–Maricón, siempre te asustó la sangre. Vuelven caminando en silencio hasta el edificio de avenida Caseros. La torpeza siempre marca la falta de dominio sobre el mundo y eso es algo que Félix nunca había tolerado en los demás. Un boomerang le estaba dando donde más le dolía.
–Andá Pablito que estoy bien. Me cocino algo y me duermo. Dale andá, un tropezón no es caída.
Esas palabras que siempre le habían parecido huecas y excusatorias, hoy le resonaban feroces.
–Sí, seguro y yo soy blancanieves. Dale cuidate pa, te llamo mañana. Ah… y te quiero presentar a Nina, estamos curtiendo hace un par de semanas.
–¿Qué hace?
–Canta.
–Espero que no sea como esa perrita que usaba a los chiquitos pobrecitos de América y las causas justas para llenarse los bolsillitos de platita, haciendo una músiquita de mierdita…
–No papá, le gusta la música.
–Entonces escucha Mahler, Stravinsky, Beethoven, Ginastera. Dale, rajá.
Se abrazan y se dan un beso en la mejilla. Pablo saca un fajo de billetes de su saco y se lo mete en un bolsillo trasero del pantalón a su padre.
–¿Tenías la guita ahí? ¡pero no aprendés más vos! Están afanando mucho. Igual si estás con papá no pasa nada, I am the king.
–Dale, Clint Eastwood.
–No le cuentes a la vieja.
Félix entró en el edificio y Pablo bajó por Avenida Caseros hasta Defensa. Al cabo de un minuto, escondido tras un auto a mitad de cuadra, vio a su padre salir del edificio, cruzar la calle y perderse al doblar la esquina.
Genoveva tenía un juego de llaves del loft de Félix que usaba en casos de extrema urgencia. El lugar constaba de una habitación en la planta de arriba, que funcionaba como una terraza abierta al gran living en la planta baja.
Una ventana de tipo industrial de cuatro por tres, tapada en forma permanente por un plástico negro pegado con cinta blanca que se recortaba en una de las paredes. Allí, en el piso, un colchón sin sábanas y un baño parecido a una letrina patibularia. Abajo, una cocina llena de restos de comida de hacía días y un living gigante de quince por veinte. Todo en un solo ámbito. En el living solo había un televisor de plasma sobre una silla dispuesta al lado de una biblioteca de un solo módulo con una veintena de libros desordenados, la mesa ratona marroquí apoyada sobre una alfombra comprada en el antiguo Buenos Aires Design, algunos cuadros de Pablo colgados de las paredes, un antiguo reproductor de cidis y uno de los sillones violetas, últimos vestigios del departamento de calle Esmeralda. A cada lado de la chimenea dos ventanas amplias con cortinas rojas descoloridas de shifón. Genoveva había ordenado aquel chiquero y el lugar parecía un cuadrito oscuro de Prior.
Félix recostado en el sillón violeta escuchaba como podía a Genoveva. Ella le hablaba suavecito, sentada sobre la mesa ratona, sabiendo lo que siente alguien en estado de fragilidad absoluta. Las reverberaciones exageradas del sonido, el daño que puede generar el contacto con cualquier otro cuerpo u objeto, la fuerza agresiva de la luz sobre los ojos eran algunos de los efectos secundarios después de una semana sin dormir.
–Les dí todo el material, me parecieron serios. Solo me faltan las copias de Último recurso y del documental del Borda. Dito está pidiendo una fortuna por los derechos.
–Es bueno con la guita –dijo Félix.
–Sí, pero esa es guita para él.
–Es bueno con la guita…
–En seis meses va a ser el boom editorial del año. Tenés que ponerte bien, chiquito. Te van a buscar por todos lados.
–Soy bueno escondiéndome.
Se produjo un tremebundo silencio y Félix se acurrucó muy despacio entre los brazos de Genoveva.
–Demasiado dolor nena.
–Querido mío ¿pero cuándo fué que se te olvidó que la primera escena te cuenta toda la película? Cuando la conociste estaba con otros tipos a quienes nunca dejó de ver o llamar. Era una pendeja.
