Especial Cortazar Cronopio

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Carta a una señorita

CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS O LA DIVISIÓN IDEOLÓGICA DE LO RACIONAL Y LO ABSURDO

Por Jesús Armando Lúquez Fonseca*

Carta a una señorita en París (1951), de Julio Cortázar, contrario a lo que podría parecer, es un título que aporta significativamente a la trama del cuento. El texto es realmente una misiva, sin respuesta, dirigida a la Srta. Andreé, una forma de monólogo interior que recobra sentido cuando descubrimos que el personaje principal es un hombre que vomita conejitos y que cuenta este hecho, que para entonces era un secreto, a través de una correspondencia. Para entender el texto, se debe partir del contexto socio-histórico en relación a los momentos que preceden al cuento. Lo que no significa que pase por alto la primera condición para hacer un trabajo sociocrítico, el cual radica en poder «desenterrar lo social en el texto» [1] y que se logra a partir del análisis de las estructuras ideológicas que subyacen en el mismo.

No es posible deslindar a Cortázar del momento histórico de Argentina, debido a su posición ideológica y compromiso político. Según el artículo titulado Cortázar y el peronismo, publicado en La Tecl@ Eñe la Revista Digital de Cultura y Política, No 54, con fecha de 17 de noviembre de 2009, Cortázar expresa claramente su rechazo a las transformaciones que Juan Domingo Perón, presidente argentino de entonces, estableció en su primer gobierno (1946-1952). Un rechazo que parece tener un origen doble: «Porque nace de un rechazo muy profundo no sólo a la política sino también a la estética y a la escenificación de la vida pública que impone el peronismo y, además, porque supone menos un juicio político, el esbozo de una alternativa, que la expresión íntima de una incomodidad. Cuando, años después, Cortázar señala que le resultaba intolerable el ruido de los parlantes en la calle que le impedían escuchar la música de Alan Berg, expresa un tópico muy frecuente entre los antiperonistas: frente a un gobierno que controlaba los medios y desarrollaba una vasta labor de propaganda, lo mejor era cerrar las ventanas, quedarse en casa y no escuchar la radio. Quizás porque su oposición no era política, porque no podía plantear una opción en ese terreno, el escritor se irá del país».

Aunque Cortázar expresa su rebote al peronismo con todas sus transformaciones; con las primeras elecciones generales del 11 de marzo de 1973, el escritor parece reconsiderar sus constantes cuestionamientos hacia el mandatario, que dieron, a la final, los mejores escritos de la literatura argentina en los que se presenta una perspectiva inconforme y sublevada en relación con el nuevo orden implantado por ese movimiento de masas argentino.

Efectivamente, luego de la publicación de Bestiario en 1951, Cortázar viajó a París con una beca ofrecida por la Organización para las Naciones Unidas para la Educación para trabajar como traductor, título que había obtenido en 1948. Fue en esta ciudad francesa donde escribió Carta a una Señorita en París que llegaría a formar parte del libro anteriormente mencionado.

Por otra parte, al hablar de los proyectos de obrar, pensar y sentir asociados a la posición social, Pierre Bourdieu presenta el concepto de «habitus» para referirse a la serie de experiencias y acciones que están condicionadas a las formas sociales que las sustentan. Se trata de las estructuras sociales que permanecen en la mente y configuran la subjetividad, en este caso, del escritor argentino, quien estando en parís, vive una serie de situaciones lamentables: «en la vida real, tales fueron las presiones y las tensiones, aunque sea auto-infligida, que Cortázar sintió durante el período en que estaba tratando de calificarse como traductor, que llegó a volverse neurótico y a experimentar pesadillas» [2].
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De hecho, Carta a una señorita en París, sería parte de «una de las pesadillas del autor y fue escrito en un tiempo cuando estuvo cuidando el apartamento de un conocido» [3]. Esto adquiere mucho más sentido cuando leemos que el oficio del protagonista corresponde al oficio real del autor en su estancia en París: «(…) invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión.», » (…)Troyat que no he traducido (…) [4].

De manera que Carta a una Señorita en París se constituye en una proyección de las vivencias del escritor, pero en ella no se cumple la teoría del reflejo, rechazada por el mismo Edmon Cros, sino que es mediatizada por el discurso, un discurso que se escribe en cuento. Cros señala «el análisis del discurso, o, mejor dicho, del entrecruzamiento de los múltiples discursos, como el único recurso que tenemos para sacar a la luz los mecanismos de mediaciones. Cada representación en efecto viene organizada en torno a un sistema semántico que puede ser identificado; en este caso la estructura está en la representación» (p.137).

