LA HORA
Por Edgar Borges*
Aquel día de septiembre, a las doce y treinta del mediodía, en la puerta del colegio, imperaba el bullicio y la confusión. Media hora después de la salida, había más madres y padres que de costumbre. Los niños entraban y salían como si la dirección hubiese otorgado un recreo indefinido. De vez en cuando salía alguna maestra para intentar calmar los ánimos. Las madres y los padres, en lugar de escuchar, hacían preguntas, unas sobre otras. De pronto el grupo se dispersó, del interior del colegio surgió la directora en compañía de la mujer del sastre. La directora intentaba calmar a la madre, esta iba llorosa pero no por eso disminuía la prisa. Al contrario, apenas salió del colegio echó a correr por el centro de la plaza. Enseguida los cinco delincuentes se apartaron hacia los matorrales, quizá temiendo que el asunto fuera con ellos. La directora siguió, como pudo, los pasos de la angustiada mujer. La muchedumbre no se conformó con ver la situación, bastó que una madre le pidiera a una maestra que vigilara a su hijo, para que el resto hiciera lo mismo. Y sin esperar respuesta de la maestra, madres y padres partieron trotando a pasos largos.
En la librería, Bruno cambiaba de lugar los mismos libros de las últimas semanas; desde que bajaron las ventas los distribuidores abandonaron el local. A partir de entonces el librero se dedicó a cambiar el orden de los libros que aún permanecían en su catálogo. Aquella frenética modalidad pasó a ser el trabajo diario del librero aun en las jornadas cuando la caja registradora marcaba cero en las ventas. Bruno se mostraba orgulloso sintiendo que cada mañana creaba una nueva librería.
Oye, viejo, ¿verdad que el vuelo de los pájaros es la manifestación más liberadora que en las ciudades los humanos tienen ante sus ojos?
Bruno no oyó el ruido de la puerta, tampoco oyó los pasos. Subirse las medias a tiempo es un buen ejercicio de seguridad. Protege del frío y del factor sorpresa. Ordenaba el estante frontal a la entrada, cuando la voz de una mujer le hizo girarse.
–¿Dónde está mi niña?
Era Amanda, la mujer del sastre. Para Bruno era la mujer del vestido y el saco gris. A sus poco más de treinta años había en ella una belleza aún por descubrir. Una belleza áspera en la expresión, pero frágil en la mirada. Amanda nunca usaba maquillaje, su rostro más bien bordeaba el descuido. Su largo cabello ensortijado la identificaba tanto como los vestidos largos y los sacos de lana. Era su costumbre evitar la sonrisa, como si quisiera aparentar más años para acercarse a la edad de su marido. Al verla, Bruno tuvo el deseo de sonreír. Sin embargo se contuvo, pero ya era tarde, el rostro del librero era una sonrisa derramada. Contar, escucharse. La mujer se sintió contrariada; por ello se apresuró a reiterar la pregunta:
–¿Dónde está mi niña?
Bruno se mantuvo en silencio, con la mirada clavada en Amanda. Parecía que no hubiera escuchado la pregunta. O quizá, como otras veces, su oído se había convertido en otra forma de mirada. En eso se abrió la puerta, la directora del colegio entró sin decir buenos días como acostumbraba cuando iba a comprar libros. Primero vio a Bruno con desconfianza, después puso la mano derecha sobre el hombro de Amanda. Enseguida entró un grupo de madres; luego se fueron sumando las mujeres mayores del barrio. Más atrás llegaron los hombres de distintas generaciones. Los visitantes fueron ocupando todo lugar donde no hubiera libro. La acera se cubrió de gente. Nunca antes la librería estuvo tan llena. Los ojos del mundo giraron alrededor del local. Diez ojos, treinta ojos, cientos de ojos. Bruno se preguntó dónde estarían los ojos de su amigo Lisandro para celebrar la apoteosis de un librero.
¿Te imaginas que las cucarachas volaran como los pájaros, en bandadas? ¿Qué sería del paisaje y de la hermosa manifestación liberadora?
En el rostro del público dominaba la seriedad. Bruno creía que mujeres y hombres habían llegado para invitarle a formar parte de un juego inesperado. Eliana le había enseñado «la lógica de los juegos inesperados», pero él nunca supo que se trataba de un mecanismo creado por su mujer para evitarle frustraciones. Si Bruno cometía un error relacionado con su problema de olvido, Eliana le decía que todo formaba parte de un juego para ejercitar la memoria. Al ver la seriedad de la muchedumbre, Bruno tensó el rostro y pensó en su enfermedad.
