PARA ELISA: EL SER Y EL OTRO CORTÁZAR
Por Cristian Soler*
Santafé de Bogotá, Mayo 4 de 1994.
[x_blockquote cite=»Axolotl – Julio Cortázar» type=»left»]Afuera, mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible[/x_blockquote]
Leí tu carta Lis, hace un par de semanas, en una mañana gris mientras viajaba en autobús rumbo a la universidad. Leí tu carta y la olí y sentí el aroma de las azucenas que se enreda en cada letra y recordé que allá, donde ahora tú te encuentras, ya comenzó la primavera. Perdona que no te haya respondido antes, no fue por falta de interés, es sólo que tu petición me tomó por sorpresa. Tuve que pensar en ella una y otra vez Lis, mientras viajaba en el autobús, mientras leía mis libros, tuve que pensar en ella hasta en esos momentos antes de dormirme.
Al principio pensé que la anterior era una de esas cartas que ahora sueles mandarme, aquellas que me escribes por costumbre (casi por obligación), aquellas en las que me cuentas hechos triviales de tu vida, anécdotas que ni a ti ni a mí nos interesan. Pero luego me pedías que… En ese instante detuve mi lectura, no estaba seguro de lo que me estabas diciendo, me devolví unas líneas y leí de nuevo: «te lo pido, háblame en tu próxima carta un poco de Cortázar, explícame algo de él, lo que sea». ¿Explicarte algo de Cortázar? Si no recuerdo mal fuiste tú la que me regaló por primera vez un libro de él y me dijo que no conocía mejores cuentos que esos. ¿Explicarte algo de Cortázar? Como si no supiera que te has leído todos sus libros y que los lees de nuevo mientras viajas en el autobús o en el metro, que los lees en esas largas noches de invierno.
Te imaginé en un principio con una sonrisa maliciosa, como una profesora que le hace una pregunta a su alumno con la sola intención de corcharlo. En un principio te imaginé así, Lis. Pero luego pensé que esta vez querías hablar de algo diferente, quizás quieras que te hable de Cortázar, del Cortázar que yo leí. No me has puesto una tarea fácil, debo aceptarlo. Quizás esperes que diga algo inteligente así que trataré de no defraudarte. No diré todo acerca de Cortázar (no podría hacerlo en una carta), pero hablaré de algo que me ha interesado en cada historia que de él he leído, te hablaré de la forma como él concibe al sujeto, al ser del hombre.
Déjame empezar esta exposición citando unas palabras del buen Descartes que tomé de la segunda de sus Meditaciones Metafísicas: «encuentro aquí que el pensamiento es un atributo que me es propio: él sólo no puede ser separado de mí. Yo soy, yo existo: esto es seguro». ¿No te parece genial? Mediante el pensamiento (cogito), Descartes hace que el ser del hombre sea algo de lo que no podemos dudar: al pensar, también nos pensamos a nosotros mismos, es decir que, somos en cuanto estamos pensando, esa es la garantía de nuestra existencia. Sin embargo, ese ser que plantea Descartes genera ciertos problemas: por una parte no logra definirlo del todo, nos da algunos de sus atributos, pensar; pero no nos dice qué es exactamente ser. Por otro lado no sé qué pienses tú, pero me parece difícil hablar de un ser completamente introspectivo, un ser que ya está dado y que podría ser independiente del mundo que lo rodea.
¿Cómo definir entonces al ser? Lo más obvio pareciera ser que el medio por el cual se podría definir al ser es el lenguaje, sin embargo Cortázar encuentra en ello un problema: «El lenguaje de las letras ha incurrido en hipocresía al pretender estéticamente modalidades no estéticas del hombre; no solo parcelaba el ámbito total de lo humano sino que llegaba a formular lo informulable para fingir que lo formulaba» (Cortázar, Teoría del túnel). El ser no puede ser abarcado en su totalidad con la palabra, no es reflejado mediante el lenguaje que se desarrolla de forma lógica y ordenada. Lis, quizás exista otra forma de describirlo.
