EXTRAVIADA EN LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE
Por Diana Isabel Hernández Juárez*
La noche sentida, violenta, a la orilla del despeñadero, se deja acariciar por los dedos de la muerte. El caos de mariachis locos, narcocorridos, sones jarochos y boleros desgarradores que chocan sin respeto alguno, alentados por litros y litros de alcohol, de pronto sucumbe. El orden irrumpe en la colmada Plaza de Garibaldi. La muchedumbre se separa milagrosamente, como cuando Moisés dividió las aguas del Mar Rojo, y se forma un círculo o, mejor dicho, un ring humano, porque es la violencia y el morbo, no las canciones ni la algarabía, lo que ahora reina en una de las cantinas públicas más grandes y famosas del mundo.
Ahí están, los dueños de la noche, en su región más transparente: dos pandillas acapararan la atención de la multitud, porque la riña entre miembros de cada bando, se ha convertido de pronto en una puja colectiva que provoca remolinos y tropiezos con los tríos, los jaraneros, los soneros, los norteños, los mariachis y la concurrencia. Todos observan la pelea entre jóvenes, muchachos que parecen no rebasar los 20 años, quienes a puño limpio resuelven entre sí el agravio, porque en «México no hay tragedia, todo se vuelve afrenta». La lucha callejera se torna en un espectáculo alucinante que contagia a los presentes. Pero el encanto se rompe cuando una lluvia de botellazos inunda la explanada, convirtiéndola en un pandemónium: gritos, empujones, carreras, adrenalina y miedo, instantes de temor que parecen detener el tiempo. La permanente lucha entre la vida y la muerte se manifiesta y se percibe detrás de los que buscan dónde esconderse.
Resulta extraño, en ese caos y como si fuera natural los parranderos se organizan para huir y hasta se protegen unos a otros. Se impone entonces «la ciudad dolor inmóvil», y así como empezó el zafarrancho también desapareció. Enseguida la fiesta se restablece en todo su esplendor: de nuevo todos los ritmos de México cantan al mismo tiempo, en medio del desmadre colectivo.
Música y baile hasta el amanecer para quienes se dejan caer en la cicatriz lunar de la ciudad de México, sin importar los riesgos, ni el frío. Ricos, pobres, jóvenes, adultos, parejas de enamorados del mismo y de diferente sexo, grupos de amigos, turistas y tribus urbanas son parte de este auténtico ritual del caos que invoca al «eterno salto mortal hacia mañana», pues aquí se aprende a nacer y a morir a diario.
Un grupo de jóvenes adinerados contrata a una gran banda norteña, cantan con tanto sentimiento, que terminan llorando abrazados. Extrañan a sus familias, están en la Ciudad de México estudiando, unos en la Ibero, otros en el ITAM y otros en el Tec de Monterrey.
En ese marasmo de embriaguez no hay faltas de respeto, al contrario hay una solidaridad intrínseca. Una tribu urbana me ofrece protección, porque les da la impresión de que estoy sola. «Ven con nosotros —me dicen— quieres un trago o un cigarro, no vaya a apañarte algún gandalla». Mis amigas regresan y compartimos un rato con ellos. «Nosotros no tenemos licenciaturas, nosotros tenemos oficios, somos artesanos y vivimos del trabajo de nuestras manos. No le robamos, ni le hacemos daño a nadie». Y sonríen con una candidez de niños.
Los agaves decorativos del centro de la plaza se convierten en mingitorios colectivos al aire libre; los borrachos pierden el pudor y tienen el honor de orinar sobre ese símbolo nacional. Conforme se acerca el amanecer empiezan los estragos, crecen las montoneras de basura junto con deshechos humanos, hombres y mujeres tirados en el piso. Comprendo mi extravío y huyo de inmediato, antes de que sea demasiado tarde.
Por un instante, sin embargo, también fui dueña de la noche.
* * *
En La región más transparente me extravié. En la enorme ciudad de México me perdí. Pero luego de incontables lecturas, años de trabajo y viajes, ahora me atrevo a analizar la monumental novela de Carlos Fuentes y hacer mía a la ciudad del sol detenido.
