INSTRUCCIONES PARA ESCRIBIR (O COCINAR) UN POEMA
1. El poema se escribe con sentimientos pero nada más peligroso que los sentimientos a la hora de cocinar un poema. Saque los sentimientos, resérvelos, déjelos aparte hasta que tengan la temperatura adecuada: ni muy calientes ni muy fríos.
2. El poema se escribe con palabras pero nada más peligroso que las palabras. Las palabras son los recipientes en que vamos a cocinar los sentimientos. No pueden oler a teflón; tampoco deben estar sucios. Es mejor que estén curados. La cuchara de la sal para la sal y la de azúcar para el azúcar. Las palabras que conocemos de todos los días para hacer un poema: nunca las nuevas de diccionario; tampoco las rebuscadas.
3. El poema se escribe con honestidad. Si no es muy experto en cocina no sea pretencioso. No trate de preparar platos raros y sofisticados. Un buen ajiaco, unas buenas empanadas, son siempre mejores que un Blinis Dendoff mal hecho.
4. El poema se escribe con agradecimiento, no con originalidad. No trate de inventar a la hora de cocinar. Lea los libros de los cocineros expertos, las recetas de las abuelas. Copie tranquilo: por más que se esfuerce en imitar, su receta será distinta.
5. El poema se escribe con un tema. Qué difícil escoger un tema. Tan difícil como escoger el plato del día. Cuando se encuentre en ese dilema, no olvide: el arroz nunca aburre, la papa no cansa.
6. El poema se escribe con ritmo, no con rima. El orden de los factores y las combinaciones, sí alteran el producto. La entrada, el plato fuerte, el postre. Pero también los acompañamientos. Buenas comidas se han echado a perder por descuidarlos. No hay elementos secundarios en un poema.
7. El poema se escribe para sí mismo. Para nadie más. Pero de pronto, ocurre un milagro. Aparece alguien y dice: «Yo hubiera querido escribir ese poema». Piense en alguien cuando esté cocinando. Así esté solo, así no haya comensales a la vista. Tarde o temprano, un invitado imprevisto se sentará a su mesa.
8. El poema se escribe con intuición. Una pizca de condimento adecuado es la clave de un buen plato. Algo que nadie sabe, que no se puede enseñar, que se aprende por sí mismo. Por eso hay que escribir y escribir, cocinar y cocinar.
* * *
AMARCORD
En toda infancia hay una mujer perturbadora
Amigos cómplices
Un cura lascivo
Una familia odiada
Profesores ridículos
Entrañables
Padres desatinados
Autoridades lamentables
Plazas
Estaciones
Nada extraordinario
Pero todo tan bello
Tan grandioso
A la luz de los recuerdos
Que un trasatlántico
De repente
Puede iluminar la noche
Más que las estrellas
Pobre de aquel
Que no hizo de su infancia
Una leyenda
* * *
MOLLONES
Hubo una vez
en que nos bañábamos desnudos en el río
jugábamos
y conversábamos sin prisa
lo que sería de nuestras vidas
cuando llegara el tiempo de ser hombres
Hoy viernes he tenido este recuerdo
ahora que soy hombre y aún no sé
«qué será de nuestras vidas»
Y ya no tengo el río
ni los juegos
ni la conversación interminable
* * *
UNAS PALABRAS EN EL CENTENARIO DE MONTPARNASSE
Para Álvaro Castillo
Cuántas cosas han envejecido: París
y la revolución. Las mateadas
del club de la Serpiente.
Las Magas que quisimos.
Casi todos los amigos.
Contemplo las hojas del otoño, las flores
(siempre hay flores, me dicen) con las que
alguien, tal vez, hace figuras.
No se trata de nostalgias, tú lo entiendes.
A eso no se viene de tan lejos. Era
para hablar del unicornio
para decirte
que a pesar del sucio polvo de los días
todavía lo veo.
* * *
MUJER DE HERCULANO
Mujer de Herculano
Intacta entre las ruinas
Después de dos mil años
Con las manos aferradas a tus joyas
En plena fuga del Vesubio
¿Para qué te sirvió el oro?
* * *
EL HOMBRE QUE AMABA LAS MUJERES
Tu credo fue sencillo: amarlas a todas
en la media humana de tus posibilidades. A esta
por su espesa cabellera roja, a aquella por sus piernas, sus delicados hombros,
su mirada miope, su timidez o su ternura de heroína de novela rusa.
