Especial Cortazar Cronopio

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cortazar la continuidad de la conciencia

CORTÁZAR: LA CONTINUIDAD DE LA CONCIENCIA Y DEL TIEMPO

Por Carlos Montemayor*

La continuidad permea lo consciente. Que la conciencia es un ejemplo de lo continuo —que la conciencia es un río en donde nos disolvemos y regeneramos— parece obvio. Pero la continuidad de la conciencia es muy compleja. La continuidad cronológica de la conciencia es un engaño que el artista es capaz de denunciar. Aunque el río de la conciencia parece continuo (sin interrupciones abruptas) y cronológicamente organizado (estructurado en eventos pasados, presentes y futuros) sólo la continuidad de la superficie esférica es verdaderamente característica de la conciencia. La conciencia no es realmente un río, sino un pozo profundo donde se adentran los deseos, las creencias y los mitos. Es un pozo en donde todo permanece y se amalgama. El tiempo no transcurre en ese pozo.

Todo artista tiene que denunciar el engaño de lo temporal y al mismo tiempo alabar la continuidad de la conciencia. Pero son pocos los que logran esta hazaña una y otra vez. Entre ellos se encuentra sin duda Julio Cortázar. En «Continuidad de los Parques», Cortázar enfatiza la paradójica continuidad de la conciencia con rigor, brevedad y claridad. El río de la conciencia fluye con la narrativa cronológica del cuento y al final, cuando se amalgaman personaje y lector, uno cae en el pozo. La narrativa pierde su cronología y uno se sumerge en otro tipo de continuidad: la continuidad que profundiza lo consciente e ignora o elimina el tiempo. Esta es la continuidad cósmica de la conciencia y es la base de lo místico —lo que el transcurso del tiempo no puede tocar—.

El sillón de terciopelo, los cigarrillos, los senderos, los amantes, las caricias y los destinos circulares están decididos desde siempre. Todos son parte de una ventana transitoria que no va a ningún lugar definido. Los cigarrilos apuntan a un lugar remoto, en donde todo converge. ¿Quién es la persona que fuma, narra, y entiende la trama que se precipita en un ciclo y no termina? Todo depende del lector del cuento. La continuidad del cuento y la conciencia del lector destruyen la asimetría del tiempo, y el cuento se devora a sí mismo con la ayuda del lector. Las imágenes mundanas son parte del artificio narrativo, que acaba abruptamente con la muerte, el cuchillo y el nuevo comienzo. El lector y el autor están siempre en el pozo de lo eterno, pero las imágenes generan la ilusión de cambio. Cada imagen es una ventana del pozo sin fondo que es la conciencia.

Es como si hubiesen tres presentes (como en la estructura espacio–temporal de «Rayuela»). Por una parte está el presente (o el «lado») del lector. El presente del personaje (que también es un lector) está encasillado por el terciopelo verde. Finalmente, el presente de los eventos descritos en el cuento (el «lado» de los eventos cuya cronología es irrelevante y que se mueve secuencialmente con las imágenes y personajes periféricos) es un ardid —una escalera que emerge del pozo y acaba en el pozo—.

¿Está soñando el personaje? No se sabe, y no importa. Los héroes del cuento se agolpan en la imagen del puñal y la muerte, que puede ser el despertar del personaje o el inicio de un nuevo ciclo narrativo. Todo se transforma en una estructura de fractales incandescentes. Como en «Rayuela», los lados del lector, los personajes principales y las narrativas personales de otros personajes son una realidad continua, indivisible y fuera del tiempo.

Otros escritos en donde Cortázar habla de lo cronológico confirman dramáticamente que lo eterno es mucho más real e importante que lo temporal. En «Relojes», Cortázar presenta con una brevedad incomparable la paradójica relación entre el tiempo y la conciencia. Un fama, nos dice Cortázar, está obsesionado con darle cuerda a un reloj de pared cada semana. Un cronopio que lo observa (con conocimiento y humor) diseña un reloj «alcaucil de la gran especie, sujeto por el tallo a un gran agujero de la pared».
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El tiempo lineal de la cronología —Cortázar lo propone de inmediato— es una ilusión. La relación verdadera que existe entre lo cronológico y la continuidad de la conciencia la ejemplifica mejor una alcachofa que cualquier reloj. «Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que el cronopio no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja de la hora justa, y cada día el cronopio empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro el cronopio encuentra un gran contento, entonces se lo come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero.»

La infinita rosa violeta del centro es la conciencia, siempre continua consigo misma. El tiempo son las hojas ilusorias que cubren a la alcachofa de nuestra existencia. De acuerdo con la metáfora de la alcachofa, las horas de nuestra vida lineal decoran y distraen. Pero en lugar de proteger la infinita continuidad de la conciencia, las horas de nuestras vidas lineales nos obsesionan y persiguen. Nos hacen olvidar el centro violeta de nuestras vidas. Son, en pocas palabras, decoraciones que nos atormentan.

En «Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj», Cortázar describe al reloj de mano como un «pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire». Hablándole al lector de manera informal y directamente acerca del regalo de un reloj, Cortázar dice: «No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj». El reloj de mano es descrito como una presencia frágil y demandante. Algo ajeno, que no es parte de nuestro cuerpo pero que demanda toda nuestra atención. Un colgijo adornado con piedras preciosas que siempre nos acompaña y esclaviza.

Cuando Cortázar describe las instrucciones para dar cuerda al reloj, cambia el tono completamente, hablándole al lector de manera formal e indirecta. «Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo», comienzan las instrucciones. Después de las indicaciones referentes a cómo darle cuerda al reloj, Cortázar dice: «Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes». Las instrucciones concluyen en un tono más íntimo y urgente: «Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.»

Allá al fondo, en efecto, está la muerte. Pero el miedo emerge de las incontables horas que queremos contar, de los rubíes que coleccionamos para distraernos de lo que nos une de una manera radical. El miedo tiene forma —es la forma del tiempo lineal—. El centro consciente de nuestra vida es un lago sereno. Esta es la unidad de la conciencia: el milagro de la continuidad que une a nuestras conciencias que deambulan como nómadas, perdidas en la rayuela de la vida y que corren, perseguidas por las horas, para caer al final dentro del mismo pozo.
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* Carlos Montemayor. Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestro en Filosofía por la New School for Social Research. Doctor en Filosofía por la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey. Autor de «La Unificación Conceptual de los Derechos Humanos» y «Minding Time: A Philosophical and Theoretical Approach to the Psychology of Time». Profesor de Filosofía en la Universidad Estatal de California, San Francisco.

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