Escritora del Mes Cronopio

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Nadie llama de la selva

NADIE LLAMA DE LA SELVA

Por Mirta Yánez*

El perro había quedado atrás. Quizás no se llamaba Buck, aunque tampoco leía periódicos, así que no sospechó nada. La casa fue cerrada y el jardín se detuvo tras una cerca de dos metros de altura, cubierta a tramos por una enredadera. El perro estaba de pie en el portal, vigilante, con las orejas enhiestas y en actitud de espera. Desde la calle no se le podía distinguir mucho. Desde la ventanilla del ómnibus se veía no sólo al perro, sino el sello oficial que clausuraba la casa.

El perro era blanco, con algunos mechones oscuros en el pecho y en el lomo, de pelo corto y lustroso, bien cuidado. En los primeros días se afirmaba en las cuatro patas con seguridad y altivez. No olfateaba el viento ni se movía, simplemente esperaba. La casa era una de esas añosas de El Vedado, ya despintada y con aires de decadencia. Sin embargo, el jardín se notaba verdecido y daba muestras de haber sido podado en fechas recientes. El soplo de abandono que se iría posesionando de todos sus recovecos, todavía no había borrado la memoria de las manos que una vez lo atendieron.

Al cabo de unos días, el perro continuaba en igual posición, al lado de la puerta principal. Sin duda no quería moverse para ser el primero en notar el regreso de quienes él sabía que tenían derecho a entrar en la casa y reanudar la vida, la única vida que el perro había conocido. Se mantenía en su sitio, con la misma expresión orgullosa, confiada, aunque su bella estampa comenzaba a deteriorarse. Podría pensarse que estuviera ya impaciente, había dejado de gustarle el juego, como broma ya bastaba.

Una semana más tarde, el perro acusaba algún desconcierto. ¿Qué pasaba? ¿Qué podía haber hecho mal? ¿Por qué sus amos, sus dioses, no regresaban? Seguía de pie y mirando fijamente hacia el punto exacto por donde había visto a su familia por última vez, pero ya con cierta inquietud y fatiga, con toda certeza también hambre y sed. No le importaba mucho, en realidad, la falta de alimento. Ni tan siquiera no poder entrar a su cubil predilecto, hacerse un ovillo, suspirar y dormirse con el corazón en calma. Toda su pequeña cabeza estaba concentrada en entender a qué se debía aquel castigo que no creía merecer.

El perro no había oído hablar de Buck, así que no se sentía un héroe. No había visto nunca nieves, ni trineos, ni ventisqueros, ni aquellas eran las heladas comarcas del Klondike. Nadie le había pegado nunca con un palo. Cuando paseaba por el barrio lo llevaban con unas cómodas correas que más bien lo hacían sentirse protegido y ni siquiera tenía idea de que otros perros como él podían matarse a mordidas. Esta era la casa donde había vivido siempre desde que lo trajeron como cachorro. Detrás de la puerta sellada quedaron sus escondrijos, su pozuelo de agua y el cacharro de comer. Aunque todo eso era lo de menos. ¿Por qué lo habían abandonado?

Quince días después permanecía aún de pie, con resignación, como víctima de un error incomprensible. Pero el agotamiento terminó por acorralarlo y se vio obligado, a pesar suyo, a reclinarse contra la puerta. Se le cerraron los ojos y soñó. Soñaba que la familia regresaba, la casa se llenaba de voces y ruidos conocidos, las ventanas se abrían al sol de la mañana y se despertó gozoso, dando un ladrido que se transformó en silencio y en jalones de ira. Se sintió engañado, furioso, de nuevo estaba allí la pesadilla de la casa cerrada, del jardín que se secaba como su propio cuerpo. Ya no se preguntaba qué había hecho mal, sólo quería que el castigo terminara.

Pasado un tiempo, tenía un aspecto miserable, aunque se mantenía todavía mirando hacia al mismo lugar. Las orejas alertas eran el único residuo que quedaba de su prestancia de los primeros días. Tenía el cuerpo enjuto y consumido, el pelo viscoso y la mirada vidriosa. La espera estaba llegando a su fin y algo parecido a la piedad, al perdón, entraba en su leal corazón de perro. Ellos, sus dioses, sabrían por qué lo habían hecho.

