Escritor del Mes Cronopio

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No me cuesta trabajo reconocer la voz de Rodrigo, el baterista de «No futuro», cuando grita:

¡La vida es iróoonniccaaaa!

Después suena otra canción. La grabación no es muy buena pero el coro se entiende, a trechos:

¡Deben morir! ¡Deben morir!

Entonces hablamos de los músicos. Víctor dice que son bandas formadas por pelados de los barrios que crecieron en el Heavy metal y en el Punk oyendo emisoras como Veracruz Stereo. Yo no entiendo bien el asunto. En medio del ruido de las guitarras y las baterías, Víctor me explica, como hablándole a un hermano:

—El Metal y el Punk, en Medellín, son tendencias musicales distintas, contrarias. No significan delincuencia. Expresan, nada más, las pasiones, las rabias, las experiencias y las frustraciones de todos estos muchachos. «No futuro» contiene estas dos músicas…

Le pregunto por los nombres de las bandas. Son nombres muy especiales. Víctor recita una larga jaculatoria:

—Amén, Profanación, No, Los Mutantes, N.N., Los Podridos, Mierda, Peye, Los Castrados, Las Pestes, Parabellum…

Le pido que me repita el último nombre. Él me explica que para ellos significa, literalmente, «nacidos para la muerte», y que es la marca de una pistola.
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Las bandas de Punk voltearon la película por cuarta vez. Además, le cambiaron el título. Y «Rodrigo D» pasó a llamarse, desde entonces, «No futuro».

Mientras tanto, la fecha acordada para el rodaje se aproximaba. Entonces empezaron a ensayar «en serio». La primera actriz que sucumbió a la experiencia fue Rosa, la muchacha que andaba a toda hora con el libro del anarquista italiano. Ella había estudiado teatro en una escuela que fundó el conocido director de melodramas radiales Efraín Arce Aragón.

—Le hicimos una prueba —dice Víctor—. La pelada no sirvió para la película: ella «actuaba». Yo le dije: vos no podés aparecer en esta película, vos actuás mucho… Durante los ensayos, Víctor, de nuevo, se sintió desconcertado.

—Yo decía: esta historia se está yendo para otro lado… Qué güevonada…

Y decidió regresar al punto de partida.

Entonces volvió a hablar con el muchacho triste del primer guión, el mismo que se quería suicidar. El pelado le contó muchas cosas. El papá, después de la publicación de la crónica en el diario El Mundo, se había emborrachado en la casa, y llamó a su hijo y se lo presentó a los amigos, orgulloso de que él se iba a matar.

En la grabadora, la voz de Ramiro estremece los parlantes. Ahora está cantando una canción que dice:

¡Dinero! ¡Angustia!

¡Dinero! ¡Problemas!

Víctor repite el coro, de viva voz.

Luego habla de una de las escenas de la crónica sobre el muchacho triste. Él, como Ramiro, el baterista de «No futuro», estaba angustiado por la muerte de su madre. En la escena hay un diálogo entre el muchacho que se va a tirar del edificio y una señora que trata de salvarle la vida:

—¿Por qué ustedes los jóvenes perdieron la esperanza?

—Es que desde que me conozco no he hecho sino sufrir —contesta él.

Ella dice:

—Todos sufrimos…

—Entonces tirémonos todos —responde él.

—No cabemos por la ventana… —dice la señora.

Todos nos reímos. Víctor sigue hablando de su aventura con el guión.
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—Al mes nos dijeron: hay una nota. Era un baile. Los de esos muchachos son unos bailes infernales. Alquilan una taberna. Van poquitas mujeres. Bailan brincando y pegándose. Y también discuten mucho sobre cuál es el verdadero Punk. Si es caspa o no es caspa. En la fiesta, todos estaban vestidos de negro. De pronto entró un muchacho, vestido de blanco. Era el mismo muchacho de la motocicleta, el que se parecía a James Dean. Yo le dije que si se acordaba de nosotros. Contestó que sí, que no había ido a Tiempos Modernos porque tenía problemas. Le habían desaparecido a un hermano. Estaba muy mal. Dijo que había ido allí a desahogarse. Que se llamaba John. Esa noche, se le había escapado a la novia, una muchacha que se llamaba Mary. Yo lo invité al estudio y a los días vino acá. Hablamos. Era un filósofo. Dijo que era la primera vez que entraba a un apartamento que no fuera a robar… Entonces nos empezó a hablar de otro mundo, el mundo de los pillos. Allá en esos barrios casi todo el mundo tiene que ser pillo para poder vivir…

LA HISTORIA DE JOHN

Víctor se levanta. Camina un poco por la terraza. Después se detiene y mira hacia la montaña, llena de luces que brillan sobre la tierra como si fueran luceros.