Leí La región más transparente por primera vez en 1984, cuando estudiaba la preparatoria y me deslumbró por completo, aunque muchas cosas me resultaron incomprensibles y opté por seguir las palabras de Sor Juana Inés de la Cruz: «Mi entendimiento admira lo que entiendo y mi fe reverencia lo que ignoro» [1]. Debo confesar que en ese entonces reverencié la mayor parte de la compleja novela.
Extraviada en La región más transparente, disfruté los relatos y me sorprendí con sus historias; me perdí en las disertaciones filosóficas, traté de entender los pasajes históricos, pero sin analizar nada; sólo admirando esa perfección de narrar: vidas y emociones, que me hicieron gozar y sufrir, e incluso llorar.
Todo ese universo caótico, fragmentado y múltiple, descrito por Fuentes me fascinó, tanto que decidí estudiar Letras, ser periodista y conocer a la ciudad de México, misma que al tiempo, me ha seducido y a la que me he vuelto adicta.
Tengo cuatro ediciones distintas de La región más transparente. Mis favoritas son: la primera: un pequeño libro del Fondo de Cultura Económica, con la fotografía de la Torre Latinoamericana, imagen de la modernidad en esa época, toda maltratada y subrayada. Y la elegante edición conmemorativa de la Real Academia Española, con una serie de ensayos, que la catalogan como «el primer estallido del llamado boom de la Nueva Novela Hispanoamericana», obra fundacional, clásica y ejemplar.
Al concluir la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, tenía la intención de escribir mi tesis acerca de esta novela, pero enfrenté el enorme reto que implica una obra de tal envergadura: hay tantas tesis, trabajos, ensayos, análisis, artículos, comentarios y demás textos sobre ellas, que se corre el peligro de caer en plagios involuntarios, lugares comunes, estudios reiterativos y no aportar nada nuevo. Así que mejor opté por el tema del periodismo, del que casi nadie escribe desde el ámbito formal de la academia literaria.
Las palabras manchadas de vida de Carlos Fuentes acerca de la enorme Ciudad acabaron con mis temores, aun cuando narren con tanto detalle ese dramático universo, en donde es permanente la lucha entre la vida y la muerte. Las descripciones tienen tal fuerza que nos llevan a identificarnos con Ixca Cienfuegos y a comprender que pese a todo: «En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta».
Dueños de la noche, porque en ella soñamos; dueños de la vida, porque sabemos que no hay sino un largo fracaso que se cumple en prepararla y gastarla para el fin…No tienes memoria, porque todo vive al mismo tiempo; tus partos son tan largos como el sol, tan breves como los gajos de un reloj frutal: has aprendido a nacer a diario, para darte cuenta de tu muerte nocturna. (523)
La voz narrativa central de la novela maneja todos los tiempos: pasado, presente y futuro se encuentran. Esa simultaneidad se desborda en los relatos y provoca una cascada de acontecimientos que se dispara en todas direcciones, generando un caos, pero un caos integrado dentro de la misma novela, máximo ejemplo de la suma de géneros narrativos, en donde la ficción lleva al fondo del ser humano.
A 58 años de su publicación, La región más transparente es una obra que está más vigente que nunca, nos estremece por la densidad de su contenido y la maestría con que Fuentes explora la caótica identidad del mexicano, mediante un intrincado universo intertextual, junto con profundas reflexiones filosóficas, estéticas e históricas.
«Varias generaciones descubrieron a México en este libro», afirma el poeta José Emilio Pacheco en la edición conmemorativa. Estoy totalmente de acuerdo, eso precisamente me ocurrió desde la vecindad cercana-distante entre Puebla y la CdMx, pues era yo de las personas que tenía miedo de ir a la capital del país, pensaba que era una ciudad monstruosa, en la que me iba a perder, me podrían asaltar o hasta me iban a matar.
