Escritora del Mes Cronopio

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Sus amigos complacieron el capricho y Buitrago fue el encargado de traducir el encuentro. La primera cuestión por resolver —y la primera forma de comprobar la sinceridad de las palabras de la vieja adivinadora— era si en ese momento alguna angustia acometía a Mazuera.

La pitonisa leyó las líneas de la mano del hombre y distribuyendo las cartas en mazos de distintos tamaños, contestó: «Las cartas dicen que el señor está pretendiendo destruir o hacer perdidizo un documento que puede causarle un gran perjuicio».

A pesar del tacto en su trato y de su control frente a situaciones sorprendentes, Mazuera no pudo frenar su asombro ante las palabras de la vieja. Justamente en aquellos días el ladrón se encontraba trabajando para que no le notificaran el mandamiento rogatorio de los Estados Unidos que, en virtud de las gestiones de su antiguo jefe, el general Santa Anna, se había enviado a Francia para pedirlo en extradición por sus numerosas estafas realizadas en Nueva York.
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Luego de interrogarla sobre detalles menores, le preguntó por el mayor misterio de su vida: aquello que le causaría la muerte. Le pidió que le explicara en detalle cómo, cuándo y en qué circunstancia llegaría al fin de sus días.

Con tal de saber tal cuestión, a Mazuera no le importó cortarse un mechón de pelo y entregárselo a la bruja, quien lo quemó en una lámpara de alcohol mientras volvía a barajar las cartas, esta vez mezcladas con ceniza. En medio del silencio dijo: «Lo que dicen las cartas es muy grave para el señor, pero como yo he prometido revelar la verdad, voy comunicarle la respuesta. Las cartas dicen que usted morirá antes de terminar este año y de muerte violenta». Eso fue lo que Buitrago le dijo al oído a Mazuera.

Con la comprensión compartida solamente entre dos buenos amigos, ambos se echaron a reír.

Como el tiempo resultaba apremiante ante la extradición pedida por el dirigente mexicano, Mazuera se desprendió de su bien más preciado: su libro de autógrafos. En una de sus reuniones logró vendérselo al príncipe de Metternich, hijo de un eminente diplomático austriaco, en 10.000 francos. Ese dinero le sirvió para pagar sus deudas (que no eran pocas) y para embarcarse hacia La Habana, dejando solo en París al que se había convertido en su entrañable cómplice.

DE DELINCUENTE A HÉROE

Siempre había un plan merodeando en su cabeza. El día que llegó a Cuba se hospedó en un hotel modesto, y esa misma tarde fue a visitar al doctor Fernando Escobar. Éste era un famoso médico, a quien conoció desde su infancia en Cartago y con quien llegó a estrechar lazos amistosos durante varios años. Al enterarse de que el médico se había casado con una hermosa y opulenta cubana, Darío Mazuera quiso extorsionarlo. En el pasado Escobar había contraído nupcias en Colombia, y ahora, gracias a su reciente unión marital, alcanzaba una alta posición social en la isla.

El encuentro entre los dos hombres estuvo adornado de cordialidad, pues a Escobar le resultaba grato y complaciente encontrarse con uno de sus compatriotas después de vivir alejado de su tierra durante tantos años. Al preguntarle la razón por la cual Mazuera se hallaba en La Habana, éste le arrojó: «Estoy arruinado y vengo a buscar recursos en su provista bolsa. Necesito de hoy a mañana la suma de 20.000 duros en oro y espero que usted me los procure sin plazos, sin intereses y sin garantías».
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Al escuchar esas pretenciosas palabras, el doctor Escobar frunció su arrugado ceño y arguyó: «¿Cómo quiere que yo tenga 20.000 duros de un día para otro?» Además de insolente, la petición parecía descabellada.

«Si usted no me los da, mañana mismo le daré a conocer a La Habana entera que usted es un bígamo, y que su mujer vallecaucana está viva, muy viva, en Cartago».

Escobar, balbuceante, con el vaso de ron completamente vacío en su mano, dijo: «Si usted me hace eso, sería mucho el daño que podría causar. A pesar de que mi mujer caucana vive, hace tiempo me divorcié; sin embargo, quiero evitar el escándalo que usted predice».

La amabilidad y el respeto con el que Escobar se dirigió a Mazuera le hicieron creer al extorsionista que el médico era un personaje fácil de vencer. Lo que no preveía el maleante era el vasto poder que Escobar tenía en la isla.

El convenio se cerró bajo el acuerdo mutuo de entregar el dinero en dos pagos. La primera mitad sería abonada al día siguiente y en los días venideros sería otorgada, de a poco, la otra mitad, hasta completar 10.000 duros.

Mazuera le advirtió el peligro que podía correr si lo llegaba a engañar; pero el médico, acomedido y sumiso, le prometió cumplir con lo pactado siempre y cuando nadie se enterara de su pasado amoroso.

Para llevar el trato a buen puerto, el médico le pidió instrucciones a Mazuera acerca del lugar en donde estaba alojado. Al día siguiente le enviaría allí el primer monto de dinero y luego, como acordaron, continuaría con lo demás.

Mazuera le dio su dirección de hospedaje en la isla y los dos terminaron la charla de manera amistosa.
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Cuando Mazuera se ausentó, el médico salió rumbo al palacio del capitán general. El virrey de Cuba, quien tenía un poder omnímodo y que estaba pendiente de los nuevos pronunciamientos revolucionarios, recibió con gran interés a su amigo Escobar, y en medio de la cena ofrecida por el capitán, el médico le dijo: «Vengo a prestar servicio a mi segunda patria. Esta mañana llegó un compatriota llamado Darío Mazuera, un agente revolucionario enviado desde Colombia y Venezuela para promover una nueva insurrección en la isla. Es un hombre nefasto, y si usted no lo controla a tiempo, puede causar muchos perjuicios a la causa del orden cubano».

