Especial Cortazar Cronopio

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Una imagen de Julio Cortaazr

UNA IMÁGEN DE JULIO CORTÁZAR

Por Eleazar Rodríguez*

[x_blockquote cite=»Roberto Bolaño» type=»left»]Cortázar es el mejor[/x_blockquote]

La primera vez que leí a Julio Cortázar me cuestioné mi sexualidad, fue en la escena de Los Premios donde el chico se masturba; yo tenía más o menos la edad de ese adolescente. Luego un amigo me leyó las instrucciones para subir una escalera, y pensé ¿quién se cuestiona cómo se sube una escalera? Después de eso alguien me recomendó leer Rayuela, pero yo no aceptaba recomendaciones de bestsellers, además que para ese entonces me inclinaba más por lo poético y lo fantástico, cosas que no había encontrado en Julio Cortázar. Así pasaron los años sin saber mucho más de él, y a los veinticinco la genia con la que vivía me dio a leer El Perseguidor, ahí (y quiero decir, dentro de ese micromundo enzarzado en esas palabras) me cuestioné mi manera de aproximarme a la música (me considero un melómano y efervesco con música en vivo) y a las sustancias de consumo (desde un café hasta un disco), pero también fue el momento en el que decidí que no quería leer traducciones (al menos no si mi intención era leer, realmente leer, a un escritor o una escritora) porque en esa historia habían cosas mucho más importantes que las meras imágenes y secuencias temporales que se sucedían, seguro la escena del gato solitario e ignorante (la cual me acompañará hasta que la olvide) me noqueó para siempre-ya.

Luego, abriéndome a una postura política más abanderada, me amisté con los cronopios que me acompañaron en mis críticas socio-construccionistas del mundo en el que había nacido, y con ellxs [sic] en coro gritaba: ¡Estamos viviendo nuestra vida? (No hay error en esos signos). Y enseguida tomé entre mis manos a Un Tal Lucas, y no me vino nada mal para estar recién mudado a Buenos Aires, y Lucas y los partidos políticos, y Lucas y el patrioterismo, y Lucas y su neurosis divina, y no era Julio Cortázar el que escribía sino que me puso a escribir a mí también, y me hizo entonces cuestionarme, o me cuestioné con él. Ya a estas alturas me sentía de ánimos para conversar con Julio Cortázar, para hacerle cuestionamiento de ciertos puntos que luego me serían contestados de manera impecable, con su postura crítica y claramente inclinada respecto a lo que un hombre de clase media con facilidad por la lectura, la escritura y las palabras en general, podía hacer como escritor para no perderse en la pandemia de la intelectualidad acrítica y yo-desesperante, saberse parte de un todo. Ese es un gran problema con la clase media en general, al menos la latinoamericana, ya lo decía Carlos Fuentes en La Muerte de Artemio Cruz, y Juan Carlos Onetti en El Pozo, aunque con otras palabras la idea es que nadie quiere ser clase media, es un estigma terrible, culposo, y todxs, sin importar su razón política, rechazarán serlo; pero ahí Julio Cortázar se mira, se reconoce, se sabe, y vuelve sobre sus raíces, reconoce que su mundo es parte de él y que su parte es parte de todas las partes. Creo que por eso reconoce al escritor que había en Leopoldo Marechal y en Roberto Arlt, al mismo tiempo que en Jorge Luis Borges y en Gabriel García Márquez.

Para mis veintiséis aún no había leído Rayuela. La gente me preguntaba si odiaba a su autor, yo decía que sentía una profunda admiración por ese latinoamericano revolucionario y profundamente crítico, entonces me veían con cara de ¿Y cómo no has leído Rayuela? La novela no la tenía conmigo, pero me hice con unos libros de otro amigo, caraqueño como yo, que ya no iba a vivir más en Buenos Aires y necesitaba dónde dejar su biblioteca por un tiempo (indeterminado), y así pude leer 62 Modelo Para Armar: Morí de comprensión. Ahí entendí que el amor romántico debía ser feminista, que la neurosis se puede sublimar en las más bellas maneras y saliendo del estigma de la simplificación neoliberal del psicoanálisis monetario, entendí que una postura política no está en adherirse a un color sino a una manera de aproximarse a los problemas del mundo, de proferir ciertas palabras en vez de ciertas otras en determinado contexto, y supe que lxs amigxs que he tenido no son personas para mí, sino ciudades de otros mundos que alguna vez construimos en nuestras vidas pasadas, esas que hoy no están en el mundo concreto, pero que lo estarán en cada célula que se nos mueva. Con lo que quiero decir que Julio Cortázar me hizo cuestionarme el presente: el presente debía ser siempre revolucionario, y el presente es cambio.