El personaje que vomita conejos llamado así por no tener un nombre suministrado en el cuento está manifestando una ideología, una falsa conciencia en términos de Cros. Tal ideología no es estática, todo lo contrario, es cambiante y tal posición es tomada en relación con las circunstancias que rodea a un sujeto. Lucien Goldman plantea que el sujeto auténtico es representado por una colectividad, conformada por un tejido de relaciones interindividuales (sujeto transindividual). Al ubicarse el sujeto cultural en un espacio y tiempo determinado, toma una identidad cultural que se diferencia del otro, lo cual es logrado por los números discursos culturales que revelan lo ideológico del sujeto.

Esta ideología es develada en las primeras líneas del cuento: «más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire». El protagonista revela su inconformismo al vivir en un mundo ordenado, habitado por personas que solo consienten el pensamiento racional, y con objetos ubicados en el espacio correcto: «Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (…) allí los almohadones verdes, en este preciso sitio el cenicero de cristal(…)» (p.137). Tal ideología, presente en el texto, es producto de una dualidad que el escritor vive: su respeto por la cultura francesa y pensamiento europeo en general (Racionalismo), fuente de varias corrientes literarias y país al que se fue y en donde se dio génesis al cuento en estudio, y su admiración por Argentina (pensamiento irreverente que adopta una postura inconformista y que evade la realidad). De ahí que el protagonista del cuento se localice en Argentina, aunque el propio Cortázar estuviese en París.

Las líneas anteriores muestran no sólo una visión de mundo, sino el discurso de un imaginario de la sociedad y el texto. Así Duchet elabora las nociones de pre-texto, co-texto y socio-texto. Los dos últimos equivalentes a los términos de genotexto y fenotexto introducidos por Cros.

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El pre-texto corresponde a todos los discursos sociales que circulan alrededor del escritor, se trata de un mundo de significados a disposición del autor y que en Carta a una Señorita en París corresponden a una idea en contra del orden o lo racional. Tal discurso es originario del propio «mundo» que estaba viviendo Cortázar antes de construir el texto. Tal como se expuso, la iniciación de Cortázar como traductor y su propósito de llegar a ser independiente (abandonado por los dioses que amparan a los desterrados), «lo llevó a desarrollar síntomas neuróticos tales como náuseas recurrentes» [5]. Era esta realidad con la que contaba Cortázar, lo que preexistía al cuento. ¿Por qué creer que el orden que existe o lo que comúnmente se conoce como apropiado es lo correcto en el mundo? Se vislumbra un divorcio entre él y el espacio en el que habita. Pero me refiero al contraste entre el espacio de la ciudad parisina la cual es conocida por ser ordenada con palacios y jardines relucientes, y su propio espacio de insatisfacción. Sumado a esto, estaba su rechazo al peronismo, expuesto en líneas anteriores.

El co-texto es ese «pedazo» de su realidad que va de forma implícita o explícita en el texto. En otras palabras, es lo que el escritor infiere o sugiere en la obra a través de los personajes, los objetos, los acontecimientos o lugares. En este cuento podemos notar el deseo de fuga de la realidad que oprime al personaje principal: «Ah querida Andrée, qué difícil oponerse, aún aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia» (p.137). Si desenterráramos lo social del texto, seguramente se obtendría esto: «qué difícil oponerse a lo razonable, a lo que debe ser así y no otra forma, aceptando cada situación que te ofrece la vida, sin poder cambiarla».

Otro ejemplo referido a tal escenario impuesto puede encontrarse en las siguientes líneas: «Así es que saltan por la alfombra, a las sillas (…), mientras que yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos-un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses». (p.142). Si bien, no se trata del pensamiento de un ateo, sí se relaciona con el de un escéptico que pone en tela de juicio la idea de un Dios de orden que aparece en la Biblia (1 Corintios 14:33-34) y que suele pronunciarse en los sermones o en aquellas situaciones donde se requiere hacer las cosas apropiadamente.