El virrey no sabía cómo agradecer tan oportunas palabras y tan importantes consejos, y le aseguró que esa misma noche apresaría al truhán que había sido enviado a Cuba a ocasionarles problemas a España y a su Corona. De modo que dirigió una tropa al hospedaje en donde Mazuera se encontraba maquinando otros planes para conseguir más dinero. De un momento a otro, a las 12 de la noche, un ruido estrepitoso irrumpió en la habitación de la modesta pensión.

«¿Qué es todo esto?», preguntó Mazuera sobresaltado al ver una cuadrilla de policías que derrumbaban su puerta.

«Tiene tres minutos para arreglar sus paquetes y seguirnos. Está preso y detenido por orden del excelentísimo señor capitán general».

Estupefacto, el hombre preguntó por la causa del arresto. «Las ordenes de virrey ni se explican, ni se comentan», escuchó de boca de los policías.

Sin nada más qué hacer ante el poder que provenía de España, Mazuera se resignó, y bien custodiado por los agentes fue entregado al capitán de una fragata que estaba anclada en un puerto.

El capitán de la embarcación recibió instrucciones para mantener encarcelado a Mazuera en las bodegas de la goleta y abandonarlo en la primera playa desierta que encontrara en su camino.

Las órdenes se cumplieron y Mazuera fue abandonado en una playa de la península de Yucatán. Entonces se estableció en la ciudad de Mérida, en donde contó con el apoyo y la protección de Francisco Altamirano, un literato de la localidad y opositor del gobierno. Al parecer, Mazuera no intervino esta vez en asuntos políticos y, según su protector, quería dedicarse a reparar las faltas de su vida, como le había confesado en un arrebato de sinceridad y melancolía. Allí se distinguió como poeta y periodista, siendo uno de los editores de la revista Biblioteca de Señoritas.

Más adelante, ante el triunfo de los republicanos, quienes derrotaron al emperador Maximiliano en junio de 1867, los liberales empezaron una serie de represalias, sobre todo hacia aquellos que apoyaron la monarquía europea; esto llevó a que Mazuera fuera encargado de la dirección del periódico El Combate, desde el cual se había llamado a la guerra civil contra la monarquía. En Mérida, cayó en manos de las tropas enemigas, comandadas por el coronel José Ceballos, quien hizo apresar a Mazuera y a Altamirano como conspiradores.

Y entonces fueron llamados al paredón 27 prisioneros, con el pícaro a la cabeza.

El día de su fusilamiento, con la vista pegada a los rifles que le apuntaban, Darío Mazuera se quitó el sombrero y gritó: «Señores, aquí morimos varios inocentes. Que nuestra sangre caiga sobre los malvados». Al sonar los primeros disparos, el moribundo le arrojó la prenda a Cerbeleón Domínguez, y añadió: «Aquí te dejo mi sombrero, guárdalo como mi último recuerdo».

Al día siguiente, Domínguez, poeta y amigo íntimo del finado, no sólo guardó el sombrero como un objeto de invocación preciadísimo, sino que además pregonó por todo México la terrible injusticia cometida contra quien fue casi un héroe.

Este acontecimiento tuvo lugar antes de que terminara el año en que había hecho la consulta a la pitonisa, por cuya predicción, cumplida al pie de la letra, Mazuera pagó veinte francos.

+Este texto hace parte del libro de crónicas Malandrines, publicado por la Editorial Planeta. Con Malandrines, Isabela Portilla fue reconocida el Premio Guillermo Cano a jóvenes promesas del periodismo 2010.

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*Isabella Portilla es escritora y comunicadora social-periodista de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia). Autora de los libros: Malandrines (Editorial Planeta, 2011), Megalectores (Editorial Educativa, 2012), Palabra Universal- obra antológica de escritores latinoamericanos (Pretexto, 2014). Ganadora de los premios: Guillermo Cano en la categoría cultural (2010), del galardón en la primera edición al Guillermo Cano- jóvenes promesas del periodismo colombiano (2010) y del India Catalina al mejor programa periodístico por Especiales Pirry, de RCN TV (2013), recibido en colectivo. Ha trabajado como editora web en NTN24, canal internacional de noticias. Periodista y libretista del programa de televisión Especiales Pirry, de RCN televisión. Redactora del periódico El Espectador, sección Cultura. Libretista de la serie Maleta de Pandora de RCN televisión. Asesora de comunicaciones del Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Colombia- MinTic. Ha escrito crónicas, perfiles, artículos e investigaciones para las revistas: Soho, Directo Bogotá, Cartel Urbano y la revista de investigación científica Pesquisa. (Colombia). El Bosque y Las Imaginarias (Perú). Mood MX (México). Spin Magazine y Viceversa (Estados Unidos). En la actualidad cursa la maestría de escrituras creativas en New York University- NYU. «Cabeza de Medusa» es el nombre de la columna de ficción que publica desde junio de 2015 en el periódico El Espectador. Twitter: @isobellack

2 COMENTARIOS

  1. Wow una historia interesante, de villano a independentista, Mazuera tocando los dos extremos de la política….

  2. Me parece una historia bastante comprometida con la realidad, ya que se ve que hay una investigación profunda del personaje.
    De todos modos los integrantes de CRONOPIO reflejan transparencia y una enorme responsabilidad en sus publicaciones.
    Por eso, aquí he encontrado un rinconcito para refugiarme en mis horas de relax, donde me deleito con lecturas y puedo ver excelentes pinturas, gracias al equipo de CRONOPIO.

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