–Es…
–Era…
–Es…
–Ok, es una pendeja con las hormonas revueltas, con ganas de todo y vos un casi viejo choto que creyó que la juventud no se iba más –le decía su espléndida ex mujer, vestida con una camisa blanca que llevaba dentro de un Valentino de dos piezas que dejaba ver parte de sus pechos aún desesables, mientras le acariciaba la cabeza–. ¿Y los dos de anoche, quiénes eran?
Félix intentaba hablar. Se le arrastraban las sílabas de cada palabra.
–Unos amigos croatas que estaban tirados enfrente del Británico.
–¿Amigos?
–Llegaron después de tres meses sin bajar del barco, estaban remamados, desmayados en la entrada del estacionamiento. ¡Los podrían haber pisado los autos! Los levanté con un poco de lo que me quedaba y les mostré el barrio. Nobleza obliga. Uno nunca sabe cuándo le puede tocar a uno. Después llegó la cana a lo de Silvio que se puso a guitarrear a las cinco de la matina y se pudrió todo.
–Ya me estoy haciendo amiga de todos los comisarios de esta ciudad.
–¿La primera escena? –actuó Félix con voz de bufón– Silvio, mi amigo, ¿te acordás? Me consigue lo mejor. Ojo con ese que te va a querer dar, ¡vas a ver! ¿Cuál fue la primera escena? No me acuerdo, Gegé ¡qué frío que hace!
Genoveva lo tapó con una colcha y se quedó mirándolo mientras Félix cerraba los ojos. Le daba ternura, muchas veces él había hecho lo mismo por ella. Pero, «esto sí que era el borde, no la bromita de la juventud » –pensó ahora, después de haber compartido con aquel hombre tantos avatares, tantos encuentros de amor, infinitas peleas por cosas intrascendentes, besos y abrazos, engaños y complicidades, reclamos y consejos mutuos dados en el medio de la balacera que había resultado la vida. Genoveva derramó una sola lágrima que se tragó con la punta de la lengua. Se recuperó y no se dejó ganar por la tristeza que era lo único a mano en ese salón desierto y desangelado. No estaba preparada para la muerte. Pero claramente olía su perfume. Ese aroma rancio parecido al olvido que destila frío a su alrededor y apaga todas las luces que anden cerca. Escribió esta nota: «Querido mío, te dejé todo ordenado. Me llamás para lo que necesites. Cuidate. Te amamos. G».
Genoveva había escrito la nota sobre la mesada de la cocina y la había dejado aplicada con un imán en la heladera, a más de diez metros de donde Félix, acostado de espaldas a ella, intentaba el sueño.
Genoveva se agachó para besarlo.
–Sos linda, rubia. Vos también cuidate, y al cachorro… me voy a portar bien… el actorcito ese va a cobrar… vas a ver…
–No salgo más con Daniel.
–Bueno, va a cobrar igual –dijo Félix cerrando los ojos.
Vanessa y Gala llegaron alrededor de la mediatarde con dos gramos de cocaína y una botella de ginebra Llave.
–Trescientos los regalitos… porque sos vos y trescientos más si querés un ratito con tus mamis –dijo Gala mientras peinaba sobre la mesa ratona la primera rayita.
–Perras, nunca nada por amor –Félix no perdía su sentido del humor. Fue en busca del dinero y las chicas comenzaron a besarse sin él. Hacía tiempo que ya no participaba.
El último minuto antes de casi quedarse dormido recostado sobre el sillón violeta un desconocido le dice que se va, que hasta la próxima. La colilla del cigarrillo ya le había quemado las dos primeras falanges del índice y el anular de la mano derecha. La apoyó a duras penas, casi sin moverse, sobre un cenicero. Félix no sentía dolor en estas instancias de alto vuelo. Eso era lo que buscaba con precisión matemática cuando comenzaba la escalada tóxica. Matar al dolor. Esa sensación de pata de elefante apretando el pecho hasta hacerlo llegar al cuero de la espalda que no permite respirar.