Nuestros imaginarios locales hasta hace algunos años, nos mantenían alejados en una especie de burbuja que nos hacía idealizar nuestras pequeñas ciudades y despreciar a las grandes metrópolis. Esto va quedando en el pasado en la medida que avanza la modernidad, crece la población y se eliminan los límites territoriales, al menos virtualmente.
Con el paso del tiempo he aprendido a disfrutar de nuestra «ciudad puñado de alcantarillas, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad a fuego lento, ciudad con el agua al cuello, ciudad perro, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera, hundida ciudad. Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas» (21).
La ciudad de los tres ombligos me ha adoptado generosamente. Por trabajo y un posgrado por años he ido cotidianamente. Puedo presumir que la conozco, pues he recorrido caminando todo su centro histórico; el Zócalo y sus alrededores, las avenidas Juárez y Madero; toda la hermosa avenida Reforma desde la Lagunilla hasta el Castillo de Chapultepec, las librerías de la calle Donceles, las tiendas de ropa de la avenida Izazaga, los museos históricos y los nuevos. Los modernos centros comerciales; zonas perdidas y periféricas, sin tener jamás una mala experiencia.
También he intentado las rutas de antros, bares y cantinas, como las sugeridas por el escritor Gonzalo Celorio en su novela Y retiemble en sus centros la tierra, pero nunca llego más allá del bar La Ópera. Reconozco que me falta entrenamiento en el arte del buen beber. Además de que es mejor evitar el sacrificio al que convocan los atabales, si se sigue el recorrido completo.
«Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire». La frase que cierra el inicio de la narración y que se repite con toda su fuerza como final de la novela representa un macro relato circular, que une el final con el principio, con la intención de abarcar el todo. Un todo al que se integran las pequeñas historias y dramas de personajes tan disímbolos, pero que al mismo tiempo entre todos contribuyen a configurar la identidad del mexicano, aun cuando se trate de máscaras: una máscara, la piel del rostro sobre la piel del rostro o mil rostros, que van desde Cortés, hasta Sor Juana, Itzcóatl, Juárez, Tezozómoc, Gante, Madero, Felipe Ángeles, Cárdenas, Malinche, Zapata, Pancho Villa, Villaurrutia, Ávila Camacho, Nicolás Bravo y una muy larga lista que termina con los «tú sin tu nombre». Los «tú que no te rajas y tú que me la mamas» (527).
¡Lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc! ¡Jijos de Ruiz de Alarcón! ¡Don Asusórdenes y doña Estaessucasa, míster Besosuspiés y miss Damelasnalgas: no hay cuidado, se lo ruego, usted primero! (528)
Fuentes juega con nosotros y al mismo tiempo nos atormenta, porque así es el mexicano: llora y ríe a la vez, porque sabe «que no venimos a vivir, que venimos a dormir, que venimos a soñar». En esa exploración al fondo del ser, nuestro autor es despiadado y exhibe las miserias que se viven en las diferentes clases sociales, pero también nos redime, pues asegura que «si no se salvan los mexicanos, no se salva nadie. Por cada mexicano que murió en vano, sacrificado, hay un mexicano responsable».
Y es que a pesar de todo —y otra vez el todo— «Todo lo que se puede compartir no se pierde, sino que es como si se tuviera dos veces». Hasta que leí esto comprendí porque los mexicanos compartimos todo: alegrías, tristezas, riquezas, miserias, fiestas y hasta la muerte. Siempre he admirado el desprendimiento de nuestra gente de pueblo, que en sus fiestas comparte todo lo que tiene y hasta lo que no tiene, sin importarle quedar endeudada o sin nada.
«¡Qué más diera uno que trabajar bien y ganar lana en México!». Cierto, qué más diera uno, y que vigencia de esta frase cuando la emigración y el narcotráfico están acabando con pueblos enteros de mi querido país.
LA FEMINIZACIÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Otro aspecto importante a destacar en esta novela es la configuración de la ciudad como una mujer. Tenemos en primer lugar una inversión de género, porque la palabra México implica masculino, pero la ciudad es femenina, y en la creación literaria de Fuentes resulta emerger como una toda poderosa madre-diosa, que da la vida, protege y nutre, pero que también puede ser la tumba, la que destruye y devora, como le ocurre precisamente a Ixca Cienfuegos.