Las amaste tal y como eran. Sin mentiras, sin falsas promesas de novio o de marido. Por eso la urgencia de tus peticiones
y de tus gestos limpios
nunca tuvieron un rechazo.
Tu credo fue sacrílego en un mundo que ama las generalidades,
las palabras elocuentes, las buenas causas, las mentiras.
Para qué explicarles a los necios
la felicidad de los detalles.
Las amaste a todas, incluso
a la que corría con el pelo al viento
doblando la esquina
y te causó la muerte.
También ellas te quisieron. Y, aunque no lo sepas,
llegaron puntuales a la última cita.
Como fieles sacerdotisas,
te velaron en la forma debida.
Llegaron por montones,
venían del pasado, cada una con la flor de un recuerdo feliz.
Algunas, antes de la entrada al cementerio, apartaron a sus hombres. Porque
de eso se trataba: un funeral exclusivo de mujeres.
Nunca lo sabrás, pero te lo digo: en el instante de la verdad
en que la tierra cae sobre el ataúd
desfilaron una a una y desde abajo
sus talones fueron de nuevo «los compases que circulan el planeta
dándole equilibrio y armonía».
Cuando ya te ibas, te acompañó la vida.
Las mujeres que son la vida.
* * *
ACORDES Y DESACUERDOS
En Chicago y Nueva Jersey, en clubes nocturnos,
en sitios clandestinos, durante los deprimidos treinta,
tu guitarra sonaba prodigiosa. Eso cuenta la leyenda.
Que le agrega un inevitable «bebedor y jugador».
Con un toque exótico: te gustaba matar ratas en los basureros
y ver pasar los trenes.
De todas las mujeres que dejaste ir
sólo una te dolió. Hattie, la mudita, que te quiso de verdad
y se emocionaba al escucharte.
Porque así era. Tu música conmovía los corazones.
Aunque nunca lo creíste y sufrías: en Francia había un guitarrista mejor,
el gitano Django Reinhardt. Te torturaba Django Reinhardt.
Si la leyenda es falsa, tu vida fue una broma.
Si es cierta, fue una pesadilla.
Broma o pesadilla, fue una historia triste.
En los sueños de un artista siempre existe un Django Reinhardt,
un fantasma verdadero.
* * *
EXEQUIAS
No te hagas ilusiones
El aviso de tu muerte en el periódico
Y la invitación al entierro
Va a ser una incomodidad muy grande
Para conocidos
Y familiares
Salvo las dos o tres personas
Que te llorarán de veras
Serás apenas una molesta alteración de agenda
Una queja soterrada
Por el obligado
Cambio de ropa
Y los no previstos
Problemas con el tráfico.
Ojalá no llueva ese día, ojalá no sea lunes
Y ojalá tu velorio no coincida
—Además—
Con la cita clandestina del amigo
Al que no veías
Hace años. Porque ahí, dejarás de ser molestia
Y te convertirás en verdadero dilema. Aunque breve,
Es cierto: qué poco puede hacer
Un pobre muerto
Lejano
Contra una bella y joven muchacha
De amplias caderas y cuello perfumado
No te hagas demasiadas ilusiones
En el día de tu muerte
Y hazme caso, para que no sufra tu alma
Por los siglos de los siglos:
Concédele el perdón anticipado
A aquel distante amigo
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* Luis Fernando Afanador. Abogado con maestría en literatura. Fue catedrático en las Universidades Javeriana y de los Andes. Codirigió el programa Librovía de la Alcaldía Mayor de Bogotá y fue editor de Semana Libros. Miembro fundador del portal de cine www.ochoymedio.info. Ha publicado Julio Ramón Ribeyro, un clásico marginal (ensayo, 1990); Extraño fue vivir (poesía, 2003); Tolouse-Lautrec, la obsesión por la belleza (biografía, 2004); La tierra es nuestro reino (antología de su poesía, 2008); Amor en la tarde (2009, poemas a películas) y Me llamo Simón Bolívar (biografía, 2010). Luis Ospina, un hombre de cine (biografía, 2011). Poemas suyos han aparecido en diversas antologías. En 1996 fue finalista en el Premio Nacional de Poesía y en 2010 fue invitado al Festival International de la Poésie de Trois-Rivères, Canadá. Es colaborador habitual de varias revistas colombianas donde publica artículos de opinión, ensayos y crónicas. Actualmente es crítico de libros de la revista Semana.