En «Lejana. Diario de Alina Reyes», Cortázar nos muestra una historia que se desarrolla a través del diario íntimo de su protagonista, Alina. En un principio se nos permite ingresar al espacio privado de ella; sin embargo, ¿no te parece paradójico que este cuento que está narrado de forma tan personal se llame Lejana? Con esta paradoja se nos muestra una característica del ser: el ser no es él mismo y nada más, sino que también es un otro, en él residen otros seres. El «yo» al que nos referimos cuando hablamos de nosotros es un yo fragmentado. ¿Cómo hablar de algo que tiene una naturaleza tan opuesta? Parece ser que el lenguaje lógico no cumple su misión de describir al sujeto y que por lo tanto es necesario descomponerlo:
Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palíndromas. Los fáciles, salta Lenín el atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átale, demoníaco Caín, o me delata; Anás usó tu auto, Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Avida Dollars; Alina Reyes, es la reina y… Tan hermoso, éste, porque abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y… (Cortázar, Lejana. Diario de Alina reyes)
Al final de este cuento te darás cuenta de que aquello que se narraba en primera persona pasa luego a narrarse en tercera persona, que hay un cambio de perspectiva que se produce en esa escena en que Alina está en el puente. Este juego con el lenguaje nos muestra una vez más esa fragmentación del yo, a su vez el puente se constituye como ese lugar en el cual se producen cambios, en el cual se descubren y se entrecruzan las diferentes partes de ese ser.
Al igual que en «Lejana», otro cuento de Cortázar en el que se vuelve a dar ese cambio de perspectiva es «La noche boca arriba». Acá el juego se realiza mediante el sueño, ese es el puente que une al ser con la otredad. Un motociclista que sufre un accidente en París sueña que es un guerrero moteca que huye de los aztecas en la guerra florida, pero a su vez este guerrero sueña que es un motociclista en París que ha sufrido un accidente, generando de esta forma una circularidad. «Toda la obra de Cortázar está marcada por esa sospecha de una realidad segunda —residencia de la otredad— que el primer surrealismo llamó maravillosa y convirtió en el norte de sus búsquedas» (Alazraki, Puentes hacia la otredad). Mediante el sueño se funden dos realidades que parecían estar separadas, se unen dos sujetos que en principio parecían ser diferentes, ambas son un mismo presente y ambos sujetos son un mismo yo.
En La noche boca arriba se señala uno de los rasgos más característicos del hombre moderno, es un ser dividido en varios yo, pero los desconoce, se cree unitario. El accidente de motocicleta hace entonces que este hombre moderno se pueda comunicar con ese otro que también es él, con el guerrero moteca, generando así puentes con su pasado mítico.
Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. (Cortázar, La noche boca arriba)
En ese tiempo mítico que se genera en el cuento verás cómo el pasado, aquello que para nosotros parece tan lejano, se hace presente. Los constantes cambios de perspectiva que se producen, esa alternancia, generan un movimiento cíclico que rompe con una concepción lineal del tiempo. Por otra parte, la realidad que se desarrolla en ese pasado de la América precolombina ya no es una realidad que le es ajena al motociclista, sino que se convierte en su realidad, poco a poco él pasa a convertirse en un moteca.
¿Te parece muy extraño lo que digo? Quizás con un ejemplo algo más familiar pueda mostrarte como el ser no puede ser algo inmutable sino que, por el contrario, se encuentra en constante transformación. Por ello me remitiré nuevamente a otro cuento de Cortázar, «Bestiario». Recordarás que este cuento narra la historia de Isabel, una niña que tiene entre once y doce años y que va a pasar las vacaciones de verano en casa de la familia Funes. En «Bestiario» vemos cómo el personaje principal se encuentra en una edad en la que se producen una serie de cambios, es un ser que está en la adolescencia, un período de transición entre la niñez y la adultez, época en la que se organiza el mundo (como muy bien tú lo recordarás). A lo largo del cuento se muestran ciertas imágenes que dan cuenta de esos cambios: el tigre que ronda la casa de la familia Funes es descrito en todo momento como un objeto extraño y temible, algo cuya presencia genera cierto miedo y que Isabel relaciona con Nene, esa figura masculina presente en la casa. El verde que Isabel destaca en objetos como los limones o los insectos también anuncia esa época de cambios, de ahí que se le vea con cierta aprensión pero al mismo tiempo con algo de exotismo.