Sintió el golpe de la puerta al cerrarse y se incorporó lentamente. Se quedó sentado unos minutos en silencio, sin ningún registro del aturdimiento que padecía. Iba por el sexto día de largo. De pronto el living de su casa trasmutó en una habitación que él creyó reconocer. Era el cuarto del hotel en Cafayate donde había grabado uno de sus álbumes hacía ya diez largos años. La extrañeza era una sensación que había desaparecido de su vida hacía tiempo. Donde había paredes beige ahora había paredes blancas. Donde una biblioteca, ahora un armario con un espejo. Donde había cuadros, ahora estaba vacío. La chimenea que daba calor a punto de terminar la primavera y el sonido del fuego era lo único real junto al sonido que salía del reproductor de cidís, la sinfonía 88 de Haydn. Tomó un trago de una copa de vino que no llegó a vaciar y volvió a recostarse. La luz grisácea de la nueva sexta mañana alumbró la figura de un hombre que llevaba puesto un bombín sobre su cabeza y llevaba un maletín en la mano. Iba vestido de traje, camisa y corbata negros. Durante el trayecto hacia una de las ventanas tumbó la copa de vino sobre la chimena y avivó el fuego. Félix veía todo reflejado sobre la pantalla del televisor. Una de las chispas fue a parar sobre la mesa ratona marroquí de madera, que encendió un papel metalizado que contenía unos restos de cocaína y ese fuego quemó el celofán transparente del paquete de Marlboro vacío que estaba a su lado. Sonó el blackberry, que él veía como un insecto blanco de ojos flúor turquesa. El fuego prendió un almohadón tirado debajo de la mesa, que a su vez encendió la alfombra mientras él se quedaba dormido escuchando la música de dios. El humo inundó la habitación y Félix se abandonó, sin saberlo, a su inminente destino de muerte. Sonrió y cerró los ojos con la inocencia de un niño. La madera ya estaba prendida y aquello comenzaba a ser un horno insoportable. Las cortinas rojas habían alzado vuelo ígneo y el hombre del maletín ya había escapado por la ventana ayudado por sus alas negras. El portero del edificio derrumbó la puerta luego de insistentes timbrazos y se arrojó sobre Félix que estaba a punto de morir asfixiado mientras su camisa en llamas le quemaba el pecho. Se lo cargó en los hombros entre toses y llamaradas.
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El presente fragmento hace parte de la novela «La Puta Diabla», publicada por Mansalva. Colección Poesía y Ficción Latinoamericana, 2013. 264 pp.
+Fito Páez presenta La Puta Diabla en Montevideo, Uruguay, en el Teatro Solis. Cortesía de Valeria Piriz. Pulsa para ver el video
https://www.youtube.com/watch?v=-BqHU_sqPIg
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* Rodolfo Páez (Fito Páez), es cantautor, compositor, músico, cineasta, guionista y novelista argentino. Ha logrado innumerables reconocimientos y cinco premios Grammy Latinos. Con más de 30 años de trayectoria, su obra musical está compuesta por 22 álbumes de estudio, 1 maxi sencillo, 4 álbumes en directo, 3 DVD, 12 álbumes recopilatorios y numerosas colaboraciones junto a destacados artistas internacionales. Luego de una primera etapa contracultura aclamada por la crítica, el artista logró su definitiva proyección internacional a principio de los años noventa cuando publicó los álbumes El amor después del amor (1992) y Circo Beat (1994), que se convirtieron en grandes éxitos comerciales, vendiendo entre ambos más de un millón de copias. La Fundación Konex le otorgó en 1995 el Premio Konex de Platino como «mejor compositor de rock de la década en Argentina». Luego, en 2005, obtuvo el Premio Konex – Diploma al Mérito como uno de los «cinco mejores compositores de rock de la década» y nuevamente en 2015, esta vez en la disciplina Mejor Solista Masculino de Pop. Contacto: novela@fitopaez.tv