Especial Cortazar Cronopio

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Rayuela

RAYUELA, 50 AÑOS

Por Jochy Herrera*

En los años 60, los libros debían atrapar la realidad a fin de construir, si no modificar, una nueva; cosa que colocaría autor y lector en el paralelo de leer lo inventado e inventar lo leído, la magia que Julio Cortázar plasmó en esta novela-hito —propuesta metafísica— que partió de un mundo agonizante y del gestado por los soñadores de aquél Club de la Serpiente.

Reviso aquí mi Rayuela sin investigarla apenas abordando algunos ejes temáticos: la reinvención del lenguaje, su relación con la literatura y la deconstrucción del tiempo. Aquella «tentativa para ir hasta el fondo de un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles», afronta que tal como el autor estableció, es el desafío ante tal concepción del existir: «El problema (de Horacio, su alter ego) es que él tiene una visión maravillosa de la realidad. En el sentido de que cree que enmascara una segunda que no es ni misteriosa, ni trascendente, ni teológica, sino profundamente humana». Pero que al parecer ha quedado atrapada por una prefabricada en la que hay maravillas, profundas aberraciones y tergiversaciones.

Para el Lobo, el lenguaje es una herencia sobre la cual el escritor no ha tenido ninguna intervención y rebelde, lucha contra él ‘armado de lenguaje’: «Ya no podía aceptar el diccionario ni la gramática. Empecé a descubrir que la palabra corresponde al pasado, es una cosa ya hecha que nosotros tenemos que utilizar para contar y vivir cosas que todavía no están hechas». Así, Rayuela atrapa el valor heterotélico de la palabra, similar a la poesía —donde ella cobra sentido por sí misma allende la intención del autor— lanzando al terreno de los sueños metáforas paridas desde la realidad misma. Cortázar resalta amores absurdos, fecundos de soledad y de nostalgia: «Soy increíblemente cursi (pero) creo que sé potenciar mis cursilerías y romanticismos a veces muy baratos y de alguna manera convertirlos en otra cosa, una especie de fuerza incontenible de los sentimientos».

No sorprende entonces el amor de Horacio por la Maga a pesar de sentirse ‘antagónicamente cerca de ella’, queriéndola «en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared». El erotismo, por su parte, expresión del amor por los cuerpos y con suerte, del amor con los cuerpos, es develado en Rayuela como penetración a un otro que coincide en los ojos, la saliva, una mano y el aliento hasta la carne trémula, como una luna en el agua. Andrés Amorós advierte que tras tal estratagema yace la insatisfacción de Oliveira quien decidido a vivir eligiendo con libertad auténtica, inventa incluso al besar: Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar… No abunda prosa hispánica similar. Rasgos corporales son imagen donde sexualidad escapa fisicalidad penetrando territorios ajenos a sus límites, mas contenidos en él. Un arribar a rincones donde amor y pasión, como las acciones de los cíclopes, son cosa única.
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Jazzuela, género que sobrepasa geografía y música, icono infinito desde donde emanan ráfagas del más particular existencialismo, es definido por Cortázar como «una música que permite todas las imaginaciones» facilitadora de la relación entre los takes y el surrealismo de la «literatura automática»: «La escritura es una operación musical con ritmo y eufonía propios. En la medida en que se ajusta a un ritmo que a su vez surge de un dibujo sintáctico (el idioma), al haber eliminado todo lo innecesario, todo lo superfluo, aparece la pura melodía. La escritura que no tenga un ritmo basado en la construcción sintáctica, en la puntuación y el desarrollo del período (…) carece de esa especie de swing que busco en los cuentos». En Rayuela Julio dice: Y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente…

Al parecer, la tradición del ejercicio literario cultivó un lector «llevado» sin rol activo, sujeto que Cortázar llamó lector hembra y que posteriormente renombró lector pasivo. En la edición Letras Hispánicas de Rayuela Amorós afirma que toda la renovación de la novela contemporánea ha ido unida a la búsqueda de ese sujeto que irá creando el laberinto significativo, al recorrerlo. Autor y lector, se salvarán o se perderán, como anota Oliveira: «¿Para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura? Y nosotros, que no queremos ser lectores-hembra, ¿para qué servimos sino para ayudar en lo posible a esa destrucción?». Tal vez por ello Rayuela ofrece una lectura de principio a fin o en un orden sugerido por el autor; tal propuesta, anota Cristina Feijóo, no sólo plantea hacer del lector un cómplice sino que le obliga a elegir, cosa que «lo eleva a un ilusorio plano de igualdad con el escritor al serle otorgado un protagonismo que le estaba vedado».
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Cumple cinco décadas esta aventura de la palabra, la sobreviviente en un mundo de huellas dejadas por las teclas de una Olivetti sobre la hoja cuasi-virgen de una página; la que como pólvora de la imaginación, permanece aún tan aleccionadora como el día en que encendió mis ojos de muchacho convirtiéndola en todos los libros leídos y por leer. Asirla de nuevo en este joven siglo no podría lograr otra cosa más que convencernos de que la vida merece ser poblada de hombres como Cortázar, de valientes infelices insatisfechos tras la satisfacción de la felicidad. Rayuela, tal como indica Olga Osorio, es justamente «una búsqueda y muchos hallazgos, una puesta en duda de todo porque hay que seguir buscando. Sólo entonces podremos estar seguros de que estamos vivos». O de continuar preguntándonos, diría yo, si alguna vez encontraremos a la Maga.
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* César (Jochy) Herrera es miembro del Consejo editorial y la Mesa directiva de la revista Contratiempo publicada en Chicago, USA. Por más de dos décadas donde comparte el ejercicio literario (ensayística y periodismo) con la docencia y el oficio de la cardiología. Ha formado parte del colectivo cultural contratiempo.nfp de la ciudad de Chicago desde sus inicios; fue Presidente de su Mesa Directiva, miembro del Consejo Editorial de la revista contratiempo y más recientemente, coordinador de su brazo editorial, Ediciones Vocesueltas. Sus textos han sido publicados en periódicos y revistas impresas y digitales: Agenda del sur (Argentina), Cielonaranja (Alemania), Antelespejo (España), Mediaisla (Florida, USA), Nuestra aparente rendición (México), Diálogo (Chicago, USA),Ventana Abierta (California, USA), País Cultural (República Dominicana), Mythos (República Dominicana), La Jornada Semanal (México), Letralia (Venezuela), Acento (República Dominicana) y Claridad (Puerto Rico). Autor de los libros Extrasístoles (y otros accidentes) (Vocesueltas, 2009), una colección de ensayos sobre el corazón-metáfora, y Seducir los sentidos (MediaIsla 2010), obra que recopila ensayos y trabajos periodísticos sobre arte.

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