Especial Cortazar Cronopio

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UN LECTOR ENTUSIASTA

Por Gustavo Arango*

MANUSCRITO HALLADO EN OTRO BOLSILLO

La serie “Un lector entusiasta” divulga los hallazgos de su autor durante una investigación realizada en la biblioteca personal de Cortázar, en Madrid. Entre las muchas sorpresas que deparó este trabajo se encuentra un manuscrito inédito del escritor argentino, que será divulgado en una próxima edición de www.revistacronopio.com. Esperen otras cuatro entregas.

El sujeto tiene un predicamento. Tiene una cita para almorzar a las tres en Queens; pero es la una, está en Brooklyn y tiene un hambre que no lo deja vivir. También hay otro vacío que lo acosa; pero la necesidad de comida no lo deja pensar en algo distinto. Está en la entrada a la estación Church, de las líneas Q y B del “subway”, y se decide entre subirse al próximo tren o comer algo antes de emprender el viaje.

Al final gana el hambre. El sujeto se asoma a una calle revuelta: un Mozambique mezclado con Jerusalén, con unas pizcas de Tenochtitlán y de la isla la Española. Se pregunta qué podría comer que no fuera una experiencia cultural exótica. Al final lo salva un toldo amarillo en una esquina que dice, llamándolo casi a gritos: “Sabor latino”.

La oferta no era mucha. De manera que terminó en una mesa del fondo con ventanal a la calle, con un plato desechable y un tenedorcito plástico, tratando de comer un arroz amarillo sin gracia, unos frijolitos negros pálidos y unos trozos de algo que se hacía llamar pollo. El vino era una lata de soda de naranja y no estaba en el restaurante Polydor.

El predicamento estaba resuelto: almorzaría dos veces, la primera para calmar la rebelión de su cuerpo y la segunda para nutrir el alma. Recordó que la noche anterior, o mejor esa mañana, había terminado un capítulo de su vida que lo dejaba más o menos descapitulado. En dos días dejaría Nueva York y se iría a su trabajo regular, a tres horas de la ciudad. No había en su vida expectativas o novedades. Todo en el futuro resultaba más o menos predecible, y entre lo predecible no  contaba que tuviera compañía, sexo, amor, crueldades o epifanías. El alma estaba más o menos vacía, pero el sujeto no sentía que se le llenara con comida.

Cuando superó la prisa por comer, empezó a mirar los rostros de la calle: qué mezcla, qué contrastes, Elías y Kunta Kinte. Sólo ignorándose mutuamente podían sobrevivir. Luego vio las esferas verdes que marcaban la entrada a la estación del “subway” y recordó que también él tenía un manuscrito en un bolsillo. Recordó las palabras de Fray Luis de Granada, aquellas que invitaban a todos a estar listos para partir en cualquier instante, con la conciencia de no haber dejado asuntos pendientes en este mundo.

El sujeto se sintió cerca de ese estado. Sólo le quedaría tranquilizar a un par de chicos, hacer algunas llamadas, y revelar la historia del manuscrito de Cortázar que llevaba en el bolsillo.  Sintió que su cuerpo se estremecía y no supo si era por el mal sabor del pollo o por lo cerca que estuvo de perder el manuscrito (como el diente que perdió el marinero desdentado). Estuvo a punto de vender el alma para recuperar ese papelito, pero un nuevo milagro se lo había devuelto sin tener que pagar.

La historia del manuscrito merece ser contada. El sujeto fue hace tiempo un lector apasionado de Cortázar (le ha costado mucho ponerse al día con los textos póstumos, entre otras cosas porque después de Cortázar vinieron otros que le interesaban más). La forma como encontró a Cortázar cuando era niño está en otro lado y da pereza volver a contarla. Lo más importante es que los libros del argentino fueron uno de sus primeros afiebramientos literarios y que, cuando tuvo la oportunidad de escribir su primer libro, el sujeto escribió una biografía de Cortázar.

En aquel tiempo, el sujeto trató de recurrir a amigos de amigos para conseguir una foto de la tumba de Cortázar en París, pero su intento fracasó. Tardaría ocho años para llegar él mismo hasta la tumba, cámara en mano, y ponerle unas flores amarillas. Diez años más tarde, en enero de 2006, el sujeto volvió a pisar suelo europeo, se instaló en las afueras de Madrid, y casi todos los días viajaba en metro hasta la Fundación Juan March, para dedicarse a revisar página por página centenares de libros que pertenecieron a Cortázar.  Las cosas que encontró son extraordinarias…

En la siguiente entrega del Especial Cortazar espere el texto: «Opiniones de un Lector»
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*Gustavo Arango es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad del Estado de Nueva York, sede Oneonta. Es Comunicador Social de la UPB y recibió los títulos de Master of Arts y PhD  en Literatura de la Universidad de Rutgers (New Jersey). Es autor de varios libros de cuentos y novelas, entre ellas El país de los árboles locos y El origen del mundo, finalista del Premio Herralde 2007. Como periodista, fue editor del suplemento Dominical del diario El Universal de Cartagena y recibió el Premio Simón Bolívar en 1992. Ha publicado varias recopilaciones de sus crónicas y artículos de opinión, así como los libros de investigación periodística Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal y Un tal Cortázar.

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