Gonzalo Celorio señala que Carlos Fuentes fue el primer autor que le confirió a esta ciudad el papel protagónico de una novela, pues muchos otros narradores habían escrito sobre ella, pero como un elemento de fondo, escenario o lugar. Fuentes en cambio, crea un personaje multifacético, electrizante, convulso, admirable, atroz. «La ciudad es como Huitzilopochtli que, para mantener encendido el fuego cósmico que da la vida, ha de alimentarse de los corazones de los hombres».
Efectivamente, la gran protagonista de La Región más transparente es la ciudad, una mujer que da todo a sus habitantes: vida, amor, riquezas, pasiones, alegrías, sufrimientos, satisface deseos y caprichos; pero también es enérgica, fuerte y castigadora, por eso llega a transformarse en la grandiosa tumba de esos seres perdidos en la búsqueda eterna de sí mismos.
En esta personificación de la ciudad como madre detectamos la preocupación de Fuentes acerca del origen del mexicano:
Más que nacer originales, llegamos a ser originales: el origen es una creación. Yo mismo no sé cuál es el origen de mi sangre; no conozco a mi padre, solo a mi madre. Los mexicanos nunca saben quién es su padre; quieren conocer a su madre, defenderla, rescatarla. El padre permanece entre brumas, objeto de escarnio, violador de nuestra propia madre. (74)
Octavio Paz comparte dicha preocupación en el ensayo El laberinto de la soledad, aunque lo expresa con un estilo completamente diferente:
¿Quién es la chingada? Ante todo, es la Madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la ‘sufrida madre mexicana’ . (83)
Podríamos decir que para Fuentes, la ciudad de México es una representación de la maternidad, por eso es la mujer que cubre y protege a los desamparados que desde diferentes partes del país van a refugiarse con ella. En esta misma línea, encontramos al poeta Efraín Huerta, quien declara su amor y odio a la metrópoli. Citamos como ejemplo los siguientes versos:
Ciudad que lloras, mía,
Maternal, dolorosa (…)
Cómo te das, mujer de mil abrazos,
A nosotros tus tímidos amantes:
(…)
Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,
A tus desenfrenados maricones que devastan
Las escuelas, la plaza Garibaldi,
La viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.
Vemos como la ciudad de México para el poeta, al igual que para Fuentes, representa lo femenino, lo cual conlleva a un nuevo simbolismo, pues la feminidad implica múltiples posibilidades. Todo ello podemos inscribirlo en lo que Judith Butler clasifica como «el fin de la diferencia sexual», que comprende —entre muchas otras cosas— la liberación de lo femenino de la exigencia de ser una sola cosa o cumplir con una sola norma, permitiéndole muy variadas posibilidades de expresión.
Esto se nota claramente con la gran protagonista de la novela; pero también toma variadas formas de manifestación con las mujeres que intervienen en los relatos, desde la prostituta Gladys García, hasta la guardiana Teódula Moctezuma, quienes más que representar a mujeres, simbolizan lo femenino, en sus más contradictorias versiones.
Nos referimos a lo femenino en el sentido más amplio del término, invocando al predominio de la sensibilidad, los sentidos y las emociones, pero también de la razón, la inteligencia, la fortaleza y el trabajo, nunca en función de las estereotipos de «debilidad» o sumisión impuestas por sociedades tradicionales.
Cada vez que leemos La región más transparente nos sorprende por su vigencia, porque podemos caminar y admirar esas calles de la que también fue llamada «la ciudad de los palacios», y con diferentes nombres nos topamos con sus emblemáticos personajes, desde los guardianes, hasta los revolucionarios, los inteligentes, los del pueblo, los burgueses, los ricachones, los satélites, los extranjeros y muchos otros. O aún confirmamos que «Hay cuatro profesiones que nunca se pueden abandonar: diplomático, periodista, cómico y puta».
