Escritor del Mes Cronopio

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Confesiones de un alienigena

CONFESIONES DE UN ALIENÍGENA. MONÓLOGO EN UN ACTO DE WILLIAM S. BURROUGHS

Por Jorge García-Robles*

En el escenario hay sólo una mesa pequeña. Antes de comenzar a hablar Burroughs saca de su bolsa una jeringa, elásticos, ampolletas, una botella de vodka, una Coca Cola, un cigarrillo de mariguana, un teléfono celular y coloca todo sobre la mesa.

Yo, William Burroughs no nací en este planeta. Yo William Burroughs nací más allá de las constelaciones y los hoyos negros, del otro lado del universo, ahí donde rigen leyes extrañas y el Bing Bang nunca explotó. Yo William Burroughs no sé qué diablos hago en este planeta. Yo William Burroughs siempre me he sentido un alienígena en el mundo de los Sapiens. Mi ADN no es el del Homo Sapiens, mi genoma es distinto, muy distinto al de él, pero por alguna razón que ignoro me arrojaron en estas tierras humanas, demasiado humanas…

Antes de nacer mis ojos ya estaban abiertos. La primera vez que los abrí me vi dentro de un agujero húmedo y caliente, con paredes húmedas, blandas, rojas y venosas, un vientre materno asfixiante; de pronto una mano con guantes comenzó a jalarme y yo me resistí, no tenía idea dónde me quería llevar, forcejeamos, luchamos, pero finalmente me sacaron de ese agujero. Al salir vi por primera vez este planeta y en lugar de llorar me quedé callado con los ojos totalmente abiertos, sin pestañear una sola vez; saqué la punta de mi lengua y como un lagarto empecé a examinar y a reconocer lo que me rodeaba. Entonces vi varios Homo Sapiens vestidos de blanco, con las bocas tapadas con tela blanca, observé aparatos médicos, tubos, líquidos fluyendo, jeringas y charolas llenas de vísceras, vi a mi madre despeinada, acostada en una cama llena de sábanas y sangre, y a mi padre afuera, detrás de una ventana, moviendo su mano, sonriéndole a un hijo que más tarde le sería indeseable. Veía este nuevo escenario en silencio, sin llorar, sin chistar, sin que una sola lágrima saliera de mis ojos que veían fijamente todo lo que le rodeaba.

Entonces empecé a gritar en mi idioma:

—¡Se equivocaron, yo no soy de aquí, devuélvanme a donde pertenezco…!

Luego, la punta de mi lengua comenzó a salir y a entrar de mi boca como la de una víbora y las personas que ahí estaba comenzaron a reírse, no me entendían, no comprendían mi lenguaje, se carcajeaban como locos, incluso mi madre se reía como histérica señalándome con el dedo. De repente una mujer me limpió el cuerpo, me envolvió en una toalla y me metió en un cubo transparente junto con otros recién nacidos que sí eran Homo Sapiens. Una vez ahí me fue imposible moverme y de pronto empecé a orinar, a defecar, a sudar, a tener hambre y me dije: «¡Qué es esto, en mi planeta nadie expulsa sustancias pestilentes». Mi orín olía feo, mi excremento apestaba, mi sudor me incomodaba, el hambre me volvió irritable. «¿Qué clase de mundo es éste?» me pregunté.

Sin embargo, una fuerza interna me obligó a cumplir con los mandatos de mi cuerpo y desde entonces oriné, zurré, sudé, comí y para sobrevivir tuve que hacer muchas de las cosas que realizaban los Sapiens, esos seres extraños que pueblan este planeta.

Con el tiempo las cosas no mejoraron, la sensación de sentirme ajeno a este mundo aumentó. Vivía en una cápsula que me blindaba de lo externo, no tenía amigos, mis padres me rechazaban, mis hermanos me hostigaban, no soportaba la escuela, aborrecía los juegos infantiles, me aislaba de mis compañeros de clase, odiaba a los maestros; mi único consuelo eran… los gatos, esos seres que se dice vienen también de otro planeta. Los gatos son totalmente distintos a los perros que son agresivos y serviles, los gatos no se meten en asuntos ajenos, ni agreden a menos de que sean atacados, ni se dejan dominar, no negocian su independencia como los perros que son rápidamente domesticados y esclavizados por sus amos. Un gato no negocia su libertad y más bien utiliza a sus amos a quienes nunca le rinden pleitesía. Desde entonces siempre preferí a los felinos que a los Homo Sapiens Sapiens.