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Fue entonces cuando me topé con unas conversaciones-entrevistas que le hicieron a él. Distintas. En todas hablaba de Rayuela, yo le seguía huyendo, lo veía ahora como un viaje muy largo y hermoso como para pedirle el libro a alguien que no me dejara rayarlo, romperlo, morderlo y llevarlo conmigo a caminar bajo la lluvia; no necesitaba leerlo para saber que si 62 Modelo Para Armar venía de ahí, yo tenía que ir hasta allá. Y aunque se hablaba mucho de literatura en las entrevistas, él hablaba también de su latinoamericanidad, de su argentinidad, de su socialismo, del Che, de Cuba, de Nicaragua, de El Libro de Manuel, del compromiso de un revolucionario en las artes, en la escritura, de su idea de arte y artista. Y sus preguntas me las hacía como escritor y también como psicólogo. Pero con su experiencia en cuanto al Libro de Manuel comprendí que Julio Cortázar no había perdido la crítica, ni la autocrítica, aunque lo que ocurría afuera de él, en su tiempo, era un monstruo que no iba a dejarle tener una postura propia, que intentaría engullírselo, sepultarlo, casi como si no importaran la derecha y la izquierda, como si derecha e izquierda hubiese sido una separación al azar y el problema fuera de conservadores contra revolucionarios.

Y Julio Cortázar fue rejuveneciendo. Afianzando sus irreverencias necesarias. Desprendiéndose de los lastres que le colocaban encima el trabajar en un organismo internacional, el haberse declarado a favor de tales acontecimientos por encima de tales otros, de su idea de vida y de lo difícil que es el mundo, la coherencia y el amor por todo lo que nos atrae. Entonces hace una caricatura contra los vampiros multinacionales, es en esa alegoría donde yo digo ¿pero a Julio Cortázar no le gustan los vampiros? Y lo preguntaba porque a mí mismo me gustan los vampiros. Pero, hay que saber reconocer quiénes son los destructores de la humanidad, aunque eso implica acabar con nuestras idealizaciones. En sus historias estaban las herramientas de un escritor que estaba harto de que tanto mundo ajeno a él lo intentara definir y asfixiar, porque esas concreciones no le calzaban, porque él siempre andaba escurriéndose, cambiando, viviendo. No dudaría ni un segundo en creer que es entonces cuando escribe Queremos Tanto a Glenda. Diciéndonos, a lxs nosotrxs de aquella época y de ahora, qué no hacer con él. Todo esto lo pensé mientras atravesamos en el mundo (y en Buenos Aires) la celebración de su centenario.

En estos momentos intercalo lecturas de Imagen de John Keats con Salvo el Crepúsculo. Adentrándome en esas emociones nostálgicas de las que está llena la poesía, escrita o analizada. Porque a veces hay que alejarse para ver las cosas mejor cuando nos volvamos a acercar. Y es que la postura política de Julio Cortázar no es otra cosa que su postura poética, artística y fantástica. Pero no lo seguiré asfixiando con mi idealización. Empezando el 2015 cumplí veintiocho años y una amiga me regaló Rayuela, aunque ella no pudo estar acá para mi cumpleaños. Esta vez no le diré que no, porque si de otra cosa me convenció Julio Cortázar es de abrazar las casualidades cuando nos encontramos.

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* Eleazar Rodríguez es Licenciado en Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), en Caracas, Venezuela. Realizó el Diplomado en Narrativas Contemporáneas llevada a cabo en conjunto el instituto ICREA y la UCAB. Se mudó a a Buenos Aires (Argentina) en 2012. Publicaciones: Traducción de los poemas de Xu Lizhi: «Poemas de Xu Lizhi: Traducciones Desprolijas». Investigaciones: Actualmente participa en un cartel (de teoría lacaniana) envuelto en temáticas de LGBT y trabaja sobre la hegemonía y el control de los cuerpos y del deseo, es una investigación en proceso. Actualmente es educador popular de un bachillerato popular (según el modelo pedagógico de Paulo Freire) de Buenos Aires. Como terapeuta ha trabajado con Personas en Necesidad de Protección Internacional desde el área de la psicología social en Venezuela. Fue también docente en la UCAB-Venezuela y ayudante de primera en la UBA. Entre otros reconocimientos, obtuvo el segundo Lugar en el concurso literario Guillermo Meneses, con el relato Euthánatos.

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