—John era un tipo tan desesperado, tan inteligente… —dice—. Cuando niño, trabajó lavando carros con su papá. Después vendió manzanas en el centro. Su hermanito vendía cigarrillos. John siempre creía que lo iban a matar… Nos explicó tantas cosas… Sobre todo, sobre la desconfianza.

El asunto de la película, ahora, no era fácil para Víctor, ni para los productores, ni para nadie. Las relaciones con John y con los demás muchachos, aunque cordiales, estaban atravesadas por esa misma desconfianza. Una noche, Víctor se quedó con ellos, tomando ron en los estudios de Tiempos Modernos. Lo acompañaba, nada más, Juan Guillermo Arredondo «El Chiqui», uno de los guionistas de la película. El ron se acabó y uno de los muchachos se fue con «El Chiqui» a comprar otra botella.
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—Hubo desconfianza —cuenta Víctor—. Nos dio pánico. Pensamos que nos iban a robar los equipos. John cogió el teléfono y llamó a la mamá. Le dijo: «Quihubo, nena, estoy aquí donde unos amigos. Creo que es el único lugar del mundo donde estoy tranquilo…». En plena conversación, me cogió del brazo, me apretó muy duro, y me dijo: «¡Vos no sabés quién soy yo!». Y casi me cogió de quieto ahí. Porque lo que hizo fue un poema, un poema sobre la desconfianza…

Víctor se queda callado.

—Otro día, durante un ensayo, llegó John y dijo, riéndose: «¡Albeiro, vamos a coger a toda esta gente de quieto! Albeiro: ¡metélos a todos en esa pieza!». Qué susto, hermano… Nosotros nos pusimos pálidos, pero nos reímos. El productor se asustó. Albeiro me dijo después que él pensó que era verdad…

—Pasó eso… —dice Víctor, con una sonrisa—. Pero en el rodaje hubo un plano en que un actor se movía mucho y tuvieron que ponerle una «máquina»: tuvieron que atarzanarlo, para que no se moviera más… Nosotros también los cogimos de quietos a ellos… en la puesta en escena.

Al otro día del susto, los productores de la película dijeron: no más tipos de estos, no más revólveres. Y Víctor dijo: «Esta película se hace con ellos, y, si es necesario, se hace también con los revólveres…».

Víctor sigue hablando de John. Él también había sido punkero. Hace años tenía una guitarra. Estudiaba con un amigo que tocaba violonchelo. Él no quería que hubiera muertos en la película. Cada que hablaban de Rodrigo, el protagonista de «No futuro», luchaba por defenderlo y por cambiar el guión. Entonces decía: «Puede ser que el man tenga una depresión, pero que luego triunfe…».

—Por esa época —dice Víctor— John nos habló de un amigo que se llamaba El Alacrán. Quería que él también actuara en la película. Yo le dije que sí. El Alacrán llegó como quince días antes del rodaje. Venía de Santa Marta, con unos punkeros. De esos que viven por ahí, y hacen artesanías, y atracan… Traía en los bolsillos un ratón y varias cucarachas.
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La aparición de John Galvis y de El Alacrán desbarató otra vez todas las cosas. Todos los días Víctor y «El Chiqui» agregaban en el guión nuevas historias. Un día, Víctor Goldenberg, un guionista argentino que daba cursos de cine, les dijo: «Muchachos, tienen que parar. La realidad no para, pero si ustedes quieren hacer una película, en algún momento tienen que parar».

—Eso se volvió un desorden tremendo… —dice Víctor, riéndose un poco. Cuando la risa se esfuma, hace otra pausa para recordar, de nuevo, a John.