Pero aparte de convivir con gatos hice otra cosa: empecé a coleccionar contrariedades, a atesorar conflictos; cultivé el arte de crear dificultades, de fabricar problemas, de regodearme con ellos y siempre salir ileso. Nunca me pasaba nada; provocaba un problema y cuando estaba a punto de recibir una reacción en contra, suspendía el ataque, huía, me apartaba y el conflicto jamás me afectaba. Aprendí a esquivar al Homo Sapiens y a dejar de tenerle miedo.

Entonces entré a una universidad a estudiar derecho, medicina, o… ya no me acuerdo qué… El caso es que no me gustó estudiar, no soportaba estar atornillado en un pupitre escuchando a un tipo que quería que aprendiera lo que él quería que aprendiera y a evaluarme para ver si había aprendido lo que él había decidido enseñarme y no yo. «¡Qué horror! —pensaba— en todo caso, si he de aprender sobre la vida humana no es en una escuela!» y no volví.

Por esa época el mundo de los Sapiens, aunque ya no me causaba miedo, me seguía siendo ajeno y era incapaz de integrarme a él. En ese momento sentí algo que nunca antes había experimentado: ABURRIMIENTO. El mundo de los humanos me resultó terriblemente aburrido, tedioso, absurdo; y como no tenía intenciones de matarme, como por alguna razón quería continuar vivo, busqué algo que me ayudara a vivir, que le diera cierto sentido a mi estancia en la Tierra; así que busqué, busqué y encontré a las compañeras de mi vida, a las amantes que desde entonces me acompañarían en mi viaje por estos espacios inhóspitos.

Saca de su bolsa una jeringa, elásticos, un cigarrillo de mariguana, ampolletas, pastillas, frascos de medicinas, una botella de Stolisnaya y Coca Cola y coloca todo en la mesa que está a su lado.

Cuando las conocí lo primero que hice fue correr al Registro Civil y decirle al juez:

—Señor juez, quiero casarme con ellas, ¿dónde firmo? Prometo fidelidad absoluta, entrega total, respeto eterno.

El burócrata se me quedó viendo y después de unos segundos me dijo que era algo imposible; y yo pensé: «Me obligan a vivir con ellas en la ilegalidad». Así que antes de salir del Registro Civil le dije al juez:

—Conste que quise hacerlo legal, me está usted obligando a vivir fuera de la ley, a codearme con traficantes, criminales y drogadictos, a esconderme, cuidarme de la policía y contratar abogados cada vez que me descubran.

Se inyecta en el brazo de manera muy natural, con desenfado y rápido, sin mostrar ningún cambio en su conducta.

De este modo, aunque el juez no quiso formalizar mi relación, desde el momento en que las conocí contraje matrimonio con ellas, sabiendo que jamás las abandonaría. Las drogas, qué puedo decir de ellas, han sido las compañeras de toda mi vida, mi familia, mis amigas, mis cómplices, mis esposas, mis esposos. Al principio mi vínculo con ellas fue un desastre, me esclavizaron, me subyugaron, no podía hacer nada más que cumplir con sus mandatos dictatoriales. En mi planeta estas compulsiones no existen, pero el cerebro humano es demasiado ansioso y le gusta esclavizarse con lo que sea: sustancias, personas, líderes, ideologías, cosas, le cuesta trabajo no depender de algo o alguien y yo tenía un cerebro y un cuerpo humano y no era la excepción.

Cuando estuve a punto de sucumbir y ser devorado por mis tiranas esposas decidí negociar con ellas. Sabía que no podía vivir sin su compañía así que les dije:

—De acuerdo, nunca podré dejarlas pero pactemos condiciones, ritmos, tiempos y dosis ¿les parece?

Lo pensaron, aceptaron y me pusieron una condición: disciplina; tendría que meterlas en mi cuerpo en horarios definidos, no en cualquier momento, en horas fijas y en cantidades específicas. Acepté y mi relación con ellas mejoró hasta volverse casi equilibrada y de mutuo entendimiento: yo les daría a ellas mi cuerpo y ellas a mí el suyo, sería un intercambio de favores, de necesidades, el resultado fue un vínculo de beneficio para ambos. Algunos místicos dicen que Dios necesita al hombre tanto como éste a Dios, de igual modo yo sabía que ellas me necesitaban tanto a mí como yo a ellas.