Las hormigas que Isabel ve reflejarse en la mano de Rema le producen miedo y espanto, aluden a un mundo violento, pero a su vez es esa sensación de hormigueo que se da en el comienzo de la adolescencia (¿la recuerdas?), al nacer de la sexualidad: «Isabel le vio una mano levemente alzada, con el reflejo en el vidrio parecía como si estuviera dentro del formicario, de pronto pensó en la misma mano dándole la taza de café al Nene, pero ahora eran las hormigas que le andaban por los dedos, las hormigas en vez de la taza y la mano de Nene apretándole las yemas» (Cortázar, Bestiario). La imagen de las hormigas también se relaciona con la figura de Nene, son ellas las que señalan ese nacer de la sexualidad femenina, del deseo que para Isabel se presenta como un cambio misterioso pero que a la vez se genera con cierta violencia.
Si bien Descartes encuentra que no podemos dudar de nuestra existencia y que somos en cuanto pensamos, Cortázar no estará de acuerdo en que ese ser sea algo unitario e inmutable, que desde un principio sea algo dado. Mediante la figura de los otros y esas situaciones de transición que recorren sus personajes, Cortázar se acerca a una comprensión Heideggeriana del ser: «‘Los otros’ no quiere decir lo mismo que la totalidad de los restantes fuera de mí de la que se destaca el yo; los otros son antes bien, aquellos de los cuales regularmente no se distingue uno mismo, entre los cuales es también uno» (Heidegger, El ser y el tiempo). El ser, como lo entiende Cortázar, desborda a la palabra, no se puede delimitar y reducir simplemente con el lenguaje, no es algo inalterable, tampoco es un ente aislado que se puede describir como algo que se encuentra separado de todo aquello que lo rodea. Lis, el ser es como un punto conformado por un cúmulo de líneas que son los «otros»… pero quizás esta imagen tampoco logre describir suficientemente al ser.
En fin, no voy a extender demasiado esta carta, no quiero que te duermas en medio de ella, así que en esta ocasión no hablaré de mí. Quizás sólo te diga que hay momentos en los que siento que las cosas nunca cambian: mi vida es un desorden, no he podido dejar el cigarrillo y cada día adquiero nuevos vicios (menos mal Cortázar es uno de ellos). Y sin embargo cuando vuelvas (si algún día vuelves), encontrarás que muchas cosas han cambiado, lo notarás tú que estas en la distancia, no yo. En otra ocasión te hablaré más de mí, te contaré cosas de Juancho y de Julián y de Camila (tu gran amiga). Por mi parte espero que tú hagas lo mismo, que no te olvides de nosotros, que en tus cartas no me digas cosas que se le dicen a cualquier extraño (no me importan las calamidades domésticas de tu vecina ni esos chismes triviales que ahora me cuentas). Háblame como los amigos que somos, como cuando vivías acá y tú y yo parecíamos uno solo. Dime qué canción escuchas mientras lees esta carta, qué libro estás leyendo en este momento, dime algo de lo qué piensas en las noches antes de dormirte.
Pero dejaré de hacerte reproches (no quiero despedirme de esa forma), mejor terminaré esta carta contándote una última cosa sobre Cortázar. Hasta el momento, con esas cuestiones filosóficas de las que te he hablado, quizás te pueda dar la impresión de que el Cortázar que yo leí es un escritor que habla de un mundo que es ajeno a nosotros, que esa realidad que describe no nos pertenece. No es eso lo que te he querido decir. Para mí Cortázar es un escritor que nos susurra al oído, que habla de cosas que nos involucran, que se relacionan con nosotros. Recuerda Axolotl (ese cuento que tanto te gustaba): «Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo, porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre». ¿Te suena familiar? Hace tres años que te fuiste y quizás ya nunca volverás, llegará el día en que me olvides y deje de recibir tus cartas. Tú estás allá, en ese lugar de cuatro estaciones y yo mientras me quedaré acá, en este eterno invierno, como encerrado en una pecera, recordándote. Lis, aunque ya no estés acá, algo tuyo se quedó aquí, conmigo.
Besos,
R. S. C.
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* Cristian Soler es licenciado en Literatura y Filosofía de la Universidad de los Andes. Magister en Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Columbia. Se ha desempeñado como corrector de estilo y docente. Artículos y cuentos suyos han aparecido en publicaciones como Vecindad (Queens, Nueva York) y Lecturas Críticas (Bogotá).