—Él hablaba como un poeta. Decía por qué robaban, por qué eran así. Él iba a ser el co-protagonista de la película… Y lo mataron. Un mes antes de comenzar el rodaje. Era un tipo tan desesperado… Él nos explicaba: cualquiera puede ser enemigo de uno. En cualquier momento, a uno se la pueden estar montando… A pesar de todo, John fue muy abierto con nosotros. Nos presentó a la mamá. Se llamaba Nena. Ellos les dicen nena a todas las peladas. Doña Nena había trabajado en los laboratorios del Yarí, cocinando, pero comida…

Los amigos de Víctor se ríen. Su voz, ahora, suena triste.

—La historia de John es la novela más hermosa del mundo. Él tenía muy claro cómo era todo. Era el más duro de todos. Lo respetaban. Era el pensador. Hablaba, siempre, y se reía. Claro que todos ellos son filósofos. Todos están enfrentados a su propia muerte. Todos saben que los van a matar, que van a morir, entonces son filósofos. Ya no es la bobada de la gallada, eso no funciona. Todos saben que los van a matar, que se van a enfrentar a algo que es único…

La música se ha acabado desde hace rato pero nadie se levanta a voltear el casete. Víctor ha vuelto a sentarse en el muro que da a la terraza de esa vieja casona del barrio Prado.

—Casi no lo convencemos de que actuara. Él decía: «hermano, es que a mí me van a matar». Se mantenía muy preocupado y muy triste. Lo mataron en un robo güevón. Fue dos días después del ensayo general, cuando ya el rodaje estaba a punto de empezar… Él se iba a robar una moto. Ellos tienen esa cosa: son como cazadores, viven una leyenda pavorosa… Todos son N.N. Para ellos, coger a un burgués de quieto es como quitarle un cono a un niño. Se van a ir a acampar y no tienen plata y dicen: un momento, y se van a coger a un man, de quieto. ¡Pa! Lo que decía John: hermano, yo no puedo parar. La droga era cuando atracaba a alguien. Él sentía una emoción tan verraca con la violencia… Vieron a ese man en la moto y dijeron: está botado. Ven gente en la calle y dicen: hey, hermano, esto está lleno de pacientes. John decía que ese era el principal peligro: hacer algo sin estar preparados. Pararon. John encañonó al tipo. El tipo se cayó. John cogió la moto. Un tipo le tiró el carro. John le disparó y lo mató antes de caer. Unos tipos que vivían por ahí se acercaron, cogieron la pistola de John y lo remataron a tiros y a patadas. Albeiro, el parcero de él, vio todo. No sabía si devolverse o no. Después de eso pasó todo el día llorando. Jamás podrá reponerse de esa historia. Él debía haberse devuelto y no se devolvió…
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El presente reportaje hace parte del primer capítulo del libro Sentir que es un soplo la vida, publicada por la Editorial de la Universidad de Antioquia en 1994 y reeditado por Sílaba Editores en 2015.

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* Juan José Hoyos. Periodista y escritor egresado de la Universidad de Antioquia. Ha sido corresponsal y enviado especial del periódico El Tiempo, de Bogotá. Fue director y editor de la Revista Universidad de Antioquia. Ha publicado las novelas Tuyo es mi corazón (Planeta, 1984) y El cielo que perdimos (Planeta, 1990). También dos libros de reportajes: Sentir que es un soplo la vida (Editorial Universidad de Antioquia, 1994) y El oro y la sangre (Planeta, 1994). Con este último ganó en 1994 el Premio Nacional de Periodismo Germán Arciniegas. Es coautor del libro Janyama. Un aprendiz de jaibaná (Editorial Universidad de Antioquia, 2002). Ha realizado dos investigaciones sobre el reportaje en Colombia. La primera de ellas se titula Periodismo y literatura: el reportaje en Colombia (inédita). La segunda es Un pionero del reportaje en Colombia. Francisco de Paula Muñoz y El crimen de Aguacatal, (Hombre Nuevo Editores, 2002). En 1987 participó como escritor invitado en el International Writing Program de la Universidad de Iowa (Estados Unidos). Desde 1985 es profesor de periodismo en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Trabaja como editor en la colección de periodismo de la Editorial de la misma universidad. También es director de la revista de periodismo Folios editada por la Especialización en Periodismo Investigativo de la Universidad de Antioquia. En la actualidad es columnista del periódico El Colombiano, de Medellín.

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