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Hortensia, la mamá de Julia, vivía en el último piso del edificio vecino a la casa del perro. La escalera no tenía bombillos y Hortensia había ido perdiendo la vista, así que no salía nunca y sólo se sentaba en el balcón a escuchar los sonidos de la calle. Hortensia, como Buck, tampoco leía periódicos. Le hubiera gustado escuchar el radio, sus novelones, como decía Julia, pero estaba roto hacía mil años. Antes de que se muriera, Manchita era su compañía. Hortensia le daba los buenos días, la regañaba y, a veces, le conversaba sus problemas. Con Manchita la existencia transcurría más entretenida. Hortensia la extrañaba tanto, qué se le iba a hacer, si ya no podía ni con ella misma, dime tú, cómo cuidar de otro perrito. La vecina que la ayudaba de vez en cuando nunca hablaba mucho, tenía sus propias tribulaciones, y gracias que venía a airear la casa y a traerle los mandados de la bodega. A Hortensia le daba hasta vergüenza molestarla y pedirle que, por favor, le leyera las cartas de la hija que, de tanto en tanto, llegaban de la Argentina. Cuando Julia le mandaba uno de aquellos paqueticos con jabones y la medicina para el corazón, Hortensia le regalaba los jabones a la vecina. Le hubiera gustado también escuchar la voz de Julia, pero, ave maría santísima, mira que las llamadas de ese lugar tan lejano eran caras. Y pasaban los años, y seguían pasando los años, en espera de que vinieran tiempos mejores. Bendito sea el cielo que la medicina y los jabones nunca le faltaban. Y, por suerte, estaba casi ciega, así que no podía distinguir al perro.

Un mes más tarde el perro ya no estaba. No lo habían vencido las nevadas, ni los lobos, ni el hambre, sino aquella tristeza que le impedía hacer otra cosa que seguir cuidando la casa y esperar, solitario, el regreso.

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* Mirta Yánez (La Habana, Cuba, 1947). Narradora, poetisa y ensayista. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua. Considerada una de las más relevantes intelectuales de su generación, cuenta con una amplia obra de variado registro, premiada en distintos certámenes literarios. Ha obtenido en cuatro ocasiones el Premio de la Crítica: en 1988 por la colección de cuentos El diablo son las cosas, en 1990 por el ensayo La narrativa del romanticismo en Latinoamérica, en 2005 por Falsos documentos (cuentos) y en 2010 por Sangra por la herida (novela). En el año 2012 le fue otorgado el Premio de la Academia Cubana de la Lengua. Parte de su obra ha sido traducida a otros idiomas. Doctora en Ciencias Filológicas (1991) es una estudiosa de la literatura latinoamericana del siglo XIX y de la literatura contemporánea cubana, en especial del discurso femenino. Además periodista y profesora universitaria, ha participado en seminarios y coloquios, así como ha ofrecido numerosos cursos y conferencias en universidades y centros de estudios de Europa, Estados Unidos y América Latina. Principales publicaciones: Las visitas, poesía, 1971. Quiénes eran los aztecas, divulgación docente, 1974. Todos los negros tomamos café, cuento, 1976. Serafín y sus aventuras con los caballitos, novela infantil, 1979. La Habana es una ciudad bien grande, cuento, 1980. La hora de los mameyes, novela, 1983. El mundo literario prehispánico, ensayo (en colaboración), 1986. Las visitas y otros poemas, poesía, 1986. El diablo son las cosas, cuento, 1988. La narrativa romántica en Latinoamérica, ensayo, 1990. Una memoria de elefante, testimonio, 1991. Poesía casi completa de Jiribilla el conejo, poesía para niños, 1994. Narraciones desordenadas e incompletas, narraciones, 1997. Algún lugar en ruinas, poesía, 1997. Cubanas a capítulo, ensayo, 2000. Havanna ist eine ziemlich grosse stadt, cuento, Ed. Atlantik, Bremen, Alemania, 2001. Camila y Camila, testimonio, 2003. Un solo bosque negro, poesía, 2003. El Matadero: un modelo para desarmar, ensayo, 2004. Falsos documentos, narraciones, Colección Vagabundo del Alba, Ed.Unión, 2005. Cenicienta, versión teatral, Ed. Gente Nueva, 2006. Del azafrán al lirio, recopilación de textos variados, Ed. Extramuros, 2006. La fiesta de los caballitos, novela infantil, (reedición mexicana de Serafín y sus aventuras con los caballitos), Ed. Progreso, México DF, México, 2006. Faux Papiers Falsos Documentos, cuentos, Ed. MEET, Saint-Nazaire, Francia, 1997.

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