La ciudad de la brevedad inmensa no ha dejado de renacer cada día, tras sus muertes nocturnas o terribles catástrofes, como la masacre de Tlatelolco en 1968 o el terremoto de 1985 y el ocurrido el pasado 19 de septiembre de 2017, crisis económicas recurrentes, contingencias ambientales, crímenes, atentados, malos gobiernos y actualmente zona de tolerancia en la guerra del narcotráfico.
La ciudad de México ya sea personaje literario, inspiración poética o realidad impuesta es un ente con vida propia, que atrapa y seduce, porque es espléndida y siempre sorprendente. Reconocí que soy parte de esas generaciones que descubrimos a México a partir de La región más transparente. Después de leer esta novela, los temores se transformaron en curiosidad, en confrontación de la crónica urbana con las experiencias de vida; así la obra literaria junto con la ciudad real me ha permitido conocerla y amarla, comprendiendo su complejidad y encanto, que la han convertido ahora en una de las capitales más cosmopolitas del mundo.
México-city sigue siendo todo lo descrito por Fuentes y más. Hoy es una urbe gay-friendly, en donde las parejas heterosexuales son las que se ven extrañas. A cada paso te encuentras con todo tipo de manifestaciones culturales y sociales, marchas, plantones, rituales, fiestas, caos y muchos universos alternos. Un centro de los centros en la tierra, en donde aparentemente se están acabando todas las formas de discriminación, tal vez porque de verdad «¡México es el tropicalismo nietzschiano!». Tal vez porque en México confluyen todos los tiempos, o tal vez simplemente porque «Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire.»
NOTA
[1] Fragmento del soneto de Sor Juana Inés de la Cruz dedicado a Carlos de Sigüenza y Góngora, frente a su «Panegírico» de los marqueses de la Laguna. Obras Completas (163).
OBRAS CITADAS
Butler, Judith. Deshacer el género. Barcelona: Paidós, 2006.
Fuentes, Carlos. La región más transparente. Real Academia Española. Edición conmemorativa. México, 2008.
Huerta, Efraín. Poemas. www.los-poetas.com
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. FCE, México 2002.
Sor Juana Inés de la Cruz. Obras completas. Editorial Porrúa. México, 2002.
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*Diana Isabel Hernández Juárez. Maestra en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Titulación con mención Cum Laudem. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Cursos de especialización y diplomados en Estudios de Género, Comunicación, Periodismo y Relaciones Públicas.
Profesora investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, en donde imparte las cátedras de Redacción, Comunicación, y Géneros Periodísticos. Integrante del Cuerpo Académico «Márgenes al Canon en la Literatura Hispanoamericana». Las líneas de investigación que desarrolla son literatura de vanguardia, feminista y posmodernismo.
Dentro de su trayectoria profesional también se ha desempeñado como Directora General de Comunicación Social en el Congreso del Estado de Puebla. Sub directora de Comunicación y Relaciones Públicas de la BUAP y Coordinadora de RADIO BUAP. Además de tener una extensa carrera periodística en prensa, radio y televisión, en donde ha sido reportera, columnista, articulista, conductora y jefa de información.
Ha publicado en los libros: Voces e imágenes del periodismo en Puebla (2005). Los colores de la memoria (2007). Yo quiero que haya mundo…Elena Garro. 50 años de dramaturgia (2008). Con/versiones en la literatura hispanoamericana (2009). Deconstruyendo a Benedetti (2010). Roberto Bolaño: ruptura y violencia en la literatura finisecular (2010), Memorias del Congreso Internacional Mujeres, Literatura y Arte (2012), Averías literarias (2014), La letra M (2015). Cristina Rivera Garza: una escritura impropia (2015). Clarice Lispector. Una pluma desbordada (2017), y Ensayos críticos sobre la literatura femenina. Miradas al margen (2017).
Muchas gracias por la publicación. Hasta ahora la vi, disculpen la distracción, pero como dice mi artículo: vivo extraviada en la Región más transparente del mundo…. ❤️