Y es que las drogas realmente me ayudan a vivir. El asunto es que con ellas, como sucede en la vida llamada real, la intensidad y la plenitud no duran, se acaban. ¡Inventen, señores, inventen científicos, una sustancia que siempre nos tenga felices, que no nos haga daño, que no nos vuelva adictos, que incluso nos dé salud, nos nutra y fortalezca nuestros cuerpos y mentes! ¡Industrias químicas del mundo: qué esperan, si fabricaran drogas de este tipo ganarían millones y millones, los gobiernos recaudarían impuestos fabulosos, ahorrarían toneladas de dinero en servicios médicos, y nosotros los consumidores estaríamos satisfechos de ingerir sustancias que no nos dañen, que nos procuren plenitud y que se puedan comprar en la tienda de la esquina tan fácil y legal como un papel de baño!

Mientras habla se sirve vodka y Coca Cola en un vaso.

Esto podría ser la salvación del Homo Sapiens, la solución a casi todos sus problemas; drogas así podrían transformar su estupidez en inteligencia, su insatisfacción existencial en algo muy parecido a la felicidad. Pero no, el Sapiens no tiene remedio, su cerebro es demasiado limitado, su genoma lo tiene atado a instintos muy primarios, finalmente no deja de ser una bestia que trata por todos los medios de hacer lo contrario, inventando leyes, educación, morales, éticas, religiones, ideologías de todo tipo, imaginando que con ello superará sus instintos y se convertirá en un ser bueno, justo y pacífico, lo cual es la fantasía más absurda que he descubierto del Sapiens en mi estancia en su planeta.

Y aunque no recuerdo con detalle la forma en que en mi planeta sucedían las cosas, evidentemente no pasaban como en éste… Cambios biológicos, damas y caballeros, biological changes, niños y niñas; ya dejen de creer que la educación, la religión, la política los van a mejorar. El genoma, hay que cambiar el genoma, ahí reside todo lo que el Sapiens es y podría ser.

Deja su vodka y enciende un cigarrillo de marihuana, sin que cambie su conducta que es normal.

Resulta que cuando negocié mi maridaje con las señoras drogas —porque obviamente no consumía una sino muchas, como si tuviera un harem de sustancias a mi disposición— apareció algo nuevo en mi vida: escribir. Como explicación de por qué empecé a hacerlo inventé aquello de que cuando asesiné a mi mujer, en un país centroamericano donde vivía entonces, un espíritu maligno y demoniaco, un hórrido chamuco, me obligó a matarla y que para neutralizar su presencia tenía que escribir, bla, bla, bla.

Con esto maté dos pájaros con un mismo tiro: justifiqué la muerte de mi mujer e inventé una historia de cómo nació mi vocación de escritor. Marketing, señores, marketing, nada más, publicidad auroleada con temas sobrenaturales para salpimentar el asunto. Evidentemente el tal espíritu maligno no existe, ni existió nunca. Desde antes del asesinato de mi mujer yo ya escribía, de hecho ya había terminado mi primer libro. Pero pergeñe tal historia para que la génesis de mi vocación reposara en un relato misterioso e intrigante.

Desde entonces escribí y escribí y escribí, mientras me drogaba, me drogaba y me drogaba, y para mi sorpresa tuve éxito. Jamás pensé que lo tendría porque en realidad mis libros no son tan buenos, lo sé perfectamente, pero a mí me divierte hacerlos, además de que no se venden mal y me permiten vivir con cierta comodidad en este planeta. De esto no me puedo quejar.

En cuanto a mi mujer, ya no la aguantaba, ya no la soportaba, estaba enferma, bebía de manera compulsiva tequila e ingería anfetaminas todo el maldito día; además de que cojeaba, tenía poliomelitis, la piel marchita, no cuidaba a nuestros hijos que ciertamente eran latosos e insufribles. Antes de darle un tiro en la cabeza me decía a mí mismo: «¿Por qué te enredaste con ella, por qué la sigues tolerando? ¿Resuelve de una vez por todas el asunto». Y lo hice, ya saben cómo, ya conocen la historia, fue como la cuentan solo que no fallé el tiro, al revés di perfectamente en el blanco. Mi puntería fue perfecta. En mi planeta no existe el remordimiento, ni el arrepentimiento, ni la compasión, así que simplemente lo hice y desde entonces mi vida se volvió más fácil y llevadera. Fingir un accidente fue la solución.