A ver, anciano, ¿cómo se llama la maldita plaga que te come la memoria?
El librero no tuvo claro si, en algún momento, su mujer les había revelado a todos que sobre él pesaba una enfermedad relacionada con la memoria. Pero también era posible que, a falta de Eliana, los vecinos se hubiesen puesto de acuerdo para realizar un ejercicio más de «la lógica de los juegos inesperados». Los rostros serios podían ser un despiste; más de una vez Eliana mantuvo la seriedad hasta el último momento. Pero, ¿cuál era ahora el último momento? Bruno soltó una risita nerviosa. En eso un vecino aseguró que el librero había cerrado el negocio a las diez de la mañana, permaneciendo dentro aproximadamente una hora. Había una vez un barrio que tenía un hermoso librero. Un segundo vecino reafirmó la versión; otro sujeto hizo una llamada con su teléfono móvil. Una anciana le preguntó entre dientes a Dios qué haría el hermano del alcalde cuando se enterara de la desgracia de su niña. Amanda se abalanzó encima de Bruno y golpeó dos veces su pecho. El librero mantuvo la sonrisa en el rostro, aún creía en el realismo del ejercicio de memoria. La directora apartó a Amanda con la ayuda de dos mujeres. A Bruno le faltó poco para soltar una carcajada. En los brazos de las mujeres, Amanda estalló en llantos preguntando por su hija. El librero enserió el rostro, sabía que las lágrimas de la madre eran verdaderas. De inmediato, como si todo formara parte de una secuencia de actos del azar, entraron dos policías. Uno de ellos tenía la piel amarillenta, parecía un enfermo terminal; el otro escondía la mitad de la cara con la gorra. Detrás surgió el sastre con la mirada desbordada y el dedo índice señalando a Bruno.
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El presente texto es el capítulo 7 de la novela «El olvido de Bruno», publicada por Ediciones Carena, Barcelona, 2016. 109 p.
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* Edgar Borges (Caracas, 24 de abril de 1966) es un escritor venezolano, autor de obras de ficción que incluyen novela, relato, teatro y apuntes. Ha obtenido diversos premios internacionales y el reconocimiento de la crítica. Parte de su obra ha sido traducida a diversos idiomas.
En 2005, en la celebración del IV Centenario de Don Quijote de la Mancha, Radio Exterior de España adquiere los derechos de la radioserie de su autoría La fuga de Don Quijote. En 2008, con la novela ¿Quién mató a mi madre?, es finalista del III Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches de Madrid. En 2009, con el relato ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe?, centra su interrogación en el asesinato del padre literario. Respecto a esta obra de dobles, el escritor y crítico Vicente Luis Mora asegura que «Edgar Borges crea una nueva vía de profundización en la subjetividad».
Ha participado en programas penitenciarios como «Caballo de Troya» (Caracas) y «La ficción como vía para transformar la realidad» en Edgecombe Correctional (Nueva York) y Osborne Association (Nueva York). Como conferencista, a partir de 2009, cuando presenta en España «Nunca más, señor Poe. El final de los malditos», introduce elementos de performance para interpretar otro yo que cuestiona la versión del ponente. En febrero de 2010 obtiene el I Premio Internacional de Novela «Albert Camus», con la obra La contemplación. De la novela Enrique Vila-Matas dice que «Edgar Borges entiende la literatura como un complot contra la realidad». En 2011 sale su libro Crónicas de bar, que integra una serie publicada en la prensa de España. Su inicio es una invitación a la observación callejera: «El bar es el confesionario más democrático de todos los que existen».
En marzo de 2012 se publica su obra El hombre no mediático que leía a Peter Handke. El escritor se vale de géneros tan diversos como la novela, la entrevista y el diario para montar una investigación sobre las bases de una ficción. Para ello se ubica a si mismo, en primera, segunda y tercera persona, como el actor que interpreta a un hombre cuyo único bien comunicacional es la biblioteca Peter Handke. En 2013 presenta el libro Vínculos. Apuntes con Rubén Blades. Literatura y música son los motivos para que ambos creadores intercambien correos, encuentros y recorridos. El 6 de marzo de 2014 Edgar Borges y Rubén Blades ofrecen un Foro a casa llena en el Instituto Cervantes de Nueva York. La revista estadounidense Review 89. Literature and Arts of the Americas, en su edición de noviembre, publica la conversación entre los dos creadores.
En octubre de 2014 sale su novela La ciclista de las soluciones imaginarias, una fábula sobre el condicionamiento de la imaginación de los adultos. En junio de 2016 presenta en Madrid El olvido de Bruno, una novela sobre la memoria, la invención y el amor.