativas. Esta concepción instrumental, y a menudo cínica, del papel de la ONU ha sido muy evidente por ejemplo en los recientes conflictos de Oriente Medio, ha calado en la opinión pública minando gravemente su credibilidad.
En ese contexto, África y Salud configuran un buen binomio para tratar de recuperar una parte de la credibilidad perdida.
En su resolución del 18 de septiembre [1], el Consejo de Seguridad concluyó por unanimidad que la epidemia de Ébola pone en riesgo los incipientes progresos hacia la paz y el desarrollo en los países afectados; y llama a los Estados Miembros a que envíen recursos sanitarios, extiendan la información y la educación de la gente y pongan fin a la limitación de los viajes a, y desde, los países afectados.
La resolución también pide que el Secretario General asegure una respuesta unificada del sistema de Naciones Unidas. Acto seguido el Secretario General creó una Misión para hacer frente a la epidemia y nombró a un Representante Especial para liderarla.
A partir de aquí, al Secretario General y a la ONU en su conjunto se les plantean varios interrogantes. ¿Será capaz de la ONU actuar de manera efectivamente coordinada? ¿Será capaz de re–direccionar, siquiera temporalmente, recursos ya existentes, por ejemplo del Fondo Global contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria o de la Alianza Mundial para Vacunas, un partenariado público–privado más conocido por las siglas GAVI? ¿Será capaz de captar con la rapidez necesaria —pues a mediano plazo no se trataría de desvestir un santo para vestir a otro— de conseguir nuevos fondos para fortalecer las capacidades de los países afectados? ¿Será capaz de monitorizar efectivamente el desarrollo de la epidemia y hacer, si es el caso, los ajustes y las modificaciones pertinentes a los planes para su contención?
Por el bien de la ONU, de la OMS, de todos nosotros y, muy en particular de los ciudadanos de los países afectados, sería deseable que lo consiguiera.
A primeros de octubre, la ONU estimaba que para contener el brote se necesitarían mil millones de dólares. Las estimaciones del Banco Mundial son superiores pues incluyen los fondos necesarios para financiar la ayuda humanitaria, la ayuda fiscal, el costo de los equipos para tamizaje en puertos y aeropuertos, a demás de los fondos destinados a los sistemas de salud. El CDC va aún más lejos, al estimar que será necesario construir nuevos establecimientos sanitarios y formar a miles de trabajadores de la salud.
Por el momento, el Banco Mundial ha prometido 400 millones y el Fondo Monetario Internacional 130 millones. Estados Unidos ha prometido 175 millones, la construcción de 10 hospitales de campaña de 100 camas cada uno y 3.000 soldados. Si se suman otras ayudas prometidas o desembolsadas por algunos países africanos como Sudáfrica, Uganda, Senegal o la República Democrática del Congo, a principios de octubre tan solo se había reunido un tercio de la cifra reclamada por la ONU.
El 14 de octubre, los miembros del Consejo de Seguridad escucharon informes sobre el Ébola presentados por el representante especial del Secretario General para la crisis del Ébola (Anthony Banbury), el Subsecretario General Encargado de las Operaciones de Paz (Hervé Ladsous) y el Asistente del Secretario General para Asuntos Políticos (Tayé–Brook Zerihoun).
El comunicado final de la reunión [2] vuelve a insistir en la gravedad de la crisis en los tres países afectados y urge a los Estados Miembros y a los socios bilaterales y multilaterales a acelerar sustancialmente el envío a los países afectados de recursos, ayuda financiera y material de asistencia, incluyendo laboratorios móviles, medios de diagnóstico, hospitales de campaña, personal entrenado en este tipo de situaciones así como medios de transporte y equipos de protección para los trabajadores de la salud que están en la primera línea.
El comunicado termina expresando la preocupación del Consejo por el efecto de la suspensión de vuelos y del trasporte marítimo y de otro tipo sobre esos países, así como por los actos de discriminación contra sus nacionales.
Con todo, el lunes 20 de octubre, el mundo recibió una buena noticia: la OMS declaró a Nigeria libre de Ébola tras 42 días, el doble del periodo máximo de incubación de la enfermedad, sin registrar nuevos casos. Si se produce algún caso nuevo a partir de ahora será considerado como un nuevo brote [3].
Desde que el virus del Ébola se introdujo en Nigeria el 20 de julio de 2014, cuando un hombre de Liberia infectado llegó en avión a Lagos, capital del país y la ciudad más poblada de África, se ha confirmado un total de 19 casos, de los cuales 7 murieron y 12 sobrevivieron, dando al país una tasa de letalidad envidiable de 40%, muy por debajo del 70% y más de lo que se visto en otros lugares [4].
Las razones de este éxito [5] pueden resumirse en: a) prepararse para la llegada de la epidemia desde que apareció en los países limítrofes; b) declarar la emergencia sanitaria tan pronto se confirmó el primer caso; c) crear un centro unificado para las operaciones contra el Ébola en el que participaron las autoridades nacionales y la cooperación internacional; d) entrenar a más de un millar de médicos locales con la ayuda de Médicos Sin Fronteras y la OMS; e) rastrear exhaustivamente a los contactos; f) emplear masivamente los medios de comunicación, sobre todo la televisión, para combatir el miedo; g) no cerrar la fronteras ni declarar zonas en cuarentena o militarizadas para no enviar un mensaje de pánico y no fomentar el tránsito ilegal; h) continuar preparados para afrontar más casos; i) seguir solicitando más ayuda internacional para los países afectados.