También lo hice porque las mujeres me molestan, me desquician. Vivir con una fémina me ponía los nervios de punta. No me gustan las mujeres, lo femenino, es decir, lo voluble, lo cambiante, lo inestable, lo sentimental, aborrezco la miel ¿entienden? Y todo esto son las mujeres. Lo peor es que yo tengo una mujer aquí adentro [se señala el cuerpo], tengo metida una mujer en un cuerpo de hombre, que es la cosa más rara que me pasó en este planeta. ¡Quien diseñó este mundo fabricó muy mal a los humanos, coño! ¿Por qué tengo metido en mi cuerpo a una pinche vieja, si yo quiero un mundo de hombres, viril, potente, masculino, como un falo erguido, no uno inconstante, caprichoso y aguado como un clítoris?

Finalmente tuve que aceptar mi extraña condición y tener relaciones íntimas con mujeres metidas en cuerpos de hombres y no con hombres completos, con cuerpo y personalidad masculinos. Esa es la condena que tienen personas como yo; pero, como ya dije, han sido las sustancias que alteran mi cuerpo y mente, así como mis gatos, los verdaderos compañeros de mi vida, y no los humanos, mucho menos una pareja.

En fin, creo que se acerca el momento de regresarme a mi espacio, a mi lugar de origen, así que los dejo, necesito enterarme por qué me mandaron aquí, saber si fue un accidente, un castigo, un viaje de investigación o lo que sea.

Pero antes de retirarme, déjenme decirles un par de cosas sobre ustedes, los Sapiens.

No se culpen de ser quienes son; dejen de exigirse tanto, de criticarse tanto, de soñar tanto. El responsable de sus insuficiencias e imperfecciones es su cerebro, un órgano que manufacturó Madre Natura —por cierto muy mal— no ustedes.

No crean entonces que la educación, la política o la religión van a mejorarlos. ¡Lo que hay que cambiar es su ADN, señores, su genoma, señoras! No hay de otra. Biological changes. Todas las especies que se conocen han evolucionado por selección natural, el Sapiens o evoluciona artificialmente o desaparecerá. Créanle a un alienígena como yo que ve las cosas con retinas muy diferentes a las suyas.

 


Suena su teléfono celular, Burroughs contesta.

Ah, ok, ahí voy… Mis gatos, debo irme, hay que darles de tragar, cuidarlos, ni modo, más bien ellos son nuestros amos que no nosotros. Bueno, me largo [dice mientras guarda sus jeringas, botellas y elásticos en su bolsa], en serio, realmente me voy, no tengo nada que hacer aquí, me voy para no volver, me voy de este planeta para siempre. Cuídense, diviértanse… y no crean la mentira de que las cosas cambiarán con buena voluntad y convencimiento. Bye!

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* Jorge García-Robles es escritor mexicano. Ensayista, editor, traductor y autoridad en cuanto al paso de los escritores beat por México. Estudió sociología y es autor de «Lofránida», «¿Qué transa con las bandas?» y «La bala perdida: William S. Burroughs en México 1949-1952» entre otras muchas obras. Ensayos de Jorge García-Robles, quien —según Roger Bartra— encara de un modo lúdico los grandes problemas de México.  Premio de ensayo literario Malcolm Lowry 1995, es autor del libro vivencial «Qué transa con las bandas» (1985), de la mixtura de escritos ensortijados «Lofránida» (1987), de los cuentos alquímicos reunidos en «Los muslos de Potasia» (1992), de un tomo de urdimbres literarias llamado «Utilería» (1995), de un ensayo biográfico sincopado que dedicó a la estancia de William Burroughs en México: «La bala perdida» (1995 y 2008), de otro ensayo biográfico acerca de la espinosa pero creativa permanencia aquí de Jack Kerouac: «El disfraz de la inocencia» (2001 y 2008), y del monumental «Diccionario de modismos mexicanos», publicado por Porrúa en 2012, empeñosa investigación referida al caló usado en México desde la época virreinal hasta nuestros días. La obra de García-Robles se ha traducido al holandés y al sueco. Él mismo tradujo al castellano «México City Blues y Tristeza», dos de los textos más célebres (un poema y una novela) de Kerouac.

Es también colaborador en publicaciones periódicas, desde 1983, en las siguientes revistas y periódicos: Sábado de Uno más Uno, Excélsior, Revista de Universidad, El Gallo Ilustrado de El Día, La Jornada, La Jornada Semanal, Castálida, Blanco Móvil, Gaceta del FCE, Confabulario y Día Siete de El Universal.

Lista completa de sus obras aquí:

https://universodeletras.unam.mx/estadosalterados/doc/semblanzas/de_jorge_g_robles.pdf

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