La dualidad, de la que se habló anteriormente, acompaña al texto como una sombra y se puede apreciar en la ubicación de dos de los personajes del cuento: el protagonista y su amiga Andrée, proyectándose una dicotomía: en Argentina se vive lo fantástico y, así, el personaje vomita conejitos; en París está el orden que obedece a las exigencias de la razón y, entonces, el autor se sitúa aquí, pero su propia experiencia entra en lucha con lo razonable, creándose un choque entre su propio mundo (de penas y problemas) y el mundo que lo rodea ( de orden y razón).

El socio-texto es el comúnmente denominado texto, pero no el texto formalista, sino el texto que incluye un discurso social. Si dentro del socio-texto «la literariedad no puede ser casual, de manera que se encuentra siempre en la intención del autor, es el signo poético motivado; es el hallazgo de juegos de semejanzas, oposiciones y tensiones generadoras de sentido» [6], Carta a una señorita en París vendría a ser, entonces, la versión acabada de la que se puede hacer lectura el propósito del escritor, ya que para la sociocrítica la literatura se convierte en un «sistema poroso» [7] que le permite absorber todo lo que le rodea. De esta manera es en el socio-texto donde se encuentran y se inscriben el pre-texto y el co-texto.

Los paradigmas de Edmon Cros permiten el uso de métodos intratextuales, además de incluir algunas disciplinas como la semiótica, el psicoanálisis, entre otras. Esta última posibilita una forma diferente de análisis para abordar la obra literaria en relación con el autor: «Frente a la obra, el psicoanálisis se declara incompetente para definir la esencia del arte. Sólo podrá hablar de la personalidad del autor, es decir, de una realidad psicológica subyacente a la obra, anterior a ella, pero cuyo conocimiento no permite aclarar todos los aspectos de la misma» [8]. No obstante la vida y la obra crean un vínculo que permite vislumbrar su importancia. Si en este estudio se trata de mencionar algunos aspectos de la vida del escritor que pudieron incidir en la escritura de Carta a una señorita en París cabe recordar que el origen del cuento coincidió con una etapa de neurosis profunda en su vida. Tal experiencia estuvo en su mente todo el tiempo, convirtiéndose en un caldo de cultivo. Así lo explica Malva E. Filer en Los mundos de Julio Cortázar (1970), en el que se menciona que la experiencia que tuvo el autor al escribir con algunos trastornos se convirtió en una especie de catarsis que lo llevó a curarse.

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Peter Standish, en su texto Understanding Julio Cortázar (2001), manifiesta que «estas pesadillas y las neurosis tuvieron su lado positivo, ya que la literatura demostró ser una manera terapéutica para exorcizar, y por lo tanto proporcionaron el origen de muchas de las historias que más tarde llegaron a ser parte de Bestiario» (p. 5).

Además, su biografía cuenta que en su época de estudio había presentado síntomas neuróticos que le molestaban, lo que demuestra que tales experiencias estaban aguardándose hasta ser parte de sus letras, especialmente de Bestiario, del cual el propio autor manifestó se constituyó en un grupo de terapias psicoanalíticas. El psicoanálisis permite descubrir esa relación de vida y obra, reconoce la función trascendental del texto, que es lo que el escritor ha manifestado y lo que se ha guardado para sí.

¿Por qué Carta a una señorita en París es un cuento fantástico? Llamamos fantástico a la inversión del orden natural como nosotros percibimos la realidad, lo que altera nuestra razón o lo que nuestra razón no ve como coherente. Lo que resulta no coherente o fantástico en este cuento cortazariano es la acción de vomitar conejitos. Racionalmente no es posible entender cómo una persona puede vomitar un conejo. Tal acontecimiento rompe con el orden lógico y racional de nuestras estructuras mentales. El autor nos lo cuenta como parte de lo cotidiano y en eso es que consiste su magia escritural. Lo fantástico invade lo cotidiano y entonces, lo fantástico llega a ser normal. Es por esto que el protagonista del cuento, al escribir la carta, manifiesta que «de cuando en cuando se le ocurre vomitar un conejito, que no es razón para que él tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose» (p.138). Cortázar pone en boca del traductor la frase de cuando en cuando lo cual le otorga a la idea un matiz de normalidad. Y, para que al lector le siga pareciendo sensatos los acontecimientos, les otorga a los hechos ciertos rasgos: «Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante» (p.139). Seguidamente, el personaje sigue mostrándose familiarizado con el hecho, como parte de su cotidianeidad, a la vez que se enternece con el animal: «El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño (…). Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos». (p. 139).

(Continua página 2 – link más abajo)