Un aspecto en el que se tuvo especial cuidado fue no enviar mensajes erróneos a la población. En este sentido, una cosa es decir que no existan medicamentos específicos ni vacunas frente al virus pero que los pacientes pueden ser tratados y muchos se salvan, y otra muy distinta decir que el Ébola no tiene tratamiento. Lo primero es exacto, lo segundo no lo es. Y la diferencia puede ser sustancial porque el primer mensaje disuade de pedir ayuda a la gente con síntomas o que cree haber tenido contacto con enfermos mientras el segundo no le anima a hacerlo. En salud pública la diferencia entre enviar mensajes verídicos o equivocados se puede contar en vidas humanas.
Tal como se señalaba en el artículo de The Lancet mencionado antes: «La crisis del Ébola debería convertirse en un punto de inflexión en la reforma de la OMS y en la disposición de sus miembros a financiarla adecuadamente. Ninguna agencia puede ejercer el liderazgo si solamente controla una pequeña porción de un presupuesto en declive. […] La Asamblea Mundial debería crear un fondo para emergencias, reformar la organización regional, e involucrar a ONG´s. […] La OMS debería liderar la negociación para crear un Fondo Global para la Salud».
Los autores, profesores en el O´Neill Institute for National and Global Health Law, de la Facultad de Leyes de la Universidad de Georgetown, haciéndose eco de un sentimiento muy extendido en la comunidad científica, sostienen que si no se actúa decididamente la credibilidad de la ONU y de la OMS se verán seriamente dañadas, y se estarían sentando las bases de crisis futuras.
Además proponen que Ban Ki Moon y Margaret Chan nombren de común acuerdo una comisión de alto nivel encargada de examinar los fallos cometidos y cómo enmendarlos. La comisión debería asimismo analizar el mandato y los recursos de la OMS para cumplir con su misión, las responsabilidades de la ONU en las emergencias globales de salud, el funcionamiento efectivo del Reglamento Sanitario Internacional, el cómo conseguir un financiamiento sostenible de los sistemas de salud, cuál debe ser el papel de las fuerzas armadas en estas situaciones así como los aspectos éticos de la investigación y la distribución de medicamentos y vacunas.
Y concluyen: «El mundo necesita una OMS fuerte, con financiamiento e influencia política para cumplir con su misión. […] El liderazgo de la salud global puede ser construido pero solo por líderes adecuados decididos a hacerlo».
No puedo estar más de acuerdo.
* * *
[*] El presente texto es un capítulo del libro «Ébola: ¿principio y final?» escrito por el Dr. Alberto Infante y editado por Nostrum, Madrid, 2014.
NOTAS
[1] UN Security Council. Resolution 2177 (2014). New York United Nations, 2014 https://www.un.org/eng/ga/search/view_ doc.asp?symbol=S/RES/2177%20(2014) (accessed Oct 17, 2014)
[2] UN Security Council Press Statement – Ebola (15 October 2014) https://www.un.org/sg/spokesperson/
[3] Tres días antes, el 17 de octubre, Senegal había sido declarado libre de virus pero no es comparable porque desde el inicio del brote hasta ese momento se había notificado un solo caso.
[4] Para más información sobre el brote en Nigeria puede consultarse la página de la OMS: https://www.who.int/mediacentre/news/ statements/2014/nigeria–ends–ebola/en/
[5] Alexandra Sifferlin. Nigeria Is Ebola–Free: Here’s What They Did Right. Time 19/10/2014 https://time.com/3522984/ebola–nigeria–who/
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* Alberto Infante es doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid y Master en Administración de Empresas y Análisis de Sistemas por la Escuela de Organización Industrial. Médico General, especialista en Medicina Nuclear e Inspector Médico de la Seguridad Social, ha desempeñado diversos cargos de responsabilidad en el SNS español. Ha sido consultor y funcionario de la OMS. En la actualidad es Profesor de Salud Internacional en la Escuela Nacional de Sanidad/Instituto de Salud Carlos III (Madrid). Además, de numerosos artículos sobre temas de médicos, es autor de varios libros de poesía y relato y de una novela. Escribe desde los veinte años. Hizo crítica de poesía en la revista La Luna de Madrid en los años ochenta. Ha publicado: «Dicen que recordar» (relatos, editorial Ex Libris, 2003), «La sal de la vida» (poesía, ediciones Vitruvio, 2004), «Diario de ruta» (poesía, ediciones Vitruvio, 2006), «Circunstancias personales» (relatos, editorial Ex Libris, 2008), «Los poemas de Massachusetts» (poesía, ediciones Vitruvio, 2010), «Línea 53» (relatos, Hiria ediciones, 2011) y, más recientemente, «Bajo el agua» (novela, Endymion, 2011). En 2012, apareció «12+1 un antología de poetas madrileñ@s actuales» (poesía, Endymion).