EL ARTE COMO FUTURO
Por Pedro Paniagua Santamaría*
Cuando hablamos de prever el futuro nos imaginamos escenarios poblados por extraños artilugios y viajes intergalácticos. Es lo que se conoce como ciencia ficción. También, desde la ciencia, encontramos prospecciones que, o son muy previsibles o generales, o están formuladas de forma que es imposible no acertar. Ambas anticipaciones pertenecen al campo racional y rara vez aciertan. En el caso de la ficción quizá sea porque, en el fondo, no es lo que pretende. El futuro en ella, más que un tiempo que vendrá, es un territorio virgen en el cual instalar frustraciones, críticas o aspiraciones del presente desprovistas de la sujeción de verosimilitud que implica este tiempo.
Si pensamos en dos de las obras de anticipación más célebres del siglo pasado, Un mundo feliz y 1984, vemos que ambas son distópicas pero no proponen en realidad escenarios nuevos, sino que aplican a ese territorio virgen del futuro los miedos que ya en su tiempo se daban en la sociedad derivados de la ciencia y de la política respectivamente. La primera nos muestra los peligros de la ingeniería genética, y la segunda los de un estado totalitario. Huxley publica su sátira en 1932, pero la sitúa en el año 632 «después de Ford», en referencia al inventor del automovilismo masivo. Si tenemos en cuenta que el Ford-T, del que se parte en Un mundo feliz, es de 1908, el escenario previsto por el escritor inglés pertenece al año 2540, para el que aún faltan más de cinco siglos. El propio Huxley dijo en 1958 que sus predicciones se estaban cumpliendo más pronto de lo que pensaba. Y así era, pero no por un grado mayor de acierto, sino por expresar los temores de su presente.
La obra de Orwell apareció en 1948, recién acabada la segunda guerra mundial. La guerra fría imperaba y el fantasma de un estado totalitario comunista lo dominaba todo. 1984, por tanto, no deja de ser también una hipérbole del presente de su autor. Incluso de su pasado, pues en Un mundo feliz ya encontramos la parodia antimarxista en nombres de personajes como el propio Marx, Engels, Trosky o Lennina. Lo que no se suele decir es que ambas obras están basadas en la de un escritor soviético, Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, que en 1921 ya expresó los horrores de la dictadura. Orwell reconoció abiertamente su deuda con el escritor ruso, no así Huxley, aunque es cierto que las similitudes con la obra de Zamiatin son mayores en 1984 que en Un mundo feliz. La relación entre estos tres libros daría pie para hablar de la intención política de las obras de anticipación, iniciada en los siglos precedentes con las utopías en boga. O del escaso éxito de los escritores rusos, descubiertos en muchos casos en Occidente con retraso y no siempre con el reconocimiento debido. Pero no es ahora eso lo que nos proponemos.
En lo que nos gustaría hacer hincapié es en la imposibilidad de llegar al futuro por vías racionales. Es cierto que de la ciencia pura no hemos hablado pero no es necesario citar ejemplos, por innumerables, de avances que se ven superados en el lapso de unos años. Decía Steiner en relación con la perdurabilidad de la obra científica que «las anatomías y fisiologías anteriores a Vesalio o a Harvey son, en sentido exacto, de interés histórico y quizá estético (las láminas de Vesalio conservan su fuerza icónica)». Pero —añadía— «no tienen la capacidad persistente de una oda de Píndaro o un aguafuerte de Rembrandt para renacer transformados».
Ya antes Allen Ginsberg aclaraba en Howl que una profecía no es adivinar la fecha exacta de algo que va pasar dentro de cien años sino sentir lo que alguien va sentir dentro de esos cien años. Sin duda tenía razón. El terreno de la adivinación se tiene que mover forzosamente en el terreno de los sentimientos, no en el de la razón. Lo que recordamos no es el hecho, sino el sentimiento que nos produjo el hecho. Por eso la anticipación de los acontecimientos, e incluso las fechas, dan igual, siempre y cuando se dé coincidencia de sentimientos provocados. Y eso, en definitiva, es de lo que trata el arte.
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* Pedro Paniagua Santamaría nació en 1958. Es autor de Los géneros en la Red: reportaje, entrevista y crónica (Fragua, 2015), La estela de la codicia (Amazon, 2013), Breve historia del futuro (Taurus, 2012), Cultura y guerra del fútbol (UOC, 2009), Información e interpretación en periodismo (UOC, 2009), Información deportiva (Fragua, 2003) y La prensa ante la televisión privada (UCM, 2001). También de numerosos libros colectivos sobre comunicación y periodismo y de colaboraciones asiduas en revistas académicas especializadas, con artículos y críticas literarias. Es doctor en Ciencias de la Información desde el 21.03.1996 y profesor titular desde 1.1.2003. Ha ejercido la profesión en diversos medios escritos y audiovisuales como la Agencia Efe, Actualidad Económica, Muy Interesante, Radio El País, Tele 5 y Onda Cero. Ha impartido clases de periodismo en la Universidad Europea de Madrid-CEES y en cursos especializados de televisión y prensa. Desde 2003 es profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid, y entre noviembre de 2011 y marzo de 2016 ocupó la dirección del departamento de Periodismo I en la facultad de Ciencias de la Información de esta Universidad.